Edison Gallardo Llanos tiene 38 años. Casi la mitad de su vida la pasó en centros ligados a la red del Servicio Nacional de Menores (Sename). Allí, dice, aprendió a sobrevivir. Sobrevivir a los maltratos, a los abusos, a la falta de comida, los azotes y la indiferencia. Aprendió también allí que la única forma de mantenerse vivo era el silencio. Pero hace un año, antes de que estallara el escándalo al interior del servicio, Edison decidió hablar. Para hacer justicia en nombre de los miles de niños que viven al interior de los establecimientos pertenecientes al Sename. Fue entonces cuando comenzó a escribir las primeras líneas de un libro que ya acumula 400 páginas, que se llama Ansias de libertad, el lado oscuro del Sename. Allí relata en detalle lo que vivió durante su infancia. Es su historia, pero representa la de muchos niños que fueron abandonados o entregados por la precaria situación económica de sus familias.
A los tres años, Edison ingresó al Hogar Redes, de Coquimbo, creado el 25 de diciembre de 1979 por la madre Gregoria Cicarelli, fundadora de las Hermanas Franciscanas Misioneras de Jesús. Dos años después el establecimiento fue acreditado como organismo colaborador del Sename. Allí llegaban desde guaguas hasta niños de 14 años. Edison era hijo de un hombre alcohólico. Su madre, Laura Llanos, vivía junto a sus seis hijos en condiciones precarias, en una pieza de 3x3 metros, sin techo, con una cama y suelo de tierra. En esas condiciones decidió que su hijo ingresara al internado, que en un comienzo era un jardín infantil. Como había nacido con una fisura labial, en el centro le aconsejaron entregarlo al Sename, la única manera de conseguir una operación para él. Ella siguió ese consejo, aunque con una precaución: se convirtió en la cocinera del hogar para estar cerca de su hijo.
“Yo vi morir a varios niños allí dentro. Y el Sename nunca abrió una investigación. Recuerdo a una niña que era violada todos los días por los internos, porque en Redes dormíamos en una misma pieza unas 40 personas, hombres y mujeres. Al revelárselo a una cuidadora, me dieron vuelta la cara a cachetadas”.
—Allí había monjas buenas y malas. La monja Soledad era mala. Fue la que siempre me recalcó que yo no tenía mamá. Que era huérfano. Fue uno de los dolores más grandes que he vivido: tener la sensación de que alguien es tu mamá, pero no la certeza. En un momento recuerdo que me comenzaron a llamar Danilo. Cada vez que yo decía que mi nombre era Edison me pegaban. En ese tiempo, un día me dicen que me prepare para ir a un cumpleaños. Recuerdo que había dos maletas al lado de una pareja de alemanes. En el fondo, tenían todo listo para entregarme en adopción. Pero yo me aferré a mi tía Laura, a la que yo sentí siempre como madre, aunque adentro se encargaran de insistir que yo era “guacho”. Al interior del hogar se dieron muchas adopciones irregulares. Había muchos chilenos en lista de espera, pero para salir fuera del país las adopciones se concretaban en seis meses. Siempre era igual: se hacía una actuación y al niño que le hacían cariño en el pelo era el que partía. Muchos niños fueron adoptados aun cuando tenían familias que los querían aquí. Vi a muchas mamás llorando en la reja por la partida de sus hijos. Desaparecían de un día para otro.
Edison no tiene muchos buenos recuerdos en el hogar. Dice que la monja Soledad le pegaba siempre. Era una constante: le pegaba a niños pequeños, cuando no tenían ni cuatro años. Cuando se hacían pipí en la cama, ella los levantaba con ropa interior a las cinco de la mañana y los metía al agua fría, cuenta.
—¿Las agresiones eran sólo de las monjas o también de funcionarios directos del Sename?
—Varias monjas a quienes el Sename derivaba los niños, y cuidadoras que eran enviadas directamente por el servicio, y que venían al hogar en turnos de lunes a viernes para apoyar en el cuidado de los niños. Muy pocas de ellas tuvieron gestos de amor o preocupación hacia nosotros. Nunca celebraron nuestros cumpleaños. De ese tiempo yo tengo marcas en la cabeza y varias cicatrices en la espalda. Nos golpeaban con varillas de membrillo o con toallas mojadas para borrar las evidencias. También tengo marcas de quemaduras en los pies. Nos quemaban con cigarros y clavos calientes. Éramos niños de 3, 4 o 5 años y nos golpeaban, porque nos decían que teníamos que ser expiados de los pecados que cometíamos durante el día. Yo me pregunto ¿qué pecado puede tener un niño de cuatro años?
—¿Cuántas veces denunciaste los abusos?
—Unas 10 veces por lo menos. Pero el Sename hacía visitas de supervisión tarde, mal y nunca. Y cuando las hacían, nunca hablaban con nosotros. Recuerdo haber dicho varias veces: “Tía, aquí me pegan”. Pero las asistentes se quedaban comiendo pasteles y tomando tecito con las monjas y cuidadoras, con nuestras victimarias. Les mostrábamos las marcas, y después éramos castigados severamente. Ahí aprendimos que la única forma de sobrevivir era el silencio.
Niños en desnutrición
Edison Gallardo estuvo desde los tres hasta los ocho años en Redes. Dice que los niños allí tienen poco que comer: medio pan en la mañana, medio pan en la tarde, más un vaso de leche. A veces, cuenta, en el almuerzo les agregaban repollo con cebolla o polenta.
—La mayoría de los niños está bajo desnutrición. En la noche teníamos que romper los candados de las despensas: robábamos los quesos, legumbres y fruta, generalmente era comida vencida. Tampoco teníamos qué ponernos. Podíamos pasar 15 días con la misma ropa. A veces, durante los fines de semanas, nos vestíamos con el uniforme del colegio; y zapatos teníamos un par cada dos años. Los amarrábamos con alambre de púa, los tapábamos con un papelito que pintábamos con plumón negro para que no se notara que estaba rotos. Las condiciones eran muy precarias. Pero al final nada cambiaba allí dentro.
—¿Fue deficiente el Sename en su función de proteger los derechos del niño?
—Muy negligente. El Sename rara vez se preocupa de los niños. No había fiscalización. En todos mis años ahí, sólo una vez fui a un sicólogo. Dicen que cuando uno egresa, el servicio te hace un seguimiento con un equipo multidisciplinario, porque somos niños vulnerables. Eso es mentira, nunca sucedió. Yo fui operado de una fisura labial, y necesitaba chequeo médico en Santiago todos los años, y debí haberme operado a los 15 años por segunda vez. Ninguna de esas cosas ocurrió. Tampoco me llevaron al doctor cuando me quebré una pierna en un juego que llamábamos “patito al agua”, en que nos empujábamos los unos con los otros, y yo caí mal parado. Recién a los 15 días una compañera me entablilló la pierna, pero caminé cojeando al colegio varias semanas, sin ningún tipo de auxilio.
Pero lejos lo más dramático que denuncia Edison Gallardo es que “el Sename es cómplice de los abusos y muertes que ocurren en los internados que dependen del servicio”.
—Lo digo porque nunca investigaron las denuncias que muchos como yo hicimos. Yo vi morir a varios niños allí dentro. Y el Sename nunca abrió una investigación. Recuerdo a una niña que era violada todos los días por los internos, porque en Redes dormíamos en una misma pieza unas 40 personas, hombres y mujeres. Al revelárselo a una cuidadora, me dieron vuelta la cara a cachetadas. Lo mismo pasó cuando denuncié los abusos contra un compañero de monseñor (Francisco José) Cox. Yo los vi con mis propios ojos. Me acuerdo como si fuera hoy haberle dicho a una tía: “No quiero ir más donde monseñor, porque hace cochinadas con otros compañeros”. Nunca más me llevaron al Arzobispado de La Serena, y me castigaron de por vida. No tengo recuerdos felices de esos años.
“En el infierno del Sename”
—Aún recuerdo el día en que me iban a entregar en adopción. Eso marcó mi destino para siempre. Poco después de eso decidieron trasladarme de hogar, aun cuando Redes acogía a niños de hasta 14 años. Y yo sólo tenía 8. No escogieron un hogar similar: había varios, pero ellos optaron por cambiarme a la Cárcel de Rehabilitación Conductual de La Pampilla, que entonces se encontraba en proceso para transformarse en centro de menores, pero cuando yo llegué seguía siendo cárcel. Allí pasé a ser el 691, nunca más me llamaron por mi nombre.
“Yo renací cuando conocí a quien ha sido mi padre durante los últimos 30 años. Soy como la flor del loto, que nace del lodo y es muy bonita. Pero no todos tienen la misma suerte que yo. Por eso, quise convertirme en abogado, para hacer justicia. Y ahora decidí hablar, porque el Sename debe recibir su castigo”.
Su paso por este segundo “internado” Edison lo está reconstruyendo en un segundo libro, llamado Hijos del rigor: En el infierno del Sename, al que poco a poco está dándole forma.
Laura Llanos, la madre de Edison, confirma el testimonio de su hijo.
—Nunca entendí por qué lo enviaron allí. Yo sufrí mucho. A mí nunca me lo dijeron formalmente. Entonces conversé con la monja directora, la madre Gregoria y, según ella, aunque luchó para que no lo trasladaran a un lugar donde vivían criminales, fue una exigencia del Sename.
—Entonces llegué al infierno, al Infiername, pero ese infierno fue lo que me salvó. Yo sobreviví al Sename —dice Edison.
—¿Qué recuerdos tienes de ese segundo “hogar”?
—Yo siempre pensé que llegaba a un lugar para compartir con otros amigos, como había sido hasta ese momento. Me dijeron que me iban a enviar a una casa, pero eso nunca fue un hogar. Allí sentí verdadero miedo. En ese lugar dormíamos grandes y chicos. Yo compartía con homicidas, con violadores. Sentí el encierro. La primera noche me golpearon sin piedad, pese a que se suponía que mis derechos estaban protegidos por un organismo llamado Sename. Pero fue esa misma institución la que me llevó a este lugar, no sé si por venganza o para castigarme. Allí me quitaron todo: la fe, la esperanza, mi niñez. En las noches nos encerraban con candado. Una vez un compañero incendió un colchón, y fue una situación muy crítica. Podríamos haber muerto todos. La directora, Mónica Azócar, siempre fue buena conmigo, recuerdo que una vez me advirtió que no me juntara con uno de los internos, porque sus antecedentes eran de violación. Me salvó de haber sido violado.
—¿Cuáles fueron los momentos más críticos?
—Lo peor de esos centros eran los atas (auxiliares técnicos asistenciales), que eran los cuidadores que enviaba el Sename. Ahí no había gente idónea. Eran puros compadrazgos, gente que estaba allí para pagar favores. Uno de los porteros abusaba de las niñas, les hacía tocaciones a la vista de todo el mundo. No era gente capacitada para cuidar niños. Un día me reventé una ampolla con una aguja usada y eso me provocó una gangrena, me estaba comiendo la pierna. Ningún auxiliar me curó. A nadie le importaba lo que a uno le pasara.
—¿Abusaban de ustedes los cuidadores?
—Un día fuimos a pescar con un cuidador que era bueno con nosotros. A la vuelta quisimos hacer una especie de fritanga entre nosotros. Fuimos al taller a conseguir rejillas y sartenes para freír los pescados. Pero el cuidador, el ata Víctor, al que le llamaban el Cacano se enojó. Pescó las rejas del baño, que estaban orinadas, y tiró los pescados encima, orinó sobre ellas y después nos obligó a comer los pescados. Yo no quise comer y me golpeó sin parar. Y nos enfrascamos en una batalla. Estuve 48 horas en el Cuatro, que era una pieza de unos 2x2 metros con una ventana diminuta. Me dejaron allí 48 horas, sin comer y sin entregarme frazadas. Pero, al final, quienes pasábamos por ese cuarto, aunque sufrimos, nos hicimos más fuertes y respetados, evitando así que abusaran de mí, que me robaran y golpearan.
Su nuevo padre: el tío Memo
Cuando Edison Gallardo habla, nadie pensaría que fue un niño del Sename. Mientras estuvo internado se encargó de tomar distintos talleres, que se impartían fuera del centro, y que le permitían estar lejos de allí. Fue Elías Sepúlveda, cuenta, quien le enseñó a escribir en un taller de literatura.
—Él me empezó a pulir. Vio dotes en mí. Hasta cambió mi forma de hablar y dejé de usar el coa. A los 14 años representé a Chile en el primer encuentro latinoamericano de escritores jóvenes, en Viña del Mar, y gané el primer lugar.
Pero su destino cambió verdaderamente a los tres meses de haber llegado al internado-cárcel. Entonces, la directora del centro organizó un show con Los Bochincheros. En su primer hogar, Edison no se perdía capítulo del programa del Tío Memo. Como en La Pampilla no había televisión, nadie conocía las canciones. Sólo Edison cantó. Por eso los ojos se volcaron hacia él.
—Pregunté por ese niño. Vi una suerte de discriminación hacia él, porque tenía labio leporino y era chico —cuenta Domingo Sandoval, el Tío Memo. —Recuerdo que le dije a la directora del establecimiento que quería apadrinarlo. Y me dijo que para eso tenía que hacerme socio del Círculo de Amigos del hogar y llevármelo todos los fines de semana. De ahí en adelante se transformó en otro más de mis hijos —dice Sandoval, el Tío Memo, quien quedó huérfano a los 10 años, y sintió una suerte de identificación con el pequeño Edison.
—Creo que él es el ejemplo perfecto de que los niños abandonados con un poco de ayuda se pueden recuperar. Y eso es una tarea de todos. Hace cinco años Edison se enfermó. Pasamos por varias clínicas. Lloré desconsoladamente, no podía conformarme que le pasara algo. Tuvo un problema neuronal bastante delicado que fue provocado por la desnutrición que tuvo cuando niño. Eso no puede seguir pasando en nuestros hogares.
Desde que lo conoció, Domingo Sandoval cubrió las necesidades básicas de Edison Gallardo, quien hace un año y medio está en proceso para cambiarse de apellido a Sandoval.
—Yo siento que nací ese día. Antes de eso nadie se preocupó de mí, más que la tía Laura, mi madre, que llegaba hasta La Pampilla, se encaramaba en la pandereta, y me dejaba pedazos de pan. En todos los años que estuve en el Sename nunca sentí alguna muestra de amor. Por eso el Tío Memo, mi papá, ha sido tan importante en mi vida. Él me educó, me refinó y me dio una familia.
De hecho, fue el propio Domingo Sandoval quien le dio los recursos que necesitaba para acceder a una casa en Coquimbo, quien lo apoyó en su carrera de contador y más tarde lo respaldó para que estudiara Derecho. Hoy es asesor legal de las 42 radios que tiene Sandoval en todo Chile, a través de la sociedad radiodifusora Montecarmelo Ltda.
—Yo renací cuando conocí a quien ha sido mi padre durante los últimos 30 años. Soy como la flor del loto, que nace del lodo y es muy bonita. Pero no todos tienen la misma suerte que yo. Por eso, quise convertirme en abogado, para hacer justicia. Y ahora decidí hablar, porque el Sename debe recibir su castigo.