Hace un par de años, el mundo de la ciencia y del heavy metal encontraron su eslabón perdido: Ozzy Osbourne. La secuenciación del genoma del “Príncipe de las tinieblas”, dijeron los responsables del trabajo al anunciarlo, podía ayudar a comprender cómo era posible que el líder de Black Sabbath siguiera entre los vivos. Y si bien el resultado distaba de entregar recetas para la supervivencia de rockeros veteranos, sí permitió conocer a Osbourne de una manera diferente. Se supo, por ejemplo, que tenía genes relacionados con la dependencia a la metanfetamina y que tenía un cierto parentesco con los Neanderthal. Se determinó que Ozzy es casi tres veces más propenso que el promedio a experimentar alucinaciones con la marihuana, y tiene una mayor predisposición a la adicción de cocaína y al alcohol.
Fue un claro síntoma de los tiempos: no podría haber sucedido nunca antes (el primer genoma humano se terminó de secuenciar en 2003, tras 13 años de trabajo), y hoy se está transformando en algo tan frecuente que difícilmente haría noticia. Porque eso fue el anuncio de hace dos años: una jugada publicitaria. Osbourne había sido invitado a secuenciar su genoma por Knome, una compañía estadounidense empeñada en catalogar las secuencias de personalidades tan diversas como el académico de Harvard Henry Louis Gates, el prócer de la investigación genética James Watson y el mismísimo Ozzy. “Él tiene varios cientos de miles de variantes nunca vistas”, comentó a la prensa portavoz de Knome, Nathaniel Pearson. “Va a pasar un buen tiempo antes de que, como sociedad, tengamos suficiente información para entender tales variantes”.
Es la etapa en que estamos: hoy es posible conocer mucho más nuestra composición genética. A medida que los costos de secuenciación genética caen, la posibilidad de conocer los genes de fetos, niños y adultos podría ser considerado en un futuro no lejano un examen rutinario. Pero el desafío está en saber qué consecuencias puede tener en nuestra salud toda la información que hoy podemos recabar. ¿Qué tan cerca estamos de poder usar eficientemente esa información?
Hecho a la medida
Los genes -o porciones del ADN- son el manual de instrucciones que le dice al cuerpo cómo funcionar. Cada célula humana tiene empaquetado en su núcleo dos metros de este ADN, una cadena de compuestos químicos conocidos como A,C,T y G, que se interconectan y forman los cromosomas. Diferentes secciones de esta cadena corresponden a un gen -el ser humano tiene cerca de 25.000-, con todas las instrucciones para darle vida a un individuo.
El orden de las letras de este manual de instrucciones fue descrito -o secuenciado- por primera vez en una de las grandes hazañas de exploración de la historia, el Proyecto Genoma Humano. Una de las consecuencias más directas de su éxito ha sido el desarrollo de la genómica personal, un área de estudio que intenta sacar provecho del manual de instrucciones de la vida para el beneficio individual.
Aunque el 99% de la colección de genes (o genoma) es igual para todos, existen pequeñas diferencias -o mutaciones- en las letras del ADN, las cuales son responsables de muchas enfermedades. La genómica personal permite leer la secuencia de letras de un individuo, compararla con otras de referencia -como la generada por el proyecto genoma- e identificar esas particularidades. De esta manera, se podría saber el riesgo de una persona de contraer ciertas enfermedades, dando la opción de cambiar el curso de las cosas.
“El saber que alguien tiene predisposición a tener diabetes, por ejemplo, puede cambiar la manera en que se maneja su salud”, afirma Brent Fogel, médico neurogenetista de la Universidad de California en Los Angeles.
Por otra parte, el saber qué genes defectuosos comandan una enfermedad podría guiar a médicos y científicos a diseñar terapias más efectivas. Conocida como farmacogenómica, existe ya un área de estudio que pretende llevar al extremo la medicina personalizada y diseñar drogas “a la medida” para el paciente, basándose justamente en esa información.
Un ejemplo de esto es la metformina, un medicamento que ha demostrado reducir los niveles de glucosa en la sangre en diabéticos. La droga no funciona para todos: existen genes que comandan su procesamiento dentro del cuerpo, que presentan pequeñas diferencias, responsables de las variaciones en la eficiencia con la que el cuerpo procesa la metformina en una persona y otra.
De la misma manera, se espera que la farmacogenómica pueda contribuir a nuevos avances científicos en la batalla contra el cáncer. Aunque es razonable pensar que un cáncer de pulmón, por ejemplo, se comporta igual en todos, existe evidencia de que puede ser generado por problemas en genes diferentes. Por esta razón, usar el mismo medicamento en distintos pacientes no es lo más eficiente.
La promesa y la realidad
Para los que quieren hurgar en su genoma, hoy en día es posible hacerlo por un equivalente a 150 mil pesos. Existen servicios que, aunque no secuencian el genoma completo, prometen revelar probabilidades de contraer enfermedades con sólo una muestra de saliva. Bajo el eslogan “conócete a ti mismo”, la compañía privada 23andMe genera un informe con las probabilidades de contraer cerca de 40 enfermedades, tales como diabetes, fibrosis quística o cáncer de mamas.
“Nuestros reportes combinan información genética, edad y etnia para dar una idea de qué problemas podrían afectar a una persona con un cierto perfil genético”, explica un agente de 23andMe por e-mail.
Pero la interpretación de la información genética es sin duda bastante más compleja.
“Sabemos que hay genes que confieren riesgos a enfermedades comunes, pero lo que no podemos hacer -y es lo que estas compañías intentan- es asignarles un porcentaje”, asegura Fogel. “La única manera es saber cómo los genes interaccionan entre ellos y como se comportan en la población, y por ahora no hay suficiente información para saberlo”.
A pesar de esto, las compañías sí tienen quien pague por sus servicios. “Llevamos más de 180 mil clientes analizados, y duplicamos el número año a año”, explica el agente de 23andMe.
Aunque el director del Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, Francis Collins (quien dirigió el Proyecto Genoma Humano sucediendo a James Watson), tiene claro que la información de estas pruebas genéticas revelan sólo probabilidades y no hechos, ha defendido la interpretación personal del genoma como “un momento de aprendizaje”. Él mismo hizo una prueba: mandó su ADN a tres compañías diferentes. Todas revelaron que tenía un alto riesgo de desarrollar diabetes, eso lo llevó a bajar 12 kilos y a ejercitar más.
Sin embargo, también obtuvo resultados contradictorios. Cuando se analizaron sus genes asociados con cáncer a la próstata, mientras una compañía lo catalogaba como paciente de alto riesgo, las otras dos no lo consideraban relevante.
“Te pueden asignar un porcentaje para enfermedades comunes, el cual, en el mejor de los casos, equivale a adivinar de manera informada”, comenta Fogel. “En el peor, es incorrecto”.
Esto ocurre porque la genética es sólo parte de lo que somos, y estas pruebas son limitadas en dos aspectos principales: primero sólo analizan un pequeño pedazo del genoma; segundo, no consideran la influencia del ambiente o los hábitos del paciente.
¿Un niño perfecto?
Las ventajas de conocer el perfil genético de una persona son varias. Pero también los son los dilemas éticos. En junio de este año, un equipo de la Universidad de Washington, en Seattle, informó que habían obtenido la secuencia de ADN de un feto de 18 semanas de gestación usando una muestra de sangre de la madre y una de saliva del padre.
Pero si con el tiempo se lograra que cada nueva vida pudiera tener su genoma secuenciado desde un comienzo: ¿seremos algún día capaces de predecir de qué vamos a morir? Si esto se logra, las consecuencias serían sin duda profundas, por lo que es fundamental entender cuánto se puede confiar en los resultados. Según un estudio realizado por científicos norteamericanos, en el caso de enfermedades comunes, como el cáncer o el Alzheimer, las pruebas genéticas no reemplazarán la medicina preventiva. El trabajo muestra que la probabilidad de un individuo de contraer una enfermedad en la que hay más de un gen involucrado no es muy diferente a la probabilidad existente en la población general.
El problema es que ciertas enfermedades (como el cáncer o Alzheimer) son producidas por alteraciones en varios genes de manera simultánea. En estos casos el análisis se complejiza y las predicciones se vuelven, por ahora, más ambiguas. Sin embargo, para enfermedades raras, generadas por el defecto de un solo gen la genómica personal ha demostrado ser bastante más informativa.
Aunque podamos secuenciar el genoma de una persona, su interpretación es un desafío que sólo está comenzando. Y no es únicamente para la ciencia, si no que también para una sociedad que se verá enfrentada a fuertes implicancias sociales y políticas, tales como la discriminación por parte de pares o aseguradoras de salud. Hoy, en algunos estados de Norteamérica la ley permite a aseguradoras de vida o de invalidez tener acceso a la información genética del cliente si es parte de su ficha médica.
Por otra parte, si las pruebas genéticas a fetos se vuelven exámenes rutinarios, ¿qué tan cerca vamos a estar de escarbar el genoma del hijo que va a nacer para saber qué tan atlético o inteligente será? Por ahora, gracias a la combinación de técnicas de fertilización in vitro y análisis genético es posible implantar óvulos fecundados “sanos” previamente testeados para ciertas mutaciones; o escoger qué sexo tendrá el niño.
Según Eric Lander, director del centro de medicina genómica Broad Institute de MIT y Harvard, será difícil utilizar la genómica para seleccionar rasgos más complejos como la inteligencia o la altura. “Hoy en día conocemos más de 180 genes que determinan la altura, donde cada uno contribuye un poco al resultado final”, explica en el documental Cracking Your Genetic Code, de NOVA/PBS. No será fácil encontrar un embrión donde todos esos genes se expresen de la manera óptima.
“Si realmente quieres tener un hijo alto, la manera más eficiente sería buscar una pareja alta”, dice Lander.
Cómo lograremos balancear los pros y los contras de la genética personal aún está por verse. Lo claro es que los dilemas éticos y científicos deberán generar debates de prioridad en una sociedad que ya se enfrenta de manera irreversible a la era genómica. Claro es también que, en un futuro no lejano, podremos navegar en el computador de casa por nuestros 6 mil millones de A, C, T y G y conocer las posibles consecuencias de lo más íntimo de nuestra biología.