El anuncio del descubrimiento del bosón de Higgs marcó un hito en el estudio de los constituyentes fundamentales de la materia. Considerado el eslabón perdido del universo subatómico, su búsqueda obligó a la construcción del Gran Colisionador de Hadrones (LHC). Signo de nuestros tiempos, el mundo pudo ver en directo la presentación de los resultados de los experimentos Atlas y CMS que culminaron con la anhelada noticia: las evidencias alcanzaron los 5 sigmas, forma técnica de decir que es prácticamente imposible que la observación sea fruto del azar. En el auditorio principal del CERN, Peter Higgs y François Englert, padres de la criatura, disfrutaron del privilegio de ser testigos de la confirmación de sus ideas. Ambos lo concibieron independientemente y tuvieron que esperar casi medio siglo para validar su predicción.
Parte de la enorme dificultad que entraña la detección del bosón de Higgs reside en su corta vida. Decae de inmediato en otras partículas, según ciertos patrones que predice la teoría. Si su detección es compleja, la precisión de sus rasgos lo es aún más. Todas las partículas elementales tienen un giro intrínseco. Según la teoría, el bosón de Higgs sería una excepción, al no girar sobre sí mismo. Los experimentos no son de momento capaces de zanjar el asunto, si bien los primeros indicios apuntan a un acuerdo con la teoría.
Ésta predice también que se trata de una partícula elemental, indivisible, como el electrón o los quarks, lo que no es fácil de determinar. Así como una minuciosa observación de los líquenes que aterciopelan los troncos de los bosques desmiente la primera impresión de que se trata de un único organismo, podría ocurrir que el bosón de Higgs fuera un ente compuesto, alga y hongo unidos simbióticamente.
Pero de las dificultades para determinar su identidad, la más inquietante es la que se anunció hace unos días. Según Atlas, la masa del bosón de Higgs, cuando decae en electrones y muones, parece ser un 2% menor que cuando lo hace en fotones. CMS, en cambio, no encuentra diferencias significativas y favorece, en todo caso, una discrepancia en la dirección opuesta. La explicación más plausible es que el estrabismo de Atlas se deba a un desajuste de calibración.
Sin embargo, por improbable que sea, permítasenos fantasear con el escenario más apasionante para una partícula con varios padres y serios trastornos de identidad. En lugar de enviar a Atlas al oculista, nos gustaría enviar al bosón de Higgs al diván. Imaginar una partícula bifronte. Un miembro esquizofrénico, Dr. Jekyll y Mr. Hyde del universo subatómico.