“Esperábamos que nos vinieran a desalojar. Pensábamos que con un enfrentamiento esto iba a salir a flote, que íbamos a lograr un impacto, y a lo mejor yo podía volver a mi casa”, dice Antón Pérez. “Pero nunca nadie vino. Ni eso tuvimos”.
A las 3 de la mañana se escuchan pasos. Voces. La penumbra en el enorme edificio es completa, y en el octavo piso, en la sala 8.3 de Enfermería, en donde la alumna de Psicología Evelyn Sánchez duerme con su pareja, el alumno de Arquitectura Iván de la Fuente, seis tipos entran abriendo la puerta de un golpe. Entonces hay confusión, gritos e insultos. Una orden rabiosa, repetida en muchas otras noches, golpea en el aire de todo el lugar: “¡Estamos en toma, conch…! ¡Váyanse!”.
Emergen de otras abandonadas salas otros inesperados alumnos y los intrusos corren escalera abajo, tropezándose con las barricadas de sillas. Vuelan sobre ellos trozos de madera y objetos diversos. Uno de ellos es golpeado fuertemente por un casco, que alguna vez, antes de ser usado para ahuyentar ladrones, fue empleado en prácticas de Arquitectura.
Un cuarto de hora después llega una patrulla con tres carabineros, y la explicación que dan es sencilla: “Los ladrones piensan que el edificio está vacío”.
Pero no está vacío. En él aún viven diez alumnos, en una toma interminable. Ni los ladrones se acuerdan de eso.
EL AÑO MÁS LARGO
Es de madrugada, y una bruma espesa rodea a la sede Reñaca de la Universidad del Mar. La suciedad y el abandono le dan al moderno edificio un aspecto perturbador. El taxista, que frena extrañado frente al elefante en ruinas, advierte que allí no queda nadie, que la universidad ya murió. Sobre la construcción, en lo alto, una bandera de Chile flamea al revés. Un poco más allá, otra negra la acompaña. Nadie ha retirado el cartel desteñido que hasta hace un año daba la bienvenida a miles de estudiantes de una treintena de carreras.
La escalera central está bloqueada por centenares de sillas, apiladas en barricadas, construidas para resistir un desalojo que nunca llegó. Luego del decreto de cierre de la universidad, dictado a principios de año, el inmueble volvió a manos de la aseguradora. Desde entonces, todo quedó en un completo abandono. A la derecha, las oficinas administrativas han sido arrasadas, y sobre un escritorio hay un cartel con la misión de la casa de estudios que tiene rayado con plumón “MIENTEN” y un signo dólar. En el piso hay tesis de magíster y basura, y al final están las cajas con las letras de pago por buena parte de los $50 mil millones adeudados por los alumnos de la Universidad del Mar.
Por los pasillos del cuarto piso, que avanzan entre salas rayadas y regadas de computadores rotos, impresoras, botellas de alcohol y basura, los diez alumnos que habitan el lugar van saliendo de sus dormitorios hacia la sala común. Este 28 de diciembre cumplen un año en toma, la más larga de la historia nacional.
En un basurero, hay dos títulos universitarios desechados, y en la sala-living dos estudiantes juegan ajedrez, la única entretención desde que hace tres meses les cortaron la luz y el agua. El resto toma desayuno en una lujosa mesa que era del rector. Las sillas fueron quemadas. No son días fáciles. El ministerio está pronto a firmar el acuerdo con la Universidad de Playa Ancha para que ésta gestione la formación de los 400 alumnos que quedarán el próximo año entre las sedes Viña del Mar y Quillota, antes de concretarse el cierre, en febrero de 2015. El acuerdo respeta el avance curricular, pero los títulos serán otorgados por la U. del Mar, no por la casa que los reciba. Las demandas que ellos han planteado para bajar la toma -titulación en la UPLA, condonación de todas sus deudas, indemnizaciones y la posibilidad de hacer un posgrado gratis- no han sido incluidas en el acuerdo.
-Nos sentimos totalmente abandonados por la Confech y por el ministerio. Todos nos han desechado -dice Evelyn Sánchez, quien tiene 34 años y está embarazada de tres meses, mientras muestra en su celular unos mensajes de Camilo Ballesteros en que le promete una visita que no llegó-. Esto me jodió todo el futuro. Tuve que pedir licencia por depresión y me echaron del trabajo. Acá me truncaron un sueño de vida, era mi proyecto. Y se murió.
Sube por las escaleras sucias y señala con un gesto irónico una pared que reza: “3 SEMANAS… NINGUNA RESPUESTA”. Antes del corte de servicios básicos, eran 50 personas en toma, pero hoy, cuando quedan tan pocos, les cuesta explicar qué esperan permaneciendo allí. La mayoría de sus ex compañeros se reubicaron en otras universidades, pero los que quedaron no tenían esa posibilidad: estudiaban en la noche y trabajaban durante el día para pagarse los estudios, por lo que no pudieron pasar a un horario diurno ni aceptar, como los demás, retrasarse en sus carreras varios años.
Ahora ordena su “pieza”, la sala 8.3 de Enfermería, y cuenta que entró a la U. del Mar porque no le pedían PSU. Tiene un colchón, un sillón y su ropa tirada por el piso. También una estufa y una aspiradora que funcionan dos horas al día gracias a un generador regalado por un sacerdote. De los alumnos en toma, es una de las dos que asisten a clases en la sede Recreo, aunque se niega a pagar las mensualidades.
Dice que estaba orgullosa de estudiar en la universidad. Y que el golpe fue grande, pero aprendió a convivir con eso. También que han ido aprendiendo otras cosas: a vivir en comunidad, a contenerse. Y que eso frenó en parte las depresiones en el grupo. Hoy sueña, como casi todos, con formar entre ellos una comunidad autosustentable, y para eso están haciendo su primera huerta en el campus, junto a talleres de yoga y reflexología que dicta Jaime Yovanovic, un ex mirista -condenado a principios del milenio a pena remitida por el asesinato del general Carol Urzúa y dos escoltas en 1983- que aparece cada cierto tiempo por la toma . En el futuro, dice Evelyn Sánchez, sueña con “recuperar” el edificio y abrirlo a la comunidad, como un centro cultural contra el lucro.
De a poco, la universidad se ha ido volviendo menos una toma, y más algo así como una facultad-okupa.
LA RESISTENCIA
-Este edificio es un símbolo de la injusticia, del dolor, de la discriminación, de la desilusión y de la rabia -dice Antón Pérez, 36 años, estudiante de quinto año de Psicología-. Pero te hace quedarte acá. Hay todavía tanto que denunciar.
Está sentado en el techo de la facultad, en el octavo piso, y a su alrededor la noche lo envuelve. Siempre sube hasta ese lugar cuando está triste, para estar solo. Dice que ya casi no aguanta estar allí, luchando por comida en vez de por su futuro. Pero que no podría irse sin culpa.
Como casi todos los que viven en la sede, Antón es el primero de su familia en ir a la universidad. Su madre es auxiliar de aseo y él se crió en los colegios donde trabajaba. De ahí que su sueño fuera estudiar. Trabajó de empaquetador, de junior y lavando platos. En 2008 entró al turno nocturno de la U. del Mar convencido por los créditos internos que ofrecían, de hasta 50%. En eso estaba, estudiando hasta medianoche y trabajando en un supermercado, cuando empezó la crisis que derivó pronto en el cierre, y que lo dejó a él desde hace un año pensando arriba de ese techo. Sólo le queda la tesis, pero debe un millón y no tiene cómo pagarlo.
-Esperábamos que nos vinieran a desalojar. Pensábamos que con un enfrentamiento esto iba a salir a flote, que íbamos a lograr un impacto, y a lo mejor yo podía volver a mi casa -dice-. Pero nunca nadie vino. Ni eso tuvimos.
La primera mitad del año fue distinta: eran medio centenar de personas, tenían duchas, y varios profesores asistían a hacerles clases por su cuenta. Tenían un equipo que recopilaba documentos para entregar a los medios. También le bloquearon el paso a un síndico de quiebra que llegó al inmueble, porque creían que podían conseguir la estatización de la universidad. Ésa era la bandera de lucha. Para los amagues de desalojo se juntaban hasta 200 personas adentro, y así se fueron perdiendo computadores, y se fue destruyendo el lugar. Después del anuncio de cierre, todo se redujo a una tensa espera, mientras se iban quebrando las relaciones y sólo quedaban los más desesperados.
En el Ministerio de Educación dicen que el convenio con la UPLA es la mejor solución, pero que no pueden obligar a otras universidades a titular a alumnos que no cumplen con requisitos como la PSU. “A nosotros lo que nos preocupa es que los alumnos puedan seguir estudiando”, dice Felipe Santa María, coordinador nacional del cierre de la U. del Mar, quien defiende el valor de los títulos que recibirán: “A partir del 2013 el control sobre el proceso educativo tiene muchísimas más miradas encima. Por los estudiantes, los profesores, el Consejo Nacional de Educación, el ministerio, y la universidad del convenio, que también entrega un respaldo formativo”.
El rector de la U. del Mar, Patricio Galleguillos, dice que está satisfecho por los 4 mil estudiantes que se han titulado desde la crisis, y que la toma escapa a la universidad, porque el edificio ya no les pertenece a ellos, sino a la aseguradora y las inmobiliarias que controlan los fundadores: “Muchos de estos estudiantes no tienen actividad académica el 2012 y 2013 y, por lo tanto, están en una situación muy compleja. La ocupación del inmueble ya no es responsabilidad de la universidad sino de Vida Security y de su arrendador directo que son las inmobiliarias Rancagua y DelMar”.
Iván de la Fuente, de 32 años, es uno de los líderes de la toma, y considera al convenio una nueva estafa. Era presidente del centro de alumnos de Arquitectura al inicio de ésta. Está en una pelea para que le convaliden seis ramos que tuvo que dejar por una depresión severa, y que se niega a volver a pagar. Después de eso, le queda sólo el título, pero, como los demás, exige ser condonado, una compensación económica y una beca de posgrado.
-Tú no pagas un servicio de mierda. A ti te estafaron. Yo no voy a salir con las competencias de un arquitecto. Ni siquiera me van a enseñar arquitectos, sino ingenieros, es un absurdo -dice ofuscado-. ¿No es justa una compensación?
EL OLVIDO
-El Kenny es el único bueno para la lectura, se come todos los libros -dice risueño el alumno de Kinesiología Fernando Obando, de 26 años, mientras muestra “su departamento”.
Vive en la biblioteca con su pareja, Fernanda Rodríguez, de Fonoaudiología. Tienen living, dormitorio, baño, sala de estar; todo con muebles y sillones del edificio. Luce polera de Martin Luther King y largas rastas. Mientras muestra el lugar, su conejo, Kenny, que vive en la biblioteca, muerde cables de computadores y libros, entre otras cosas.
Obando fue uno de los iniciadores de la toma, y estuvo 9 días en huelga de hambre. Llegó a pesar 40 kilos, pero dice que no sirvió de nada. Este año no es alumno regular, porque se negó a costear un pagaré por su deuda. Estuvo a punto de matricularse en la U. Viña del Mar, volviendo a primer año, pero una vez allá, sintió que iba contra sus principios y regresó a la toma. Dice que ya no espera nada, y que pronto tendrá que abandonar todo y buscar un trabajo.
Sale de la biblioteca y cuenta, al igual que Antón Pérez, que hace medio año lo que todos querían era una buena pelea de desalojo para sacarse la rabia. Que hacían ensayos con 200 personas, y asambleas para determinar estrategias de combate o aprender a hacer bombas molotov.
-Acá hacíamos los ensayos. Nos poníamos en dos escenarios: 50 personas acá y 50 allá, por si aparecían por los dos lados. Había encargados de pescar las lacrimógenas, con máscaras. Había dos personas con pitos para avisar, y a las 12 de la noche tocaban y teníamos que estar preparados. Dormíamos vestidos.
Mientras cuenta esto, camina y mueve los brazos en una coreografía que nunca puso en acción.
-Había alumnos de Medicina encargados de los heridos. Si estábamos perdiendo íbamos a subir por este pasillo una gran cantidad de gente, y nos íbamos a sentar tomados de las manos. Aquí arriba iba a haber uno grabando. Ése era el movimiento final. Ése era el final digno que queríamos.
Luego queda en silencio. Recoge una botella de amoniaco que lo iba a salvar de una bomba lacrimógena.
-Es triste pescar tus bolsos e irte porque nadie te pescó. Nunca.
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