Durante su trayectoria, Manuel Pellegrini ha demostrado pragmatismo y frialdad para tomar decisiones en los más diversos escenarios. Ya sea al momento de asimilar la derrota o cuando toca disfrutar del triunfo, el chileno siempre se ve tranquilo, como si todo estuviera bajo su control. El DT suele aferrarse a la racionalidad para elegir el camino y la argumentación lógica para justificar las decisiones. “A Pellegrini lo recuerdo con la imagen de un ingeniero. Así era él: como un ingeniero para todo”, contesta el francés Robert Pirès cuando se le pide una definición sobre su ex entrenador en el Villarreal.
La inmensa mayoría de quienes han compartido en algún momento con el chileno y asegura que al DT le fluye constantemente su veta matemática y lógica. Sin embargo, ha sido el mismo entrenador quien ha reconocido que su verdadera pasión es el fútbol, una actividad inexacta y permanentemente expuesta al azar.
"Muy ingeniero será, pero en el fútbol las cábalas son intransables", asegura Jorge Valdano. "Teníamos una especie de ritual gastronómico. Cada vez que el equipo ganaba, nos juntábamos a cenar en el restaurante Ox’s, cerca del Bernabéu. Y si las cosas andaban bien, él se repetía siempre el mismo plato: lubina salvaje".
En el mundo del deporte se dice que todo suma a la hora de confiar en instancias que poco y nada tienen que ver con la racionalidad. Algunos se encomiendan a su religión al momento de solicitar ayuda, otros confían en algún tipo de amuleto para sentirse más seguros y la gran mayoría, de manera pública o privada, se deja involucrar en una de las tradiciones más arraigadas en el medio futbolístico: las cábalas.
Pellegrini no es la excepción, porque a pesar de su perfil serio, frío y pragmático, toda una vida compartiendo camarín como jugador o técnico termina por marcar a cualquiera, incluso al más racional.
“Muy ingeniero será, pero en el fútbol las cábalas son intransables”, asegura riéndose Jorge Valdano en Madrid. El ex director general del Real compartió toda la interna de Pellegrini cuando estuvo a cargo del cuadro merengue, por lo que pudo conocer de cerca las supersticiones del chileno: “Teníamos una especie de ritual gastronómico con él. Cada vez que el equipo ganaba, nos juntábamos a cenar en el restaurante Oxs’, acá cerca del Bernabéu, en el barrio de Chamartín. Y si las cosas andaban bien, él se repetía siempre el mismo plato: lubina salvaje”.
Bastante pescado debió comer esa temporada Pellegrini después del récord de dieciocho partidos ganados por su equipo en casa. Pero la costumbre de repetirse platos y restaurantes es una de las más comunes entre los técnicos, por lo que no constituye una novedad y tampoco sirve para argumentar que el Ingeniero asume comportamientos ajenos a su perfil racional. Aunque basta con investigar entre sus más cercanos para conocer el insólito mundo privado de las cábalas del entrenador.
La Cantina de David fue desde principios del siglo pasado uno de los restaurantes de pastas más frecuentados por el ambiente futbolero de Buenos Aires. En ese local del barrio Chacarita se fundó, en mayo de 1909, el mítico club Chacarita Juniors. Noventa y cuatro años después, cuando Pellegrini se tituló campeón del Torneo de Clausura argentino al mando de River Plate en 2003, Antonio La Regina, dirigente del club millonario, proseguía con la tradición familiar como propietario del local de pastas recibiendo a diversas personalidades del mundo futbolístico, entre ellas el técnico chileno.
Con su metro y cincuenta y ocho centímetros de altura, trato afable y gran hospitalidad, La Regina compartía frecuentemente con el Ingeniero, quien disfrutaba de las pastas caseras de La Cantina a medida que iba consolidando una estrecha amistad con el empresario gastronómico: “Es un ser humano extraordinario. Lo había saludado un par de veces en mi restaurante cuando pasó por Buenos Aires como técnico de la Liga de Quito en 1999, y en otras oportunidades que llegó a cenar estando en San Lorenzo. Pero nunca pasamos del saludo protocolar. Él se veía muy serio, educado, no era fácil romper el hielo”.
En el segundo semestre de 2002, el DT recién había firmado en River Plate, y La Regina lo acompañó durante diez días de pretemporada del club en Miami: “Ahí pudimos conocernos mejor y fuimos entablando una amistad que perdura hasta hoy. Estaba sólo en Buenos Aires; su mujer y sus hijos viajaban solo de vez en cuando desde Santiago, por lo que iba bastante a La Cantina”.
Desde que se fue a dirigir a Europa tengo que llamarlo antes de los partidos, siempre”, dice Antonio La Regina. “Cuando no lo hago me llama él, haciéndose el molesto, y me dice: ‘Usted es un hijo de p… ¿Por qué no me ha llamado? ¿Quiere que pierda el partido?’. Hasta el día de hoy lo llamo antes que juegue el City
Todo normal entre dos cercanos que tenían en común su relación con River Plate como técnico y dirigente. Hasta que a principios del Clausura 2003 ocurrió un problema con la alimentación del plantel millonario. Un inconveniente que significaría la entrada definitiva de don Antonio al secreto mundo de las cábalas de Pellegrini: “Ese campeonato no lo habíamos empezado bien. Empatamos con Newell’s Old Boys y perdimos con Vélez Sarsfield en las dos primeras fechas. Justo antes de viajar a Santa Fe para enfrentar a Colón en la tercera jornada, estábamos tomándonos un café y le avisan que había un par de jugadores intoxicados debido a un problema con la comida. Él se puso mal de inmediato y me preguntó si yo le podía llevar alguna pasta de mi restaurante al equipo. Naturalmente lo hice sin problemas: mandé a hacer unos ravioles y todo se solucionó”.
Con el nuevo “proveedor alimenticio”, River Plate consiguió su primer triunfo del campeonato y la orden de Pellegrini fue inmediata: seguimos con los ravioles de La Cantina antes de cada partido. La Regina tuvo que encargarse de manera oficial de las pastas para todo el plantel, y el equipo entró en una racha de ocho victorias consecutivas, manteniéndose invicto hasta la última fecha del torneo, que terminaría ganando.
Entusiasmado con su relato en un café de la zona de Palermo Soho de la capital argentina, el ex dirigente cuenta que el DT se tomó muy en serio la cábala: “Desde que ganamos en Santa Fe, Manuel me preguntaba todas las semanas si estaba todo bien con los ravioles. No había manera de cambiar el menú o de volver al antiguo proveedor. Yo feliz con la cábala, pero sólo me significaba trabajo porque preferí no cobrar por los benditos ravioles, ya que era dirigente del club”.
Don Antonio explica que cuando el equipo jugaba en Buenos Aires el traslado de las pastas no revestía ninguna dificultad, el problema surgía al momento de los viajes al extranjero: “Viajar por avión era una locura. Yo le explicaba a Manuel que por leyes sanitarias no podíamos volar al extranjero con los ravioles, pero él me decía que ese era mi problema y que llegara con la pasta adonde fuera necesario. Ahí tuvimos que idear un sistema de contrabando con los utileros del equipo: metíamos las cajas de ravioles entremedio de las camisetas, el equipaje, el equipamiento deportivo, etcétera. Era todo un tema. Afortunadamente en las bodegas de los aviones siempre hace mucho frío por la altura, así que las pastas se mantenían frescas y no se echaban a perder. Al menos nunca se enfermó ningún jugador”.
La cábala de La Regina se transformó en un hábito, al igual que el ritmo ganador del equipo, que llegó a la penúltima fecha del campeonato con la opción de titularse campeón por adelantado. El rival era Olimpo y el duelo se jugaba en Bahía Blanca, ciudad ubicada setecientos kilómetros al sur de Buenos Aires: “Teníamos todo listo para viajar el día antes del partido. Nos fuimos al aeropuerto con el equipo —y los ravioles, obviamente—, pero hubo un problema con la neblina y el avión no pudo despegar a la hora prevista. Manuel me advirtió que no nos arriesgáramos con la pasta, así que tuve que correr a conseguirme un camión refrigerado para mandar vía terrestre la comida”.
Tras diez horas de viaje, los ravioles de don Antonio llegaron justo para el almuerzo del plantel. Aquella noche del domingo 29 de junio River Plate derrotó por 2-0 a Olimpo con goles de Víctor Zapata y Diego Barrado, titulándose campeón del fútbol argentino.
Tras la irregularidad que mostró el equipo en su segundo año al mando del Manchester City en la temporada 2014/15 (vicecampeón en la Premier League, eliminado por el campeón Barcelona en octavos de final de la Champions y sin títulos en ninguna de las copas inglesas), Manuel Pellegrini decidió remecer a su plantel en el inicio de la estación 2015/16. Con el apoyo de los referentes del camarín, el capitán Vincent Kompany y el vicecapitán Yaya Touré, los Citizens iniciaron la pretemporada con una gira por Australia juramentándose que en el nuevo curso retomarían la competitividad que les había faltado en la temporada anterior.
Hoy es el propio técnico quien hace la autocrítica de su responsabilidad en la no consecución de los objetivos en su segundo año en Manchester: “Fallé en la capacidad de mantener al grupo con el mismo espíritu competitivo. Después de obtener dos títulos en nuestro primer año, al siguiente no fuimos capaces de darle continuidad a esa hambre de triunfo, la que es fundamental para obtener los resultados. Ahí hay claramente una responsabilidad que me recae como líder del grupo”.
Yaya Touré tampoco quedó conforme con su rendimiento personal ni con el colectivo: “Hablamos todos y le prometimos al míster que este año volveríamos a nuestro nivel. Por él, por nosotros y por nuestros aficionados tenemos que retomar el ritmo y ganar cosas importantes esta temporada. Yo sigo en este club por Manuel. Él siempre habla conmigo, me aconseja, se preocupa de lo que me pasa fuera de la cancha. Ha sido como un padre en momentos difíciles (en junio de 2014 falleció Ibrahim, hermano menor del volante) y eso no lo había tenido con ningún otro técnico. Esta temporada no le podemos fallar, tenemos que ir por todo”.
"Es terrible con ese tema", dice Txiki Begiristain, director de Fútbol del Manchester City. "Siempre repite las rutinas que en anteriores partidos nos dieron resultado. Lo hace muy discretamente, jamás te dice que va a hacer tal cosa porque le trajo suerte, simplemente lo hace y uno se da cuenta".
Las cosas empezaron muy bien para el City en el ciclo 2015- 2016: en el debut cumplió una gran actuación derrotando por 3-0 al West Bromwich Albion en calidad de visitante. El auspicioso inicio sirvió para llegar con confianza a la segunda fecha, en la que los Ciudadanos recibían al siempre complicado Chelsea de José Mourinho, el campeón vigente de la Premier.
Fue una semana alegre por el triunfal inicio y de concentración por los quilates del siguiente rival. Días en los que Pellegrini no solo trabajó con la planificación de siempre, sino que sumó a su habitual método el respeto por otra de sus cábalas: la repetición de rutinas que dieron resultado.
En su enorme despacho con vista al campo de entrenamiento de la Ciudad Deportiva, Txiki Begiristain reconoce la manía de su entrenador al momento de las supersticiones: “Es terrible con ese tema. Siempre repite las rutinas que en anteriores partidos nos dieron resultado. Lo hace muy discretamente, jamás te dice que va a hacer tal cosa porque le trajo suerte, simplemente lo hace y uno se da cuenta. Esta semana, por ejemplo [previa a la segunda fecha de la temporada], me pidió repetir el entrenamiento en el estadio, tal como lo hicimos antes de enfrentar al West Bromwich. Está claro por qué lo hizo: quería mantener intacto lo que resultó de cara al partido contra el Chelsea”.
Para Pablo Zabaleta es un hecho de la causa que su DT es un tipo muy supersticioso: “Pellegrini es bastante cabalero. En realidad todos los técnicos lo son y entre más grandes [mayores] más supersticiosos se colocan. No habla esos temas en el camarín, pero uno se da cuenta de que cuando ganamos repite los trabajos de la semana anterior. Lo mismo con los hoteles: si nos fue bien en una visita, a la temporada siguiente él pide el mismo hotel”.
Begiristain se ríe cuando habla de las cábalas de Pellegrini, más aún cuando cuenta qué le dice el chileno al afrontar el tema: “Son datos, no cábalas, me explica. Cuando entramos a entrenar en el estadio antes del Chelsea, me acerqué y le bromeé diciéndole que no necesitaba preguntarle por qué estábamos practicando ahí. Él, serio, me respondió que son simplemente datos y no supersticiones, es decir, hasta en esos temas irracionales trata de argumentar con algo racional. Ni él se lo cree…”.
Al otro lado del mundo, en Buenos Aires, Antonio La Regina no para de gozar con el relato de las cábalas de su amigo técnico. Cábalas en las que él fue, y sigue siendo, protagonista más allá de los ravioles: “Desde que se fue a dirigir a Europa tengo que llamarlo antes de los partidos, siempre. Cuando no lo hago me llama él, haciéndose el molesto, y me dice: ‘Usted es un hijo de p… ¿Por qué no me ha llamado? ¿Quiere que pierda el partido?´. Hasta el día de hoy lo llamo antes que juegue el City”.
La costumbre de La Regina se originó durante la etapa del chileno en River Plate. En esa época, en medio de ravioles y charlas futboleras, el pequeño dirigente acostumbraba a cenar con el plantel en la previa de cada partido. Así lo cuenta: “En esas cenas tenía prohibido que alguien hablara por teléfono. Había que mantener los móviles en silencio. Al que le sonaba… ¡Pum!, multa. Eran multas pequeñas, de diez o quince dólares, pero de la multa y de la cara de molestia nadie se salvaba. Una noche estábamos cenando y sonó mi móvil. Se me había olvidado apagarlo. Yo me quería morir de la vergüenza; todos los jugadores jodiéndome y Manuel me dice que responda no más, que total igual iba a tener que pagar la multa, así que no perdiera la llamada. Cuando colgué me preguntó quién era y le conté que mi hermano.
No me dijo nada más y después pagué mi multa, que iba para un fondo común de asados del plantel.
“A la semana siguiente volvimos a cenar antes de un partido y me dice: ‘Dígale a su hermano que lo llame cuando estemos comiendo’. ‘Pero ¿cómo?’, le pregunto, y como si nada me dice que la semana pasada ganamos, así que hay que repetir el llamado, el sonido del móvil, la conversación con mi hermano y la multa. Desde ese día, sagradamente, mi hermano tuvo que llamarme a la hora de la cena y yo pagar la multa. Cuando se le olvidaba, lo tenía que telefonear yo para recordarle que me tenía que llamar él.”
A Pellegrini le brillan los ojos cuando le cuento del encuentro con Antonio La Regina. Se ve que estima al ex dirigente especialista en pastas. Pero ni se inmuta al escuchar las historias de sus cábalas:
—Tan racional que es usted. Me sorprendió enterarme de que era cabalero…
—Yo no soy cabalero, para nada.
—¿Cómo que no? ¿Y lo que cuentan quienes lo conocen?
—No son cábalas. Simplemente pienso: para qué cambiar lo que funciona…