Por Javier Rodríguez Julio 8, 2016

“@MarceloRios75 Felicitaciones a @aaccs1107 al fin tenemos otro número 1 y con más meritos que yo”.
@aaccs1107, al que se refirió en un tweet del 31 de mayo, el hoy comunicativo Marcelo Ríos, es Alexander Cataldo. Un chico de 18 años, de Antofagasta, estudiante de Técnico Jurídico en el AIEP. Fanático de Cobreloa y de los reggaetoneros Nicky Jam y Arcángel, vive con su madre en una pieza que arriendan en la población O’Higgins, y trabaja de recoge pelotas de tenis en el AutoClub de la ciudad para mantener a su hijo de cuatro meses.
También es el número uno del ránking mundial juvenil de tenistas paraolímpicos.
—Al Chino no lo conocía. Me llegó el mensaje cuando estaba vistiéndome para entrenar. Lo vi y quedé sorprendido. Que te pesque él es algo grande. Después de eso, no hemos vuelto a hablar —, cuenta Cataldo.
Como todos los lunes, Alexander se levantó a las 7 de la mañana para tomar la micro al club, un viaje que le toma una hora desde su casa. Mientras se ponía ropa deportiva, se metió desde su celular al sitio de la Federación Internacional de Tenis para revisar el ránking, aún triste por la última derrota en la final del mundial de la especialidad en Tokyo, Japón, contra Estados Unidos, el 27 de mayo pasado. Según sus cálculos y los de su entrenador, Jorge Morales, podía quedar entre los top 5 y disputar el torneo juvenil de maestros de diciembre, al que asisten los ocho mejores jugadores del 2016. Ese era su objetivo para este año.
Porque nunca pensó que, aun cayendo derrotado en esa final, se convertiría en el mejor del mundo.
Imagen Alexander Cataldo-4

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A los dos años y diez meses, Alexander jugaba en el suelo cuando le dijo a su padre, pescador artesanal, que no sentía la lengua. “La lengua, la lengua”. Llegó sin respiración al hospital de Antofagasta. A Eliana Segovia, su madre y auxiliar de aseo de la Escuela República de Argentina, de Antofagasta, le informaron que su hijo iba a morir producto de un infarto cerebral.
Pero Alexander no murió. Pasó la navidad en la UCI y desde ahí comenzó un largo recorrido por distintos hospitales en Santiago. En febrero, volvió a Antofagasta, aunque las advertencias fueron claras: en cualquier momento podían venirle nuevos ataques.
Las secuelas de ese primer episodio fueron una hemiparesia en el hombro izquierdo, escoliosis y dos centímetros menos en una pierna, lo que le impidió seguir una vida normal.
En ese momento Eliana tuvo que asumir que su hijo crecería como discapacitado. Comenzó a asistir regularmente a la Teletón. Cuando tenía diez años, se dio cuenta de que uno de sus compañeros del Liceo D-75, que también iba al centro de rehabilitación, faltaba varios días a la semana al colegio. Alexander le preguntó por qué.
—Porque voy a jugar tenis —, le respondió.
Su amigo era parte de la primera generación de la Escuela de tenis en silla de ruedas de Antofagasta, que nació en 2008 –y que funciona hasta hoy-, fruto de una alianza entre la Minera Zaldívar, la Teletón y el Autoclub de la ciudad, y que buscaba entusiasmar a los niños del centro en rehabilitación aprovechando el impulso de las carreras de Fernando González y Nicolás Massú, que en ese entonces destacaban entre los mejores jugadores del mundo.
El comienzo no fue fácil. A Cataldo le costaba moverse en la silla de ruedas y cuando le tiraban la pelota, muchas veces pifiaba. Él se frustraba tanto que agarraba sus cosas y, simplemente, se iba.
—Era en esos momentos cuando me dedicaba a hablar con él, le decía que tenía condiciones, pero que tenía que ser perseverante o su talento no iba a servir de nada y que, como tantos, quedaría en el camino. Que tenía que canalizar su rabia en pegarle fuerte a la pelota —, dice Jorge Morales, su entrenador y director de la escuela.
Así comenzaba un camino que lo llevó a ganar torneos en Brasil y Argentina y a obtener el tercer lugar en el torneo de maestros de la categoría el 2015.

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Los campeonatos mundiales de tenis juvenil paraolímpico se juegan todos los años en una modalidad similar a la de la Copa Davis. Cada equipo puede llevar hasta tres tenistas para que jueguen los dos partidos de singles y el dobles que constituyen cada serie. Los partidos se juegan todos seguidos al mejor de dos sets.
Para asistir al de este año, que comenzaba el 27 de mayo en Tokyo, él y su entrenador tuvieron que pedir financiamiento al Consejo Regional de Antofagasta. El dinero que lograron conseguir alcanzaba sólo para tres personas: Morales y dos tenistas, que serían Cataldo y su compañero Brayan Tapia, y quienes competirían contra los mejores del mundo en desventaja numérica.
El 19 de mayo pasado aterrizaron en la capital japonesa, en un vuelo con escala en Los Ángeles.
—Era lo que me esperaba: moderno, con hartas luces. Bonito. ¡Pero no entendía nada! Chamullaba un poco en inglés, de lo que aprendí en otras gira —, cuenta Cataldo.
Se alojaron en el Hotel Gran Pacific y allá Morales configuró una rutina diaria para que sus dirigidos sintieran lo menos posible el peso del cambio de horario: se dormían a las nueve de la noche y se levantaban a las cuatro de la mañana para comenzar los entrenamientos.
El lunes 22 de mayo debutaron contra Sudáfrica. Luego vinieron Rusia y Holanda. A medida que pasaban rondas, la confianza crecía. En la final del viernes siguiente se toparon con Estados Unidos, que venía con tres top ten en su equipo. Morales cuenta que apostaban a liquidar las series en los singles, dado que sus mismos tenistas tenían que jugar el partido definitorio de dobles. Pero la estrategia no resultó: Tapia perdió el primer partido.
—Fue muy desgastante, los jugadores sintieron la presión, y eso se notaba en el inicio de los partidos. Estaban nerviosos, con el brazo encogido. Lo bueno era que yo podía estar dentro de la cancha con ellos y motivarlos —, explica el entrenador.
Si bien Cataldo logró ganar su partido y forzar la definición, Estados Unidos los barrió en el match final. 6-2, 6-1. Morales cuenta que se demoró más de dos horas en lograr que sus alumnos dejaran de llorar.
—Les decía que todo había partido con la escuelita, que miraran lo que habían logrado.
No sirvió de consuelo: ellos querían ser campeones del mundo.

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La sorpresa no tardó en llegar: a pesar de la derrota, se había convertido en el mejor del mundo.
—Al primero que le avisé fue al profe Morales. Porque esto es suyo también. Y se alegró, aunque me dijo que era lo justo y que no le sorprendía- cuenta el antofagastino.
De ahí partió a su casa. Tenía que hablar con su mamá. Ella no podía más de emoción. Su madre sentía el triunfo como una revancha. Su otro hijo había intentado ser futbolista sin éxito: ella no pudo pagarle los 40 mil pesos que necesitaba para viajar a un torneo a Argentina. Por eso, cuando descubrieron el talento de Alexander se comprometieron a no repetir la historia.
Cataldo hoy asiste cada tres meses al centro de la Teletón y busca proyectar su carrera para lograr una transición exitosa desde el tenis juvenil –donde sólo puede competir hasta que cumpla los 19 años- al profesional, donde intentará emular a sus ídolos: Rafael Nadal y el jugador paraolímpico, también español, Daniel Caverzachi. Para eso, dice, seguirá recogiendo pelotas. Las mismas con las que entrena duro para seguir siendo el mejor del mundo.

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