Dos mil quinientas mujeres marchan por Camiri, la capital de la riqueza petrolera y de la miseria indígena en la Provincia Cordillera, Bolivia. Son todas guaraníes, y al caminar forman una marea de pieles oscuras, de rostros marcados en los que es fácil adivinar el hambre diario y la vida brutal. Avanzan con carteles que reclaman igualdad de género, acceso a la justicia, vidas dignas. Es el 25 de noviembre de 2010, Día Mundial contra la Violencia de Género, y en el Chaco boliviano es la primera vez en toda la historia que las indígenas marchan por las calles. Entre ellas camina una mujer rubia y de tez blanca. Es Pilar Mateo, la capitana de los guaraníes.
Todos saben quién es. Los indígenas cuentan que ella sola fue capaz de conseguir lo que durante un siglo pareció imposible: erradicar el mal de Chagas en Camiri y en otras 99 comunidades de la zona, exterminando a las vinchucas, insectos parecidos a cucarachas voladoras que desde hace décadas se alimentan de la sangre de los guaraníes. Viven en las paredes y por las noches bajan a succionarlos hasta infectarles la sangre. Una lenta tragedia nocturna que ellos, aislados y sin tratamiento, suelen descubrir recién cuando empiezan a caer muertos.
Pero desde que llegó Pilar hace 13 años desde Valencia, recién doctorada en Química y con su gran invento en la mano, todo comenzó a cambiar. Traía una pintura para paredes diseñada químicamente para acabar con las vinchucas. Y si bien aún hoy quedan unos 500 mil guaraníes enfermos del mal de Chagas, del 80% de contagiados que había a su llegada, ahora la cifra ha caído a la mitad.
En el camino, se fue convirtiendo en la voz y esperanza de toda esa masa invisible. "Cuando llegué, encontré gente con la autoestima por el suelo, con los niños enfermos, acostumbrados a morir porque sí", dice Pilar Mateo al teléfono desde Camiri. "Mi pintura se convirtió en un micrófono para denunciar lo que estaba pasando".
Para los guaraníes no fue una sorpresa. Hace décadas venían repitiendo la leyenda que un gran líder del pasado había anunciado. A fines de siglo, una gran epidemia arrasaría con ellos. Pero la llegada de un forastero los salvaría de la extinción. Según Javier Cruz, representante mundial del pueblo guaraní, cuando vieron aparecer a Pilar con su delantal blanco, los más viejos supieron quién era ella. "Pilar es el hada madrina que siempre estuvimos esperando, desde que lo anunciaron nuestros abuelos".
Por eso, en las grandes asambleas del pueblo guaraní, la doctora Pilar Mateo deja de llamarse por su nombre. En esas ocasiones todos la llaman el "ángel blanco".
El vampiro de los pobres
Cuando llegó a la primera comunidad, Pilar Mateo entendió que ya no había vuelta atrás. 40 mujeres indígenas la esperaban con sus hijos en los brazos. "Me puse a llorar delante de todas. Me sentía incapaz de afrontar las expectativas de esas mujeres", dice.
La linterna hace clic y el haz de luz enfoca la pared de barro. Un ejército de vinchucas baja sediento por la precaria muralla. Es 1998 y Pilar Mateo pasa su primera noche en el Chaco. Nunca antes ha visto tanta miseria. No hay comida, la vivienda en que duerme no tiene luz ni agua, y parece como si en cualquier momento fuera a derrumbarse. Esa noche apenas duerme, tratando de evitar que los bichos se apoyen sobre su piel. Piensa en vampiros, en vampiros que viven de matar a los pobres.
Aún le cuesta entender cómo ha llegado hasta allí. Hasta hace poco era una joven química que había logrado diseñar un gran producto: una pintura para paredes capaz de matar a los insectos sin afectar a las personas. La había bautizado Inesfly, y su mecanismo de microencapsulado y liberación lenta de pesticida era genial. Muchos le decían que si vendía la patente iba a ser millonaria, y eso era lo que pretendía hacer. Pero un día una visita inesperada golpeó su puerta. Era un hombre bajo, de bigotes, que se presentó como el doctor Cleto Cáceres, de Camiri. En ese momento su vida cambio para siempre.
"Me impresionó cuando me dijo: 'Más del 80% de mi pueblo tenemos el mal de Chagas. Mi pueblo se muere'", recuerda Pilar. Poco tiempo atrás la habían contactado desde Argentina para intervenir La Rioja, donde también había vinchucas, pero esto era otra cosa. Le contaba Cáceres que en muchas comunidades todos los habitantes estaban enfermos, y que tenían muchos hijos para que alguno sobreviviera. Que los vampiros vivían en las casas, y que todos los días morían indígenas por paro cardiaco, estiramiento de los intestinos o colapso del esófago. Y que ella era la única que podía salvarlos.
Ingenuamente le contestó que viajaría con él, pasaría unas semanas pintando casas y volvería a su vida en España. Pero le bastó pisar el Chaco para entender que eso iba a ser imposible. "Cuando vi la primera casa indígena, me encontré con que no tenía paredes para pintar, eran cuatro palos y un tejado de cañas de palma", recuerda. "Si quería ayudar a esa gente, tendría que ponerme a levantar paredes yo misma". Cuando ese mismo día llegó a la primera comunidad, a las 5 de la mañana, entendió que ya no había vuelta atrás. 40 mujeres indígenas la esperaban con sus hijos en los brazos, para darle la bienvenida. "Me puse a llorar delante de todas. Me sentía incapaz de afrontar las expectativas de esas mujeres", dice la química. "Después nunca volví a llorar, a pesar de la rabia y la impotencia, porque toda esa gente se estaba apoyando en mí".
Frente a esas mujeres, paradas en medio de la noche, la química que iba a ser millonaria dejó de existir para siempre. "Sentí que tenía una familia, una enorme familia con hambre", recuerda. Decidió quedarse a vivir en la zona y se hizo guaraní. Pronto había organizado a los indígenas, y les daba comida a cambio de que la ayudaran a construir casas higiénicas. Desde entonces, ha habilitado 10 mil viviendas, y los indígenas la invistieron como gran capitana o Mburubicha Guazú del pueblo. Primero vivió un año en el Chaco, y volvió a España para juntar fondos y observar los resultados de su tecnología. Ya en 2006, luego de recibir dinero del gobierno de Valencia y otras donaciones, se radicó definitivamente en Bolivia y comenzó su cruzada total contra el mal de Chagas.
No sería tan fácil. Pilar pronto comenzó a sentir un fuerte rechazo de la ministra de Salud del primer gobierno de Evo Morales (que notaba en las numerosas trabas a su trabajo y en la negación de cualquier apoyo), y la agresividad de las grandes corporaciones acostumbradas a regar de pesticidas la zona. No tardaría mucho en recibir la primera amenaza de muerte.
El ángel del Chaco
Pero el impacto de su pintura en la zona ya era evidente, y las mujeres indígenas le rogaban que no las abandonara. Según Abraham Gemio, experto en mal de Chagas y director de Chagas Bolivia, es imposible negar los logros de la española. "Por sus propios medios ha intervenido un centenar de comunidades, disminuyendo la presencia de la vinchuca tan drásticamente que ha llegado a desaparecer totalmente", asegura.
Sin embargo, su triunfo contra una enfermedad que de forma activa o pasiva padece el 40% de los bolivianos, pero que mata sólo al sector más pobre, que no puede acceder a tratamiento, no la ha convertido en un personaje aceptado por todos los sectores en Bolivia. "Hace menos de un año, hubo una fuerte campaña de las grandes compañías de pesticidas en su contra. Tratan de apartarla, porque no quieren que su producto las desplace", afirma el doctor Cleto Cáceres.
Y parte de esa odiosidad también tiene que ver con la evolución interna de Pilar Mateo, que ha adoptado un rol político y un discurso social que dispara sobre un tema muy sensible: la miseria de los indígenas en las tierras de las cuales se extrae la mayor parte del gas y el petróleo del país. Su cruzada, reconoce, ya no es sólo contra las vinchucas. "Me di cuenta de que el mal de Chagas es una mentira, que tapa la realidad miserable de los que lo sufren", dice con indignación. "La llaman la enfermedad invisible, pero lo único invisible es la gente que muere por él. Y la única manera de superarlo es la movilización social".
La conexión Azkargorta
Entre ellas se llaman "Las Valientas". Son el grupo de mujeres indígenas que Pilar Mateo ha cuadrado detrás de sí, y que se mueven para tratar de mejorar la realidad guaraní. Están organizadas en el Movimiento de Mujeres Indígenas del Mundo (Momim), que fundó la española y que también integran mujeres aborígenes de México y Panamá, con sedes en el País Vasco y en Londres. En los últimos cinco años han fundado escuelas de repostería y de peluquería, inauguraron una radio indígena, y festejaron la graduación de la primera doctora guaraní. También están preparando a su primera abogada, Margarita, una quechua que fue vendida por cien dólares a su marido y a los 30 años ya era abuela. Casi todas han sido víctimas de reiteradas violaciones y maltratos, pero ahora, por primera vez en sus vidas, se sienten protegidas.
"Me di cuenta de que el mal de Chagas es una mentira, que tapa la realidad miserable de los que lo sufren", dice la española con indignación. "La llaman la enfermedad invisible, pero lo único invisible es la gente que muere por él. Y la única manera de superarlo es la movilización social".
Pilar Mateo recorre las comunidades en un furgón y las lleva a estudiar a las escuelas. Todos los años instala una gran caja para que las guaraníes escriban sus sueños, y luego su fundación trata de cumplirlos. "Me di cuenta de que no sabían soñar. Les preguntaba qué soñaban y no sabían qué decir. Entonces inventé la caja de los sueños. La mayoría quiere estudiar y jugar al fútbol", dice la doctora.
Fue a través de ese deporte que en julio realizaron un viaje inolvidable. Hace tiempo venían organizando partidos de mujeres indígenas en la liga de fútbol "La Doctorita" y Pilar veía que ésa era la actividad que más les subía la autoestima. Entonces se lanzó detrás de una idea imposible. Quería que esas mujeres, que ni siquiera tenían carné de identidad, viajaran a jugar a un campeonato internacional. Primero logró que las invitaran a la Donosti Cup, un importante torneo en el País Vasco, y luego consiguió algo que hasta hoy asombra en Bolivia: que Xabier Azkargorta, el héroe nacional que logró la única clasificación del país a un mundial, se hiciera cargo de entrenarlas. Y que llamara a Evo Morales para que les diera pasaportes.
Al mando de él y de Pilar, 22 mujeres indígenas, todas enfermas de Chagas y madres de 58 hijos en total, viajaron a España y fueron la sensación del torneo. Para todas, fue el primer viaje de sus vidas. Hoy, Azkargorta recuerda con emoción esos momentos. "Estas mujeres tienen una capacidad de trabajo y sufrimiento enorme. El entrenamiento es un descanso y una diversión que practicaron con orgullo", asegura. "Desde el primer día al último dieron una lección de dignidad y fortaleza".
Pilar realiza esas labores como una especie de alcalde no electa de los guaraníes, mientras afina los detalles de su plan final para limpiar 30 mil viviendas en el Chaco y erradicar el mal de Chagas. A fines de 2011 consiguió que el presidente Evo Morales la recibiera para discutir su proyecto. Fueron los mismos guaraníes quienes, temerosos de que se marchara por las amenazas de muerte que recibía, lograron abrirle la puerta del gobierno. Era la primera vez en la historia que un pueblo indígena se cuadraba para defender una tecnología. Al poco tiempo de esa reunión, se aprobaron dos leyes que hoy impulsan el uso de Inesfly para eliminar las vinchucas.
El destino de Pilar Mateo, sin embargo, está muy lejos del Chaco. En estos momentos está terminando de diseñar, a través de su Fundación Ciencia y Conocimiento en Acción, y con el apoyo de capitales privados europeos, una gran intervención para acabar con la malaria en África. "Ése será el gran proyecto de mi vida, porque la malaria afecta a todos", asegura. El plan, que tendrá su base en Ghana, incluirá educación y movilización social, y para llevarlo a cabo ha rechazado ofertas de varias decenas de millones de euros por la patente de su tecnología.
Ahora, cuando los resultados de su trabajo son evidentes, muchos hacen fila para distinguirla. La nombraron Mujer del Año en Valencia, y Unicef le dio su premio de Salud y Medioambiente, entre otros galardones. Pero ella dice que su único sueño es inspirar a otros científicos para que dejen los papers y empiecen a ayudar a la gente. "Yo recibo un Nobel cada vez que me abraza una madre y me dice: Doctorita, mi hijo no tiene Chagas. Ése es el verdadero premio", asegura. "Y estoy convencida de una cosa: el conocimiento, si lo ponemos al servicio de los demás, cambiará la historia del mundo".