Por Gabriela García Marzo 29, 2018

Un espejo donde mirarse y reconocerse. Eso fue Marielle Franco, la concejala y activista de Río de Janeiro asesinada hace dos semanas, para su homóloga de Niterói, Talíria Petrone (32). Ambas feministas, negras y militantes del Partido Socialista y Libertad, se hicieron amigas hace diez años en el complejo de favelas Maré, uno de los bastiones del narcotráfico brasileño. Allí había nacido Marielle, que tenía 38 años cuando la mataron a tiros en el centro de la ciudad.

Talíria, hija de una profesora, hacía clases en una escuela municipal. Marielle había perdido a una amiga producto de una “bala loca”, y su voz en contra de la violencia y las armas ya crecía entre las más de 140 mil personas que habitan ese territorio. También promovía la educación rural, y por eso su sintonía con Talíria fue inmediata: ambas eran de izquierda y pensaban que la política era un instrumento que podía cambiar el mundo. Aterrorizadas por las cifras del femicidio en Brasil, que mata a ocho mujeres al día, creyeron que una forma de combatirlo era que el sexo femenino tuviera mayor participación en el poder legislativo.

—Necesito que estemos juntas en esta tarea —le había dicho Talíria a Marielle en un café de Niterói, luego de que esta le expresara su preocupación por el odio que podía generar un triunfo de ambas en las elecciones de 2016, y cómo sus vidas y las de sus familias podían cambiar. Marielle intuía lo incómodas que podían ser para el sistema. Pero cuando se convirtió en la quinta concejala más votada de Río de Janeiro, y Talíria a su vez rompió los récords en Niterói, la lucha por visibilizar la violencia de las policías militares se hizo más fuerte. Y también por combatir la homofobia y el racismo de un sistema político mayoritariamente blanco y masculino.

Su asesinato es un crimen contra todas nosotras; su voz no era cualquier voz. Revela el estado de debacle de la poca democracia que queda en Brasil

Sabían del peligro: 58 defensores de los derechos humanos fueron asesinados en Brasil sólo en 2017, según las cifras oficiales. Y la misma suerte han corrido 23 concejales y alcaldes desde el año pasado a la fecha, pero en el último tiempo Marielle había perdido el miedo. 17 días atrás, escandalizada por la entrega del control de la seguridad de Río al Ejército, denunció en Twitter el terror que el 41º Batallón de la Policía Militar —considerado el más letal del Estado— estaba ejerciendo en Acarí, un barrio en la zona norte de la ciudad:

¿Cuántos más necesitan morir para que esta guerra acabe?”, escribió entonces.

La respuesta, al día siguiente, fueron cuatro tiros en su cabeza. El 14 de marzo fue acribillada en el auto en que regresaba a casa tras participar en un evento de activistas negras en Lapa. Y su voz, como la vida del conductor Anderson Pedro Gomes, se apagó para siempre.

No se sabe aún quién disparó, pero sí que los proyectiles de 9 mm eran de un lote que pertenecía a la policía federal de Brasilia desde 2006. El ministro de Seguridad Pública de Brasil, Raúl Jungmann, dijo que los homicidas debían haberlos robado. Pero eso también está por verse: la misma munición fue utilizada en 2015 en una matanza en el Estado de Sao Paulo, en la que murieron 17 personas. En esa oportunidad los condenados fueron tres policías y un guardia civil.

 

Imagen Marielle-Franco

 

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—Esa sonrisa que ella tenía nunca más va a existir —se lamenta por teléfono Talíria, un lunes por la mañana, luego de haber perdido a su “hermana de vida”.

No hay consuelo que la ayude a tragar la brutalidad de su muerte. Talíria habla con un nudo en la garganta que por momentos le entrecorta la voz. La tristeza y la indignación que siente desde que ejecutaron a Marielle la tienen contando los minutos de esa pérdida.

—Ya son 13 días… pienso en ella a toda hora.

Talíria no está dispuesta a dar marcha atrás. Desde su muerte ha encabezado, junto a Mónica Tereza Benício, la pareja de Marielle —y con la hija, la hermana y la madre de la concejala—, cada una de las multitudinarias movilizaciones en su nombre, que sólo en Río han reunido a más de 50 mil personas. La reacción se ha expandido incluso fuera de las fronteras de Brasil: Nueva York, Lisboa, Uruguay, Madrid, Buenos Aires y Santiago.

El miedo es muy pequeño ante la voluntad de mantener el mensaje de Marielle vivo. Es un miedo que no nos paraliza, al contrario... cometieron una barbarie y necesitamos gritarlo

—Esto es contra la brutalidad y cobardía con la que se llevó a cabo su ejecución, y por el derecho a la vida de todos: del pueblo negro, del pueblo indígena —dice Talíria, que no ha parado de recibir amenazas de muerte desde que su amiga murió—. No tengo dudas de que muchas Marielles están brotando en el mundo para enfrentar el femicidio o los crímenes de homofobia.

Luego agrega:

—Como dicen por ahí: divídenos, que seremos muchas.

—¿Lo de Marielle fue un crimen político?

—No tengo ninguna duda. Su ejecución no entra en las estadísticas de violencia en Río de Janeiro [18 homicidios por día en 2017]: fue asesinada para que no hablara más. Sin duda querían silenciarnos. Lo que hicieron fue mandar un recado al círculo que ella agrupaba: Marielle era socialista, feminista, militante del movimiento negro, de la lucha antirracista y del enfrentamiento a la homofobia. Encarnaba a la mujer lésbica, negra, pobladora. Su asesinato es un crimen contra todas nosotras; su voz no era cualquier voz. Revela el estado de debacle de la poca democracia que existe en Brasil. La gente dice que nos apuremos en saber quién la mandó a matar, quién apretó el gatillo, pero sin dudas el culpable está entre los poderosos. Ella fue electa democráticamente, pero protestaba contra la intervención militar y policial en Río, pues con ella aumentan las posibilidades de que las personas que viven en las favelas sufran violaciones a sus derechos humanos. Todo esto ocurre porque no hay cambios en el modelo de la seguridad pública.

—¿Ves alguna solución para esa violencia?

—Debemos reorientar todo: controlar el arsenal de armas, discutir la legalización de las drogas, invertir en inteligencia e integración de las policías, en vez de reforzar un modelo militarizado. Pero desgraciadamente la elección del gobierno federal y estadual es seguir manteniendo el baño de sangre que se vive hoy. ¿Cómo enfrentas cualquier crimen organizado sin inteligencia? Lo que se hace aquí es tomar policías y ponerlos en una favela para dar y recibir tiros. El ataque no está dando éxito. La mayor parte de las armas vienen del Estado, de las policías federales. Y los niños necesitan otra cosa, no un tiro en la cara.

—Marielle nació en una favela. ¿Puede nacer un nuevo Brasil de esta tragedia?

—Si no lo pensara, pararía. No sé qué tan cerca estemos de eso, porque un Brasil donde hay ejecuciones como esta está muy lejos de ser el que deseamos. Pero es un Brasil que comienza así: con el pueblo movilizado, en la calle, avanzando cada vez más con esa indignación.

 

Employing urban combat tactics

 

***

 

—Vamos que vamos —suele decirse a sí misma Talíria Petrone cuando siente que empieza a bajar los brazos—. La vida es dura, pero es lo que tenemos que hacer.

La frase es de Marielle, que la repetía cuando dudaba de si valía la pena ser parte de un sistema político donde las favelas apenas tienen representatividad. Talíria recuerda a diario la valentía de su amiga. Dice que era, sobre todo, “una mujer dulce y al mismo tiempo fuerte. Mediadora de conflictos, pero también muy acogedora”.

—¿Qué significa ser mujer y ser negra en la política brasileña?

—La política no es un espacio que históricamente esté hecho para nosotras. Es jerarquizada, masculinizada, dura. Estar en política desde esta condición es exponer la vida y el cuerpo. En Niterói soy la única concejala entre veinte hombres, y no es fácil. Por otro lado, estoy convencida de la necesidad de ocupar ese espacio con nuestro color, con nuestras pautas, visibilizando a las mujeres y niños negros encarcelados y asesinados en Brasil. Cambiar todo ese silencio por una voz, por un grito. Es doloroso, pero es fundamental.

—¿Qué fue lo último que conversaste con Marielle?

—Fue el mismo día en que ella murió. Coordinamos para encontrarnos porque teníamos una reunión al día siguiente, el jueves 15 de marzo en la mañana, y ella quería conversar un poco sobre eso. El sábado anterior también estuve con ella en un actividad en una ciudad cercana. Teníamos muchas semejanzas, buscábamos caminar juntas. Era alguien con quien yo compartía esta tarea de estar en política. Conversábamos todos los días sobre cómo impactaba nuestra vida… espero que pronto muchas mujeres ocupen ese espacio. Voy a trabajar para eso. Pero mientras, me voy a quedar un poco solitaria en esa angustia.

—¿Tienes miedo de correr la misma suerte que ella?

—El miedo pasó a ser parte de muchos de nosotros después de lo que pasó. Sí, tengo miedo, pero estamos tomando todas las precauciones necesarias. El miedo es muy pequeño ante la voluntad de mantener el mensaje de Marielle vivo. Es un miedo que no nos paraliza, al contrario… cometieron una barbarie, la asesinaron sin darle la posibilidad de protegerse, y necesitamos gritarlo.

—¿No hay tiempo de llorar?

—He llorado bastante. La vida entera voy a pensar en ella. Este dolor que tengo no va a pasar nunca más. La cuestión es qué hacer con él, y pienso que hay que transformar ese dolor en lucha. Le diría al mundo entero que no pare de preguntarse quién fue el que la mató. Cuál esfera de poder dio la orden para esos tiros. Pido que la gente vaya a la calle a demandar justicia para Brasil, y que el legado de Marielle no sea olvidado. No dejaremos a Marielle morir.

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