Por Por Paula Molina // Foto: José Miguel Méndez Noviembre 13, 2015

Doug Ahlers tiene una relación especial con Chile, particularmente con Perales, Cobquecura y Dichato, en la Octava Región, localidades que visitó poco después del 27 de febrero del 2010. Conmovidos por la dimensión del desastre, y convencidos de que la recuperación requeriría de un esfuerzo que tomaría muchos años en distintas áreas, Ahlers y otras personas en la oficina regional del Centro Rockefeller para Asuntos Latinoamericanos armaron Recupera Chile, un proyecto paraguas donde gente de Chile y Harvard colabora en distintas áreas de la recuperación de acuerdo a sus diferentes experticias.

“Yo no sé nada sobre salud mental infantil, por ejemplo, pero tenemos en Harvard a alguien como Judith Palfrey —ex asesora de Michelle Obama— que viene a Dichato a dar un taller sobre el tema. Así funciona “Recupera Chile”: si sabes, anda”.

—La primera vez que llegamos a Dichato, Cobquecura y Perales, nos organizamos con Corfo, Sercotec y Fosis. Nos contaron que tenían programas y fondos para apoyar proyectos que iban desde la economía de subsistencia a otros de mayor escala, pero que la gente no postulaba. O las postulaciones llegaban mal hechas o incompletas. Eso era algo en lo que podíamos ayudar. Así que nos organizamos en jornadas para conectar a las personas con los programas y los fondos, viendo quién podía aplicar a qué, y luego ayudando con las postulaciones.}

“Si hablas con los chilenos, te dirán que la reconstrucción (tras el 27F) fue lenta. Pero si le preguntas a cualquier persona de afuera, el mundo está sorprendido, atónito por la rapidez con la que se reconstruyó. La experiencia de Chile, para estándares mundiales, humanos, fue rápida”.

—Lo hicieron con estudiantes de Harvard, que podían trabajar aquí en el verano...
—Claro, pero no necesitas estudiantes de Harvard para construir estas colaboraciones público-privadas. Podrías haber trabajado con estudiantes de Bíobío, con jubilados o voluntarios. Hay un montón de recursos en la comunidad que se pueden ocupar. Para nosotros, se trataba más bien de crear un modelo, un ejemplo. Además sabíamos que podíamos hacerlo, porque habíamos visto problemas similares antes. En New Orleans, por ejemplo. Allí, para postular a una ayuda para reparar tu casa tras el huracán tenías que completar un montón de papeles que había diseñado un graduado universitario en alguna oficina en Washington. Pero luego había que repartir esos mismos formularios en una comunidad pobre, donde hay gente que a lo mejor ni siquiera habla inglés, que además está traumatizada por el desastre. Necesitas a alguien que al menos te acompañe, te dé una mano en el proceso.

—¿Cómo evalúa la reconstrucción de Chile tras el 27F?
—Si hablas con los chilenos, te dirán que la reconstrucción fue lenta. Pero si le preguntas a cualquier persona de afuera, el mundo está sorprendido, atónito por la rapidez con la que se reconstruyó Chile. La experiencia de Chile, para estándares mundiales, para estándares humanos, fue rápida.

—Chile tenía un montón de casas por reconstruir y optó por las mediaguas como viviendas de emergencia. ¿Cómo cree que funcionan las mediaguas en la emergencia?
—Creo que las mediaguas son una solución bastante buena al problema de la reconstrucción. Hubo dificultades, pero todo sistema de viviendas temporales, de emergencia, va a tener problemas. Porque estás tratando de resolver un doble desafío: tienes que ser capaz de albergar a las personas por períodos largos, de hasta cuatro años, pero no quieres gastar todos tus recursos en esas viviendas temporales, quieres usarlos en las definitivas. Tampoco quieres que las personas se vayan a otras ciudades, porque no puedes reconstruir una comunidad si las personas no están ahí: son sus vidas las que quieren recuperar, allí están sus redes, sus colegios. En esa lógica, la mediagua es una buena solución. Chile además tuvo otra “mejor práctica”, una brillante, que fue tratar de instalar las mediaguas en los mismos terrenos de la gente, cuando se podía. Habría sido mucho más fácil ponerlas todas juntas, pero ocupar los mismos terrenos evitó lo que llamamos el segundo desastre, que es cuando las personas se desplazan, se van.

—¿Qué diría en general sobre la forma en que Chile enfrenta los desastres?
—Yo le daría una marca muy alta a la recuperación de Chile tras los desastres. Primero, porque tiene gobiernos competentes. Dos, porque tiene muy poca corrupción, en términos comparados. En el caso del 27 de febrero, hubo además un compromiso desde los niveles más altos del gobierno de hacerse responsable de la recuperación, por eso la responsabilidad se extendió a todos los niveles: ministerios, autoridades regionales, funcionarios. Otra parte del éxito de Chile fue que se dio un plazo para la recuperación.

—Pero el plazo puede generar problemas también...
—La primera vez que vine y me dijeron que reconstruirían el país en 4 años, me reí. Parecía una locura. Pero llegaron muy cerca de la meta. Para mí, imponerse un plazo fue clave. Porque cuando no tienes un plazo, pierdes el foco, el sentido de urgencia. Como en Nueva Orleans, donde una década más tarde todavía hay gente que no ha vuelto a sus hogares. El plazo genera una especie de pánico de no cumplir e instala una expectativa en las personas que se traduce en más presión hacia el gobierno. El plazo es una de las buenas prácticas que, de hecho, acabo de transmitir en Nepal. No importa qué plazo se van a dar, pero comprométanse a uno. Sin plazo, las tareas no se logran. Es simple, pero funciona. Y es una lección que el mundo puede aprender de Chile.

—En Nepal aplicó lecciones aprendidas en Chile ¿Hubo otras lecciones que llevara de Chile a otros lugares que hayan pasado una catástrofe?
—Hay lecciones aprendidas de cosas bien hechas y de otras observaciones. Por ejemplo, trabajando con las comunidades en Recupera Chile se nos hizo muy claro que hay que trabajar también en recuperar la forma de sustento de las familias. Es algo urgente y se hace poco. En el sur hubo fundaciones que repartieron botes, o redes, lo que fue fantástico. Pero en Perales nos dimos cuenta de que había todo tipo de necesidades distintas; gente que había perdido sus vacas, porque se las había llevado el tsunami, o había perdido su plantación de frutillas, o sus invernaderos. Los pescadores que no podían pescar, porque los patrones de la pesca habían cambiado. Se habían perdido herramientas de trabajo, máquinas de coser, utensilios de cocina, que eran claves para una persona que vendía empanadas. El tsunami se había llevado también aquello que permitía generar un sustento.

—Eso se mira poco en los desastres.
—Sí, y fue también una de las debilidades en la respuesta chilena: restaurar las formas de sustento. No quiero culpar a Chile por eso, porque nosotros, que estudiamos el tema, no nos dimos cuenta hasta que fuimos a trabajar con las comunidades y lo vimos con nuestros propios ojos: necesitas una vaca, un invernadero. Si eras carpintero, necesitas tu martillo, clavos. Cómo puedes recuperarte si no tienes tus herramientas y perdiste el dinero para comprarlos. Para restablecer la economía de una comunidad, por pequeña que sea, tienes que recuperar cada pieza. Porque es la persona que tiene una vaca, la que le compra a la que tiene frutillas, la que compra a la que vende empanadas. O si no la comunidad no se levanta. Una familia no puede empezar a reponerse de un trauma a menos que tenga de qué vivir. Tener una casa es la necesidad básica. Pero también lo es la capacidad de mantenerse a sí mismo y a una familia. Eso se me hizo clarísimo en Chile. Es una práctica que debería asumirse como el estándar a incorporar en todas las formas de recuperación. Junto a la salud mental y social.

—¿Fue una enseñanza de Chile?
—Me lo enseñó la gente de Perales, igual que otras cosas. No quiero decir que yo vine y aprendí: ellos me educaron, me enseñaron. Y para mí, es una parte muy importante de lo que hago. Y creo que es importante para el mundo. Tenemos tanto que aprender. Nadie hace esto bien. Siempre lo puedes hacer mejor, porque aún cuando lo haces bien, la recuperación tras el desastre es difícil. Porque después de un desastre la gente sufre. Y nuestro propósito es hacer lo que podamos para reducir ese sufrimiento.

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