Con el tratamiento hormonal, vinieron los cambios. "Desarrollé musculatura, ahora estoy menos acinturado, me han salido bigotes. Después me dejaré barba. También me cambió la voz: siempre la he tenido grave, pero ahora aun más. Y estoy más contento", dice David.
Cuando David Alexis Tapia Jorquera (14) estaba en kínder, le tocó una fiesta de disfraces de fin de año. En ese tiempo era Andrea, aunque desde que tiene uso de razón que se siente hombre. Una apoderada era la encargada de conseguir los disfraces a los niños. Cuando le preguntó a David, él le pidió que le trajera uno de SpiderMan, pero nunca sospechó que le conseguirían uno adaptado para niña.
Por eso cuando ese día su madre lo pasó a buscar al colegio, él estaba furioso. “¿Cuándo has visto que el Hombre Araña ocupe falda?”, le preguntó. Mónica Jorquera y Juan Carlos Tapia tenían claro que su hija no era la típica niña que jugaba con Barbies o se vestía de rosado, pero se lo atribuyeron a que era “medio ahombrada”.
A finales del 2012, cuando tenía doce años, debió dejar su colegio en Macul, el Florence Nightingale, debido a que este sólo llegaba hasta sexto básico. Por cercanía -los tres viven en un departamento en Ñuñoa- sus padres decidieron que diera los exámenes de ingreso al Liceo Experimental Manuel de Salas. Unos días antes, David le pidió permiso a su mamá para ir a cortarse el pelo. Le prometió que sólo se lo iba a emparejar. “Pasa el rato, toca el timbre, abro la puerta y viene el impacto: se lo había dejado como hombre. Y venía con una sonrisa de oreja a oreja. Así que en marzo llegó con el pelo corto al curso”, recuerda Jorquera.
Ese año era primera vez que Nicole Sepúlveda tomaba una jefatura en el liceo. Con el inicio de clases, tuvo que darle la bienvenida a los alumnos nuevos: Renata y un niño que, según él, se llamaba Andrea.
-Es que tengo parientes en Italia- le explicó David.
-Estaba vestido como niño, así que le creí. Lo traté como hombre- recuerda Sepúlveda.
Eso fue un lunes. Al otro día, cuando pasaba lista se dio cuenta que el segundo nombre de Andrea era Millaray.
-Ahí dije: chuta, es niña.
***
Fines de marzo de 2013. Primer mes de clases. David -en ese momento, Andrea para sus padres- se sube al auto y comienza a llorar. Sin parar. Tenía la decisión tomada. Era el momento para el que se había preparado años pero, aún así, no era sencillo.
En la mañana lo había conversado con sus amigas más cercanas. Les había explicado lo que le pasaba a las mismas que en la primera clase de Educación Física lo mandaron a entrenar con los hombres, porque no sospechaban que detrás de ese semblante de pelo corto había una mujer.
-Andrea, ¿qué te pasa?
Mónica Jorquera no podía detenerse. Había recogido recién a su hijo del colegio, que lloraba con desesperación en el asiento del copiloto, sin encontrar donde estacionarse.
-Lo que pasa es que soy un hombre atrapado en el cuerpo de una mujer. Y me gustan las niñas, siempre me han gustado.
Ese día no había sido fácil para los padres de David. En la mañana habían sido citados a reunión con Nicole Sepúlveda quien, junto a su jefe de ciclo y a la psicóloga del colegio, les pidió tomar una psicoterapia familiar para que entendieran por el proceso que atravesaba su hijo, algo que ningún padre querría enfrentar. Les comentaron que unos días antes David había intentado suicidarse. Se había subido a un árbol desde el que les gritaba a sus compañeros que se quería matar y, en la tarde, le había contado a uno de sus mejores amigos que no tenía ganas de seguir viviendo.
Los padres quedaron en shock.
-Antes de citarlos hablé con él y le pregunté si estaba bien, que por qué se vestía como hombre. Y me dijo que siempre se había sentido así. Que había partes de su cuerpo que no debía tener. Intentaba explicármelo con su lenguaje: “Siempre me han gustado las chiquillas, me encanta el fútbol, soy arquero. Pero en mi casa no me entienden’’- cuenta su profesora jefe, quien comenzó a ver documentales y a instruirse por iniciativa propia sobre el tema para apoyar a su alumno. El colegio hasta entonces no había tenido un caso similar. Había que enfrentarlo a pulso.
La misma mañana, David se confesó con unas amigas. “Les dije que les iba a contar a mis papás y que estaba asustado. Me dijeron que si me echaban de la casa, cada una me podía recibir un tiempo”, recuerda hoy vestido con zapatillas Nike rojas, jeans negros, un polerón gris, polera de los Sex Pistols y un bigote incipiente de adolescente.
Sus padres tenían pocas respuestas. “Ninguna persona está preparada para una situación así. No hay educación. Nadie habla sobre este tema. Si hubiese tenido más conocimiento, podría haberlo ayudado mejor, pero nunca alguien me tocó el tema. Nos costó entender que nuestro hijo era un nuevo ser al que había que mostrarle que no está equivocado, que no debe sentir culpa, al que hay que guiar en su proceso”, dice Juan Carlos Tapia, su papá.
Comenzaron a buscar la ayuda psicológica que les sugirió el colegio. David nunca había asistido a terapia. Paralelamente, en el Manuel de Salas dilucidaban cómo integrarlo de la mejor forma. Su profesora jefe le preguntó cómo prefería que lo llamaran. Él, en ese momento, eligió un nombre que no sería el definitivo: Alexis, por su ídolo, el goleador del Arsenal. El colegio decidió que el proceso se diera de forma natural: sin citar a reuniones de apoderados o darles muchas explicaciones a los alumnos.
A sus padres les costó dar con el profesional adecuado. Estuvieron meses yendo a psicólogos que no los dejaban contentos, que se contradecían a sí mismos. Hasta que llegaron a Todo Mejora, fundación que busca lograr el bienestar de niños y adolescentes lesbianas, gays, bisexuales y transgénero. Ahí conocieron a Francisca Burgos, psicóloga especialista en diversidad sexual.
“Cuando hablamos de trans, tenemos que entender que el tránsito que se lleva a cabo es social. Ellos nunca lo hacen, porque psicológicamente nacen como hombre o mujer, aunque el cuerpo diga lo contrario. Por eso, el tránsito es con la ropa y su entorno, y en cómo los demás los ven a ellos. Los trans deben hacer las paces con su cuerpo y aceptarlo, hasta que puedan llegar al que anhelan”, explica Burgos.
Ese fue el comienzo. Luego vino la consulta psiquiátrica, exámenes neurológicos que demostraban que pensaba como niño y las autorizaciones para que pudiera empezar un tratamiento hormonal. “El psiquiatra me explicó que lo que le pasaba a David era una disforia de género. Me dijo que lo que estábamos haciendo estaba bien, que no sintiéramos culpa. Ahí viene la parte donde hay que asumir que se fue la Andrea y llegó David. Es fuerte. Trato de no quebrarme, pero para mí no ha muerto. Sé que estuvo ahí, sé que siempre estuvo David. Sólo que tenía su nombre equivocado”, dice su mamá.
Con el tratamiento hormonal, vinieron los cambios. “Desarrollé musculatura, ahora estoy menos acinturado, me han salido bigotes. Después me dejaré barba. También me cambió la voz: siempre la he tenido grave, pero ahora aun más. Y estoy más contento”, dice David.
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Junto a su profesora, David comenzó a pedirles a los académicos que tacharan Andrea del libro de clases y que le pusieran su nuevo nombre. “Alexis quedó de segundo. A mi mamá no le gustaba mucho, así que un día imprimí de una página todos los nombres de hombre que existen y fui armándoles una lista para que eligieran. Y se quedaron con David”, cuenta, mientras un amigo lo apura para que retome la pelea de Mortal Kombat que dejaron pendiente.
Llegó la fecha de Fiestas Patrias y había que preparar los bailes de celebración. Ahí fue su primera diferenciación: le permitieron bailar de huaso, lo que se sumaba a que, de a poco, comenzaba a ocupar el baño de hombres. Para cuando no se sentía cómodo, la dirección le dio la llave del baño de profesores para que pudiera cambiarse tranquilo. Hoy ya ocupa el de varones y entrena con ellos en Educación Física.
Informados los padres, el colegio comenzó a buscar respuestas. Formalmente, se realizó, a comienzos de año, una charla abierta para profesores y funcionarios, en el contexto del diseño de un programa de sexualidad para el liceo, que están elaborando las psicólogas, orientadores y la enfermera del colegio.
Los expositores entonces fueron los expertos en diversidad sexual en la sala de clases, el psicólogo Tomás Ojeda y la matrona María Isabel González. Antes de este evento, el equipo directivo del liceo había asistido a un encuentro que estos mismos profesionales hicieron en la Sociedad Chilena de Pediatría, invitados por la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. No ha habido más capacitaciones, pero sí un compromiso de integración, acogida y respeto. En el colegio hay parejas de pololos del mismo sexo, y para nadie es tema de conversación.
Algo distinto ocurrió con la niña Andy Escobar -antes Baltazar- que contó su experiencia en el programa Contacto. Sus padres intentaron que su hija comenzara a ser tratada como mujer, pero el colegio Pumahue se negó, diciendo que “vulnera su proyecto educativo”.
“Para nosotros es todo lo contrario. Estamos en absoluta concordancia con los papás de David que esperan, en algún momento, que la justicia le cambie el nombre y lo acepte tal como es. El proyecto educativo del Manuel de Salas es laico, pluralista y está en concordancia con la Universidad de Chile que es la casa de estudios de la cual dependemos. No tenemos ningún reparo en recibir a David como un chico transgénero, a niñas lesbianas, a chicos gay. No es tema”, explica su jefe de ciclo, Enrique Avendaño.
Algo similar ocurrió con los apoderados. Para sorpresa de los profesores, y de los mismos padres de David, todos fueron muy receptivos. A final de ese año, de hecho, en la reunión todos se acercaron a Mónica y Juan Carlos a expresarles su apoyo. Ellos agradecieron entre lágrimas.
Lo único que le molesta a David, porque bullying no ha sufrido, es que le pregunten una y otra vez lo mismo: que cómo es, que si le gustan las mujeres, que qué se siente. Tanto, que sus padres, al ver la falta de información relativa al tema, crearon la página transexualidad.cl, donde han recopilado información, datos y entrevistas a distintos expertos para crear conciencia. Para allá remite David a los preguntones.
El otro momento complicado fue cuando se puso a pololear. Conoció a una niña de su edad en su edificio y duraron dos meses, hasta que los descubrió la mamá de ella e hizo que cortaran todo contacto y que lo bloqueara de las redes sociales. “Lo más complicado para David fue manejar el tema con la familia de su polola. Tuvo que aprender a aceptar que, por más que tenga las mejores intenciones, hay gente que nunca lo va a entender”, dice Francisca Burgos, su psicóloga.
Pese a todo, se logró recuperar. En ese mismo periodo y luego de dos años de terapia fue dado de alta. “No por ser transexual hay que ir siempre al psicólogo. Sobre todo si la familia, el colegio y el niño están trabajando juntos de buena forma”, agrega Burgos.
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Hace un mes, en Lenguaje y Comunicación le pidieron al curso de David que hicieran un autorretrato. Debían escribir un texto biográfico y leerlo frente al resto del curso. David le pidió a su profesora jefe si podía asistir a su presentación. Ahí mostró fotos de cuando era niña, cuando lo vestían con vestidos y chapes y le compraban muñecas, hasta mostrar quién es hoy. Luego agradeció a sus compañeros, a su profesora y al colegio. Y terminó con una frase que emocionó a todos: “¿Quiénes son los que te dicen qué camino debes tomar en tu vida? El que te trae al mundo, la sociedad o ¿uno mismo?”.
Hoy David mira el futuro con ansiedad. Por una parte, pone sus esperanzas en el anuncio de la presidenta Bachelet en el discurso del 21 de mayo, donde dijo que el gobierno trabajaría en nuevas indicaciones al proyecto de ley de identidad de género. Él espera que el Estado chileno, algún día, lo reconozca como hombre.