Eran finales de los 80. Todas las noches, en una casa en los suburbios de Denver, Colorado, un padre le leía cuentos a su hija. Pero no eran cuentos para niños: lo que ese ingeniero en Sonido le leía a su hija de cuatro años eran fragmentos de libros como La evolución de la conciencia, donde Robert Ornstein, un psicólogo y profesor de la Universidad de Stanford, desarrollaba la historia de la evolución de la mente. Las lecturas fueron tornándose cada vez más complejas a medida que esa niña, llamada Amber Case, iba pidiendo más.
Una de esas noches, su padre le dibujó en una hoja de papel una línea, donde cada extremo tenía escrita una letra: A y B. Entonces le dijo que el camino más corto para llegar de un punto a otro era la línea recta, pero ¿qué pasaba si doblaba el papel y A y B se tocaban? Así funcionaban en física los agujeros de gusano, le explicó después, doblando el tiempo y el espacio, tal como se dobla el papel. Así también nació en Amber la obsesión, que la ha acompañado durante toda su vida, con ese atajo que podría generarse en el espacio-tiempo.
"Los teléfonos son el nuevo cigarro: los encendemos cuando estamos aburridos. Se dijo que la tecnología iba a liberarnos, pero hoy nosotros la estamos sirviendo"
Cuando la niña creció y entró a la universidad, quiso estudiar Matemáticas. Le iba bien, pero una profesora amiga de sus padres le advirtió: “El futuro es incierto, es mejor que estudies cómo aprender a pensar para poder crear cosas mejores que las que hoy tenemos”. Así decidió entrar a estudiar Antropología en Portland.
Allí se interesó por una rama de vanguardia, la antropología cíborg, que estudia la relación entre el ser humano y la tecnología. Hizo su tesis en teléfonos móviles, con la idea de que estos, al lograr conectar a personas en determinados puntos del mundo en el mismo momento, eran de cierta forma agujeros de gusano.
En esta búsqueda, también empezó a desarrollar la idea de que, en un determinado momento de la historia, la tecnología había dejado de ayudar al hombre: ya no le facilitaba la vida, se la hacía más difícil. Así se convirtió en la principal portavoz de la “tecnología calmada”, un movimiento que busca redefinir la relación entre humanos y dispositivos. En 2010 fue elegida por la prestigiosa revista Fast Company como una de las mujeres más influyentes del mundo en el ámbito de la tecnología, en 2011 dio una charla TED sobre el tema que ya tiene más de 120 mil visitas y a fines de 2015 publicó el libro Calm Technology, donde profundiza en todas sus ideas.
—Sueles decir que eres una cíborg.
—Es que todos lo somos. Ser un cíborg no significa ser RoboCop o Terminator. Esa es la idea que viene de las películas. Yo tomo la definición de un paper sobre viajes en el espacio escrito en los 60 por Manfred Clynes, donde define cíborg como aquel organismo al que se le van agregando componentes externos para facilitar su adaptación a nuevos entornos. Los nuevos dispositivos, como celulares o computadores, funcionan como extensiones de nuestro cerebro, así como el cuchillo es una extensión de nuestros dientes o el martillo de nuestro puño.
—Siempre se ha considerado que la tecnología va a mejorar nuestras vidas en el futuro, pero tú no pareces estar tan de acuerdo.
—Es que desde un principio se dijo que la tecnología iba a simplificar nuestras vidas. El gas nos ayudó a cocinar, la imprenta a transmitir el conocimiento. El problema es que hoy está llenando cada espacio posible de nuestro tiempo. Los teléfonos son el nuevo cigarro: los encendemos cuando estamos aburridos. Se dijo que la tecnología iba a liberarnos, pero hoy nosotros la estamos sirviendo. Tenemos celulares que demandan atención, que nos alertan constantemente con notificaciones que ni siquiera son humanas; máquinas que nos piden que las actualicemos, que las carguemos. Hoy cuidamos más a nuestros teléfonos que a nosotros mismos. Despertamos y nos vamos a dormir junto a ellos.
—Sherry Turkle, académica del MIT, alerta que un riesgo de las redes sociales es que nos hacen cultivar un avatar, una personalidad virtual que vamos moldeando. Así, los niños viven dos infancias, dos adolescencias. Como si ya una no fuera demasiado.
—Sí, estoy de acuerdo con su idea del alter ego. Hay gente que es igual online u offline, pero otros van elaborando, haciendo una curaduría de sí mismos. Están deprimidos, pero se ven felices y viajeros en su vida digital. Yo no puedo hacerlo. Me genera cierta angustia estar mal y postear fotos sobre una vida perfecta. Entonces, cuando los adultos entran a una nueva red social, viven una suerte de nueva adolescencia que genera ansiedad en ellos. Y otro problema que esto trae es el bullying asociado: antes el abuso escolar se acababa cuando salías del colegio, ahora te puede perseguir a cualquier parte gracias a tu dispositivo.
—¿Es la tecnología la que nos alienó o la sociedad de consumo?
—No creo que sea tanto que la tecnología nos haya alienado, sino que la sociedad moderna tiene estructuras que nos van aislando a unos de otros. Cada vez tenemos menos tiempo para el ocio y para actividades que nos realicen, que nos llenen. Y cuando lo hacemos, estamos ansiosos por postearlo online, no es algo para nosotros, sino para el resto. La tecnología es un fiel reflejo de la necesidad que tenemos de llenar cada uno de nuestros espacios libres.
—¿Qué capacidades estamos perdiendo en el camino?
—Varias. La habilidad de solucionar un problema sin googlearlo. Hemos olvidado lo útil que es escribir algo en una hoja de papel, cómo activamos el pensamiento espacial, la cinestesia… El proceso mental es mucho más complejo que el que ocurre cuando tomamos una nota en nuestro computador. Dependemos de la tecnología mucho más de lo que creemos. Nos controla. Nuevos estudios muestran que los grandes consumidores pueden tocar su pantalla más de mil veces al día. Es tan fácil comunicarse que la comunicación ha ido perdiendo el valor que tenía antes.
—¿Crees que podríamos volver a ese punto previo en donde la tecnología sólo nos hacía la vida más fácil?
—Creo que para eso tenemos que poner a la tecnología en un segundo plano, como la electricidad. La electricidad está ahí, la podemos prender y apagar con un botón. No nos pide estar pendientes de ella todo el tiempo. Dependemos de ella, sí. Pero no nos damos cuenta de su presencia. Es una tecnología resiliente, simple.
Vamos a calmarnos
Amber Case escribió su libro Calm Technology basándose en una idea que nació a principios de los 90 en Xerox PARC, un centro de estudios en Palo Alto: qué pasaría en caso de que, en cierto momento, hubiese más computadores que humanos en el mundo. En pocos años, esa teoría se convirtió en realidad.
Con su publicación, Case logró conjugar todas sus reflexiones en un libro práctico que busca ayudar a los actores de la tecnología a diseñar productos que funcionen bien, que tengan interfaces amigables y que no dañen la capacidad de atención de los usuarios. Pero el texto no es sólo un manual de acción: es ante todo una propuesta, un nuevo trato para el futuro entre las máquinas y los humanos.
"Intenta poner tu teléfono en modo avión durante una hora y camina alrededor de tu casa, permítete aburrirte, trata de descubrir lo que estás perdiendo. Intenta hacer una manualidad sin tomar fotos de ella y publicarla online"
—Mark Wiser, uno de los creadores del concepto, murió y no alcanzó a ver el internet de las cosas, que él predijo. Así que yo intento llevar sus ideas a esta era. Tenemos demasiada tecnología disruptiva. No podemos pensar ni diseñar, no podemos arreglar las cosas. Tenemos que calmar la tecnología para poder tener una vida mejor.
—¿Has trabajado con compañías que consideren esa filosofía?
—Sí, estamos en un momento en el que todos, incluidas las empresas, estamos tratando de entender cómo tener una mejor relación con la tecnología. Desde banqueros, artistas, gente de la educación. Yo he hecho consultorías para Microsoft y Samsung. Es un proceso continuo, donde muchas empresas se están dando cuenta de que hay que cambiar ciertas cosas. Hay un movimiento interesante que se llama Time Well Spent, de Tristan Harris, que trabaja con las compañías para evitar que la tecnología siga robando nuestra atención en todo momento.
—Dices que debemos redefinir nuestra relación con la tecnología. ¿Cómo lo hacemos? ¿Nos vamos a vivir al campo, desconectados?
—Desconectarse no es la solución. Siempre necesitarás servicios de salud, educación, familia, amigos. Hay que buscar un híbrido. Sólo gente muy privilegiada puede irse al campo y desconectarse de todo. Hubo un año en que trabajé cien horas a la semana en un proyecto. Fue tanto que necesitaba descansar de la tecnología, así que me compré un teléfono antiguo y me desconecté dos semanas. Fue un break digital. Pero hoy no puedo hacerlo, así que tomé algunas medidas: tengo siempre mi teléfono en modo avión, apagué las notificaciones innecesarias. La tecnología está ahí cuando la necesito, pero no me llama constantemente.
—¿Cómo sería tu estilo de vida ideal?
—Un estilo de vida menos intenso, en el que tenga más tiempo para pensar, más tiempo reflexivo. Y he estado trabajando en eso durante los últimos años: ahora tengo tiempo por las noches y algunas veces por la mañana, donde puedo ver un atardecer o tener una tarde lenta, hacer la comida y cenar tres horas. Intenta poner tu teléfono en modo avión durante una hora y camina alrededor de tu casa, permítete aburrirte, trata de descubrir lo que te estás perdiendo. Intenta hacer una manualidad sin tomar fotos de ella y publicarla online.
—Hablábamos de la atención, ¿aumentará su importancia en el futuro?
—Cada vez más. Hoy hay preocupación porque los doctores y enfermeras están cometiendo más errores, por todos los estímulos que deben atender. Hay accidentes de auto porque la gente divide su atención entre el teléfono y el manubrio. Nuestro estado de ánimo se altera por las malas noticias que estamos viendo todo el tiempo en los sitios web.
—¿A qué dedicas hoy el tiempo que logras robarle a la tecnología?
—Estoy haciendo música. Es muy difícil, necesitas por lo menos unos ocho o nueve años para ser razonablemente bueno y que a la gente le guste. Trabajo con sintetizadores analógicos. Todo esto es para mi nuevo libro sobre el rol del sonido en nuestras vidas, cómo ambientes más silenciosos o con sonidos más agradables nos pueden ayudar a pensar mejor y a recuperar el tiempo perdido.