Fuera del ámbito escolar, pocos conocen el programa Plan Apoyo Compartido (PAC) del Ministerio de Educación. A pesar del sigilo público con que se ha puesto en marcha, se trata del más ambicioso y sorprendente esfuerzo de la actual administración para elevar el rendimiento de más de 200 mil niñas y niños vulnerables, entre pre-kínder y 4º básico, pertenecientes a mil colegios, número que el próximo año se espera duplicar.
La meta de PAC es aumentar 10 puntos el promedio Simce de 4º básico en Lenguaje y Matemática en la medición de octubre de 2013, y reducir en 10 puntos la brecha entre el decil más pobre y el más rico. Esto se lograría actuando sobre cinco núcleos esenciales: recursos pedagógicos alineados con el currículum, monitoreo del progreso de aprendizajes, clima y cultura escolar, uso del tiempo en la sala de clases y fortalecimiento de prácticas docentes.
Para llevar adelante el programa, cada uno de los colegios que voluntariamente decida participar deberá constituir un liderazgo colectivo compuesto por el director, el jefe de la Unidad Técnico Pedagógica (UTP) y dos profesores competentes. Éste deberá impulsar el cambio pedagógico dentro de la sala de clases, contando para ello con el soporte de un equipo de asesores técnicos pedagógicos (ATP) ministeriales. La clave del apoyo consiste en proporcionar a los profesores planificaciones diarias de clases, cuya aplicación será monitoreada y complementada por exámenes externos cada seis semanas, cuyos resultados permitirán focalizar acciones adicionales en el caso de alumnos rezagados.
Desde un punto de vista doctrinario, programas de este tipo -totalmente ajenos a las ideas educacionales de la derecha, a la ideología educativa neoliberal y al diseño Tantauco del presidente Piñera- tienen valiosos antecedentes en diversos programas impulsados por la Concertación.
En suma, el gobierno parece haber puesto su esperanza en un programa centralizado de intervención pedagógica, donde los colegios participantes se someterán a un intenso proceso de estandarización del trabajo docente, de estructuración de sus prácticas, periódicos exámenes externos y a un sistemático monitoreo del aprendizaje de sus alumnos en lenguaje y matemática.
Desde un punto de vista doctrinario, programas de este tipo -totalmente ajenos a las ideas educacionales de la derecha, a la ideología educativa neoliberal y al diseño Tantauco del presidente Piñera- tienen valiosos antecedentes en diversos programas impulsados por la Concertación, partiendo por el llamado P-900 en tiempos del presidente Aylwin, cuando Ricardo Lagos fue ministro de Educación. También se ha experimentado con programas similares en regímenes altamente centralizados y con poderosos ministerios de Educación, especialmente en algunos países del sudeste asiático. Aunque Cuba es el país que más experiencia posee con este tipo de diseño, no estamos aquí, necesariamente, frente a una súbita inspiración revolucionario-caribeña de las políticas educacionales del gobierno Piñera.
De hecho, la principal inspiración del programa PAC proviene de Paul Vallas, un polémico administrador educacional de Estados Unidos. Él fue superintendente de educación primero en Chicago y luego en Filadelfia, lugares donde fue contratado para dar vuelta y sacar adelante dos sistemas escolares de bajo rendimiento. Con posterioridad se hizo cargo de dirigir la reconstrucción escolar en Nueva Orleans tras el huracán Katrina y trabajó también en Haití, asesorando al Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en el diseño de un plan para refundar colegios destruidos por el sismo. Invitado por el mismo BID a Chile tras el terremoto del 27F, Vallas y su equipo asesoran al Ministerio de Educación en el diseño e implementación del PAC, bajo la filosofía que en EE.UU. se conoce como "tratamiento Vallas": hacer las cosas en grande, rápido y todas a la vez. "Lo mío -ha dicho él- son las intervenciones centralizadas y agresivas, pero respaldo la diversidad en la gestión y modelos descentralizados de decisión local".
De paso en Chile en agosto del año pasado declaró que mejorar la calidad de las escuelas no tenía por qué ser un proceso demoroso: "Si se capacita bien a los profesores, se los apoya en sus materias con buenos materiales, se exigen los más altos estándares de enseñanza, se eligen buenos modelos educativos y se replican las buenas experiencias educativas, esto no puede tomar más de dos años".
En breve, el gobierno Piñera -que en general comparte esta filosofía (aunque con exiguo éxito hasta ahora) de hacerlo todo en grande, aceleradamente y de una vez- ha abandonado los tradicionales escrúpulos de la derecha frente a la intervención del Leviatán en la sala de clases, y se ha plegado a una tradición e ideología que hasta ayer execraba.
Aunque sea una paradoja, ahora busca mejorar la educación sustituyendo los esfuerzos descentralizados y un enfoque de abajo hacia arriba por una intervención centralizada, de arriba hacia abajo, que descansa en la planificación administrativa de la docencia y en una estricta vigilancia ministerial de los colegios.
Nada promete que el camino elegido lleve al éxito. Esto solo podrá juzgarse más adelante. Pero sí es claro desde ya que el gobierno ha apostado contra su propia doctrina y a favor de una fórmula que hasta ayer repudiaba.