Por Juan Pablo Garnham Junio 7, 2012

Ellos lo llaman trabajo de hormigas, pero en realidad es trabajo de lombrices. En la Dirección de Gestión Ambiental de La Pintana un equipo de hombres y mujeres ven cómo reducir, reutilizar y reciclar la basura de la comuna. Las ramas y troncos caídos se transforman en chips y en muebles. Los residuos orgánicos pasan a composteras, es decir, acumulaciones de desechos donde los restos de frutas y vegetales se amontonan en pilas recubiertas. Allí, y mediante un proceso de descomposición orgánica, de 10 kilos de materia se pasa a cuatro de abono. Pero quienes mejor hacen este trabajo de reducir la basura son las lombrices: en un sector aledaño a las composteras, cientos de miles de millones de ellas comen la basura vegetal de la comuna día y noche, creando humus, un abono de primer nivel.

“Diez kilos de residuos pasan a ser apenas 1,6 kilos de humus”, explica Manuel Valencia, director de esta oficina  municipal. Se puede reducir más de un 90% del tonelaje de los residuos, pero no sólo eso. Lo que era basura se hace útil: la tierra de hojas de las composteras y el humus de la lombricultura van a parar a las áreas verdes de la municipalidad. “Lo que más hacemos es reducción de residuos”, dice Valencia, “pero esto no lo hacemos porque seamos creativos, lo hacemos por necesidad”. La posibilidad de vender estos productos reciclados está fuera del tapete, ya que los municipios tienen prohibición de generar negocios, pero han logrado descontar el humus y la tierra de hoja del precio que les pagan a las empresas que hacen la mantención de los parques.

A diferencia de otras comunas, La Pintana no tiene los recursos para construir modernos “puntos limpios” y debe buscar fórmulas creativas para arreglárselas con lo que tiene, aunque sea basura. La pura comparación de lo que ganan los pintaninos respecto a otras comunas es abismante: a 2006, el promedio de ingreso por hogar era cuatro veces más bajo que el de Las Condes, por ejemplo. Esto, para el alcalde Jaime Pavez (PPD) no es excusa para no reciclar, sino un incentivo. “Nosotros siempre estamos entre pocos recursos y muchas necesidades. Reciclar nos implica un ahorro: menos viajes al relleno sanitario y menos toneladas. Además, logramos mantener cada metro de área verde a un costo menor”, explica.

“En La Pintana despejan el mito de que sólo hay reciclaje en Las Condes o Vitacura, con sus puntos limpios”, agrega Ricardo Irarrázabal, subsecretario de Medio Ambiente. Así, mientras Santiago recicla el 10% de sus residuos domésticos y municipales y Vitacura un 3,2%, La Pintana llega a un 19%. “Para esto se necesita un respaldo político importante por parte de la autoridad comunal a los temas medioambientales”, continúa el subsecretario. El alcalde Jaime Pavez ha trabajado en esta línea desde que llegó al municipio en 1992 y coincide con Irarrázabal. “Esto es simple y, por ello, barato. Lo que sí requiere es  tener la voluntad y la disposición para hacerlo”, cuenta el edil.

Los encargados del municipio pasan periódicamente informando a los vecinos de La Pintana sobre el sistema. Así han logrado que un 28% del material de residuo vegetal llegue a sus composteras y sus nichos de lombricultura.

“Municipios con buenos puntos limpios no logran tasas tan altas de reciclaje como las de La Pintana”, dice el académico y experto en gestión de residuos de la UNAB Cristián Araneda, “les falta tener coordinación y una política clara de minimización de residuos, más que de reciclaje”. El impulso de este tipo de políticas está siendo apoyado desde el Ministerio de Medio Ambiente y poco a poco el gobierno espera que la situación cambie. Puede sonar como un detalle, pero las nuevas legislaciones han modificado el nombre de los departamentos de “Aseo y Ornato” por “Medio Ambiente, Aseo y Ornato”, además de entregar nuevas atribuciones a estas unidades y obligar a las municipalidades a crear ordenanzas ambientales.

Sin embargo, en La Pintana este cambio no necesitó de una ley. Hace años modificaron el nombre al departamento y, con esto, a la actitud respecto a los desperdicios de la comuna. De hecho, hasta se resisten a utilizar el concepto de reciclaje: la idea es revalorizar lo que otros llaman basura y dar un trato integral al tema, intentando que la llegada de materiales al relleno sanitario sea la última opción. “Nosotros no hablamos de reciclaje”, dice Manuel Valencia, de la Dirección de Gestión Ambiental, “hablamos de gestión integral de recursos. Reciclaje es una palabra demasiado usada. Suena bien, pero es marketing más que nada”.

La fórmula de la pintana

Hace una década, en La Pintana decidieron hacer un experimento. Vaciaron el contenido de los camiones recolectores y analizaron de qué se componía. Separaron papel, plásticos, materia orgánica y el resto de la basura. El resultado fue que encontraron que algo más de la mitad eran residuos de origen vegetal. La apuesta del municipio fue, entonces, enfocarse en esta mitad. Se trató de una opción pragmática, buscando lograr un efecto relevante, pero que al mismo tiempo no fuera una gran dificultad para la población a la hora de separar los desperdicios.

Un caso distinto se dio en Puente Alto, por ejemplo,  cuando se implementó un proyecto de recolección separada de los residuos. Luego de tres años, éste fue cancelado. “Sembrar la comuna con tachos de tres diferentes colores no logra nada sin sensibilización de la población al respecto”, explica Cristián Araneda.

Por esto, luego de tomar la decisión de enfocarse en los orgánicos, el segundo paso en La Pintana fue acercarse a la población, proceso que continúa hasta hoy. Los encargados del municipio pasan periódicamente puerta a puerta, informando a los vecinos sobre el sistema. Creen que la educación de los niños en los colegios es insuficiente, que ya se ha hecho por muchos años y que no ha logrado un país más verde. Por ello, los adultos son un objetivo prioritario y se acude a sus casas. Les hablan entre cinco y diez minutos, les explican sobre el programa y les dan una lista de qué es orgánico y qué no lo es. “Esto es importante porque la gente no sabe qué es vegetal”, dice Manuel Valencia, del municipio. Así han logrado que un 28% del material de residuo vegetal llegue a sus composteras y sus nichos de lombricultura.

Dicen que para todo esto ha sido clave la experiencia. Que los más de diez años trabajando los residuos orgánicos les han enseñado cosas que los manuales no decían y han logrado mejorar la eficiencia de sus sistemas. De hecho, Valencia asegura que el conocimiento generado desde La Pintana es muy valorado por las universidades: “Ellos vienen a aprender de nosotros más que nosotros de ellos”, explica. “Una de las lecciones de La Pintana es la importancia de tener consistencia en el tiempo con los objetivos”, añade  Araneda, “tener éxito a largo plazo te lleva a crear otros proyectos, como ellos lo han hecho con el biocombustible”.

Verdes por necesidad

De la iniciativa que habla Araneda es del reciclaje del aceite usado desde casas y comercios de la comuna. Hoy reciben cien litros diarios, que mediante un sistema de diseño propio y de bajo costo, transforman en 100 litros de biodiésel. Éste se usa como aditivo en los camiones recolectores de la comuna, mejorando las prestaciones de éstos. El costo es de apenas $100 el litro y, si algún día llegan a obtener 450 litros diarios, podrían dejar de depender del diésel tradicional en la flota municipal.

Hoy una fuente impensada pero permanente de estos desechos son los sopaipilleros de la zona. Cuando hubo que renovarles los permisos, el municipio les puso como condición que entreguen su aceite usado a la Dirección de Gestión Ambiental. “Esto te habla de una gestión integrada”, dice el subsecretario Irarrázabal, “la persona que entrega el permiso sabe que existe un trabajo en este sentido. La medida demuestra creatividad y también que el tema ambiental está en el switch de todas el equipo. Donde hay posibilidades de incluir gestión ambiental, se incorpora”.

Una fiebre que no se contagia

El alcalde Jaime Pavez se para en la entrada del recinto donde funciona la Dirección de Gestión Ambiental de su comuna y apunta hacia el suelo. Se ve un mosaico. “Está hecho con desechos, todo el lugar está lleno de pequeños detalles educativos”, revela. En el recinto hay huertos, árboles frutales y hierbas medicinales, el sistema que crea el biodiésel y grandes extensiones donde reposan los desechos que serán compost para los parques y el vivero municipal. Además, hay salas donde se les hacen cursos a los vecinos que quieren aprender a reciclar, a cuidar sus jardines y a crear sus propios huertos.

Calculan que diez mil vecinos -entre ellos, los estudiantes de los colegios locales- visitan cada año el lugar. A esto se suman cinco mil visitas externas: estudiantes universitarios, ONGs y, por supuesto, otras municipalidades que vienen a conocer el modelo. “De cierta manera, La Pintana es casi un caso de estudio par analizar cómo con voluntad política y con líderes que convencen al resto es posible llevar a cabo un proyecto a largo plazo”, dice el subsecretario Ricardo Irarrázabal.

Con todo, el ejemplo no ha sido replicado. Son contadísimos los casos de comunas pobres que han seguido un camino tan efectivo. “Por un lado, las municipalidades no tienen los recursos para poder disponer de puntos de reciclaje. Pero, por otro, las tarifas de pago a los rellenos sanitarios desincentivan el tema. Entre más toneladas le entregues al relleno, menos vas a pagar por tonelada”, dice José Manuel Melero, director de la fundación Ciudadano Responsable. Si a esto se le suma el hecho de que el mercado del reciclaje es poco competitivo y a que los réditos políticos son leves en comparación con otras medidas, existen pocos alicientes para impulsar políticas como las que ha implementado La Pintana.

El Ministerio del Medio Ambiente busca implementar un fondo de fomento al reciclaje. Éste estaría financiado con el impuesto verde, idea que va dentro de la reforma tributaria, y que gravaría a los productos de corta vida y difícil degradación.

“Cuando se buscan protagonismos políticos a corto plazo, generalmente esto parece estar reñido con los temas ambientales, pero esto también es políticamente rentable a plazos mayores”, enfatiza el alcalde.

El Ministerio del Medio Ambiente busca complementar esta situación mediante un fondo de fomento al reciclaje. Éste estaría financiado con el impuesto verde, proyecto que va dentro de la reforma tributaria y que gravaría a los productos de corta vida y difícil degradación, como los neumáticos, el aceite lubricante y las ampolletas.

Por otra parte, los expertos indican que el proyecto de La Pintana es positivo, pero tiene sus alcances. “Es un buen modelo y se puede replicar en otras comunas, pero no necesariamente en todos lados. Para cada lugar hay que adoptar distintas estrategias”, dice Cristián Araneda. La Pintana, por ejemplo, tiene la suerte de contar con grandes extensiones donde se puede hacer el compostaje, pero no necesariamente es así en todos los municipios. “Hay diferentes estrategias, pero lo que es transversal es el compromiso político y también el compromiso de los vecinos a exigirles a los políticos”, comenta Araneda.

“Hasta hace muy poco la temática ambiental, salvo liderazgos muy claros de los alcaldes, no estaba muy involucrada en las políticas municipales”, dice el subsecretario Irarrázabal. La Pintana, a diferencia de otras comunas, ya tiene bastante camino andado y hoy irá por más. Una vez ya acostumbrados los vecinos a la separación de residuos orgánicos, esperan expandirse al reciclaje de otros materiales, como vidrio o plástico.

“Cuando la gente se ha educado y ha cambiado sus hábitos al separar la materia orgánica, tú puedes colocar una segunda, tercera o cuarta vasija”, dice el alcalde Pavez, “esto nos podría llevar a tener al menos un 90% de los residuos preseleccionados en el origen, lo que permite reciclarlos”. La Pintana ya tiene su meta clara. La pregunta es cuál será la meta de las 345 comunas restantes del país.

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