Por Esteban Catalán e Iveliz Martel, desde Nueva York Abril 21, 2017

New York Times buildingA veces, Mark Thompson —59 años, presidente de The New York Times, ex director general de la BBC y profesor de Oxford— parece un adolescente agitado que habla de su escritor favorito.

—Lo que es interesante es que, en este momento, 1984 de George Orwell está encumbrado en las listas de los mejores vendidos en Estados Unidos. Por lo tanto, todos creen que había algo de verdad en Orwell, incluso si sus predicciones no se hicieron realidad.

Mark Thompson, el autor del ensayo Sin palabras. ¿Qué ha pasado con el lenguaje de la política? (Debate), una denuncia urgente sobre la degradación del lenguaje político en Occidente, repite como un predicador:

—La gente cree que había algo de verdad en Orwell.

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La obsesión de Thompson son las palabras. Su libro —publicado en inglés a mediados de 2016, antes de la elección de Trump, y que acaba de llegar a librerías— intenta desentrañar cómo las frases ingeniosas, pero vacías, y las declaraciones bombásticas del marketing político sustituyeron al debate público que confronta ideas y detalla las políticas a los propios ciudadanos. Para él, la degradación del lenguaje político tiene un rol central en decisiones como el Brexit o la reciente elección estadounidense.

—Yo estoy de acuerdo con Orwell —dice desde su oficina en Nueva York a Qué Pasa—. Hace setenta años, él creía que el lenguaje era central en la política. No creía que el lenguaje era algo de una importancia marginal, sino que está justo en el centro.

En los tiempos de Aristóteles, explica Thompson en su ensayo, alguien que no pudiera debatir era considerado un ser humano incompleto: un achretos o un inútil. La búsqueda y educación de esos inútiles —los políticos, los medios y, claro, el público— obsesionó al periodista británico tras dictar clases sobre el arte de la persuasión política y la retórica en 2012. “Ahí realmente me di cuenta de que tenía algo que decir”, explica.

—¿Qué lo impulsó a desarrollar estas ideas en un libro?

Imagen LIBROOK—Creía que la relación entre los políticos, los medios y el público, tanto en Reino Unido como en Estados Unidos, se estaba deteriorando, poniendo peor. Y esto tiene consecuencias. La democracia depende en tener un cierto lenguaje político sano y un debate sano. La habilidad de tener ese debate fue dañado por cambios tecnológicos como el efecto de los medios digitales. Pero también fue algo que cambió en los mismos políticos.

Para Thompson, que construyó su carrera en noticiarios de la BBC, en la mayoría de los países occidentales la tradicional forma de políticas basadas en ideología, clases y diferentes grupos se rompió. Él lo explica así:

—Los políticos lo empezaron a tener más difícil para distinguirse entre sí mismos. Y, además, el lenguaje de políticas públicas, el de los políticos y los tecnócratas, se volvió muy complejo y los expertos no trataron demasiado de explicar estas políticas a los ciudadanos. Así creció la brecha entre políticos y expertos con el público mismo.

El periodista londinense tomó el control de The New York Times en noviembre de 2012, un mes marcado por la segunda victoria de Obama. Desde entonces, ha sido testigo privilegiado de cómo iniciativas como el Obamacare —discutida diariamente en los medios estadounidenses por más de siete años desde la batalla partidista— ni siquiera son entendidas por el público.

—Mi libro es acerca de cómo, esencialmente, la gente común no entiende lo que está siendo propuesto o cómo los afecta. Y entonces no pueden tomar una decisión sobre eso. Descubrimos en Estados Unidos, en las últimas semanas, que los americanos no entendían que la Affordable Care Act y el Obamacare eran lo mismo. Y que muchos estadounidenses dicen en las encuestas que les gusta el Affordable Care Act, pero no les gusta el Obamacare. ¡Y son lo mismo! —dice riendo.

Thompson interpela al público con la misma intensidad que cuestiona a políticos y los propios medios. “A lo mejor son ellos —señala en un punto del libro— los que han cambiado. A lo mejor una mezcla de prosperidad, hedonismo y las tecnologías que les permiten llenarse la cabeza de ocio mañana, tarde y noche, les ha llevado a volverse más superficiales y egoístas, menos cívicos, menos capaces de concentrarse”.

—¿Cómo es visible esta crisis del lenguaje político en estos tiempos?

—Esencialmente los políticos, cuando están tratando de hablar al público, están muy influenciados por el marketing. El mismo Donald Trump cree que la forma en que habla es el secreto de su éxito. Mucha gente, al inicio de su campaña, le dijo que no podía ser elegido con un estilo tan informal. Y él dijo: “Quiero ser yo mismo, eso me trajo aquí”. Trump creía que esas frases simples, como “vamos a construir el muro” fueron las razones por las que los americanos confiaron en él. Pero cuando el lenguaje se vuelve muy bueno en persuasión, pero no muy bueno en explicaciones, la democracia empieza… la gente equivocada empieza a ser elegida y se deciden políticas equivocadas. Porque el público no entiende las políticas.

—¿Usted habría cambiado algo del libro si hubiera salido después de la elección de Trump?

—Seguro. De hecho habrá una nueva edición, estoy escribiendo un capítulo extra. Hay seguramente cosas para añadir, pero, para ser sincero, creo que los temas básicos del libro se sostienen bastante bien. Está ahí la idea de la clase de populista que reclama que no está usando retórica. Esa idea está detrás de la campaña de Trump, del Brexit, de Geert Wilders, en Holanda; Beppe Grillo, en Italia, o Marine Le Pen, en Francia.

—En la campaña presidencial en Chile ya hay cierta polarización ante las propuestas y la retórica en temas como inmigración. ¿Cómo deben abordarse esos debates?

—Para mí, tanto para los medios como para los políticos, todo comienza con escuchar cuidadosamente. La retórica no es acerca de dar discursos, es acerca de escuchar. Creo que los medios deben tener la mente bien abierta para entender lo que está pasando. La teoría es que si no lo reporteas, si no tienes un debate acerca de eso, quizá los miedos se irán. Pero eso no es lo que está pasando. El gran peligro para los medios es que terminemos siendo vistos como parte de una elite fuera de contacto con la gente, lejos de lo que deberíamos ser, que es ayudar al público a entender qué está pasando.

—Algunos de esos patrones se repiten en Latinoamérica...

—No quiero decir demasiado, porque nunca he estado en Chile ni quiero sonar como un experto. Pero mi visión de América Latina es que hay países con un inmenso potencial de oportunidades para construir un lenguaje y una cultura política sanas. Y quizás no sufrir esta fatiga que a veces vemos en Europa y Estados Unidos.

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Cuando Thompson asumió en The New York Times, una de sus apuestas más importantes fue el modelo de suscripción digital: si un usuario quiere leer más de veinte artículos gratis al mes, debe pagar. Así, dice, garantizan que el usuario respalda realmente la calidad del producto.

“Mi libro es acerca de cómo, esencialmente, la gente común no entiende lo que está siendo propuesto por los polí31ticos y cómo los afecta. Y entonces no pueden tomar una decisión sobre eso”.

—Ahora tenemos 150 millones de usuarios únicos al mes y cerca de tres millones de suscriptores. Dejamos a 147 millones de usuarios únicos leer nuestros contenidos sin pagar. Creo que pedirles que paguen no es algo malo, es algo perfectamente justo.

El crecimiento de las suscripciones del NYT se disparó en 2016, en medio de una campaña en que Trump se dedicó a atacar al diario casi semanalmente en su cuenta de Twitter. Sus intervenciones lograron el efecto contrario al que buscaba: publicidad y nuevas suscripciones. Por eso, la imagen del presidente de corbata roja y abrigo oscuro, saludando al salir del edificio del NYT en Manhattan, fue una de las más comentadas en EE.UU.  en diciembre pasado. Thompson encabezó la cita en nombre del diario.

—Trump repite constantemente en público que el NYT es “fallido”, pero en esa reunión dijo que el diario era una “joya americana”. ¿Qué cree usted que piensa realmente?

—Creo que tiene sentimientos confusos acerca del diario —dice Thompson con una carcajada—. Donald Trump creció en Nueva York, claramente lo ha leído por muchos años, es una marca en su ciudad natal y creo que tiene una mezcla de respeto y resentimiento. Y a veces, no demasiado a menudo, se ven el respeto y el afecto y más seguido se ve el resentimiento.

—A Trump no le preocupa lucir consistente.

—Una cosa que es verdad acerca del presidente Trump es que sea lo que sea que pienses sobre sus políticas, un montón de lo que dice es verdadero acerca de sus propios sentimientos: si siente algo, lo dice. Creo que sus propios tuiteos son como boletines de sus sentimientos. Y él siente que no necesita ser consistente acerca de eso. Así que puede ser positivo acerca de algo un lunes y negativo el jueves si lo siente así. Esto es inusual en un político de cualquier tipo y no se ha visto nunca en un presidente estadounidense. A veces es increíble. Días antes de este ataque de misiles en Siria, dijo: “Es muy posible que cambie mi visión sobre Siria”. Y de hecho la cambió. Mucha gente encuentra eso muy humano. Esa es la forma en que muchos de nosotros somos en nuestras vidas privadas: si algo pasa, cambiamos de opinión. De alguna forma, Trump se parece a la gente común. Pero para otra gente, esta inconsistencia es terrorífica.

—¿Cómo el NYT enfrenta que el presidente de Estados Unidos los ataque diariamente?

—Nuestra tarea es hacer nuestro trabajo. Tenemos que cubrir al gobierno de manera justa. No somos oposición. Si el presidente nos ataca a veces, no deberíamos ponernos emocionales.

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Aunque disfrute reivindicando a Orwell, Thompson no defiende que haya existido una edad de oro del lenguaje público. En un pasaje de su ensayo cuenta que Tucídides, en el año 63 antes de Cristo, ya citaba que “la sociedad ha perdido los verdaderos nombres de las cosas”. Pero cree que esta vez el correctivo merece una urgencia inmediata: un proceso de educación conjunta que vuelva a dotar de contenido a las mismas palabras que hemos perdido. Recuperar las palabras quebradas.

Han pasado muchísimos años. En países como Chile la decadencia del lenguaje público ha dejado innumerables ejemplos en el último tiempo, desde el intento por caricaturizar al movimiento social como “inútiles subversivos” hasta aludir a “violaciones que no son violentas” cuando se discute la despenalización del aborto. La extrema pobreza que ofrece hoy el debate político encuentra su respuesta en la rabia ciudadana que se vierte en las calles y, más recientemente, en las redes sociales.

Ya lo dijo Humberto Giannini en su última entrevista, en 2014, cuando fue consultado sobre si el lenguaje nos está facilitando o dificultando evolucionar como sociedad: “Los chilenos somos metafóricos para hablar, somos muy poco enfáticos, cuando estamos molestos no sabemos decirlo (…) Me parece que ese lenguaje ambiguo para referirse al futuro es un obstáculo”.

En nuestros tiempos, recalca Thompson, en caso de una crisis real —una que amenace la estructura social por completo, cuando no podamos refugiarnos en frases cortas y atractivas— ¿disponemos de una retórica capaz de sostener el proceso de debate y decisión que haría falta? A eso se dedica en los capítulos finales del libro, incluyendo uno titulado simplemente como “Guerra”.

—Las respuestas no serán rápidas ni fáciles —explica Thompson—. Pero será mejor que empecemos a hacer algo.

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