Es la madrugada del lunes 12 de septiembre. Mientras Chile aún duerme, luego de una tensa jornada de violencia y barricadas, una niña, a miles de kilómetros de distancia, está parada sobre una roca mirando el mar. Piensa en su madre, que se quedó cuidando a sus hermanos en la población donde viven en Quilicura, y que a esa hora estará asustada por ella. Observa a su padre, que está parado en la cubierta de un pequeño barco, sacudido por el oleaje. Aprieta sus músculos, sabiendo que en unas horas estarán deshechos y que seguro le dolerá hasta el alma. Intenta no ponerse tan nerviosa. Respira profundo. Sigue mirando el mar.
A la distancia, muy lejos de su menuda anatomía, apenas alcanza a distinguir la costa de Marruecos, la puerta de entrada a África. Detrás suyo descansa el pueblo de Tarifa, una pequeña localidad de Cádiz, donde ha estado esperando el día propicio para su hazaña. Entre un punto y otro se extienden los 18 kilómetros del poderoso estrecho de Gibraltar, un mar que ella desconoce, pero del cual le han advertido que tiene corrientes traicioneras y donde es común encontrar tiburones. Eso a ella no le importa. Se repite a sí misma que no le importa.
Se siente fuerte. Ha luchado durante años para estar parada sobre esa roca. Ha entrenado en canales de regadío, en estanques de aguas verdosas. Se ha preparado en piscinas de agua congelada, en inviernos donde no siempre tuvo entrenador, en tardes en que ha nadado tan duro que ha salido del agua con dificultad para mantenerse en pie. Está ahí, mirando ese mar que tantas veces soñó, y sabe que no tiene dos tiros. Si falla esta vez nadie volverá a creer en ella, aunque casi nunca nadie haya creído en ella. Por eso va a cruzar el maldito estrecho. Lo nadará sola, ida y vuelta. Lo que sólo una mujer en la historia ha logrado antes.
Son las 9.15 de la mañana y Milenka Rojas se lanza al mar.
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"Nunca me planteé ser nadadora. Lo que soy es gracias a las circunstancias", dice Milenka mientras se seca el pelo, luego de tres horas de piscina. "Nunca he tenido cosas materiales. Pero a los nueve años tenía un lago y una isla. Entonces nadé".
Su lago y su isla: Licán Ray, el único lugar en donde Víctor Rojas, su padre, un ex micrero, es casi tan famoso como ella. Cada verano, durante las últimas dos décadas, la familia viajó al Sur para que Víctor pudiera vestirse de payaso y salir a caminar por la costa vendiendo palmeras y barquillos, y así sumar algunos pesos al ingreso familiar.
Ha entrenado en canales de regadío, en estanques de aguas verdosas. Se ha preparado en piscinas de agua congelada, en inviernos donde no siempre tuvo entrenador, en tardes en que ha nadado tan duro que ha salido del agua con dificultad para mantenerse en pie.
Pero había un problema. A Milenka le encantaba el agua. Tenía seis años, y hacían todo lo posible: la castigaban, la amarraban a una silla o a un poste, pero siempre conseguía llegar al lago. Por eso, un día quisieron darle un susto. Su padre la subió a un bote, remó hasta el medio del lago y la lanzó al agua. -A ver, nada ahora-le dijo. Y la niña nadó, y él observó con asombro cómo seguía hasta la orilla. "Llegó a la playa muerta de la risa", recuerda Víctor. "Ahí me la ganó y la empecé a incentivar. Pocos años después ya vencía a todos los salvavidas".
Entonces comenzó a nadar todo el tiempo. Hasta las boyas, ida y vuelta. Alrededor de la isla. Un día su padre le preguntó si quería entrenar de verdad. Ella le dijo que sí, que quería ser nadadora de travesías, la disciplina más dura de todas, en la cual se lleva al límite la resistencia en pruebas de varias horas por lagos o mares. Le dijo que iba a ser mejor que ese tipo del que él hablaba, el Tiburón Contreras, y lo más importante, iba a ser famosa. "En el lago me rodeaba de niños adinerados y me daba cuenta de que mi vida era muy distinta. Entonces quería ser mejor, quería conocer el mundo, que me admiraran", dice Milenka. "Cuando empecé a destacar, pasé a ser la estrella. Ya no me decían 'la hija del payaso'. Ahora me decían 'la Sirenita'".
A los 10 años llegó el primer récord nacional, nadando la península de Licán Ray. A los 11, el primer Guinness, en los 8 km del lago Calafquén, y al año siguiente otro más, esta vez atravesando 18 km del mismo lago. La familia echaba mano de lo que no tenía para llevarla a competir, y a veces tenían que pasar la noche en carpa, a pocos metros de las residencias donde descansaban los otros deportistas. Milenka terminaba las competencias con varios kilos menos y con las manos azules por estar tantas horas a bajas temperaturas. Pero no había forma de quebrarla.
Pronto comenzó a quitarle los récords nacionales, uno por uno, al mítico Tiburón Contreras, y a llenar vertiginosamente su medallero, que hoy luce 16 récords nacionales y 11 internacionales. A los 15 años ya casi no le quedaban pruebas en el país en las cuales desafiar el legado de Contreras, su rival en la historia. Entonces quiso ganarle también en las pruebas más famosas del mundo. Un día su padre le contó sobre el estrecho de Gibraltar.
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Los seis meses de preparación fueron durísimos, los más duros de su vida. Siete horas diarias: tres de ejercicio físico después de clases, en el Liceo José Domingo Cañas, y luego cuatro en la piscina municipal de Quilicura. Salir del agua, llegar a las 12 de la noche a su casa con el cuerpo destrozado, dormir y levantarse a las 6 A.M. para estudiar un poco. Eso todos los días. "A veces no podía dormir, porque no me sentía segura y quería ir a entrenar. Le pedía a mi entrenadora que me sacara la cresta en el agua", dice la nadadora.
Contra la corriente
Pero sabía que la cosa era sin llorar. Además, no podía defraudar a Juan Carrasco, el alcalde de Quilicura, el único tipo que había apostado por financiar sus travesías, cuando jamás ningún organismo estatal le había dado un peso. Esta vez, además, en el liceo le habían conseguido aportes de un par de firmas privadas para llegar a los $ 8 millones que requería la prueba. El resto corría por su cuenta. "Ella es un caso inspirador. Es muy importante para nosotros, porque es un ejemplo de superación. Es lo contrario a las drogas, al narcotráfico, al saqueo del Ekono, que fue al lado de donde vive. Milenka nos da una señal a todos", asegura el alcalde.
De la Federación Chilena de Deportes Acuáticos, en cambio, no recibió apoyo, aun cuando con su padre agotaron las puertas que había que tocar. El nado de travesía no está considerado un deporte olímpico y por tanto no tiene destinado ningún recurso. Luis Leiva, presidente del organismo, está derechamente contra la práctica de ese deporte. "Esa disciplina está fuera de lo que ve la federación, porque es una prueba demasiado extenuante y muy peligrosa, que va contra la integridad de las personas", explica.
Para su entrenadora, Mirta Velozo, eso no hace más que aumentar el valor de sus logros. La perseverancia de Milenka para seguir entrenando en el total abandono, sin tener indumentaria de calidad y en una piscina que ni siquiera tiene dimensiones competitivas, es lo más asombroso que ha visto en una deportista. "Es increíble la disciplina con que enfrenta su utopía. Ese espíritu no lo había visto nunca en ningún niño, por eso sé que va a ser la mejor del mundo", señala.
A fines de agosto llegó el momento. Culminado su arduo entrenamiento y superadas todas las travesías que son exigidas para poder competir en Gibraltar -desde sus inicios, ha realizado cerca de 30-, Milenka partió con su padre a España. La meta: completar los 36 km del estrecho ida y vuelta, porque estaba segura de que con su velocidad no podía competir por un récord de tiempo en la ida. Pero el destino diría otra cosa.
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Han pasado seis horas y media desde que Milenka se sumergió en el Mediterráneo. Está exhausta, las coceduras del maltrecho traje de baño le han generado cortes en todo el cuello y en los brazos, pero sabe que no es momento de sentir dolor. Está a sólo 4 kilómetros de volver a tocar la roca desde la que partió en Tarifa, pero algo anda mal. Bracea con desesperación, pero no avanza. Una fuerte corriente con viento en contra la tiene hace casi media hora nadando en el mismo punto, y empieza a retroceder.
Entonces le dicen por segunda vez que tiene que salir del agua, que si no para ahora la corriente la llevará al medio del océano. Ella sigue nadando y al final tienen que sacarla a la fuerza del mar. La niña se desploma en el bote con amargura y mira esa roca que está ahí, al alcance de su mano. Su padre se acerca a consolarla y alguien le avisa que tiene un llamado importante, del presidente de la Asociación de cruce a nado del estrecho de Gibraltar.
La voz del otro lado del auricular la felicita efusivamente y ella no entiende por qué. Entonces le explican que en el trayecto de ida rompió el récord mundial adulto en damas de la prueba de Gibraltar, con un tiempo de 2 horas y 49 minutos: 14 minutos menos que la campeona australiana Penelope Palfrey. A ella le parece una broma, jamás pensó que pudiera nadar tan rápido. Además es la nueva campeona mundial juvenil. Todos la abrazan y ella se larga a llorar junto a su padre. La lancha avanza hasta la playa, donde algunas personas la esperan para felicitarla. Ella sigue aferrada a su padre.
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De vuelta en Santiago, con 8 kilos menos de peso, Milenka es recibida como heroína en Quilicura. El alcalde llora al abrazarla y los periodistas quieren conocer su historia. Pero cuando recuerda esos días -mientras su vida vuelve a esa cotidianeidad en que se prepara para la PSU y le da una mano a su familia atendiendo en el almacén "El Grifo"-, le parece que los vivió otra persona. "Yo soy dos personas, una es la que nada y la otra soy yo. Cuando salgo en la TV hablando, siento que es la otra", dice la campeona mundial. "En el agua algo en mí se transforma".
Sabe que para asegurar su futuro necesita también de la otra Milenka, la nadadora. Porque su otro gran sueño es estudiar Arquitectura en una buena universidad, y para eso necesita destacar en una prueba olímpica. Por eso, aunque no sea su fuerte, está compitiendo también en la categoría de aguas abiertas -donde los trayectos son cortos y la mejor del país es Kristel Köbrich- para conseguir que alguna casa de estudios le dé una beca deportiva.
Pero en su competencia personal todavía le quedan dos cuentas pendientes con su rival, el Tiburón Contreras, quien la semana pasada fue hospitalizado por un infarto cerebral: en Chile, el heladísimo estrecho de Magallanes, una prueba que hace un año y medio intentó realizar, pero no pudo lanzarse al agua porque las mareas estaban enfurecidas tras el terremoto. Y en el mundo, el Canal de la Mancha, la travesía más dura de todas.
Sabe que tarde o temprano estará parada sobre esas rocas. Ya no siente miedo.