1a Estación: UN LAND ROVER VERDE
La historia comienza con un jeep Land Rover color verde, que luego el tiempo volvió beige. Ésa es la imagen que hoy recuerdan sus antiguos camaradas políticos, lo primero que llamó la atención del Ennio Vivaldi que llegó a la Facultad Medicina de la U. de Chile en 1967: no era común que los universitarios tuvieran auto, y menos aún los que militaban en las diversas facciones de la izquierda de la época. Pronto el vehículo dejó de ser sólo suyo, y pasó a ser de toda la brigada de estudiantes socialistas de la facultad, que lo ocupaban como centro neurálgico para actos políticos y fiestas. En el asiento del copiloto, acompañando a Vivaldi, solía viajar una muchacha guapa a la que todos identificaban por ser la hija de un general de la Fuerza Aérea, y que entremedio de actos políticos por Allende y jornadas de atención médica en poblaciones de la zona norte de Santiago se transformó en su pareja y su mayor confidente. Era Michelle Bachelet.
A diferencia de la mayoría de sus conocidos en las Juventudes Socialistas, en las que había dado sus primeros pasos como dirigente en el Liceo Enrique Molina de Concepción, el joven estudiante penquista no venía de sectores populares. Era, por el contrario, hijo de uno de los académicos más importantes de la U. de Concepción, el Dr. Ennio Vivaldi Cichero, de sensibilidad de izquierda, y había tenido una juventud acomodada, que incluyó viajes en familia a visitar Harvard. Pese a su interés por la cibernética, y a haber sido puntaje nacional de matemáticas, decidió seguir los pasos de su padre como médico, pero lo más lejos posible de la sombra de su enorme reputación. Se iría a Santiago, pero necesitaba un vehículo. Su abuela le regaló un jeep verde.
De ese mismo color eran las camisetas que había mandado a hacer Carlos Lorca, tres años mayor que Vivaldi y principal cerebro de la brigada socialista de Medicina, para dar mayor mística a las facciones juveniles del partido. Los jóvenes de izquierda de esos años se sentían más atraídos hacia el MIR u otros movimientos revolucionarios, y Lorca, que luego sería elegido diputado, intentaba atraerlos a su sector, alineado con el gobierno de Salvador Allende. En la otra vereda estaba la dirigencia central del partido de Carlos Altamirano, que exigía reformas más vertiginosas. Vivaldi fue rápidamente influenciado por Lorca, y se convirtió en el segundo al mando de la brigada. Poco tiempo después reclutó a Michelle Bachelet para formar parte del mismo grupo.
Vivaldi y Bachelet comenzaron a asistir, con Lorca y el resto del grupo, a los actos de la Unidad Popular. Llevaban sus camisetas verdes, cantaban la “Marsellesa Socialista” y “Venceremos”. En 1971 asistieron juntos al desfile por la visita de Fidel Castro al país, y al acto en el Estadio Nacional en festejo del Premio Nobel a Pablo Neruda. Vivaldi ya era delegado en el Consejo Normativo, el senado universitario de la época, y había jugado un rol importante en las reformas universitarias del 68. Su retórica, crítica de los grupos más extremos, reflexiva y marcadamente intelectual ganaba peso en las Juventudes Socialistas. Para inicios de 1973, con Lorca ya convertido en diputado, era el líder natural de la brigada de Medicina.
Todo ese mundo, las camisetas verdes, los himnos y los paseos en Land Rover, se rompió abruptamente el 11 de septiembre de 1973. También la carrera política de Ennio Vivaldi.
Esa mañana manejó hasta el Hospital Salvador, con la intención de llegar a la Facultad de Medicina, pero no pudo hacerlo. Su nombre, relata, comenzó a aparecer en los bandos radiales militares, junto a los de otros miembros de la brigada, que se disolvió inmediatamente. Dos de los antiguos miembros de ese grupo, Ricardo Pincheira y Jorge Klein, fueron detenidos en el último grupo que salió de La Moneda, y desaparecidos dos días después. Otros, como Michelle Bachelet, comenzaron a ayudar a la directiva clandestina que encabezaba Carlos Lorca. Éste fue detenido en 1975, y se convirtió en uno de los tres parlamentarios desaparecidos del régimen militar.
En medio del caos, con su mundo derrumbándose, Ennio Vivaldi tomó una decisión radical: dio un paso al costado. Abandonó la militancia socialista, rompió contacto con sus ex compañeros, y se aferró a su vida académica. Michelle Bachelet, de quien ya no era pareja pero sí amigo, se distanció de él tras esa decisión. Iván Parvex, también discípulo de Lorca en la época, fue testigo de ese quiebre. “Tras el golpe, Ennio dejó de militar. Algunos socialistas fueron expulsados de la universidad o partieron al exilio, otros, como Michelle Bachelet, se mantuvieron en el trabajo clandestino, y muchos desaparecieron. Otros consideraron que frente a la represión era mejor dar un paso al lado y reflexionar. 40 años después, la situación no es blanco y negro, pero en ese momento en el partido había críticas a quienes se retiraron”.
Pese a esto, al año siguiente Ennio Vivaldi volvió a ir a la casa de Michelle Bachelet. Su padre, el general Alberto Bachelet, había muerto de un infarto en la Cárcel Pública de Santiago. Quería darle un mensaje de apoyo a la familia. No habló con Michelle, sólo con Ángela Jeria.
40 años después, la madre de Michelle Bachelet recuerda el antes y después de esta historia: “Ennio era uno de los hombres más inteligentes que había conocido. Estudiaba con Michelle, e iba a mi casa. Pero fue un periodo corto. Después vino el golpe y nos echaron del país”. Luego agrega: “Cuando volví, ya eran otros nuestros caminos”.
2a Estación: NUEVOS SUEÑOS
Inés Pepper podría haber jurado que Ennio Vivaldi había muerto. Tres años después del golpe de Estado, la tecnóloga médica de su círculo más cercano y miembro de la brigada se llevó una de las mayores sorpresas de su vida. Desde el 11 de septiembre de 1973 nunca había vuelto a saber ni una palabra sobre él . Hasta que lo vio.
Venía caminando por un pasillo de la facultad. “Fue impresionante. Imagínate todo lo que habíamos vivido juntos”, cuenta la hoy académica de Medicina. “Fue una felicidad enorme ver que todavía estaba vivo”.
Vivaldi, de cierta forma, ya era otro. Se había titulado a comienzos de 1974, y con la ayuda del cirujano Fernando Monckeberg, de ideas de derecha, pero amigo y ex compañero de su padre en Harvard, había conseguido ingresar a trabajar en la universidad como investigador del Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos.
Sus vínculos políticos seguían cortados. “No volví a ver a mucha gente. Si te encontrabas con alguien, no lo saludabas, porque podía ser un tipo que estuviera detenido y si tú saludabas a las personas te detenían a ti”, cuenta Vivaldi. “No es mucho lo que puedes hacer desde el punto de vista político bajo una dictadura como ésa”.
El giro en la vida de Vivaldi terminó de concretarse en 1977, cuando decidió, luego de un breve paso por la Clínica Psiquiátrica de la U. de Chile, seguir otra vez los pasos de su padre, e irse a estudiar a Harvard y el MIT. Para entonces, ya comenzaba a desarrollar una nueva obsesión: los sueños, la forma en que se producen los ciclos de sueño en el cerebro. Y el laboratorio del psiquiatra Allan Hudson en Harvard era el lugar más indicado del mundo para sumergirse en la profundidad de ese tema.
Pasó cuatro años allí, donde tuvo con su esposa, la también académica Pilar Macho, el primero de sus dos hijos. También se comenzó a reunir allí con un grupo de académicos chilenos, entre ellos Ramón Latorre y Pedro Labarca, ambos ganadores del Premio Nacional de Ciencias, con los que se bautizan como los “Boston Boys”.
Ese tiempo coincidió con la arremetida en EE.UU. de los primeros computadores personales, y esa casualidad marcó el curso de sus investigaciones. Reviviendo una antigua fascinación por la cibernética, Ennio Vivaldi aprendió a programar, y logró uno de los mayores aciertos de su vida científica: desarrolló los primeros programas computacionales que automatizaban el análisis del sueño. Desde entonces es considerado uno de los referentes mundiales en el estudio de los sueños, y ha publicado trabajos sobre apnea, cronobiología, narcolepsia y estructura del ciclo sueño-vigilia, entre otros temas.
En la década de los 80, en conjunto con las primeras protestas contra el régimen, Vivaldi comenzó a retomar de a poco cierta actividad política, pero ahora sólo desde el ambiente académico. Junto a un grupo de profesores de izquierda que habían sorteado las exoneraciones en la U. de Chile -como Francisco Brugnoli y Rosa Devés-, conformó la Asociación Andrés Bello. El objetivo era recuperar la excelencia del plantel universitario y los que consideraban sus valores perdidos. “Yo tomo la opción de defender un ideario, pero hacerlo a través de la defensa de la universidad más que la participación en la política contingente”, explica Vivaldi.
Bajo su liderazgo, el grupo que sería conocido como “La resistencia” se enfrento a la gestión del rector José Luis Federici, quien renunció en 1987 tras una serie de movilizaciones estudiantiles.
Para Vivaldi, era un triunfo simbólico. “Entonces decíamos: ‘Si cae Federici, cae Pinochet’”.
3a Estación: EL ASCENSO
Junio de 2008. Una toma de tres días en la Torre 15 de la Universidad de Chile, ubicada en calle Portugal, mantenía en jaque al rector Víctor Pérez. Si las protestas en la Casa Central ya eran un problema grande, detener el edificio en donde funcionan las oficinas administrativas podía paralizar a la casa de estudios. Con los puentes cortados por los estudiantes, Pérez se vio obligado a pedir a Ennio Vivaldi que actuara como mediador.
El académico, entonces vicepresidente del senado universitario, ya había ganado prestigio como hombre de consensos y habilidad negociadora. Tras conversar con los manifestantes, logró que depusieran la toma. “Él era un hombre que daba garantías a los estudiantes”, recuerda Natalia Vargas, que lideraba el movimiento. No sólo llegaron a un acuerdo; Vargas se hizo amiga de Vivaldi, al punto de que este año fue su coordinadora general en la campaña a la rectoría. Con episodios como ése, su lazo con el movimiento estudiantil fue creciendo. En las masivas marchas de 2011, Vivaldi se volvió una voz de apoyo de las demandas de gratuidad.
Entonces su nombre volvió a sonar para rector entre los sectores de izquierda. Ya lo había hecho en 1997, cuando articuló a los académicos para elaborar un nuevo estatuto que reemplazara al del régimen militar. También se pensó en él para la rectoría en 2006, cuando obtuvo la primera mayoría en el recién constituido senado universitario. Desde la vicepresidencia se volvió una figura influyente: fue él quien lideró las protestas por el nuevo sistema de financiamiento del gobierno para proyectos científicos y quien negoció directamente con La Moneda la inyección de $5 mil millones para remodelar el campus Juan Gómez Millas. Para entonces, ya había retomado el vínculo con Bachelet, quien lo invitó a integrar el consejo asesor presidencial de educación.
Un momento de especial cercanía entre ambos se dio en noviembre de 2007, cuando Vivaldi creó la medalla Senado Universitario y se la dio a Ángela Jeria, quien había trabajado en la Editorial Universitaria y en la oficina de presupuesto de la Chile. En la casa central, Vivaldi dio un sentido discurso que emocionó a Bachelet.
Pese a que el médico ya era una figura connotada en el mundo universitario, durante años se negó a postular a rector. Decía que el país no estaba preparado para una universidad liderada por la izquierda, que existía demasiada apatía en el ambiente académico, y que no contaba con un equipo que pudiera hacerse cargo de la administración.
Fue el nuevo escenario político post movilizaciones de 2011 y el triunfo de la Nueva Mayoría lo que lo convenció. A fines de 2013 realizó los trámites para ser profesor titular, requisito para postular a la rectoría, y fue el último de los siete candidatos en anunciar que competiría. Con ello dejó heridos: la candidata y decana de Medicina Cecilia Sepúlveda fue impactada por la decisión de su entonces vicedecano, y perdió casi todo su apoyo entre los médicos. Además, el artista Gonzalo Díaz -que Vivaldi había respaldado- renunció a su candidatura.
La campaña rompió con los códigos electorales de la Chile: masivo uso de redes sociales, un comando de más de 30 personas y una agencia de comunicaciones externa. Aunque hasta la fecha se creía que ganaba el candidato que tenía el apoyo de la mayor cantidad de decanos, Vivaldi pasó a segunda vuelta sin que ningún decano se manifestara a su favor. Su secreto: en vez de ofrecer mejoras salariales o de infraestructura, elevó el discurso a la necesidad de devolver a la U. de Chile su estatus de universidad pública y revalorizarla frente al país.
4a Estación: ENNIO VIVALDI, UN RECTOR DE IZQUIERDA
-Usted es el primer rector en 50 años que se define de izquierda (desde Eugenio González en 1963). ¿Qué significa eso para la Universidad de Chile?
-Simboliza recuperar una tradición de la izquierda con la cual yo me identifico, de la década del 60 e inicios de los 70. Una izquierda muy marcada por inquietudes intelectuales y valores éticos como la igualdad y la justicia. La izquierda de Neruda, Violeta Parra, Allende. Que la Universidad de Chile no tenga ningún problema con que su rector sea un hombre de izquierda, la aggiorna, la pone al día en torno a una apertura de pensamiento.
-En su campaña hablaba de favorecer la inclusión mediante el aumento del número de matrículas. ¿Ése es el sello de izquierda?
-Hay personas que teniendo todo el potencial para tener una carrera universitaria exitosa no han tenido la oportunidad de hacerlo por el vínculo estrechísimo que hay entre rendimiento académico en la enseñanza media y el nivel socioeconómico de las familias. No puede ser que un país condene a un niño a no poder entrar a la universidad por la cuna en que nació. Es mucho más que abrir cupos de equidad, hay que nivelar al joven que llega en clara desventaja.
-¿Espera asumir un rol de liderazgo en el debate de la reforma educacional?
-Absolutamente. Nosotros esperamos liderar las universidades estatales y también el Consejo de Rectores. Y debería haber un consejo que agrupe a todas las universidades acreditadas, el que debería ser presidido por este rector. Como universidad laica, tolerante, donde están presentes todas las ideologías, es nuestro deber.
-¿Le satisface la propuesta de un fondo basal de investigación especial para las universidades estatales?
-Sí. Y a eso hay que sumar la capacidad de la Chile de generar proyectos que sean de beneficio para el país. Por ejemplo, el Estado tiene que darle plata al hospital universitario, porque los especialistas que allí se forman son un bien público. Otro ejemplo: nuestros investigadores de la Facultad de Ciencias Forestales pueden hacer un gran proyecto en el tema del agua. Hay investigaciones que al Estado le competen y que debe pedirles a las universidades públicas que la hagan.
-La crítica es por qué entregarle más fondos cuando la Chile tiene problemas de gobernanza interna, de manejo de recursos, de exceso de funcionarios…
-Sí, necesitamos tener mayor conciencia de nuestra estructura presupuestaria y optimizar la gestión. Eso lo reconozco, pero también digo que nos están acusando de haber sobrevivido, mataron la universidad, nos dejaron sin financiamiento y por eso tuvimos que hacer cosas que no estaban dentro de nuestro interés.
-¿Cómo será su relación con los estudiantes? ¿Es cierto que se comprometió a que jamás desalojaría una toma?
-Tengo la más alta opinión del pensamiento estudiantil. Son brillantes, tienen un análisis agudo del problema de la universidad y hay que lograr canalizar la energía a proyectos comunes y no a paros o tomas. Por ningún motivo desalojaría una toma, jamás podría meter fuerza policial a la universidad. Si la cirugía es el fracaso de la medicina interna, la toma es el fracaso del diálogo.
-¿En lo personal, qué significa llegar a la rectoría, considerando que usted fue activo militante PS en los 70?
-Es increíble la cantidad de gente que me comentó, tras el triunfo, que se sentía como el 4 de septiembre del 70. Esta sensación de la posibilidad de poder cumplir sueños, utopías. Es imposible evitar el paralelo. Claro, hay un eco de lo que vivimos como generación en ese momento.