La mayor parte del mundo desarrollado comenzó a eliminar el tiemerosal, pues los padres se negaban a vacunar a sus hijos. La tasa de incidencia del autismo no bajó en ninguno de esos países.
El principio precautorio dice que si no estamos seguros de que algo sea inocuo, mejor evitarlo. El problema es que el dejar de hacer algo también es una decisión cuyas consecuencias pueden ser peores.
Ya sea por miedos irracionales, por motivos religiosos, o por simple ignorancia, movimientos antivacunación han existido siempre.
Hoy, en nuestro país, en el discurso político, público, y en el abierto y democrático coro de opinadores de las redes sociales, las vacunas están en la mira. Peligroso. Hay pocas creaciones humanas que hayan marcado un hito tan profundo como éstas. El villano de hoy -aunque lleva tiempo ya en la palestra- es el timerosal, un preservante utilizado para evitar el crecimiento de hongos y bacterias dentro de los frascos que contienen el líquido inmunizador.
Usted podría decir que exagero. Que no hay nada contra las vacunas. Que el timerosal es un agente tóxico, que existen muchos artículos que así lo demuestran, y que por lo tanto es lógico que parlamentarios e incluso médicos corran a fiscalizar a laboratorios y eviten posibles daños a la salud de nuestros niños. Lamentablemente no es así. Ésta es una antigua historia de mala ciencia, mal periodismo e intereses creados. Una que ha causado mucho más daño que todo el timerosal del universo.
La campaña que asocia autismo con vacunación comienza con un artículo publicado en febrero de 1998 por un grupo de investigadores británicos liderado por el médico Andrew Wakefield en la prestigiosa revista The Lancet, en que el timerosal nunca es mencionado. Allí se acusaba a la vacuna triple (sarampión, paperas y rubeola). Y aunque Wakefield tuvo el cuidado de afirmar en su artículo que sus evidencias no podían probar esta asociación, llevó adelante una fuerte campaña mediática en pos de frenar el uso de la vacuna. Según él, el peligro residía en juntar las tres vacunas. Había que aplicarlas individualmente. Hoy este artículo es considerado un clásico del fraude científico. La revista lo retiró oficialmente el 2010, luego de que se probaran diversas faltas a la ética científica, como manipulación de datos, abuso con los pacientes y conflictos de interés. Esto último ya que Wakefield habría estado tramitando una patente para una nueva vacuna para el sarampión antes de comenzar su campaña en contra de la vacuna triple. Además, se le acusó que 11 de los 12 pacientes tenían demandas en contra de las farmacéuticas, varias de las cuales se iniciaron antes de la publicación del artículo, y que Wakefield habría recibido grandes cantidades de dinero al hacerse parte de estas demandas. Varios de los colaboradores originales del artículo terminaron retractándose públicamente de las interpretaciones originales. A Wakefield se le acusó de conducta deshonesta y abuso de poder en el ejercicio de la profesión y se le revocó la licencia para ejercer la medicina en el Reino Unido.
Pero claro, algún lector asiduo a las teorías de la conspiración podría argumentar que probablemente todo esto fue manipulado por el poder de las grandes compañías farmacéuticas. Al respecto dos cosas. En primer lugar, hay que recordar que las malas prácticas no son monopolio de las grandes empresas. En segundo lugar, incluso si Wakefield no hubiese tenido ninguna intención fraudulenta, es evidente que la estadística de su trabajo no puede ser concluyente: se trata de apenas 12 casos, sin ningún grupo de control. Niños autistas, pacientes de un hospital, que presentaban síndrome de inflamación intestinal y que recibieron la vacuna triple. Todos hechos bastante comunes de encontrar simultáneamente en una población grande como la de Londres.
El artículo era a todas luces deficiente. Pero entonces, ¿cómo logró publicarlo en The Lancet?
LA CIENCIA DEL ERROR
Mucha gente piensa que los artículos científicos publicados en revistas especializadas, con comité editorial y revisión de pares debiesen ser correctos. Error. Una gran proporción anuncia descubrimientos que no lo son. De hecho, algunas investigaciones coinciden en que la mayoría de las publicaciones son incorrectas. Parece inconcebible. Después de todo, estamos hablando de ciencia. Pero no lo es en absoluto.
Para entenderlo, veamos de qué manera los artículos científicos pueden estar malos. Lo menos común es la abierta deshonestidad. Alguien que altera intencionalmente los datos para lograr el resultado que necesita por razones extracientíficas. Es de lo que se acusa a Wakefield. Está también el error honesto. Puede ser conceptual, o de calibración de algún equipo. Es lo que sucedió, por ejemplo, con el famoso anuncio, en 2012, que los neutrinos viajaban más rápido que la luz. Finalmente, están los errores producto del azar.
Repetiré un ejemplo que ya he usado en columnas anteriores. Suponga que alguien afirma que hay buenas razones para pensar que las monedas en Chile están mal confeccionadas. Que es mucho más probable que al lanzarlas ofrezcan una cara que un sello. Muchos ciudadanos harán el ejercicio en sus casas, lanzando una moneda, digamos, 10 veces. La probabilidad de obtener 10 sellos seguidos es una en 1.024. Si suficiente gente hace el ejercicio, es claro que muchos obtendrán este resultado. Serán ellos los más excitados por anunciar públicamente el hecho. Llamarán a la prensa. Probablemente serán escuchados. No se equivocaron ni cometieron fraude. El azar los llevó a un error. Existen muchas maneras de que el azar lleve a equívoco. Esto es normal, particularmente al comienzo de un eventual descubrimiento, cuando la evidencia es aún tenue. Pero ¿cómo llegan tantos errores a ser publicados? Bueno, los artículos son también revisados por editores y evaluadores que pueden pasar los errores por alto. Sobre todo cuando son errores sutiles, y más aún cuando el error es provocado por el azar. Además, los editores de revistas tienen interés en que sus publicaciones sean citadas, por lo que resultados impresionantes tendrán siempre muchas más posibilidades de llegar a ser publicados. Todos saben que “monedas de Chile están cargadas” es una noticia, pero “monedas en Chile no tienen anomalía alguna” no lo es. En resumen, nada tiene de raro que revistas serias publiquen resultados falsos. Por eso los hallazgos científicos no se determinan en una publicación. Requieren que el paso del tiempo, el escrutinio de los pares, la reproducción de los experimentos y las nuevas evidencias independientes los consoliden.
MENTIR Y COMER PESCADO
Ahora usted podría estar pensando “bueno, todo lo anterior puede ser verdad, pero es irrelevante. El timerosal contiene mercurio, elemento que se sabe es un potente neurotóxico”. Pero hay un error en esta afirmación. Se sabe que el mercurio y muchos compuestos que lo contienen son muy dañinos. No hay evidencia, sin embargo, que indique que el timerosal en las dosis usualmente administradas con las vacunas tenga efectos nocivos. Lo que ocurre es que los átomos por sí solos no son héroes o villanos. El carbón y el nitrógeno, por ejemplo, son átomos comunes a los que nadie teme. Están presentes es casi toda nuestra alimentación diaria. Sin embargo, si los juntamos podemos crear cianuro, una de las sustancias más mortales que existen. La diferencia entre la vida y la muerte está en un pequeño reordenamiento de átomos que en sí mismos no tienen malas intenciones.
La evidencia indica que en el caso del timerosal, el mercurio se reduce a moléculas que el cuerpo puede eliminar. Claro que con algo tan delicado que le administramos a nuestros niños hay que ser particularmente cuidadoso. Y es claro. El consenso científico después de años de estudios independientes es que no hay relación alguna entre las vacunas que contienen timerosal y el autismo. A pesar de esto, la mayor parte del mundo desarrollado comenzó a eliminar el tiemerosal de los programas de vacunación obligatoria. Pero la razón no estaba basada en el miedo a este compuesto. Era una respuesta al miedo que generaron las discusiones en la población, y a la constatación que los padres comenzaban a negarse a vacunar a sus hijos. En Inglaterra, la tasa de niños vacunados con la triple bajó de 92% en 1996 a 73% en 2009, lo que causó un aumento en las enfermedades de las que estas vacunas protegen. No había más remedio que eliminar el uso del timerosal.
Por cierto, la tasa de incidencia de autismo no bajó en ninguno de los países en que el preservante fue removido.
Y a modo de comparación un dato: es muy probable que la cantidad de mercurio que su hijo ha ingerido comiendo pescado supere con creces a la de todo el programa de vacunación al que ha sido expuesto.
ESTAR SEGUROS
A diferencia de lo que muchos creen, la ciencia no es capaz de probar nada. Especialmente cuando se trata de resultados negativos. No podemos probar que el timerosal, en ciertas circunstancias, para ciertos pacientes, no pueda ser dañino. De hecho, es sabido que en altas dosis lo es, y que en algunos pacientes puede causar reacciones alérgicas. Pero, de igual modo, no podemos probar que la lechuga no provoque calvicie. Sólo podemos acumular evidencias, poner cotas. Obviamente, el llamado principio precautorio al que muchos aluden dice que si no estamos seguros de que algo sea inocuo, mejor evitarlo. El problema es que el dejar de hacer algo también es una decisión activa cuyas consecuencias pueden ser peores que aquellas que buscamos evitar. Eliminar el timerosal, por ejemplo, implica que las vacunas deben envasarse en dosis individuales, cosa que aumentará ostensiblemente el precio de los programas de vacunación. Es allí donde los especialistas deben entrar a evaluar de qué modo optimizamos los recursos para la salud pública. Yo no soy uno, pero sí le puedo asegurar una cosa: si usted no inmuniza a su hijo por miedo al timerosal, la probabilidad de que tenga problemas de salud en el futuro aumentará. Es simple estadística. Los problemas asociados a efectos secundarios de las vacunas son hechos infinitamente más raros que las complicaciones producidas por las enfermedades de las que protegen.