• 18.08.17 / Campus violento
En agosto dimos a conocer los casos de violencia sexual que viven las universidades en nuestro país. Y descubrimos que sólo tres planteles cuentan con un protocolo para abordar formalmente el tema. Una deuda que se hizo más visible en un año en que explotaron las denuncias por violencia de género en distintos lugares del mundo.
Fue por necesidad. Cuando la historiadora de la Universidad de Chile Luna Follegati (34) decidió investigar la violencia de género no fue por curiosidad académica. A diferencia de cuando estudió su magíster —en Comunicación Política— o su doctorado —en Filosofía Política—, no se formó en la academia, dice, sino en el activismo.
A sus estudiantes siempre les dice lo mismo: que el movimiento estudiantil, en sus inicios, le mostró que hombres y mujeres no eran iguales; que había una forma de entender la política donde el espacio era dominado por hombres
—con cargos, con vocerías, con liderazgos— y donde la mujer tenía temores, inseguridades y siempre estaba relegada a espacios secundarios. Y que eso se replicaba en muchos ámbitos. Entonces se hizo las preguntas: por qué, cómo y dónde. Pero no encontró respuestas. Se dio cuenta de que la información que existía en Chile era muy escasa y decidió aprender. Leyó, investigó, hizo conversatorios, talleres.
Hace diez años la violencia de género no era tema, pero hoy ha copado los medios. Pero no es una moda, no puede ser una moda. Tiene que ser una necesidad ante una situación de malestar y de injusticia
Tiempo después miles de denuncias se harían públicas, se crearían los protocolos de acoso en las universidades —donde ella apoyó en la U. de Chile— y el tema sería portada en los medios. Llegaría, al fin, el momento en que más gente se preguntara lo que ella se preguntó. Hoy, Luna se dispone a responder por qué el estallido es ahora, qué particularidades tiene este año que destapó una realidad que llevaba mucho tiempo oculta.
—Antes se asociaba la violencia hacia las mujeres a un espacio más bien privado, más relacionado a una violencia intrafamiliar que a una violencia de género transversalizada en los distintos espacios en que nos movemos las mujeres. En los últimos años se ha visualizado cómo, en tanto estamos en un contexto de relaciones sociales, no solamente vivimos violencia física de carácter explícito sino también en otras manifestaciones que abordan la violencia de género. Hoy los casos que han salido en Chile, por ejemplo, han tenido que ver con un posicionamiento de la problemática y conciencia de género. Existe una resignificación respecto a cómo nosotros nos entendemos, desde el punto de vista crítico, hacia los roles de género en un contexto social.
—Pero, ¿por qué ahora la violencia hacia las mujeres deja de ser sólo concebida en la esfera privada? ¿Cómo pasa eso?
—Me parece que hoy existe un fenómeno muy característico que tiene que ver con la denuncia, con la “funa” en las redes sociales, en círculos universitarios, escolares, o como los casos que se han dado en Hollywood. Este fenómeno se da cuando no existe una institucionalidad o canales adecuados y formales para denunciar una situación de violencia, y ha sido el más recurrente en los últimos años. A través de esa denuncia se ha dicho “basta” y se han visibilizado estas situaciones. Esto, colectivamente, ha generado una visibilización, un reconocimiento de que no se está sola, de que no es una situación particular o propia, sino que existe un contexto común donde la mayoría lo sufre, y sólo es visible en tanto se habla. Cuando uno tiene claro qué situaciones son acoso, y las campañas han aportado mucho en eso, hay más posibilidades de reconocer qué situaciones tienen que ser denunciadas.
—¿La mujer hoy se siente más segura para denunciar o hablar de esto?
—En el ámbito universitario, que es donde yo he visto los cambios, estas situaciones no tenían una reflexión donde se pudiese hacer el vínculo entre una circunstancia de carácter coloquial, vinculada a la confianza o las amistades, a un posicionamiento en una relación de poder. Hoy hay un reconocimiento, principalmente en la organización, en las secretarías de género, que logran establecer esa relación que, independiente de que sean situaciones históricas, se les pone nombre en tanto constituyen prácticas de carácter sexista.
—Las secretarías de género han tenido probablemente el rol más importante dentro de la construcción de protocolos en contextos universitarios, ¿por qué se da eso?
—El hecho de que ese tipo de organización haya nacido al calor de las movilizaciones estudiantiles no es casual. Son procesos que, una vez que se ponen en cuestión ciertas jerarquías en la forma hegemónica en que eran concebidas, desestabilizan ciertos elementos. En ese proceso de cuestionamiento, el feminismo en los jóvenes empieza a entrar muy fuerte porque interpela no sólo las situaciones de acoso y abuso sexual sino las relaciones de género en su conjunto.
—¿El 2011 se vuelve fundamental para la situación actual?
—Cuando uno empieza a ver que las secretarías, los colectivos, los espacios feministas que surgen desde ahí en adelante se cuestionan las prácticas de la política, de las vocerías, de los liderazgos ejercidos por hombres, es porque las mujeres que participaban empezaron a notar que existía una diferencia. Los espacios estudiantiles son precisamente, en el caso de Chile, donde estalla la visualización con respecto a la violencia de género, que va más allá de la violencia intrafamiliar y los aspectos más tradicionales porque, justamente, lo que hacen es cuestionar relaciones de poder. Ahí empieza un proceso de incomodidad frente a una situación donde la institucionalidad no podía dar una respuesta. Entonces, cuando la institucionalidad requiere reformarse, cuando se requiere un proceso de recomposición en relación a las nuevas exigencias, ahí las estudiantes dan un paso más para poder manifestarse.
Los espacios estudiantiles son, en el caso de Chile, donde estalla la visualización con respecto a la violencia de género que va más allá de la violencia intrafamiliar. En ese sentido, el movimiento de 2011 fue fundamental
—Sin duda la situación actual nos muestra que el tema ha avanzado, pero muchas víctimas sienten que la justicia formal no avanza del todo, pues este tipo de violencia es muy difícil de probar porque no siempre deja marcas. ¿Cómo la sociedad avanza en entender las particularidades de la violencia de género?
—Por lo general, se tiende al cuestionamiento de la víctima y a creer que no está diciendo la verdad. Me parece que tienen que existir abogados que tengan conocimientos acabados de la temática, que comprendan que por el simple hecho de ser mujer y caminar en la calle estás expuesta a una vulnerabilidad distinta. Pero tiene que ir acompañado de un cambio cultural. No solamente es una cuestión punitiva, que se pueda resolver en términos de ley. Mientras no haya una educación distinta en las escuelas, en la educación superior, en los espacios donde se empiezan a desenvolver este tipo de prácticas desde la infancia, es muy difícil que se genere un cambio real.
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—¿Hay algún momento de la historia de Chile que pueda ser extrapolable a la situación actual?
—Sin duda hay dos momentos claves: las primeras décadas del comienzo de siglo con el movimiento sufragista en Chile, donde se pone en la palestra la desigualdad, y en el contexto de la lucha contra la dictadura con una reactivación del movimiento que apelaba a la “democracia en el país y en la casa”, es decir, no sólo se requería un nuevo régimen político sino también una transformación en las relaciones sociales. En los momentos donde hay un proceso de desestabilización de un orden de carácter hegemónico, político, institucional —la dictadura, el movimiento estudiantil, y después con una crisis de la clase política en su conjunto—, también hay espacios politizados que empiezan a abrirse a un pensamiento sobre qué queremos construir como sociedad.
—¿Y qué pasó en la transición? Parece ser que los movimientos sociales entraron en una suerte de letargo, y recién se está desempolvando a Julieta Kirkwood y su demanda de democracia en todas las esferas.
—Es muy interesante eso. No es que el feminismo y esta causa hayan desaparecido en los 90 y en los 2000, sino que escogieron distintos ámbitos de desenvolvimiento, y eso se dio en toda América Latina. Se dio una disputa entre la institucionalidad y la autonomía, entre una política que se integraba al Estado y una que se distanciaba. No hay una sola forma de comprender, estratégicamente, qué hacer, cómo y dónde, con la necesidad de transformación. Por lo que existe siempre la posibilidad de desaparecer en la medida de que no corresponde ni a un partido ni a una visión política ideológica unitaria.
—En una entrevista, la escritora y activista Silvia Federici decía que el cambio sólo puede venir desde las mujeres. ¿Ya no se espera nada de la institucionalidad?
—La situación actual corresponde a una configuración de carácter sociocultural, que está dada en comunidades y en dinámicas propias de un territorio. Entonces, la legalidad no implica una transformación en ese nivel, se requiere un esfuerzo mayor. Creo que principalmente tiene que estar como una bandera por parte de las mujeres, porque somos las principales afectadas, pero tiene que ir acompañado de un proceso de socialización y concientización. Creo que no se puede depositar toda la responsabilidad en el Estado, pero este sí tiene que generar los mecanismos adecuados y espacios de prevención, y no solamente en el sentido de denunciar antes de que me maten, sino en un proceso de educación de carácter integral.
—Hace un par de semanas, la portada de la revista Time la ocuparon “las rompedoras del silencio”, ¿qué significado tiene eso en este movimiento?
—Cuando yo empecé a hacer clases, en el 2010, había un curso que se llamaba Género y Violencia que se daba todos los años. Había que buscar a los alumnos con lupa porque nadie lo tomaba. Hoy se tuvieron que hacer dos secciones y los cupos se llenan en horas. Eso da cuenta de que hay una necesidad de reflexión. Hace diez años no era tema, pero hoy ha copado los medios. Pero también se puede ver que el “Ni una menos” está en poleras cosidas en Bangladesh donde hay mujeres trabajando en condiciones inhumanas. Los avances existen, pero siempre es fácil la cooptación y correr el riesgo de vaciar esos avances. Es muy fácil agarrar cosas que se constituyen como modas para hacerlas ingresar dentro de los circuitos económicos. Pero no es una moda, no puede ser una moda. Tiene que ser una necesidad ante una situación de malestar y de injusticia.
—¿Hay vuelta atrás?
—A mí me parece que cuando uno toma conciencia del hecho de ser mujer, de la violencia, de las discriminaciones, es muy difícil que uno pueda abstraerse de esa realidad. Yo creo que estos avances que se han dado, donde hay mayor reflexión y conciencia con respecto a los derechos de las mujeres, hacen que no sea posible retroceder de forma tan fácil. Es importante ver cómo se van reproduciendo en las próximas generaciones y cómo nosotras mismas empezamos con pequeños gestos en nuestros espacios locales, de trabajo, de educación, no nos callamos sino que vamos generando una socialización. Hoy ya no puedes ver la realidad desde otro sentido.