Por Paula Molina Mayo 13, 2016

Cuando España aprobó el 2013 una ley para la mejora de la educación, conocida como Lomce, la oposición acusó que la reforma educativa se había hecho “de chapuza en chapuza” y amenazó con llevarla al Tribunal Constitucional.
Son argumentos que se han escuchado en Chile, aunque en España la reforma la realizó el gobierno de centroderecha de Mariano Rajoy y en la oposición estaban los socialistas. Un diputado del PSOE dijo que la ley educativa era “un monstruo deforme” y hoy, cuando la división de los partidos y movimientos ciudadanos ha hecho imposible armar un gobierno tras las últimas elecciones, hay un punto en que al menos la mayoría coincide: su deseo por derogar la Lomce.
“Es un ejemplo del debate político ideologizado que se da en la educación”, dice en Santiago Montserrat Gomendio, ex secretaria de Estado de Educación en España y una de las principales impulsoras de la polémica ley. “No hay una concreción de qué aspectos de la Lomce no gustan, sólo hay una intención política de derogar una ley aprobada por un gobierno. Habría que concretar y racionalizar el discurso. Con qué aspectos no están de acuerdo, ver la evidencia y decidir si es razonable modificarlos”.
Gomendio visitó Chile hace algunas semanas, no como política, sino como actual directora adjunta de la Dirección de Educación de la OCDE, que cuenta con un equipo de expertos que está revisando el informe sobre el sistema educacional de Chile que ya realizó la organización el 2004.
Política y científica, doctorada en Cambridge, Gomendio —qué duda cabe— conoce las pasiones que desatan los cambios en educación. Y una de las fórmulas que ofrece, de las pocas que funcionan en casi cualquier reforma, dice, es “desideologizar la discusión sobre educación”.
“Hay que huir de los aspectos ideológicos del debate educativo, que son muchos. Todos tenemos una opinión sobre la educación, porque tenemos hijos o nietos, o sobrinos que estudian. A todos nos importa, y es bueno que así sea. Pero también es bueno que nuestras opiniones se basen en evidencias y utilicen argumentos racionales, y no siempre es así: el de la educación ha sido tradicionalmente un discurso tremendamente ideológico”.
—La definición de “ideológico” es un poco esquiva y se usa para criticar las ideas que no son propias. ¿Qué ejemplo me podría dar de un argumento puramente ideológico en educación?
—Te cuento lo que yo viví. En España, por ejemplo, se dio muchísima importancia a una asignatura que se llamaba “ciudadanía”, porque políticos de uno y otro signo entendían que enseñar valores a los niños era un riesgo, que los gobiernos, de uno o de otro signo, intentarían adoctrinarlos. Yo creo que ese es un discurso falaz, porque creo que hay valores universales que es importante enseñar, y porque los gobiernos deben huir de adoctrinar a los niños a través de la escuela. Por lo tanto no creo que la sola existencia de una asignatura llamada “ciudadanía” sea un argumento en sí mismo, sino cuál es su contenido y qué valores éticos y morales, reconocidos universalmente ayudarán a los estudiantes a ser, además de buenos alumnos, buenos ciudadanos en sociedades democráticas. En el caso de España, ese argumento se estiró y se magnificó más allá de lo que tenía sentido.
—Ya que cita su experiencia, me llamó la atención que la Lomce en España dejara de considerar discriminatoria la educación segregada entre niños y niñas.
—Ese fue otro tema que se magnificó más allá de toda proporción. En España, como en otros países, en los colegios de gestión privada sostenidos con fondos públicos, lo que llamamos la escuela concertada, una proporción muy baja escoge educar a niñas y niños por separado. Es una proporción bajísima, ni del 1%. Lo único que se incorporó en la Lomce es el reconocimiento, que ya venía sucediendo, de que podían sostenerse con fondos públicos. Ya lo estaban, pero se reconocía. ¿Hay evidencia de que la educación de niños y niñas conjuntamente, o por separado, sea mejor o peor? Creo que desde el punto de vista científico no hay ninguna evidencia concluyente. Es una cuestión de elección de las familias. Además la proporción de estos colegios es cada vez menor, porque cada vez menos familias eligen ese modelo. Pero se generó un debate político ideologizado y, desde mi punto de vista, desproporcionado.
—Pensando en la reforma en Chile, ¿qué datos cree que debería mirar el país?
—Es muy importante utilizar la evidencia que ya está disponible, entre otras cosas, gracias al trabajo que ha hecho la OCDE a través de programas como la prueba PISA, o PIAAC, que mide las competencias de los adultos y muchos otros en marcha. En un mundo globalizado es cada vez más importante conocer la calidad del sistema educativo en un comparativo internacional. Hay que entender dónde está situado el país en relación al resto, cuáles son las debilidades y fortalezas. También hay que aprender de las reformas que se han llevado a cabo en otros países.
—Sobre reformas de otros países, en Chile se habló mucho de Finlandia en la educación, en términos de que es también un país más igualitario, y que sabemos que la educación es un movilizador social.
—No sólo Chile, sino muchos países han puesto el foco en Finlandia, por considerarlo un ejemplo tanto de calidad como de equidad. Y es un buen ejemplo, ha tenido resultados muy buenos en gran parte de las pruebas internacionales, pero no es el único. Hay otros países a los que quizás también hay que poner atención, si uno no tiene un punto de partida tan bueno como el de Finlandia, porque son países que en los últimos años han mejorado mucho.
—¿Como cuáles?
—Muchos países asiáticos, Shanghái en China, Corea del Sur, Singapur, Japón. Singapur y Corea del Sur tenían puntos de partida muy pobres comparados con otros países, y en los últimos 40 años han mejorado muchísimo. Hay mucho que aprender de ellos porque quizás es más fácil identificar las medidas que han conseguido esa mejora. Pero luego hay otros países de los que habla muy poco y que también conviene mirar, como Polonia o Estonia.
—No existe una receta para la reforma...
—No, pero existen algunas medidas que de forma casi universal tienen un impacto positivo.
—Mencionó el debate desideologizado, ¿cuáles otras?
—La principal: la calidad del profesorado. Esto es algo en que los países asiáticos se han distinguido claramente. Han puesto mucho esfuerzo y recursos para mejorar la calidad del profesorado, y han tenido éxito. Existe una especie de prejuicio de que en estos países asiáticos la mejora se debe más a un entorno cultural que favorece que los niños estudien por largas horas, que memoricen y hagan muchos deberes en casa, pero no es así.
—Imagino que hay muchas maneras de mejorar la calidad del profesorado. En el caso de Singapur, ¿cómo lo lograron? Porque uno de los grandes desafíos de las reformas es incorporar a los profesores, que se sienten atacados o marginados...
—Ese conflicto existe, pero muchas veces parte de un malentendido. En Singapur tienen universidades que forman a los profesores, y una Academia donde se les sigue enseñando a lo largo de su carrera. Los profesores se vuelven estudiantes eternos. Dedican mucho tiempo a enseñar a los alumnos y a los profesores. Visité muchas aulas y es increíble lo que logran enseñar sobre trabajo en equipo, resolución de problemas.
—Es educación de competencias...
—Sí, lo que no quiere decir que memorizar ciertos contenidos no sea importante. Lo es. Pero no es lo único.Memorizar y tener una serie de conocimientos básicos es fundamental, pero también lo es tener estas competencias que llamamos transversales,que exigen que los profesores salgan de su rol tradicional.
—¿Qué le llama la atención de la reforma chilena hasta ahora?
—Me parece que Chile está en un punto de inflexión importantísimo, porque está abordando prácticamente todo el espectro educativo: parvulario, primaria, secundaria, educación superior, carrera docente. Eso es muy importante porque efectivamente el sistema educativo está formado por las piezas de un puzle donde todo debe encajar. Pero a la vez es un desafío muy importante, porque siempre supone una cierta resistencia por parte de ciertos sectores y, por lo tanto, un alto costo político.
—Y requiere recursos.
—Claro, las reformas siempre suponen financiamiento y, como en todos los países, habrá limitaciones. Por lo tanto es muy importante tener claras dos cosas: cuáles son las prioridades y cómo mover las piezas en forma coordinada, para que el sistema sea sostenible en el tiempo. Que esté pensado en el largo plazo: en el diseño y la implementación.
—¿Le recuerda la reforma chilena a la de otro país?
—Yo creo que es una de las más ambiciosas que hay actualmente en marcha. ¿Una reforma que esté teniendo tanta legislación sobre todos los ámbitos simultáneamente? De los que conozco es el más ambicioso.
—¿Y cuáles cree que son sus posibilidades de éxito?
—Tiene que haber compromisos, trade off. En un país como Singapur, que ha hecho de la educación su prioridad, ellos apostaron a la calidad del profesorado, pero tuvieron que determinar 40 alumnos por profesor, para que los profesores pudieran perfeccionarse. Los países difieren en la cantidad de recursos que quieren dedicar a la educación, pero siempre habrá limitaciones.
—Hay que sacrificar algo...
—Hay que definir prioridades. Sí, porque los recursos son finitos, mientras más se dedique a una prioridad, menos habrá para otra. Pensar que se puede hacer todo al mismo tiempo no funciona.

Relacionados