Por Estela López García // Fotos: José Miguel Méndez Marzo 29, 2018

Es un jueves por la tarde, y Jaising Pastene respira agitadamente. Está rodeado por doce personas, mira hacia todos lados, no sabe quién lo atacará primero. Lleva una polera negra y un short rojo, y no tiene nada para defenderse. Sólo sus manos. De un momento a otro, uno de sus atacantes lo apunta con un arma en la cabeza. Él levanta las manos, da unos pasos hacia atrás, pide compasión, pero la pistola sigue firme en su frente. A lo lejos se escuchan los gritos de una voz femenina:

—¡Si él no se acerca, te acercas tú!

Entonces Jaising, de unos 40 años, se carga hacia su atacante y en un movimiento rápido le tuerce la muñeca y lo deja desarmado.

—¡Al suelo! —le grita.

Otro de los doce le apunta por la espalda. Jaising levanta las manos y se agacha. Pero cuando el atacante se acerca, le quita otra vez el arma. Otro le apunta al estómago y la escena es la misma. Eso le han enseñado: parecer oveja y atacar como un lobo. Pedir que no le hagan daño, mientras la pistola se hunde en su abdomen, para luego desarmar a su oponente y ser él quien le apunte.

Aunque sea una práctica, Jaising lo siente real, porque lo vivió en carne propia. Hace tres años, en Bellavista, dos asaltantes armados lo rodearon cuando caminaba con su hija de 17 años. A ella le pusieron la pistola en la cabeza. Esos minutos de espanto fueron su punto de quiebre: entonces decidió inscribirse en cursos de defensa contra armas y aprender a disparar él mismo.

En Chile el valor de una pistola sencilla parte de los 300 mil pesos y puede superar el millón.  En el país hay 815.071 armas inscritas, el grueso de ellas está en la Región Metropolitana, Valparaíso, Biobío, Maule, O’Higgins y en La Araucanía.

Su historia se repite dentro del grupo que se reúne cada semana a entrenar en el club CKM, ubicado en Providencia: todos tienen experiencias de violencia para contar. Allí practican con pistolas falsas —réplicas de una Beretta 92, de 9 mm.— cómo reaccionar ante asaltos, portonazos e incluso secuestros. El dueño del club, Matías de los Reyes, de 30 años, dice recibir una decena de llamados por día de personas interesadas en inscribirse.

—Esto va en aumento por la sensación de inseguridad de la gente. La mayoría de los alumnos que tenemos son postraumáticos —explica, cuando termina la clase.

Si bien la posesión de armas en Chile sigue siendo baja —hay menos de cinco por cada cien habitantes—, la importación en los últimos cuatro años ha aumentado un 77%. Según los registros de aduana, en 2014 entraron al país 2.601 pistolas y revólveres, mientras en 2017 la cifra se elevó a 4.608. Acceder a ellas no es sencillo, pero existen vacíos legales que no aseguran un uso responsable. Según la ley chilena, no es requisito saber disparar para tener un arma, ni se exige certificación a quienes enseñan. Esto ha provocado la aparición de grupos en Facebook que ofrecen clases de tiro sin mayor control.

Matías de los Reyes también da clases de tiro y reconoce que falta regulación. Aunque la ley no se lo exigía, él viajó a Estados Unidos para certificarse como instructor. Otros profesores de CKM lo han hecho en Brasil. A los más de 60 alumnos del club les enseñan a usar  psicología y técnicas de memoria muscular, para que el cuerpo reaccione correctamente ante un ataque. La mayoría de los alumnos terminan comprando armas y tomando cursos de tiro básico, táctico y avanzado —que pueden costar 390 mil pesos—, donde aprenden a disparar en movimiento, con obstáculos y a objetivos. También participan en campeonatos con otros clubes y organizan encuentros masivos varias veces al año.

Jaising aún no llega a esa etapa, de hecho no tiene arma. Ahora es de noche en CKM y él se prepara para participar de una sesión de defensa. Recuerda que entró al club para no volver a sentir la impotencia de hace tres años, cuando quedó inmóvil mientras a su hija le apuntaban con un arma en la cabeza. Hoy, dice, actuaría distinto.

—Yo sé disparar y si tengo el arma en la mano y de eso depende la vida de alguien que quiero o la mía, voy a disparar.

 

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En una armería estrecha y excesivamente decorada del Paseo Bulnes entra un hombre y pregunta cómo puede comprar un arma. Es la mañana de un martes. El hombre, de unos 45 años, cuenta que vive en una parcela, y que él y sus vecinos quieren defenderse. Años atrás, unos hombres entraron a robarle y él les disparó con un arma de colección. La policía no formuló cargos en su contra: se consideró defensa propia aun cuando no estaba al interior de su casa. Ahora, dice, quiere estar  preparado. Por eso pregunta cuánto vale un revólver, y qué hacer para tener uno.

En Chile, el valor de una pistola sencilla parte de 300 mil pesos y puede superar el millón. Otras armas superan los dos millones de pesos. Se pueden comprar rifles, revólveres, escopetas, armas semiautomáticas y de repetición, pero no está permitida la venta de armas automáticas ni ametralladoras. Los requisitos son varios, pero los distintos actores de la cadena de venta se las ingenian para operar dentro de una sola manzana y facilitar la compra.

Armas_-5.jpgAsí, la ruta empieza en el Paseo Bulnes, donde está la mayoría de las armerías del país. Las preguntas son sencillas: qué arma necesitas y para qué la quieres. Luego, te dan un papel que explica los documentos necesarios y los pasos a seguir. Lo primero es caminar dos cuadras hasta la Autoridad Fiscalizadora de Carabineros. Ahí, sin muchas preguntas, te dan un formulario que debe llenar un psiquiatra.

En ese punto, las armerías vuelven a intervenir y te facilitan el camino, recomendando a su staff de médicos conocidos, también dentro del perímetro.

Una vez en la consulta, el psiquiatra te da consejos sobre el arma que deberías comprar, te hace un test de Rorschach y algunas preguntas del estilo “¿qué haría si se encuentra un fajo de billetes en la calle?”. Al cabo de media hora, el certificado está firmado —con anotaciones sobre los aparatos cardiovascular, respiratorio y locomotor—, junto a una evaluación neurológica sobre el estado de la memoria, la conciencia y los sentidos. Todo sin que en ningún momento se haya acercado a tomarte el pulso o la presión.

Con eso, y un certificado de antecedentes ya puedes dar la prueba sobre la Ley de Control de Armas en Carabineros. Son 57 preguntas y te piden un 75% de acierto. Uno de los uniformados que entrega el permiso para comprar un arma, dice que cada vez llega más gente a hacer el trámite para “defensa personal”, aunque Carabineros prefiere no alarmar en declaraciones oficiales. En las nueve pruebas que se toman a diario suele haber atochamientos y listas de espera de al menos dos semanas.

Según la Dirección General de Movilización Nacional —que controla las armas una vez que entran al país— existen 815.071 armas inscritas en Chile. El grueso de ellas se encuentran en la Región Metropolitana, donde hay 374.183 armas, y luego le sigue Valparaíso con 91.711; Biobío, con 80.383; Maule, con 53.091; O’Higgins, con 49.435; y La Araucanía, con 48.070.

Carlos Salgado, dueño de la armería El Rifle, a media cuadra de La Moneda, ha visto crecer el fenómeno año a año. Bajo su tienda, de hecho, tiene su propio polígono de tiro. A todos los compradores que llegan en busca de un arma les ofrece disparar un par de veces en el segundo subterráneo, donde sus seis pistas con blancos funcionan también como club de tiro.

—Esto se ha convertido en una necesidad porque ha aumentado mucho la delincuencia, nada más que por eso… —dice Salgado.

Esas palabras se escuchan a menudo en el mundo de los dueños de armas en Chile, aunque muchas de sus armas terminan por perderse, o llegan a las manos de los delincuentes de quienes supuestamente iban a defender a sus dueños. Desde 2005 a la fecha, en el país se han perdido 25.857 armas y otras 21.478 han sido robadas. Hoy se desconoce el paradero de todas ellas.

 

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“Por el derecho a tener armas en Chile” es el grupo de Facebook que defiende la posesión de armas para defensa y caza. El grupo partió con 60 personas hace una década y hoy cuenta con casi cuatro mil miembros, en su mayoría hombres, muchos de ellos con fotos de perfil en que muestran sus armas. El ingeniero informático Ricardo Durán participó en los inicios del movimiento y luego creó la Unión Nacional de Dueños de Armas de Fuego (Undaf), un organismo lobista que lo ha llevado a reunirse con políticos como Francisco Chahuán y José Antonio Kast, para plantear modificaciones a la ley de armas.

La última modificación que se hizo a la ley fue en 2015, para aumentar las penas a quienes tuvieran armas sin autorización y sancionar disparos en lugares injustificados, para reducir las “balas locas”. Sin embargo, luego de tres años el reglamento que aterriza la norma aún no ha entrado en vigencia, por lo que los cambios no se han concretado. Durante la discusión del reglamento, las armerías y clubes de tiros solicitaron que se exigiera un curso de disparo a quienes compraran armas, y que éstas se pudieran ocupar más allá de la reja de la casa. Es decir, para enfrentar un portonazo o para ayudar a a un vecino.

Desde el 2005 a la fecha, en el país se han perdido 25.875 armas y otras 21.478 han sido robadas. Se desconoce el paradero de todas ellas y las autoridades alertan que es un fenómeno que va en aumento.

El presidente de la Undaf dice que sus motivaciones para ser lobista fueron dos: corregir las imprecisiones de los medios al hablar de las armas, y regularizar a toda la gente que tiene armas de caza sin inscribir, sobre todo en el sur del país.

—En los medios hablaban de una pistola calibre 22 mm, cuando es 0.22 mm, o decían que un arma se disparó sola, cuando es imposible. Esas cosas me empujaron a explicarle a la gente, y luego lo llevé a un plan más alto. Un arma por sí sola no te convierte en un ser demoníaco...

En noviembre del año pasado ayudaron a elaborar un proyecto de ley, impulsado por el senador Chahuán, para modificar dos artículos de la ley de armas. La ley vigente no permite que un adulto le enseñe a disparar a un menor de edad y, de hacerlo, arriesga pena de cárcel. El proyecto de ley, que está en primer trámite en la comisión de Defensa, pretende que “adultos responsables” puedan iniciar a menores de edad “en la práctica de tiro defensivo, deportivo o de caza”. También busca permitir a los deportistas y cazadores portar el arma adosada al cuerpo y cargada. Hoy se debe trasladar en una caja y sin cargar.

Según los registros de aduana, desde 2014 se han importado armas por un total de casi cinco millones de dólares. De las 346 comunas de Chile, hay 16 que están sobre las cien armas por cada mil habitantes, y Las Condes encabeza la lista con 145 armas por cada mil personas. En los últimos años, otras tres han aumentado considerablemente: Ñuñoa, La Granja y Santiago.

En esta última se encuentra uno de los clubes de tiro más antiguos del país. En la calle Santa Rosa, entre un galpón abandonado y una iglesia evangélica, todos los días se junta un grupo de diez tiradores, después de sus trabajos. Luego de las prácticas, hacen asados. Hay veterinarios, informáticos y ex uniformados, entre otros. Mientras pasan de a uno a disparar, se alientan entre sí y se hacen bromas.

Ya casi termina la jornada, y le toca su turno a un hombre perfectamente peinado con gel, que lleva en su cinturón una pistola. Lo intenta varias veces, pero le cuesta dar en el blanco. Es policía, pero tiene problemas de puntería. Otro hombre, que asiste con su hijo, se acerca a aconsejarlo.

Más tarde, y una vez que el hijo haya vaciado su arma frente a un blanco, el padre comentará que tiene varias pistolas en su casa y que quieren aprender a usarlas. Dirá, también, que disparar los relaja de las tensiones del trabajo y de la universidad, y que es imporante saber cómo defenderse.

Ambos han decidido vivir armados en un mundo que tiene cada vez más armas.

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