TVN se acabó. No da más. No es broma. Todo lo que conocíamos del canal desapareció, se esfumó en el aire. Hay una prueba irrefutable de lo anterior: hace dos semanas, en Lip Sync Chile, la impresentable adaptación de la franquicia que popularizó Jimmy Fallon, el diputado del PPD Pepe Auth no sólo dobló una canción de Ricky Martin como si fuese una especie de Joaquín Sabina terminal, sino que luego se vistió de cuero y en una moto, rodeado de modelos, hizo la mímica de “I can’t get no satisfaction” de los Stones. Pero no había satisfacción alguna ahí. Minutos antes, el actor Juan Falcón se había vestido de niña y había tratado de interpretar “Mueve el ombligo”, de la cantante infantil Cristell.
Todo era chabacano, grosero y quizás alegórico, aunque quisiese presentarse de transgresor. Mal que mal, la actuación de Auth podía leerse como un estertor, un gesto desesperado de la clase política por conseguir cercanía con su electorado, pero también como la última encarnación de las fantasías de la vieja Concertación acerca del lugar que le correspondía en el espacio de la televisión pública.
Por supuesto, esas fantasías eran eso, ficciones construidas respecto de un canal que ha tenido uno de sus peores años al punto de quedar desfigurado irremediablemente. Sí, es un asunto de rating, pero también algo más, como si fuese una corriente subterránea, algo agazapado desde hace tiempo que este 2015 se liberó de modo brutal. Porque lo que pasa con TVN es lo siguiente: los pocos shows interesantes que tiene los esconde, mientras gasta energías, tiempo y dinero en programas banales y mal realizados. Así, se perdieron Sitiados, Réquiem de Chile y Zamudio:Perdidos en la noche, mientras que La poseída fue mal programada desde su estreno, lo que impidió quizás que el espectador fidelizara con el culebrón. Diversos, todos esos programas eran en cierto modo fantasmas, ánimas en pena en medio de una parrilla que no daba para más.
Los ejemplos de los otros programas son incontables. Mientras TVN perdía con el 13 en las transmisiones de los partidos de la Copa América, exhibía Somos locales en la noche, un programa de José Miguel Viñuela que lucía tan pobre y oscuro que parecía fabricado con los escombros de los viejos shows de Felipe Camiroaga durante los mundiales. O ponía al aire Matriarcas, una teleserie confusa y mal realizada que se farreaba la posibilidad de potenciar con el reencuentro entre Francisco Reyes y Claudia Di Girolamo, símbolos históricos del canal. O cortaba de modo impresentable Dueños del paraíso para darles más pantalla a sus rostros, saboteando la línea narrativa de la teleserie.
Ni qué decir con el departamento de prensa: Medianoche desde hace tiempo no ofrece nada interesante ni tiene identidad o sentido; El informante vive una temporada irregular, y la semana pasada Informe especial puso al aire un reportaje sobre un youtuber llamado Germán Garmendia, cuyo mensaje explícito era la muerte de la televisión como formato.
Todo lo anterior afecta al espectador, pero sobre todo al canal. La ola de despidos de hace un par de semanas, en vista de los malos resultados económicos, sólo acrecienta la complejidad de aquel escenario. Para el espectador, ver TVN es someterse a una línea editorial confusa y extraña, a una colección de programas que no pegan ni juntan de modo alguno.
Sí, es posible entender que deben darles pantalla a rostros como Viñuela, Elfenbein o Karen Doggenweiler, pero su presencia al aire muchas veces carece de justificación. Porque durante un par de décadas nuestro canal público siempre funcionó desde un nivel de calidad mínimo que ahora parece haber desaparecido. Pero hoy TVN dejó de ser confiable al punto de que el mismo gobierno escogió hace meses a Canal 13 –¡y a Don Francisco!– para que la presidenta anunciara su cambio de gabinete. Un poco antes, Amaro Gómez-Pablos había hecho la misma entrevista y no había conseguido nada, como si desde La Moneda no quisiesen darle nada que morder.
Lo anterior es interesante, pues la presencia de alguien como Ricardo Solari en el directorio podría haber sugerido la existencia de una relación más fluida con el gobierno o, por lo menos, de la instalación dentro del canal de discursos editoriales que potenciasen la amplificación dentro de la esfera pública de aquellos cambios culturales, de aquellas demandas de una sociedad civil que se presentan como el corazón ideológico de la Nueva Mayoría. Pero nada. O quizás en TVN no tienen nada que decir. Puede ser. TVN es como uno de esos políticos de la vieja Concertación que no saben moverse en un presente que los desborda, evitando a como dé lugar hacerse cargo de él, amparados en una autoridad que, a la luz de los casos Penta y SQM, ya no es posible esgrimir con ningún peso moral.
El costo de lo anterior es la pérdida de identidad del canal y la pregunta sobre qué relaciones puede establecer con los espectadores. ¿Qué es TVN? ¿Qué va a ser? ¿Qué rol va a cumplir? ¿Cómo puede competir con un Mega armado hasta los dientes con teleseries turcas y que no tiene problemas en hacer que el cantante Luis Jara finja un parto en su matinal? Por ahora, en TVN piensan que Lip Sync es la salida, su programa estrella. A la telebasura de la competencia responden con más telebasura. Por ahora, el annus horribilis de TVN viene lleno de políticos narcisistas haciendo el ridículo en pantalla en medio de las luces de colores. Esas son las ideas más brillantes que tiene nuestra televisión pública sobre entretención de calidad. Porque TVN ya no es TVN. TVN es algo que alguna vez fue TVN pero ya no sabe qué diablos es y, como no lo sabe, no puede mirar ni asumir ningún futuro, y no es capaz de entender, en modo alguno, su propio presente.