Por Nicolás Alonso Enero 3, 2013

Lo primero que la impactó esa tarde de 1954 fueron las poderosas luces de la Estación Central. Aída Moreno tenía 16 años y nunca antes había salido de Graneros, una localidad rural cerca de Rancagua, cuando tomó por primera vez el tren camino a Santiago, donde la esperaba una pareja para emplearla como “niña de mano”. Eso decía la carta que había llegado al fundo, y era una forma de decir que iba a trabajar de empleada doméstica.

Las luces de los carteles, que marcaron un quiebre inmediato entre su pasado y el presente, dejaron atrás una historia amarga, pero no infrecuente para la época. Había nacido del vientre de otra niña como ella, de 14 años, violada en la lechería donde trabajaba. Por problemas de nutrición había empezado a caminar a los tres años, y sólo había podido llegar a tercero básico. El resto había consistido en levantarse a las tres de la mañana para ordeñar, y sobrevivir gracias a los cuidados de su abuela, Margarita del Pozo, otra mujer de historia similar a la suya, en nombre de quien, casi 60 años después, crearía una fundación para concretar un sueño que entonces le hubiera parecido un chiste.

Pero esa tarde, antes de saber que crearía esa fundación con la misión de levantar en 2012 la primera casa de acogida premium para ex empleadas, y que antes de eso lucharía por los derechos de las trabajadoras del hogar y llegaría a ser la secretaria general de la confederación latinoamericana del rubro -y a escribir un libro con su propia historia-, Aída Moreno sólo sentía temor por cómo la iban a tratar en la casa de Providencia adonde estaba destinada. Tuvo suerte: le tocó una familia de extranjeros que no había podido tener hijos y que llenó ese vacío con su llegada. Pronto Aída empezó a sentir que su vida estaba mejorando.

Después de seis años en esa casa, comenzó a frecuentar un hogar para nanas que había creado monseñor Bernardino Piñera junto al Padre Alberto Hurtado en el centro de Santiago. En el lugar, que buscaba ser un punto de encuentro para que las trabajadoras llegadas del campo tuvieran donde estar fuera de sus trabajos, empezó a forjarse un movimiento de empleadas del cual Aída sería pieza fundamental. En 1954 crearon una cooperativa de ahorro y préstamo, Mujercoop, que hoy tiene 1.400 abonadas y presta dinero a las trabajadoras del hogar. Poniendo parte de sus sueldos, reciclando botellas y haciendo actividades, al poco tiempo comenzaron a financiar sindicatos y cursos de capacitación. Allí Aída terminó su educación básica y creó una empresa de limpieza de oficinas, Quillay.

No todo era tan bueno. Con los años, y la vejez de las empleadas antiguas, Aída comenzó a notar que el final del camino solía ser amargo: cuando las nanas eran demasiado viejas para trabajar, quedaban, casi siempre, en la miseria.

“Yo he estado enferma y sola. Y he visto las condiciones en que quedan las trabajadores mayores. Alejadas de sus familias, sin trabajo, en piezas miserables”, dice Aída, quien hoy tiene 73 años. “Por eso empecé a pensar todos los días: ojalá Dios me permita crear un hogar”.

Durante 2007 decidió llevar a cabo su deseo: levantar una casa de acogida para trabajadoras del hogar en Santiago. Para eso creó una mutual de trabajadoras, la bautizó “Caminando juntas”, juntó a cerca de 80 socias y llegó a conseguir que el Estado le diera un sitio en Pedro Aguirre Cerda. Pero la demora en la entrega del terreno y los pocos fondos echaron abajo el proyecto. No se dio por vencida. A comienzos de 2010 decidió invertir sus pocos ahorros en crear una fundación, y la bautizó con el nombre de su abuela, la única persona que la había cuidado en su vida. La idea era, ahora, cuidar de otras como ella.

Las cosas esta vez resultarían distintas.

 

Todas juntas

La historia de Gloria Miranda, aunque menos dura, podría ser también la de Aída Moreno, y la de muchas de sus 70 compañeras en la Fundación Margarita del Pozo. Había sido la tercera de 14 hijos de un trabajador de fundo en Hualañé, un poblado cercano a Curicó. Se había puesto sus primeros zapatos a los seis años, a los nueve ya trabajaba, y a los 15, luego de la muerte de su padre, tuvo que emprender viaje a Santiago para ser trabajadora doméstica.

Con su sueño de ser funcionaria de banco frustrado -había tenido que abandonar tercero básico para venirse a Santiago-, a principios de los 60 se acercó a la cooperativa de ahorro y préstamo de trabajadoras del hogar, y luego de capacitarse se convirtió en presidenta durante cinco años. Allí conoció a Aída Moreno y a otras dirigentes que empezaban a destacar en el movimiento.

Cuando Aída le suplicó, ya en 2010, que le pidiera ayuda a su empleadora, Nora Fuenzalida, de 84 años y buen pasar económico, para que las ayudara con su proyecto de la casa hogar, ella se resistió. Gloria tiene desde hace 24 años una relación profunda con Nora, a estas alturas más cercana a la amistad que al trabajo, y no quería meter un proyecto que parecía imposible entremedio. Aída insistía: Nora vivía en una costosa casa de acogida en La Dehesa, similar a la que ellas soñaban, y con sus contactos podía ayudarlas a recibir el apoyo que las autoridades nunca les habían dado.

Cuando finalmente Gloria comprometió a su empleadora en el proyecto, las cosas empezaron a tomar forma. Con ayuda de ella, en 2010 le escribieron una carta a la ex ministra de Bienes Nacionales, Catalina Parot, solicitándole un sitio para levantar una casa de acogida. Recibieron una respuesta positiva, y dos años después, a mediados del año pasado, el terreno llegó a manos de la fundación. Es una propiedad de 5 mil metros cuadrados en Colina, a dos cuadras de la plaza del lugar, la cual les fue dada en concesión por cinco años, a la espera de que concreten el hogar.

“Les decía a las autoridades que existían estas mujeres maravillosas, trabajando juntas desde hace 60 años, y que llegaba el final de sus vidas y nadie las reconocía”, cuenta Nora Fuenzalida. “Ellas tienen que tener un hogar igual al mío”.

Los planos del edificio fueron diseñados por la oficina Alemparte Barreda y Asociados, una de las más reconocidas del rubro. Manuel Wedeles, amigo del difunto marido de Nora y socio de la firma se ofreció para realizar gratis el proyecto, que fue concretado por su hijo, también arquitecto, y el hijo de la empleada de su propia casa, quien es egresado de Arquitectura y trabaja en la oficina. A partir de mayo, recorrieron distintas casas de acogida del barrio alto, y diseñaron una casa similar. El proyecto, que cuenta con 60 habitaciones con baño privado, sala de estar y sala de cine, tiene un detalle especial: cuenta con aleros, un tipo de pasillo para caminar por fuera de la casa, propio de las viviendas coloniales del sur de Chile, donde se crió gran parte de las socias.

Con los arquitectos comprometidos, y con ingenieros contactados por la firma dispuestos a donar su trabajo, Nora le escribió a la primera dama, Cecilia Morel, solicitándole apoyo para construir la obra, y ésta le envió a través de una asistente los papeles para postular a una subvención presidencial, a la cual acaban de enviar el proyecto. Mientras tanto, ya tienen a 70 socias inscritas, entre ellas Gloria y Aída, quienes aportan un pequeño monto mensual, y que deberán poner el 90% de sus jubilaciones al momento de habitar la casa. Mientras esperan donaciones, esos son los únicos fondos destinados a la mantención del hogar.

“Esto va a generar inversión, pero también va a atender a un grupo muy necesitado, tan importante en nuestra sociedad”, dice el ministro de Bienes Nacionales, Rodrigo Pérez Mackenna. “Ojalá pueda mover a iniciativas similares”.

Las mujeres miran los planos sobre una mesa del antiguo hogar fundado por monseñor Piñera -que hoy pertenece al Arzobispado- y se emocionan. Cuentan que va a tener capilla, y huertas para plantar sus alimentos. La idea es que de aquí a dos años esté funcionando, y para eso piensan hacer durante 2013 una campaña nacional, en la cual cada donante podrá financiar un metro cuadrado del proyecto final. El plan es proponerle a la actriz Catalina Saavedra, protagonista de la película  La nana, que sea el rostro.

Mientras sueña con un futuro en que cada ciudad del país tendrá una casa de acogida similar a la de ellas, Gloria Miranda dice que dentro de esta iniciativa hay dos cosas inamovibles: que el salón principal se llamará “Nora y Rodolfo”, en honor a la pareja que fue la llave para que saliera adelante. Y que el otro salón se llamará “Aída Moreno”.

Su último deseo, dice Gloria, es convencer a Nora de que se mude con ellas. Que se vaya de su casa de acogida en La Dehesa para la de Colina, que a esta altura también, dice,  pertenece a ella.

“Todas nos conocemos, somos una familia y nos vamos a cuidar unas con otras”, explica Gloria Miranda. “Vamos a tener nuestras piezas bonitas, nos vamos a servir el desayuno, lavar nuestras cositas. Es sólo eso: tener una vejez digna. Morir en paz”.

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