Gritos, palos, lumas, golpes, insultos. Lo usual en un desalojo en La Araucanía. Pero una proclama que pudo pasar inadvertida o tomada como una perorata más al calor de la refriega marcó esa mañana del dos de marzo pasado el fin de la toma del Seminario San Fidel de Padre Las Casas. “La iglesia ha demostrado ser un miembro más del Estado y no vamos a descansar hasta expulsarla del territorio mapuche”, dijo Fidel Tranamil, uno de los dirigentes de una comunidad que reclamaba como propio por derecho ancestral el predio de nueve hectáreas en el que se ubica el centro religioso. El hecho es considerado como el detonante o punto de inicio de una escalada de fuego que tiene en la mira parroquias, templos y capillas, en su mayoría católicas, aunque también evangélicas. Pero la razón de fondo estaría más allá que la simple expulsión de los radicalizados del San Fidel.
Desde fines de 2014 son trece las iglesias que sucumbieron bajo las llamas. La mayor parte de ellas, católicas. Definitivamente algo cambió en el conflicto mapuche y el fuego ya no sólo consume camiones, maquinaria o las casas patronales. Ahora el foco apunta, también, a otro ícono de la cultura “peñi”: el cristianismo. Y algo que preocupa a los investigadores es que en los panfletos y reivindicaciones posteriores a través de comunicados difundidos en la web hay un nombre que se repite: el del obispo de Villarrica, Francisco Javier Stegmeier. Personaje de carácter complejo, según quienes lo conocen y portador de una postura más bien dura en torno a la demanda indígena que ha generado diferencias, incluso, al interior de la diócesis de Villarrica la que dirige desde abril de 2009. No sin complicaciones y no sin decisiones polémicas. Entre ellas el desalojo de San Fidel.
Hay un nombre que se repite: el del obispo de Villarrica, Francisco Javier Stegmeier, quien ha adoptado una postura más bien dura en torno a la demanda indígena que ha generado diferencias, incluso, al interior de la diócesis de Villarrica la que dirige desde abril de 2009.
El conflicto por el seminario, que estuvo tomado intermitentemente desde 2012, estuvo varias veces a punto de llegar a una solución. Incluso, el mismo Francisco Huenchumilla lo reconoció recientemente en una entrevista en revista Caras. “Con el obispo de Villarrica, Francisco Stegmeier, llegamos a un acuerdo para que el gobierno comprara ese establecimiento. Pero se fue Rodrigo Peñailillo, después me fui yo, cambió la postura de diálogo y el obispo pidió el desalojo que produjo el punto de quiebre”, señaló el ex intendente.
Quienes conocieron de la negociación señalan que, si bien hubo cierta intención de hacer efectiva la compra, hubo elementos que imposibilitaron el negocio. Y uno de ellos fue el alto precio solicitado por la iglesia para desprenderse del predio de nueve hectáreas. Según fuentes al interior del Ejecutivo, la diócesis comandada por Stegmeier tasó en cerca de $ 3.000 millones la propiedad, es decir, más de US$ 4 millones. La cifra, sumado a la postura de las nuevas autoridades de Interior (el ministro Jorge Burgos que reemplazó a Rodrigo Peñailillo y Andrés Jouannet, que asumió posterior a Huenchumilla) de no negociar con comunidades que alteren el orden y ejerzan presiones violentas, echó por tierra cualquier principio de acuerdo que haya existido. Así, el desalojo fue la última salida y el obispo villarricense no dudó en pedirlo.
Desde entonces, se han sucedido diez quemas a templos. La escalada recrudeció luego de la detención de los once presuntos implicados en el crimen del matrimonio Luchsinger Mackay. Pero ¿qué hizo que el foco de violencia también incluyera a la iglesia? ¿Cuál es el fondo del cambio de mirada de los grupos más radicalizados? Hay algunos que creen, al interior del mismo catolicismo, que las quemas son sólo una muestra de una relación que se ha complejizado en el último tiempo. Y no son pocos los que ven en el obispo de Villarrica un personaje disociador y controvertido. Al menos así han leído algunas decisiones que ha tomado.
Cambio de mirada
El obispo Stegmeier se hizo cargo de la diócesis el año 2009 en reemplazo del capuchino alemán Sixto Parzinger. Villarrica es una jurisdicción que agrupa a 29 parroquias desde Padre Las Casas por el norte, hasta Panguipulli (Región de Los Ríos) por el sur. Atiende a una población de 390 mil habitantes aproximados en una extensión de 14 mil 544 kilómetros cuadrados de territorio. Gran parte de ellos reclamados, de alguna forma u otra, por comunidades indígenas. Y dentro de la etnia, según datos del último censo, casi el 70% de los mapuches profesa la fe católica.
“Ha existido en distintos períodos históricos una serie de obispos con bastante cercanía a la temática y bastante cultos en el conocimiento de la historia regional que los ha hecho, hasta ahora, bastante cercanos a la demanda indígena. Con las distinciones obvias que rechazan los actos de violencia que implican esta lucha que no tiene respuesta en Chile. Pero ese cambio de mirada con lo que sucede en el sur fue muy notorio cuando nombraron a monseñor Stegmeier en Villarrica. Ese cambio fue clave”, dice Pedro Cayuqueo, periodista, escritor y directivo de la Corporación de Profesionales Mapuches, además de ser uno de los fundadores de la Coordinadora Arauco Malleco (CAM), en la que no está activo desde el 2000.
Stegmeier fue ordenado sacerdote el año 1988 y al año siguiente ingresó a la Pontificia Universidad de Santa Cruz en Roma, ligada al Opus Dei. A su vuelta, el año 1992 fue párroco en Los Ángeles y luego de una estadía, primero como profesor y posteriormente como rector en el seminario de Concepción, quebró en 2009, una tradición de 80 años de líderes capuchinos en Villarrica. Una de sus primeras decisiones fue cerrar la pastoral indígena.
“Los capuchinos tuvieron una comprensión de la lengua y de la cultura mapuche un poco más fina. Y eso se debe a que algunos sacerdotes capuchinos fueron personas que valoraron la cultura mapuche y defendieron, dentro de lo que les fue posible, los derechos de las comunidades. Y eso marcó la diferencia. Uno podría decir que el mundo capuchino fue más cercano al mundo mapuche”, explica el sacerdote Fernando Díaz, miembro de la orden del Verbo Divino, quien ha desarrollado su ministerio junto a las comunidades indígenas en la diócesis de Villarrica principalmente.
Eso, según el religioso, se marcó con matices con los tres obispos de la orden que estuvieron antes de Stegmeier: Guido Beck (1929-1958), Guillermo Carlos Hartl (1958 – 1978) y Sixto Parzinger (1978 – 2009). “Cuando llega el nuevo obispo Stegmeier se produce un cambio radical porque este nuevo obispo tiene una formación teológica Opus Dei, cerrado al diálogo y sin reconocimiento a la cultura mapuche ni a su religión y se instala como un ser extraño y comienza a quebrar a la iglesia de La Araucanía y hoy es una iglesia muy dividida y dañada. Cerró la pastoral indígena después de muchos años de trabajo. Cerró la Fundación para el Desarrollo de La Araucanía y se retiró de la Fundación Instituto Indígena”, relata el padre Díaz, quien agrega: “Cortó todos los canales con los que la diócesis se comunicaba con el mundo mapuche”.
Francisco Javier Stegmeier es hermano de José Miguel Stegmeier, presidente de la Sociedad Agrícola del Biobío, quien duró sólo tres días como gobernador del Biobío al inicio del gobierno de Sebastián Piñera, ya que una investigación periodística de Ciper lo relacionó a sociedades que prestaban apoyo financiero a Colonia Dignidad. Pese a negar su participación como ayudista de los alemanes, sí reconoció lazos con la gente de Villa Baviera. Incluso en una entrevista posterior señaló: “Es un tema familiar. Mi papá fue amigo de ellos, recibió atención médica en el Hospital de la Villa Baviera y falleció incluso en ese recinto, entonces se generó toda una amistad con personas de allá”.
Otro sacerdote crítico a las actuaciones del obispo Stegmeier es el padre Severiano Alcamán, el primer cura capuchino mapuche de Chile. “Yo lo veo muy contradictorio. Él (Stegmeier) se ha separado de lo que tenían los capuchinos antes. Es poco amigable. Incluso él ha dicho por ahí que el pueblo mapuche es pagano”, cuenta el padre Alcamán.
Stegmeier estuvo invitado y confirmado a la última sesión de la comisión de la Cámara de Diputados que investiga las causas de la denominada “violencia rural” en La Araucanía, pero un día antes avisó que no asistiría. “No sabemos las razones”, comentó el diputado Fernando Meza, parte de la comisión, quien agregó: “Nosotros creemos que la Iglesia tiene mucho que decir y mucho que aportar en la búsqueda de soluciones a esta ola de violencia que sacude a La Araucanía y que tiene características terroristas muchas veces. Y la propia Iglesia Católica ha sido víctima en los últimos tiempos. Desgraciadamente el obispo declinó asistir y no sabemos las razones”.
Sobre el perfil del actual obispo, el parlamentario señaló: “El obispo anterior era más integrador. Era más fácil llegar a él y buscar soluciones y acercamientos con las comunidades. El actual obispo tiene su forma de actuar un poco más distante, más impersonal. Podríamos decir que es más brusco y más rupturista a la hora de opinar sobre el conflicto”.
El obispo evangélico Emiliano Soto, presidente de la mesa ampliada de entidades evangélicas, tiene un punto de vista similar sobre las actuaciones de su par católico. “El pueblo mapuche tiene esa contrariedad porque él se ha mostrado cercano a un cierto sector político y también de un cierto sector social que excluye al mundo mapuche”, dice el líder protestante.
¿Qué hizo que el foco de violencia también incluyera a la iglesia? Hay quienes creen, al interior del mundo católico, que las quemas son sólo una muestra de una relación que se ha complejizado en el último tiempo. Y no son pocos los que ven en el obispo de Villarrica un personaje disociador.
Soto también está consciente de que ellos, como evangélicos, también han sido blanco (aunque en menor medida de los ataques, tres de trece) y asume que la razón principal de eso es que las posturas de esta religión son más radicales que el catolicismo. O sea, un mapuche convertido al cristianismo evangélico debe dejar atrás toda su religiosidad ancestral. Ya no más machis, ya no más espíritus ancestrales, ya que son actuaciones consideradas como pecaminosas por el cristianismo protestante. Y eso, obviamente, molesta a los grupos más radicalizados que han postulado la reconstrucción cultural de la etnia, lo que incluye tierras y, por cierto, costumbres religiosas. “Es posible de parte de algunos sectores de la realidad mapuche en la mirada de defensa de sus valores y principios religiosos tengan una cierta animosidad a una visión de fe diferente”, reconoce el pastor Soto.
Francisco Javier Stegmeier señaló a Qué Pasa, a través del departamento de Comunicaciones del Obispado, que no hablaría del tema. De hecho, la mayor parte de los obispos chilenos consultados prefirió guardar silencio. Sólo el líder de la iglesia de Temuco, Héctor Vargas, entregó su visión sobre el fenómeno de la quema de templos en general. “No logro encontrar respuesta a algo tan incomprensible, que sólo aumenta el dolor y el sufrimiento de un pueblo noble que desde hace más de un siglo ha sufrido el despojo, la invisibilización, la pobreza, el confinamiento a tierras poco productivas, la discriminación racista, etc. Las acciones violentas no evitarán jamás que la Iglesia siga adhiriendo y apoyando las legítimas demandas de las comunidades mapuche, que siendo pacíficas, continúan esperando ya demasiado”, dice el prelado, quien destaca el trabajo de la iglesia temuquense con el mundo indígena: “A través del Departamento de Acción Social DAS, la Fundación Afodegama, el Obispado desde hace años lleva adelante una política de promoción humana hacia comunidades mapuche en diversas comunas del mundo rural”.
Vargas, eso sí, se negó a comentar las acciones de Stegmeier. Su respuesta a eso fue que no manejaba la realidad de otras diócesis.
territorio rebelde
En las últimas semanas irrumpió un grupo identificado como Weichan Auka Mapu (Territorio rebelde en lucha). Estos, a través de un comunicado subido a la red, se adjudicaron casi cuarenta hechos violentos, entre ellos la mayoría de los ataques a las iglesias. En su presentación, los Weichan Auka también hacen mención al obispo villarricense y lo acusan de prepotente e irresponsable por el desalojo del seminario San Fidel.
“Desde la ocupación de nuestro wallmapu a sangre y fuego y con la complicidad de la clase eclesiástica tratando de imponer con la cruz y la espada una religión desconocida que tergiversaba del todo nuestra propia religión. A pesar, de que esta religión provocó grandes desequilibrios espirituales y emocionales en nuestra sociedad, incluso desmembrándonos culturalmente, ya que nuestras autoridades espirituales tales como las (os) Machi fueron tildadas de hechiceras, llegando en muchos casos a asesinarlas. Supimos conllevar obligadamente el tener que relacionarnos con ellos hasta el día de hoy. Desde esta perspectiva es que se entiende la actitud de sometimiento de alguno de los miembros de las reducciones. En función de nuestro deber y derecho, nos vemos en la obligación como weichafe que practicamos la autodefensa, las medidas de justicia ante la agresión de la iglesia católica contra nuestro Pueblo”, se lee en el texto.
El documento se encuentra en poder de la Fiscalía de La Araucanía y llama la atención que el grupo se separe de la línea de acción de la histórica Coordinadora Arauco Malleco (CAM). Esta última organización, incluso, ocupó sus espacios en internet para rechazar los ataques a las iglesias y argumentaron que ellos sólo iban tras las forestales y grupos económicos. Fuentes de inteligencia apuntan a que el grupo tiene más que ver con una línea más cercana al anarquismo que ha podido ser incubado en universidades y hogares mapuches. Con todo, no hay datos finos que apunten a identificar a quienes efectivamente están detrás de los ataques o, incluso, que esta nueva agrupación exista como tal. Por ahora sólo quedan las amenazas, un obispo en entredicho y las ruinas de construcciones marcadas con una cruz… y fuego.