Su primera aproximación experimental a los estudios de genética en Drosophila lo llevó a inmiscuirse en el territorio apasionante de la genética de poblaciones y la evolución. El recorrido de Brncic para convertirse en uno de los especialistas mundiales en el tema ya había comenzado.
Danko no pudo haber desconocido aquella frase de Theodosius Dobzhansky que dice nada tiene sentido en biología sino a la luz de la evolución, pues ésta parece haber guiado su vida. La teoría de la evolución, fundamento de la biología moderna, fue en la vida de Brncic el motor de sus ambiciones.
“Danko amigo, te llamo Danko, y sólo Danko, porque con tu apellido me enredo, únicamente la ‘i’ me sale con naturalidad”, le escribió el científico Joaquín Luco a Danko Brncic. Lo intrincado de su apellido casi sin vocales es propio de su origen. Sus padres llegaron desde Croacia para instalarse en Punta Arenas, donde nacieron Zlatko (1920) y su hermano Danko (1922). La familia sufrió la temprana muerte del padre, por lo que la madre, Olga Juricic, sacó adelante a sus dos hijos, quienes terminaron sus estudios primarios en la capital.
En Santiago, los hermanos se educaron en el Internado Nacional Barros Arana (INBA). Esta experiencia dejó profundas huellas en Danko, pues allí se encontró con un encendido ambiente intelectual impulsado por un grupo de inspectores y alumnos de cursos superiores, que más adelante se convertirían en reconocidos intelectuales. Según relató Danko, siendo estudiantes del INBA, él y sus compañeros fueron testigos de cómo la Guerra Civil Española, primero, y la Segunda Guerra Mundial, después, remecieron al mundo. En adelante -confesó-, adoptarían una nueva postura: “Como adolescentes y jóvenes estudiantes sentimos la necesidad de afirmar nuestros valores morales en torno a la democracia, la solidaridad humana, el servicio a la comunidad y el compromiso con la cultura y, sobre todo, con la verdad”, escribió. Y ese compromiso con la verdad -reconoció el mismo Brncic- fue lo que probablemente lo encaminó por el arduo recorrido de la investigación científica.
DARWIN, BRNCIC Y LA EVOLUCIÓN
En 1831, Charles Darwin se embarcó en la fragata Beagle con la misión de levantar cartas geográficas e hidrográficas y estudiar las costas de América del Sur. Durante el viaje, que se extendió por 5 años e incluyó un largo recorrido por territorio chileno, Darwin llevó un extenso registro de sus observaciones y actividades y reunió innumerables especímenes. De vuelta en Inglaterra, se casó y se estableció en el condado de Kent, al sur de Londres, donde dedicaría su vida al estudio. Veintitrés años después, Darwin publicó su obra maestra El Origen de las Especies, en la que propone que el principal factor de la evolución biológica es la selección natural. Con este planteamiento gatilló una revolución sin parangón en las ciencias biológicas, la cual tuvo además un gran impacto en la sociedad y sus creencias. Desde que publicó su teoría se acepta que la selección natural opera sobre la variabilidad genética. Es decir; existe variabilidad genética entre los individuos que componen una población, y esta variabilidad produce una gran cantidad de genotipos distintos (composición genética de un organismo). Estos diversos genotipos tienen diferente capacidad de adaptarse a su medio, en otras palabras, diferente capacidad de sobrevivir y transmitir sus genes a la descendencia. Sin variabilidad genética la adquisición de nuevas formas de adaptación no sería posible, y por ende la evolución tampoco.
Casi un siglo después, Gabriel Gasic, en el Rockefeller Institute de Nueva York, hacía amistad con Theodosius Dobzhansky, científico, naturalista y pionero de la Teoría Sintética de Evolución, uno de los aportes más fundamentales a la biología en el siglo XX. Dobzhansky fue el primero en plantear la confluencia entre los avances de la investigación genética desarrollada en los laboratorios, viveros y huertos con las informaciones de la genética poblacional, observaciones de campo y datos de la sistemática, es decir, la aplicación de los conocimientos de la genética a las poblaciones naturales. Este encuentro entre Gasic y Dobzhansky sería fundacional para el desarrollo de la genética en Chile, y Danko Brncic sería su vector.
Aunque a fines de la década del 40 conceptos como variación, adaptación, selección y evolución eran lejanos para el descendiente de croatas, éstos terminarían por guiar su carrera. El médico veterinario, que iniciaba su carrera científica en Chile, no imaginaba lo que su tutor ausente le revelaría a su llegada, ni sospechaba la fascinación que le provocaría descubrir en la teoría de la selección natural y la evolución los fundamentos de la Biología moderna. Tal como Gabriel Gasic previó, Danko quedó deslumbrado ante este desafío intelectual. Años después, en 1960, Brncic manifestó su admiración por la obra de Darwin y escribió: “La demostración de que las semejanzas y diferencias que exhiben los organismos no son producto de la casualidad ni del designio divino, sino obedecen a causas precisas y constantes a las cuales ni el hombre mismo ha escapado, representa una de las contribuciones más importantes logradas por la ciencia ya que incide sobre el problema de la organización de la vida sobre el planeta y la posición del hombre en el Universo. Constituye para la biología lo que la ley de la gravitación universal o la relatividad significa para la física: su esquema conceptual”.
LA IMPORTANCIA DE UNA MOSCA
Abordar las preguntas de la evolución bajo un prisma científico era una difícil tarea. El proceso por el cual el acervo genético se conserva o cambia en el tiempo es extremadamente complejo, lo que según Danko hacía que la disciplina estuviese llena, en sus palabras, de “verbalismo y generalizaciones metacientíficas” más que de “datos experimentales y modelos empíricos”. El reto era evaluar experimentalmente el desarrollo y crecimiento de poblaciones completas, sus fluctuaciones genéticas en el tiempo y en el espacio, es decir, hacer “evolución experimental”.
Y Danko encontró la respuesta en una mosca. La Drosophila melanogaster, comúnmente conocida como “mosca de la fruta”, era el modelo perfecto para estudiar los complejos procesos que operan en la evolución. Eran abundantes, fáciles de criar en el laboratorio, se reproducían rápidamente, tenían ciclos de vida cortos y entre 4 a 6 parejas de cromosomas -el ratón tiene 20-, lo que facilitaba el análisis genético.
Éste era un modelo de experimentación bien conocido en el Primer Mundo. En 1909 Thomas Hunt Morgan de la Universidad de Columbia adoptó este modelo, con el cual demostró que los genes están en los cromosomas y que éstos son la base de la herencia. Este descubrimiento sentó las bases de la genética moderna, le valió el Premio Nobel de Medicina en 1933 y terminó por establecer a Drosophila como un modelo clásico para los estudios genéticos.
Sin embargo, las moscas no llegarían a Chile sino hasta a fines de la década del 40 en manos de Gabriel Gasic, quien recibió como regalo de su amigo Dobzhansky varias cepas de este insecto. Gasic se las encomendó a Brncic, quien recibió las botellas de leche con las Drosophila que habían viajado desde Nueva York.
En las antiguas dependencias del Instituto Bacteriológico de Chile, lugar en el que provisoriamente se habían instalado los laboratorios de la incendiada Facultad de Medicina, Danko comenzó a indagar la morfología de la mosca y las mutaciones que caracterizaban a las cepas. Enfrentado al nuevo modelo de estudio, debió buscar una entre las miles de preguntas posibles de abordar y en esa elección fue asertivo. Junto con Susi Koref investigaron la presencia de un tipo de tumores benignos en Drosophila, y luego de un arduo trabajo lograron determinar su base genética, lo que les permitió en 1951 publicar sus resultados en la prestigiosa revista Science.
Esta primera aproximación experimental a los estudios de genética en Drosophila lo llevó a inmiscuirse en el territorio apasionante de la genética de poblaciones y la evolución; poco sabía acerca de cómo el genotipo cambia en el tiempo o cómo se integra en diferentes poblaciones y condiciones ambientales, pero el recorrido de Brncic para convertirse en uno de los especialistas mundiales en el tema ya había comenzado.
UNA ISLA DE MOSCAS DESCONOCIDAS
En 1954, Danko Brncic volvió a Chile con el ímpetu para hacer “evolución experimental” y desarrollar la genética de poblaciones en Chile. Pero el comienzo no fue fácil: su país estaba muy lejos de la realidad que había conocido en São Paulo y Nueva York.
Volver a partir de cero en buena medida le debió haber resultado atractivo. Convertirse en pionero posiblemente se ajustaba a su alma aventurera, la misma que lo había hecho recorrer la selva brasileña y que lo desafiaba ahora a inmiscuirse en una tierra virgen, y que presentaba una particularidad para los estudios evolutivos. Al estar Chile rodeado por mar, montañas y desierto, se situaba como una verdadera isla dentro de América, una isla geográfica en la que se confinaba cierta singularidad.
La primera misión era conocer la fauna nacional de Drosophilas. Para ello, Danko se aventuró a estudiar las poblaciones de moscas que vivían en la naturaleza. Realizó incontables jornadas de campo, a las cuales llevaba centenares de frascos de vidrio con medio de cultivo para recoger moscas a lo largo y ancho del país. Colgaba plátanos fermentados y esperaba a que las moscas hicieran su aparición, para colectarlas con una red y trasladarlas en frasquitos. Una vez en el laboratorio, iba describiendo nuevas especies o reconociendo otras. Este trabajo incesante no se detenía al llegar a su casa, donde continuaba la observación: “tenía parte de su laboratorio ahí, tenía un escritorio gigante, lleno de frasquitos chiquititos, redes, la pilla mosca, microscopios”, recordó su sobrino Diego Pelisser.
Como resultado de esta travesía naturalista, en 1957 el chileno de sangre croata reportó la recolección de más de 15.000 ejemplares de Drosophila, 28 especies en total, 17 no descritas en Chile y 8 especies nuevas para la ciencia, material con el que escribió su libro Las especies chilenas de Drosophilidae. Pero la lista no acabó ahí. Danko continuó recolectando y analizando moscas en Chile y países vecinos -viajó a Perú, Bolivia y Argentina- y al final de sus días su aporte al descubrimiento de nuevas especies de Drosophila ascendió a 17.
A LA LUZ DE LA EVOLUCIÓN
Danko no pudo haber desconocido aquella frase de Theodosius Dobzhansky que dice nada tiene sentido en biología sino a la luz de la evolución, pues ésta parece haber guiado su vida. La teoría de la evolución representa el fundamento de la biología moderna, y en la vida de Brncic el motor de sus ambiciones intelectuales y existenciales. Esta manera de aproximarse a la ciencia fue la que resaltó el genetista chileno Ricardo Cruz-Coke, al presentarlo antes de una conferencia: “Sobre una extrema rigurosidad científica y un alto vuelo filosófico, Danko nos lleva siempre a penetrar en las profundidades de los problemas biológicos, con gran lucidez y brillo. Nos hace pensar y revivir los grandes momentos de la Historia del pensamiento biológico del hombre y nos transporta al mundo clásico de la evolución”.
En el ambiente científico, Danko fue también muy querido. Su carácter afable y cordial ha sido recordado y homenajeado entre naturalistas que le dedicaron especies, como Drosophila brncici, Scaptomyza dankoi y el género Dankomys que incluye a un grupo de roedores fósiles. Asimismo, sus amigos científicos de Brasil, Chile y Estados Unidos lo rememoraron con afecto después de su muerte, y en su memoria uno de ellos escribió: “Danko fue una persona excepcional. Fue un líder en genética evolutiva en Sudamérica. Fue capaz de producir no sólo importantes publicaciones originales sino también dejar discípulos muy bien formados en el campo que él mismo abrió. Fue un gran científico, un gran humanista y un excelente ser humano”.
Nota: Las notas a pie de página del artículo original han sido omitidas o incorporadas a este texto.