Por Nicolás Alonso Febrero 9, 2012

Es el 21 de noviembre de 2011 y Neil Wilkinson, un ex marino británico nacido en Leeds, está parado frente a un viejo portón en la modesta Villa Dolores, una localidad rural perdida entre las sierras cordobesas. Tiene frente a sus ojos un polvoriento camino de tierra, y sabe que si da un paso más habrá ingresado en el mundo de su enemigo. En la inconcebible vida del hombre a quien él disparó y mató cuando tenía sólo 22 años, en esas islas malditas del Atlántico Sur, y que ahora, por algún milagro que aún no logra comprender, está vivo y parado frente a la puerta de su casa. Esperándolo para cerrar lo que  comenzaron en 1982.

Está nervioso. Ha emprendido un largo viaje desde Inglaterra sólo para recorrer ese camino, y de pronto todas las emociones se agolpan en su pecho, como si otra vez fuera la guerra. "Sabía que iba a llorar cuando lo viera. Sólo quería darle un abrazo y que ese abrazo fuera el mejor momento de mi vida", recuerda Wilkinson. "No le iba a decir que mató a todos mis amigos".

Mariano Velasco observa. Sabe que en unos momentos aparecerá caminando por la entrada de su campo el inglés que acabó con él en Malvinas. El tipo que destruyó su avión, y lo dejó como un desaparecido en combate durante varios días. Le basta con ver aparecer su figura y ya está de vuelta en esa época extraña, cuando tenía 32 años y era un temible piloto de la fuerza aérea argentina apodado "Cobra". Un viaje instantáneo de regreso a ese mes sangriento en que él, montado en su viejo avión Skyhawk, fue capaz de hundir el HMS Coventry, uno de los destructores más feroces de la armada británica, cobrando la vida de 19 soldados ingleses.

"Muchos me decían: ¿cómo podés recibir al que fue tu enemigo? Y yo les contestaba: él cumplía con su deber y yo con el mío. Era la guerra. Pero escuchame: podés perdonar", se defiende Velasco. "Las personas pueden perdonar".

De alguna forma, sin saberlo, esa madrugada los dos están representando un viejo poema. Uno llamado "Juan López y John Ward", que escribió Jorge Luis Borges apenas culminó la guerra de las Malvinas, y que narra la historia de un combatiente argentino y otro británico. "Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel", escribió Borges, y Wilkinson avanza hacia Velasco dispuesto a cambiar por una vez ese final de mierda.

"Bienvenido a mi casa", intenta decir Velasco en un esforzado inglés, y entonces los dos viejos se funden en un sentido abrazo. Wilkinson comienza a llorar y permanecen así por un momento. Como si con ese gesto simbólico pudieran evitar que las víctimas sigan muertas debajo del mar y los restos del avión sigan desparramados en esas islas que alguna vez fueron un lecho de muerte.

Disparos en la bahía

La guerra les estalló en sus caras. Era el 2 de abril de 1982 y el joven Neil Wilkinson no entendía por qué en el puerto inglés en que habían parado a reabastecerse estaban subiendo tanta gasolina y tantas municiones. Alguien le explicó que tenían que viajar 13.000 kilómetros para recuperar las Falkland, unas islas de las cuales nunca había escuchado, invadidas por un país que no tenía idea dónde quedaba. Apenas hace tres años había dejado su trabajo en una imprenta con la ilusión de conocer el mundo con la marina, y de un momento a otro era parte de una guerra y no había más preguntas que hacer.

"Muchos me decían: ¿cómo podés recibir al que fue tu enemigo? Y yo les contestaba: él cumplía con su deber y yo con el mío. Era la guerra. Pero escuchame: podés perdonar", se defiende MarianoVelasco. "Las personas pueden perdonar".

"Cuando llegamos, nadie sabía qué hacer", recuerda Wilkinson. "De pronto tu gente empieza a morir y te dices: acá estamos, esto es real. Es un momento que nunca olvidas".

El piloto Mariano Velasco había entrado nueve años atrás a la fuerza aérea fascinado con la idea de volar, pero antes de eso había sido un simple chico de campo. Claro que su convicción y su carácter eran distintos a los de Neil. A él Malvinas le parecía una causa justa, algo por lo cual valía la pena luchar, incluso morir. Cuando estalló el conflicto, ya era primer teniente, y eso lo llevaría a participar en las misiones más riesgosas de la fuerza aérea argentina.

Fue un 25 de mayo, día nacional argentino, la jornada que lo transformó en un héroe de guerra. Esa tarde tuvo que enfrentarse con otros tres pilotos, en sus precarios aviones Skyhawk, a dos de los buques más poderosos de las fuerzas británicas: las fragatas Coventry y Broadsword. En un ataque casi kamikaze de tres minutos, desafiando los poderosos misiles dirigidos de los buques, el cordobés logró penetrar con sus tres bombas el destructor Coventry, destruyéndolo por completo. El buque tocó el fondo marino con 19 ingleses adentro, y fue una de las mayores victorias de Argentina en la guerra.

Embravecido por el triunfo, Velasco y su escuadrilla se lanzaron dos días después a dar un golpe donde más podía doler: iban a destruir la base donde los ingleses tenían todas sus provisiones, en la bahía de San Carlos. Era el 27 de mayo y esa tarde Neil Wilkinson se encontraba descansando en el interior del destructor Intrepid, uno de los cinco buques que resguardaban el desembarco de los suministros. Como todos los días, estaba esperando que todo ese asunto descabellado terminara de una vez. De pronto se activaron las alarmas, se oyeron gritos por todas partes.
Con el coraje inflamado por el miedo, cargó su arma y salió corriendo a cubierta. Miró al cielo y ahí lo vio. Un avión enemigo justo en su línea de fuego. Tenía seis balas en el cargador. Eran las 4.50 de la tarde, y Wilkinson apretó el gatillo que cambiaría su vida.

Un fantasma en la isla

mundo

Neil Wilkinson observa los restos del avión que derribó durante la guerra

La noticia llegó al día siguiente a Córdoba. El primer teniente Mariano Velasco había sido alcanzado por fuego enemigo. Su avión se había estrellado contra la isla y él estaba desaparecido. A su esposa, que lo esperaba con sus dos pequeñas hijas, tuvieron que decirle la verdad: las probabilidades de que estuviera vivo eran nulas.

Después de la explosión, Neil Wilkinson fue al lugar del impacto con la vaga esperanza de hallar al piloto vivo, y sólo encontró los restos del avión destrozado. Pero mientras él ya comenzaba a cuestionarse cómo había sido capaz de matar a un hombre -la pregunta que arruinaría su vida-, Mariano estaba escondido en una hondonada, con su paracaídas aún abierto. El piloto, contra todo pronóstico, había logrado maniobrar su avión en llamas parar llevarlo hasta un lugar seguro y luego se había eyectado. "Esperé hasta último momento, y salí del avión en el segundo justo para verlo pasar por debajo de mis pies y explotar en el suelo", recuerda Velasco.

El abrazo de Malvinas

Era de noche en la isla, y hacía frío. El argentino tenía un tobillo destrozado y nada de alimento. Sabía que atravesar los 80 kilómetros que lo separaban de la próxima base militar argentina era una tarea titánica, pero era eso o dejarse morir. Durante tres días, atravesó las islas como un fantasma, sin comer nada, apenas deteniéndose a descansar con los ojos abiertos. Se aferraba a la vida, pero sabía que no iba a aguantar mucho más. Cuando casi no podía dar un paso más, ocurrió una de esas cosas imposibles que a veces salvan la vida de una persona. "Llegué a la cima de una loma, miré para abajo y ahí la vi: una pequeña casa vacía en medio de la nada. Era un refugio de ganaderos y adentro tenía alimentos", recuerda Mariano. "Viví cuatro días en ese lugar, en la soledad absoluta. Lo único vivo con que me topé durante todo ese tiempo fue con algunas ovejas".

Fue allí donde lo encontraron unos kelpers que pastoreaban en la zona, que tuvieron la indulgencia de avisar a las tropas argentinas en vez de a las británicas. Más tarde llegó un capitán del ejército en una ambulancia y una semana después ya estaba en Argentina, donde fue recibido como un héroe. "Fue un reencuentro muy conmovedor. Yo había vuelto de la muerte y eso los llenaba a todos de esperanza", recuerda Velasco. "Días después llegué a mi casa de noche, y desperté a mi señora y mis hijos. Para ellos fue como ver regresar a un muerto".

Casi al mismo tiempo que él volvía a la vida, la guerra terminaba en Malvinas. Era el 14 de junio y las tropas argentinas presentaban su rendición. Él recibió la noticia con la tranquilidad de quien cree haber cumplido con su deber. Ese día fue el fin de la guerra para Velasco, quien recibió varias medallas al valor en combate.

Para Neil Wilkinson, quien no recibió ninguna medalla, su propia guerra recién estaba comenzando.

El infierno de Wilkinson

Una guerra nunca termina el día que se acaban los disparos. No al menos en la cabeza de los ex combatientes, que siguen llevando el horror adentro adonde vayan. Eso explica la tragedia de que tanto en Argentina como en Inglaterra, más soldados se han suicidado desde que acabó la guerra que los que murieron en el campo de batalla. Y también explica lo que le sucedió a Neil Wilkinson, quien a pesar de haber sido recibido en su país con globos y fuegos de artificio, no volvería a dormir bien en mucho tiempo. "Empecé a tener pesadillas todas las noches. Sueños repetitivos de fuego y muerte, escenas de la guerra", recuerda. "Me despertaba mal y durante el día tenía ataques de pánico. Es muy difícil vivir pensando que has matado a un hombre".

Todos los días volvía a vivir ese día, el avión cayendo sobre la isla, la explosión. Pronto su vida entró en una espiral autodestructiva que lo hundió en una depresión. Los médicos le diagnosticaron estrés postraumático, y su esposa lo dejó. El recuerdo del piloto al que creía haber matado lo perseguía todo el tiempo, y después de unos años fue dado de baja de la Royal Navy, a causa de sus problemas psicológicos.

"Empecé a tener pesadillas todas las noches. Sueños de fuego y muerte, escenas de la guerra", recuerda Neil Wilkinson. "Y también ataques de pánico. Es muy difícil vivir pensando que has matado a un hombre".

Su infierno duró 25 años, e incluyó la ayuda de varios institutos mentales. Fue bajando de intensidad a medida que comenzaba a dar charlas para ayudar a otros veteranos de guerra, volvía a casarse, y conseguía un trabajo en un supermercado. Una noche cualquiera de 2007,  su esposa lo animó para que viera un documental que iban a dar en televisión con los testimonios de ex combatientes argentinos en Malvinas. A lo mejor, le dijo, le hacía bien.

El despertador de Neil sonó a las 3 de la mañana, la hora de emisión. Se levantó y prendió la televisión. "Yo no quería verlo. Nunca había visto nada de la guerra, pero algo me decía que lo viera. Quería al menos saber quién era el piloto que había asesinado", recuerda. Es imposible hacerse una idea de lo que sintió esa noche cuando vio aparecer a Mariano Velasco, un argentino viejo y bonachón, relatando la historia de cómo había sobrevivido al derribo de su avión la tarde del 27 de mayo en la isla Gran Malvina. Y cómo después había hecho carrera hasta ocupar el alto cargo de comodoro de la fuerza aérea.

En ese momento supo que tenía que conocer a ese hombre. Tenía que decirle que le agradecía que estuviera vivo, que no le guardaba ningún rencor. Tenía que lograr su perdón.

Escribió a la fuerza aérea argentina, pero no obtuvo respuesta en seis meses. Luego partió a la embajada argentina en Inglaterra y no se movió de ahí hasta que consiguió que alguien le prestara atención. "Era el momento para arreglar el problema que me había perseguido durante tantos años", dice el inglés.

Cuando volvió a su casa, caminó directo hasta su computador y copió la dirección de mail que le habían dado en la embajada. Con el pecho agitado, empezó a escribir la historia de su vida junto a Mariano Velasco.

Abrazar al enemigo

Todo sucedió de forma vertiginosa. Ese mismo día le llegó la respuesta de Mariano, y entonces supo que el argentino tampoco le guardaba ningún odio. Ahora necesitaba conseguir el dinero para viajar a Córdoba a reencontrarse con su enemigo, que lo había invitado a su casa para cerrar las heridas. Su suerte al fin comenzaba a cambiar: un ex compañero de guerra que trabajaba en la BBC se interesó en su historia, y consiguió que la cadena le financiara el viaje a cambio de filmar un documental.

Cuando la producción estaba lista, una vez más, cayó en desgracia. Cuando fue a inyectarse las vacunas para viajar, le diagnosticaron una mielitis que lo tuvo durante un año y medio paralizado. Perdió la movilidad en varias partes del cuerpo, y durante mucho tiempo no pudo mover las piernas. Tuvo que aprender a caminar de nuevo. Pero Wilkinson tenía un motivo por el cual recuperarse. "Lo que le pasó a mi cuerpo fue parte de mi destino. Creo que me enfermé porque no tenía que viajar todavía, porque tenía que esperar. Así que esperé todos esos días, sin ponerme ansioso", recuerda.

Hasta que al fin llegó noviembre de 2011. Tres décadas después de su primer viaje al Atlántico Sur, Neil Wilkinson, el marino que ahora necesitaba de 20 remedios para caminar, pudo emprender un segundo viaje de redención a Malvinas y luego a Córdoba, para recibir el abrazo de Mariano Velasco. Los dos viejos combatientes se quedaron esa noche conversando hasta la madrugada. Mariano le mostró las cosas que había podido rescatar de su avión en llamas, entre ellas un reloj, detenido para siempre a las 4.50 p.m., el momento en que Neil jaló del gatillo. "Nunca sentí odio, ni siquiera durante el combate", dice ahora Velasco. "El verdadero soldado no debe sentir odio por el enemigo".

Al día siguiente fueron a un museo de guerra, y al atardecer se despidieron en un momento cargado de emoción. El inglés dijo que siempre recordaría ese viaje como una de las mejores cosas de su vida. El argentino lo abrazó. Ahora conversan por chat, o se escriben en Facebook como dos amigos cualesquiera que viven a la distancia. Nunca tocan el tema de aquel 27 de mayo. De lo que sí conversan y se lamentan es de la tensión creciente entre sus dos países, una vez más, a raíz de la ofensiva argentina para reactivar la causa Malvinas y de los movimientos británicos en las islas. Los dos combatientes, que quieren reunirse ahora en Inglaterra, guardan la esperanza de ser vistos algún día como un ejemplo de fraternidad, para que no se vuelva a disparar ningún tiro.
"Muchos aún mantienen el odio de la guerra, y yo pienso que ojalá pudieran vernos a mí y a Mariano", reflexiona Neil Wilkinson. "Creo que la vida es mucho mejor cuando te das cuenta de que, después de 30 años, en vez de un enemigo tienes un amigo".

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