El miércoles en la tarde —a la misma hora que el cardenal Francisco Javier Errázuriz era interrogado por la demanda civil por supuesto encubrimiento y negligencia en el manejo que tuvieron las autoridades de la Iglesia en el caso Karadima—, el obispo de Rancagua y vicepresidente de la Conferencia Episcopal, Alejandro Goic, escribía sus reflexiones sobre el difícil momento que atraviesa la Iglesia chilena.
Con 75 años, es el obispo en ejercicio de mayor edad de la institución y por estos días su máxima autoridad ya que el arzobispo Ricardo Ezzati se encuentra fuera del país. Y si bien mide cada una de sus palabras, el prelado desliza una mirada crítica a lo que ha sido la actuación de sus pares de la jerarquía católica.
Para mí, esta ha sido la mayor cruz que me ha tocado enfrentar en mi servicio pastoral. Estamos hablando de situaciones aberrantes que no supimos ponderar, detectar, enfrentar. Y cuyas consecuencias nos siguen causando hoy sinsabores, descrédito, desconfianza
—Desde hace unos años la Iglesia chilena ha estado bajo fuertes cuestionamientos por los casos de abusos, sin embargo, hoy el cuestionamiento parece ser aún más amplio respecto a cómo las autoridades de la Iglesia han manejado estos temas. ¿Usted ve que haya una crisis en ese sentido?
—Nos ha costado, sin duda alguna. No ha sido fácil. Pero no estamos hablando de una situación difícil entre otras dificultades. Para mí, esta ha sido la mayor cruz que me ha tocado enfrentar en mi servicio pastoral. Lo digo por el inmenso dolor que me causa la realidad del abuso hacia personas vulnerables, cometido por hermanos míos en quienes las familias depositaron toda su confianza. Estamos hablando de situaciones aberrantes que no supimos ponderar, detectar, enfrentar. Y cuyas consecuencias nos siguen causando hoy sinsabores, descrédito, desconfianza.
—Por estos días avanza en tribunales un juicio para determinar presunto encubrimiento y negligencia respecto a cómo el Arzobispado de Santiago manejó el caso Karadima y se han revelado correos que envió el cardenal Errázuriz a Karadima donde le sugiere una fórmula para una salida tranquila y con honores de El Bosque... Mirado desde la perspectiva actual, ¿usted cree que hubo un error en cómo se manejó este tema?
—No me corresponde a mí calificar estas situaciones pasadas. Son otras las instancias llamadas a evaluarlo. Lo que sí me corresponde es animar a mis hermanos obispos a trabajar porque las víctimas de abusos sean efectivamente una primera prioridad para nosotros. Y ayudar a que, como ha dicho el arzobispo de Santiago a sus sacerdotes, cualquier situación que pudiera ser constitutiva de abuso la denunciemos formalmente en las instancias eclesiásticas y civiles cuando corresponda. Creo que el proceso de formación de agentes pastorales en todas las diócesis de Chile ayudará a tomar una mayor conciencia de la gravedad del abuso y de la necesidad de cuidar espacios sanos y seguros para niños y jóvenes.
—Nos podría explicar su papel en la reunión del 31 de mayo de 2010, que reveló The Clinic, donde los sacerdotes del círculo de Karadima se reúnen con monseñor Errázuriz, en lo que parece ser, según lo que informa una minuta, un análisis estratégico de cómo enfrentar las denuncias.
—Lo que yo hice entonces, como presidente de la CECh, fue convocar a una reunión privada al entonces arzobispo de Santiago junto a los otros cuatro obispos mencionados, para dialogar con fraternidad y transparencia sobre el impacto que estaba teniendo, para todos nosotros y para la Iglesia, la denuncia contra el sacerdote Karadima. Se intercambiaron opiniones con libertad, pero no se adoptaron allí decisiones ni estrategias. No correspondía ni era lo que yo buscaba al convocarla. A mí me interesaba poder escuchar a los obispos, despejar rumores, limar asperezas e invitar a todos a confiar en las instancias llamadas a hacer verdad y justicia. No se tomó acta alguna ni se distribuyó una minuta posterior. El documento al que usted se refiere lo conocí sólo ahora con esta publicación.
—Este mes el arzobispo Ezzati se vio envuelto en la polémica por la filtración de unos correos donde veta la designación de Juan Carlos Cruz en la Comisión Pontificia contra el Abuso Sexual. ¿Cuál es su reflexión respecto a todo este episodio?
—Hemos podido compartir nuestra reflexión en las instancias de diálogo entre obispos. La coherencia, la consecuencia, son valores de los cuales los pastores somos los primeros llamados a dar testimonio.
—¿No cree que el problema es que a las autoridades de la Iglesia se las ve más preocupadas de los sacerdotes implicados que de las víctimas?
—Eso desgraciadamente ha ocurrido. Las nuevas Líneas-Guía para la prevención de abusos, vigentes en todo Chile desde el 16 de julio, son claras y categóricas respecto de que la acogida y el acompañamiento a las víctimas es nuestro primer deber, y que ello no significa adelantar veredictos ni terminar con la presunción de inocencia. Nos ha faltado la empatía cristiana que, a imagen del buen samaritano, se conmueve y duele junto al hermano herido, corre y se pone a disposición para ayudar y procurar su sanación. ¿Qué haría Cristo en nuestro lugar? ¿No dejaría todo por amparar a quien ha sufrido?
—¿Cómo se debaten estos temas al interior de la Conferencia Episcopal? ¿Es un asunto que se trata con franqueza y directamente o más bien se elude?
—Hemos abordado la prevención de abusos en todas nuestras asambleas plenarias desde el año 2011, en que actualizamos el protocolo de denuncias y acompañamiento de víctimas. En todas ellas han participado miembros del Consejo nacional de prevención. El problema, a mi juicio, no es que nos falte consenso o claridad sobre la materia de los abusos sexuales a menores de edad. Nuestra palabra pública ha sido clara y sin rodeos. La dificultad radica en que no siempre dimensionamos el daño gigante que estos casos producen a personas y a la comunidad. Bien sabemos que el abuso sexual generalmente está vinculado a situaciones de un ejercicio impropio de la autoridad, a veces de manipulación de conciencia. Quizá no hemos sido lo suficientemente audaces en la detección de los síntomas del abuso al interior de la Iglesia. Queremos avanzar decididamente en ellos, con la ayuda de profesionales y de la dolorosa experiencia de otras Iglesias del mundo.
—Según una encuesta de Cadem PlazaPública del 14 de septiembre, católicos y no católicos critican por igual el manejo que ha tenido la Iglesia respecto a los casos de abusos (74% está en desacuerdo con la actuación de la Iglesia). ¿Cómo observa este fenómeno y qué mensaje daría a los católicos que están perdiendo la confianza en la institución?
—La opinión pública se escandaliza, con razón, cuando se entera de estos episodios que tanto dolor nos han causado como Iglesia. Los medios de comunicación hacen su trabajo al transparentar estos casos dolorosos. Cuánto quisiéramos que también pudieran dar cuenta de la acción valiente de tantos católicos que cotidianamente y sin ruido, ayudan, acompañan, sirven a las personas. La Iglesia, gracias a Dios, es mucho más que el pequeño grupo de autoridades a quienes hoy nos toca conducirla. La Iglesia es una comunidad de personas en movimiento. Cuando las encuestas preguntan por el sacerdote o diácono de su parroquia, por su colegio católico, por sus catequistas o servidores de enfermos, probablemente los indicadores de credibilidad y de confianza varían. Jesucristo nos muestra un camino: aprender de los pequeños y sencillos, servir con humildad, despojarnos de vanidades y arrogancias. Eso es vivir el Evangelio.
—Usted ha lamentado lo que ha pasado con la designación del obispo Juan Barros en Osorno. En el último Tedeum la catedral de la ciudad estaba semi-vacía y continuaban las protestas. ¿Están las autoridades de la Iglesia escuchando a los fieles?
—Yo he escuchado con mucha preocupación el testimonio de diversos miembros de la Iglesia de Osorno, incluido el obispo y también los dirigentes de laicos y laicas que se oponen al nombramiento. Antes y después del nombramiento hice presente, a título personal y también junto a otros hermanos obispos, mi preocupación por el impacto de esta situación. Me duele en el alma lo que ocurre. Me duele por los agentes pastorales, por las familias, por Juan, mi hermano obispo, también por los clérigos a quienes bien conozco porque fui obispo de Osorno diez años. Me duelen las lecturas sesgadas que a veces se hacen. Pero sobre todo me duele la indolencia, esa tentación de acostumbrarse a una tensión y división que a nadie le hace bien.
Cada vez que la Iglesia abandona el camino de Jesús para preocuparse de asegurar cuotas de poder y de prestigio, la oscuridad ha impedido que florezca el Evangelio. Tenemos que volver a nuestra fuente
—Para otras instituciones, políticas o empresariales, que atraviesan momentos complejos, se habla de la necesidad de transparencia, renovación, asumir errores... ¿Cuál ve usted que puede ser el camino de salida para los problemas de imagen de la Iglesia?
—Nuestra salida no es estratégica ni de apariencias. No son los resultados de las encuestas lo que nos motiva. Nuestra salida es el camino que Jesús nos mostró hace dos mil años. Por haber abandonado ese camino estamos como estamos. Era el camino de Jesús el que seguía la Iglesia cuando acogía a los perseguidos políticos y amparaba ollas comunes para los más pobres en las poblaciones. Cada vez que la Iglesia abandona el camino de Jesús para preocuparse de asegurar cuotas de poder y de prestigio, la oscuridad ha impedido que florezca el Evangelio. Tenemos que volver a nuestra fuente. El papa Francisco lo ha dicho hasta el cansancio: una Iglesia para los pobres, una Iglesia en salida, una Iglesia samaritana preocupada del bien de las personas…
—¿La Iglesia chilena está realmente en sintonía con el mensaje del papa Francisco respecto a este tema?
—Yo he percibido un entusiasmo muy significativo en todos los ambientes de la Iglesia y fuera de ella. El Papa ha venido a recordarnos que la conversión no es una tarea de “otros”, sino de cada uno. Yo, obispo, soy el primer invitado a mirar mi vida frente al espejo del Evangelio. La Iglesia pierde su rumbo cuando su palabra y su acción excluyen y alejan a las personas. El Papa nos invita a un tiempo especial de misericordia, a acoger, a salir, a curar, a recordar que Dios nos ama a todos y a todas con infinita bondad. Si como Iglesia nos equivocamos con sectarismos y clericalismos, hoy es el tiempo de reparar el error.