“Divulgar viene de divulgare en latín: es vulgarizar un concepto, empobrecerlo, podarlo de una manera en que ya estás faltando a la verdad. Pero se vulgariza a todos los niveles, incluso a nivel educativo en serio”, plantea el físico. “Se sacrifican verdades para conseguir un beneficio mayor”.
“En épocas de crisis hay que plantearse que a lo mejor no se puede hacer todo. Quizás Estados Unidos y Alemania pueden, pero países más pequeños no pueden darse el lujo de tener todo el rango de especialidades cubiertas”, dice Mira. “Es obvio que Chile debe apostar por la astronomía”.
En 1972, la revista Applied Optics publicó un breve artículo que aseguraba que en el Paraíso hace más calor que en el Infierno. El cálculo se basaba en dos citas bíblicas sobre la radiación solar que supuestamente recibe el Paraíso, y la temperatura del azufre en que se queman las almas de los pecadores. El resultado: 525 grados Celsius para el Paraíso y 445 para el Infierno.
El artículo pretendía ser un chiste, pero tuvo repercusiones en los medios como si hubiera sido en serio.
Lo mismo pasó en 1998, cuando dos españoles corrigieron los números y demostraron que la cosa es al revés, que en el Infierno hace evidentemente más calor que en el Paraíso: 445 grados Celsius versus 231. La idea era demostrar, con humor, lo absurdo de usar citas bíblicas como verdad científica (a propósito de la ofensiva creacionista en Kansas que exigía enseñar en las escuelas el diseño inteligente como explicación científica).
Uno de esos españoles era Jorge Mira Pérez, profesor de la Universidad de Santiago de Compostela, físico de profesión y divulgador de oficio, que aprendió gracias a esa experiencia los riesgos que involucra el hacer un chiste que no todo el mundo entienda (el artículo terminó citado en revista Time y hasta la semana pasada seguía teniendo consecuencias: un programa de la televisión rusa lo puso, aparentemente, como “experto” en temas del Paraíso y el Infierno).
Pero Mira también comprobó una lección útil para la divulgación científica: si se quiere llamar la atención del público sobre algún tema científico no hay nada mejor que relacionarlo con la religión o con el sexo. La ciencia la pasa de contrabando. “Cuando mi gato se enferma y tengo que darle una pastilla, se la doy escondida en un pedazo de queso… Yo como recurso he usado siempre darle a la gente la pastilla con el queso, y desde luego nunca he tenido complejo en faltar a la verdad más o menos. Porque lo tengo muy claro: yo no puedo contarle a la gente un tema científico de un modo prolijo. Porque eso es imposible, para hacerlo necesitan pasar años de educación superior, un doctorado. Es cierto que tiene costos y beneficios, y el gran beneficio es que aprenden más”, dice el científico, de visita esta semana en Chile para participar de la Primera Conferencia Internacional de Cultura Científica, que organizó el Centro para la Comunicación de la Ciencia de la UNAB.
Mira nació en Baio, La Coruña, en 1968, se especializó en electromagnetismo y dedica parte de su tiempo a investigaciones muy diversas, que comparte con científicos de otras disciplinas: afecciones reumáticas mandibulares en niños y jóvenes, determinación de longitudes geográficas, detección no invasiva de consumos energéticos y la dinámica de la competencia de las lenguas en territorios bilingües. Dice que aprendió de joven que la ciencia, a estas alturas, es y debe ser multidisciplinaria: “Yo hice mi tesis en sistemas nanoscópicos y magnéticos y tenía un compañero que hacía lo mismo, pero enfocándose en el problema químico de hacer nanopartículas. Y aprendí a ver que ese químico, que era el asqueroso puerco que se manchaba las manos, y este físico, que es el imbécil que vive en las nubes, teníamos cosas que aportar”.
Mira dice que en la labor de divulgación científica el sacrilegio y el escándalo funcionan muy bien. En una de sus conferencias habituales se hace la pregunta de por qué a los hombres nos gustan las mujeres de trasero grande. En otra relaciona el tamaño de las manos con el tamaño del pene. El objetivo de ambas es hablar sobre la evolución humana. La gente, claro, escucha.
En otro programa de divulgación, invita a científicos prominentes a Santiago de Compostela. Ya ha logrado llevar a 26 premios Nobel y a figuras como James Lovelock, David Attenborough y Stephen Hawking. Cuenta que este último estuvo una semana en Galicia y que él observó mucho la interacción con su editor, en quien también descubrió la técnica de pasar la ciencia de contrabando: “Yo creo que él es quien lo convence de decir cosas como que va a matar a Dios”.
El gallego no ve pecado en eso: “Divulgar viene de divulgare en latín, y es vulgarizar un concepto, es decir, empobrecerlo, podarlo de una manera en que ya estás faltando a la verdad. Pero se vulgariza a todos los niveles, incluso a nivel educativo en serio. Cuando uno habla del átomo de hidrógeno, hasta primeros años de carrera, incluso, uno pinta una bolita, y otra bolita dando vueltas. Este modelo es falso. Un átomo no es un protón con un electrón dando una trayectoria circular, sino que es algo cuántico, indistinguible. Pero eso se usa como recurso. Es decir, se sacrifican verdades para conseguir un beneficio mayor”.
-¿Y eso aumenta realmente el conocimiento? ¿Disminuye la ignorancia?
-Aumenta el conocimiento general, aunque en el paso intermedio hayas perdido algo. Cuando ves lo del bosón de Higgs, por ejemplo, que esta semana les valió el Nobel a sus proponentes. El ejemplo es: imagínese usted una sala llena de gente y entonces entra Messi. Al entrar Messi la gente se va a agolpar para verlo, tomarle fotos y pedirle autógrafos… Pues el campo de Higgs sería esa sala, y Messi sería el bosón: el bosón de Messi. La gente ya se ha quedado con esa idea : el bosón de Messi. ¿Eso es una imagen cierta? No, es una imagen falsa. Pero por lo menos los ayuda a comprender algo del tema.
-El secreto es simplificar...
-Tengo una columna en el diario La Voz de Galicia. Cuando me lo propuso el subdirector del periódico, le pedí un espacio en la página central de opinión, pero de sólo 1.100 caracteres. Me daban 3 mil, pero yo quiero 1.100. Tengo que ajustar, y me esfuerzo, porque mientras más grande sea el texto, menos se va a leer. Hay una ley, que la usamos siempre los físicos, que es el principio de incertidumbre. Dice que no se puede conocer el momento y la posición de una partícula al mismo tiempo; pues bien, hay una ley parecida en el periodismo científico, ésa es una de mis tesis: cuanto más sofistiques el mensaje y más lo alargues, menos población vas a tener. Mientras más corto sea, pues más va a llegar.
-¿Cuánto se ha avanzado en la capacidad de divulgación de la ciencia?
-Soy de los que creen que todo tiempo pasado fue peor. Cuando yo empecé, hace 14 años, en mi comunidad autónoma, en el noroeste de España, no había casi nadie que quisiera hacer las cosas que yo hago. Soy un poco veterano en mi zona y eso implica que hace 14 años había muy pocas cosas de divulgación científica. Ahora hay muchísimo más, sobre todo a raíz de la aparición de la web, que ha reformulado completamente el panorama. Por lo tanto, el estado de la ciencia y de la divulgación de la ciencia hoy en día es el mejor que nunca ha habido, nunca se ha estado tan bien como se está ahora.
-¿También en términos de la inversión en ciencia?
-No, ahí no. Hay que distinguir por zonas geográficas, porque, por ejemplo, en Estados Unidos hay una especie de consenso entre los demócratas y los republicanos para que cuando haya una época de vacas flacas como ha sido la actual, la ciencia no se resienta tanto como otras disciplinas. En España no ocurre así: la ciencia es una cuestión que, ante épocas de hambre, se corta, porque hay que garantizar los recursos para las pensiones, los recursos para la salud. De hecho, España está en una importante negación de inversión en ciencia. Pero es algo ridículo porque el presupuesto que se pone en juego no es tan alto. Son cientos de millones de euros… ¡El presupuesto del Real Madrid o del Barcelona es de 500 millones de euros…! El caso es que políticamente no está habiendo sensibilidad para eso.
- Con recursos escasos, ¿cómo orientar la investigación en un país?
-En épocas de crisis hay que plantearse que a lo mejor no se puede hacer todo. A lo mejor Estados Unidos puede hacerlo, Alemania puede hacerlo, pero países más pequeños no pueden darse el lujo de tener todo el rango de especialidades cubiertas, desde la óptica cuántica hasta la física de suelos. Entonces, la labor del político es decir: señores no podemos tener un billón de dólares destinados a esto; no lo tenemos. En vez de tener 77 áreas, vamos a tener 5. A lo mejor en un país más pequeño, la labor del estamento político es establecer qué líneas son importantes. Cuando un país está bien posicionado, debe pasar por eso. Para mí es obvio y evidente que Chile debe apostar por la astronomía. No hay ningún artículo famoso y potente de astronomía que no lleve en algún sitio el nombre de Chile. Está presente en los grandes artículos de astronomía actual. Eso es algo que evidentemente el gobierno debería proteger, porque es una cosa absolutamente singular. La apuesta de Chile debiera ser obvia en estas cosas.
-¿Y cuáles serían los beneficios para el resto de la ciencia chilena, en general?
-Esa presencia constante de los chilenos desde hace bastante tiempo ya ha generado alrededor una especie de mancha. La ciencia es como el árbol de un oasis, una palmera que durante la noche chupa agua para poder sobrevivir, pero que durante el día, para ahorrar consumo, expande sus ramas horizontalmente, con lo que genera una especie goteo que hace nacer a su alrededor vegetación, y forma eso que llamamos un oasis. El caso de ALMA y de otros grandes proyectos de observación astronómica ha generado eso de manera natural. Ha dado origen a chilenos líderes en el campo de la astronomía. La gente buena acaba naciendo como nace la hierba en un oasis.