La motivación del proyecto, dice José Maza, más que descubrir nuevas supernovas o galaxias, es terminar con la desconexión entre la ciencia y la ciudadanía, y despertar un mayor interés general en comprender los proyectos científicos en cada país y su relevancia.
“Al principio del proyecto, muchos creían impensable que se pudiera manejar un telescopio por internet”, cuenta Francisco Sánchez, creador y coordinador del proyecto. “¿Cómo le dices a un astrónomo que el trabajo que hace él lo puede hacer una persona que no es formada?”.
Abajo en la foto: Observatorio Interamericano de Cerro Tololo, lugar donde está ubicado el telescopio CATA 500, representante chileno en el proyecto Gloria.
Para una persona que no tiene Twitter, que se le acumulan irremediablemente los mensajes sin leer en Facebook y que no entiende el atractivo de andar todo el día con un teléfono en la mano, crear una aplicación para smartphones puede ser tan complejo como encontrar una supernova. Pero el Premio Nacional de Ciencias Exactas José Maza, que en su carrera ha encontrado cientos de estas últimas, lleva varios meses abocado a ese ineludible nuevo objetivo: lanzar una app que permita a miles de entusiastas encontrar las supernovas por él.
Su idea sorprende por lo sencilla: cada noche el CATA 500, un telescopio robótico que tiene la Universidad de Chile en Cerro Tololo, sacará cientos de fotos en color rojo de distintos trozos de cielo, y las superpondrá con fotos de seis meses antes de los mismos lugares, filtradas en verde y azul. Por la superposición de los tres colores primarios todas las estrellas se verán blancas, pero si hay algún objeto nuevo en la foto -una supernova, por ejemplo-, éste resaltará en rojo. Así, una imagen que antes podía tardar una semana en ser revisada por observadores profesionales con software especializado, ahora podrá ser vista por miles de usuarios desde sus teléfonos esa misma noche; un like en los puntos rojos, dará entonces inmediato aviso al científico.
“Hoy la astronomía tiene mucho que ver con recopilación de datos, y para eso a veces es más conveniente no saber en detalle lo que uno está clasificando, porque así tiene menos prejuicios”, dice José Maza. “La ciencia ciudadana puede servir para grandes volúmenes de datos. Cuando Humboldt y Darwin encontraban plantas y animales, no estaban descifrando su código genético, sino recopilando información. Un científico no puede encerrarse en un clóset, tiene que ver cómo es la naturaleza, y en esa aproximación la gente puede ser muy útil”.
El entusiasmo del astrónomo por la ciencia ciudadana -la colaboración de aficionados o curiosos anónimos a través de internet en complejos proyectos científicos- tiene que ver con algo mucho mayor que su propia aplicación, aunque para ésta tenga la no despreciable cifra de 1.700 galaxias a estudiar. Lo suyo, dice, “es un kiosco dentro del mall que viene”. Se refiere al proyecto Gloria (GLObal Robotic-telescopes Intelligent Array for e-Science), una gran red de ciencia ciudadana que comenzó a desarrollarse en 2009 en la U. Politécnica de Madrid, y que hoy, a una semana de concretarse con dos experimentos online y el acceso abierto a cuatro de sus 17 telescopios, cuenta con la participación de 11 grandes universidades e institutos astronómicos de Europa, del observatorio de la Academia de las Ciencias Rusas y de la Universidad de Chile.
El proyecto, que lleva tres años con financiamiento de la Unión Europea, se mueve por dos ejes: el primero es permitir a cualquier aficionado acceder al uso online de telescopios profesionales -los cuales cederán de un 10% a un 20% de su tiempo de uso diario para la red- en lapsos de 15 minutos en tiempo real por usuario, o bien a través de peticiones de observación de objetos espaciales con plazos de entrega del material de pocos días. El aficionado, por ejemplo, querrá ver Saturno, y la red decidirá desde qué telescopio y a qué hora le conviene observarlo, y le asignará un lapso. El segundo eje, que será la retribución de los ciudadanos a los científicos, es el lanzamiento de diversos experimentos participativos de clasificación de datos y búsqueda de fenómenos espaciales. La próxima semana, por ejemplo, se lanzará, después de casi un año de marcha blanca, una aplicación para medir diariamente la actividad del Sol enumerando las manchas en su superficie, y otra de observación del espacio.
Para esa red es que Maza está preparando su primera aplicación, que espera tener lista en marzo. Pero la motivación del proyecto, dice, más que descubrir nuevas supernovas o galaxias, es terminar de una vez con la desconexión entre la ciencia y la ciudadanía, y despertar un mayor interés general en comprender los proyectos científicos en cada país y su relevancia. “Que de tanto buscar flores rojas, comiencen a preguntarse por qué la flor es roja”, dice Maza, y agrega que a fin de cuentas interesar a la gente en la ciencia es también la única manera de que los gobiernos accedan a destinar más recursos para investigación. En su caso, cuenta, un incentivo para acercar a la gente al proyecto será la posibilidad de bautizar con sus nombres los descubrimientos que hagan en el espacio.
“Acá queremos que nos presten sus ojos y su tiempo. No quiero estar despierto toda la noche viendo las alertas que me manden, pero si en media hora muchas personas indican ‘me gusta’ en un evento, el telescopio observará de nuevo el campo, y si la cuestión es muy maravillosa me mandará un mensaje al teléfono. Y aunque esté dormido, me meteré a mirar qué les está llamando la atención”, dice el astrónomo. “Ahí les mandaré un mensaje: ¡Felicitaciones, me despertaron, pero valía la pena!”.
ASTRÓNOMOS VIRTUALES
De los 17 telescopios, el CATA 500 chileno fue el primero en estar conectado, desde abril del año pasado. Y no fue sencillo. Mecanizar un observatorio para ser utilizado de forma remota es un proceso lleno de complicaciones, y lo es mucho más aún lograr que funcione en conjunto con otros de distinto tamaño, foco y tecnología. Sólo en poner a punto el de Cerro Tololo, Eduardo Maureira, ingeniero a cargo, tardó seis meses. En octubre pasado, en una reunión frente a los observadores de la Unión Europea en Málaga, fue el utilizado para mostrar que el proyecto avanzaba. Entonces le pidieron enfocar hacia distintos objetivos desde su computador. El sistema funcionó.
A fines de marzo, si no hay inconvenientes, el telescopio de la U. de Chile comenzará a recibir peticiones en la página web de Gloria para observar objetos y entregar resultados -en principio no funcionará online-, y en mayo se espera que ya esté conectado con los otros 17, comenzando el intercambio constante. La próxima semana, otros cuatro telescopios nocturnos de la red empezarán a ser usados en línea. De todos los telescopios, el chileno es el tercero más grande, y por los cielos en que está ubicado es una pieza capital para el entramado.
Todas estas inauguraciones, cuenta el ingeniero español Francisco Sánchez, de la U. Politécnica de Madrid, creador y coordinador del proyecto, debieron haber sucedido mucho antes. Lo que partió en 2009 con la idea, a raíz de sus trabajos en robotización de laboratorios, de poner un telescopio a disposición virtual de los colegios españoles, y que agarró vuelo al unirse con el experto en astrofísica robótica Alberto Castro-Tirado, del Instituto de Astrofísica de Andalucía, pronto se transformó en una “torre de Babel” al ingresar las demás instituciones. Tardaron más de un año en ponerse de acuerdo en los estándares y objetivos mínimos del proyecto, y hasta hace poco muchos aún ponían en duda su eficacia. “Al principio del proyecto, muchos creían impensable que se pudiera manejar un telescopio por internet”, cuenta Sánchez. “Así los experimentos los puede desarrollar un astrónomo, pero también un niño. ¿Cómo le dices a un astrónomo que el trabajo que hace él lo puede hacer una persona que no es formada?”.
Pese a los retrasos, el proyecto ya ha hecho varias transmisiones online de eventos astronómicos como eclipses o auroras boreales, y lanzó el mes pasado su primer “juguete”: Personal Space, una aplicación que permite revisar qué estrellas había sobre nuestras cabezas el día y hora exactos en que nacimos, y que fue más pensada para llamar la atención del público que como un experimento científico propiamente tal. Pero entre el 19 y el 21 de febrero, en paralelo a la apertura para exploración de los primeros telescopios de la red, se lanzará Night Experiment, la aplicación para explorar el espacio, y Solar Experiment, que agregará al monitoreo que hasta hoy hacían los 300 observadores del Solar Influences Data Center de Bruselas de la actividad solar, la colaboración de miles de ciudadanos en línea.
Para los próximos meses ya hay otros dos en carpeta, uno de medición de la luz irregular que emiten las estrellas variables, y otro que, a juicio del astrónomo Miquel Serra-Ricart, del Instituto de Astrofísica de Canarias y uno de los responsables de los experimentos, es el más interesante a la fecha: una aplicación para buscar cometas durmientes, un tipo de asteroide que se transforma en cometa, descubierto hace sólo cuatro años, y observado apenas una decena de veces. “Lo que se está demostrando es que dentro del cinturón de asteroides hay rocas que pueden contener agua y gases, y acaban explotando y formando un cometa. Eso es muy interesante, porque para el nacimiento de la vida en la Tierra se necesitó agua, que al parecer vino desde afuera”, explica Serra-Ricart. “Tuvieron que ser los cometas, pero no cuadraba, porque no había suficientes, y ahora empezamos a ver la luz con la posibilidad de que hayan sido los asteroides, porque al principio de la Tierra hubo lluvia de asteroides. Esto es crucial para entender el origen de la vida”.
Mientras distintos grupos planean sus herramientas -hay decenas de ideas en carpeta-, el engranaje más importante del proyecto Gloria aún está terminando de afinarse en la Universidad de Málaga. Lo llaman el “planificador central”, y va a ser el software, primero en su tipo, capaz de decidir inteligentemente y de forma autónoma, una vez que la red esté funcionando en su totalidad, qué petición irá dirigida a cuál telescopio y en qué momento. El astrofísico Alberto Castro-Tirado, responsable científico del proyecto, se entusiasma cuando habla de él. “Ése va a ser el corazón del proyecto. Sentaríamos las bases, aunque sea a pequeña escala, para dar acceso a ciudadanos de a pie, y también a astrofísicos profesionales de países con pocos recursos, para hacer investigación seria, ahondar en los misterios de la ciencia y echarnos una mano a los científicos. Va a hacer realidad los sueños de muchos científicos en potencia. Es una nueva filosofía”.
1. El telescopio Yock-Allen, en Nueva Zelanda, uno de los 17 del proyecto Gloria.
2. Alberto Castro-Tirado, responsable científico de la red ciudadana.
3. José Maza, Premio Nacional de Ciencias Exactas chileno.
LA RED SOCIAL ESPACIAL
Lo dicen todos los involucrados: una vez cumplidos los ambiciosos planes de Gloria para los próximos meses, vendrá lo más difícil, conquistar el objetivo final del proyecto. La idea es concretar una comunidad virtual de unos 10 mil usuarios, en donde todos los que posean telescopios mecánicos o adaptables a la tecnología los pongan a disposición, creando una gran red de cientos de telescopios en todo el mundo para intercambiar tiempo de observación.
La visión de Francisco Sánchez, coordinador del proyecto, es que cada persona conecte su telescopio a la red, cediendo en principio también un 10% de su uso, a cambio de una moneda virtual llamada glorious. Con esa moneda, el usuario podrá acceder a usar otros telescopios de la red, incluidos los de mayor potencia, que requerirán más glorious según su capacidad. Si esto se concreta, dicen en Gloria, se cumpliría el sueño astronómico de poder seguir a un determinado objeto espacial las 24 horas del día, desde distintas noches geográficas.
A los glorious se sumará un sistema de valoración de cada usuario bautizado “karma”, que permitirá a los astrónomos amateurs que mejor utilicen los telescopios -haciendo descubrimientos o experimentos interesantes-, adquirir una mayor cantidad de la moneda virtual, y postergar progresivamente a los que sólo accedan para jugar con los instrumentos. “Queremos aprovechar el potencial de telescopios de aficionados que no están usándose todo el tiempo. Si un telescopio de Chile muy bueno puede costar mil glorious la hora, y el de Madrid cien, intercambiamos con ese ratio”, dice Sánchez. “La gente va a manejar un telescopio y la primera vez va a ser muy divertido, pero realmente esto es un trabajo. Ya tenemos un juego para celular con manchas solares. Y tal vez ese trabajo de la gente pueda ser remunerado en algún momento. Si le quiere echar 8 horas al día, se le paga en glorious, la moneda de intercambio en la comunidad”.
Muchas cosas están aún por definirse, como si se podrá comprar glorious con dinero. Algunos integrantes del proyecto se oponen a monetizarlo, y otros lo consideran una alternativa necesaria para poder mantener la red. 2014 es el último de los tres años de financiamiento de la UE, y el proyecto está en búsqueda de fondos para otros tres años.
Pero antes de eso, pretenden dejar instalada la red de telescopios, y varios experimentos para probar si hay interés por la ciencia. El resto está en manos de los nuevos astrónomos ciudadanos. Y en sus ojos.