“Los humanos se adaptan al cambio climático. Lo que estamos tratando es de entender qué características tenían esas sociedades. Hay algunas que colapsan, y otras que logran retraerse y volver a situarse en el desierto”.
“El cambio climático va a ocurrir, y va a ser forjado de alguna manera por factores antropogénicos. El problema está en saber qué va a ocurrir, y ahí entra la complejidad del sistema natural”, dice Latorre. “Puede ser que las predicciones que estamos haciendo no sean del todo certeras”.
La libreta, que es negra, no esconde el paso del tiempo. En su desteñida tapa tiene escrito “Field Notes. Northern Chile (Atacama)”, y la fecha clave: noviembre de 1996. El científico Claudio Latorre la hojea de pie en su desordenado laboratorio de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Católica, buscando la página que empezó toda esta historia.
Mientras lo hace, dice:
-Acá es donde procesamos los resultados. Pero mi verdadero laboratorio es el desierto. Allí hago las preguntas. Allí es donde trato de entender los procesos a gran escala. ¿Qué pasó aquí? ¿Qué pasó con las comunidades humanas que dependían de este lugar?
Al fin encuentra la anotación que buscaba en su diario. En una letra minúscula, carente de toda exaltación, está narrado el hallazgo de su primera madriguera, que es el nombre elegante con que llama a las enormes bolas de excremento y orina de ratón prehistórico -en un estado similar al ámbar- que lleva recolectando en el desierto desde hace 17 años.
Tiene 1.500 de esas cosas, y ha gastado más de 50 mil dólares en hacerles pruebas de radiocarbono. Ahora camina por el laboratorio y toma una que está apoyada sobre un mesón. Está posada sobre un plato de cartón, y un papel registra “10.000 +/- 25”. Es la edad, en años, de la muestra, que luego de ser disuelta en unos potes con agua que están amontonados por el piso del laboratorio, arrojará lo que le interesa a Latorre: restos de plantas, caca de animales, huesos, fragmentos de piel, y hasta puntas de flecha de un desierto de Atacama milenario.
-¿Te gustan mis tortas? -pregunta sonriente el científico, abriendo de par en par un horno lleno de platos con madrigueras disueltas. El aspecto no engaña: parece excremento. Y lo es.
Lo que el paleoclimatólogo y doctor en Ciencias de la U. de Chile Claudio Latorre -hijo del Premio Nacional de Ciencias Ramón Latorre y de Cecilia Hidalgo, también Premio Nacional y primera mujer en recibirlo- busca sobre esos platos se ha ido volviendo más complejo con el tiempo. Partió en 1996, en ese primer viaje, recién regresado de estudiar su magíster en la U. de Arizona, con alguna intuición de que el desierto chileno escondía más de lo que se creía. Que ese gigantesco pedazo de nada, poco estudiado por la arqueología chilena había sido otra cosa: un lugar donde había existido vida, que había sufrido las inclemencias de los cambios climáticos del pasado.
-Los arqueólogos suponían que el desierto de Atacama había sido siempre esta barrera formidable, desde que apareció el primer hombre, y que por lo tanto lo habían bordeado por la costa. Pero casi no se sabía nada de su variabilidad climática, ni siquiera se sabía cuándo se originó el desierto. Nadie se imaginaba que pudiera haber sitios arqueológicos allí.
La jugada le salió bien. A dúo con el doctor en Antropología Calogero Santoro, a partir de 2003 empezaron a recorrer los territorios más remotos del desierto de Atacama, y a encontrar madrigueras llenas de pasto fósil, marcas del antiguo rostro del desierto.
-Esas madrigueras estaban reflejando un cambio climático enorme. Nos empezaron a llegar las fechas de radiocarbono y tenían 9 mil años, 10 mil años, 11 mil años. Nos empezamos a volver locos. Era un indicio claro de que teníamos algo entre manos.
El golpe decisivo lo dieron en 2010, pero lo publicaron hace sólo seis meses. Siguiendo el rastro de las madrigueras -que pronto empezó a derivar en cada vez más numerosos restos arqueológicos-, hallaron en la Pampa del Tamarugal, en el sector de Quebrada Maní, los restos de un campamento de hace 12.900 años, los más antiguos de la zona norte del país. Este descubrimiento -publicado en Quaternary Science Reviews-, sumado a otros tres sitios de similar edad que hoy están excavando, contradice la idea de que los primeros pobladores de América habían esquivado el desierto.
-Fue como entender de nuevo el poblamiento de Chile -dice Latorre.
Pero para el paleoclimatólogo fue también un paso más en su obsesión: hoy está convencido de que en los antiguos cambios climáticos del desierto de Atacama y en el proceso de adaptación o colapso de sus habitantes pueden estar parte de las respuestas a algunas de las preguntas más relevantes sobre el futuro del calentamiento global.
-¿Cómo era el desierto hace 13 mil años?
-Si fueras al núcleo hiperárido, a la pampa, a la zona interior de Iquique o Antofagasta, no sólo verías a los primeros americanos cruzando el paisaje. También verías el desierto lleno de pequeños oasis, de bajadas de agua, de bosquecillos que seguían estos cursos. Sauces, plantas nativas, humedales, aprovechados por estos cazadores-recolectores que cruzaban el Atacama. Si fueras a otro sector, a San Pedro de Atacama, te darías cuenta de que los cerros a su alrededor serían mucho más verdes y estaría lloviendo tres a cinco veces más que hoy.
-¿Cuándo fue el gran evento de cambio climático en esa zona?
-Se produjo un evento de sequía más o menos fuerte (hace 9.500 años), que duró hasta los 6 mil años. Luego hubo un periodo más húmedo. Entre 4.000 a 3.500 años volvieron las precipitaciones de forma regular. Ahí se desarrollaron las culturas que tenemos acá. Luego hay pulsos de precipitación. Hay algunos hace 2.500. Hay algunos en torno a los 1.000, hasta los 700, y el último fue hace 200 años atrás. A comienzos del siglo XIX se dispara el tamaño de las fecas, y aumenta el polen. Eso es un evento pluvial, donde los aimaras llegaron a un máximo de población. Cuando terminó, la región fue abandonada. Los historiadores siempre han relacionado esto con la expansión urbana, con las salitreras, incluso con enfermedades, pero nunca con cambio climático. Nos cuesta ver esto, porque estos procesos no los vive una generación humana, los vives a través de muchas generaciones.
-¿Qué lecciones se pueden sacar de ese proceso?
-Eso es lo más interesante. Porque la otra cara de la moneda es que los humanos se adaptan al cambio climático. Lo que estamos tratando es de entender qué características tenían esas sociedades que le permitían ser flexibles. Hay algunas que colapsan, y otras que logran retraerse y volver a situarse en el desierto. Las sociedades más pequeñas tienen una respuesta adaptativa. Por otro lado, estamos viendo sus estructuras económicas, y lo que estamos especulando es que las sociedades más verticales en manejo de recursos -megalíticas- son menos prácticas ante el cambio climático. En cambio, las sociedades que son más horizontales en el manejo de la economía son capaces de adaptarse.
-¿Corre peligro hoy la zona?
-Esto sirve para generar conciencia sobre cuáles son los ciclos naturales que tiene el desierto, y qué tipo de recursos se están usando, si son renovables o no. Por ejemplo, la Pampa del Tamarugal tiene actualmente gran cantidad de acuíferos que están siendo explotados por la Municipalidad de Iquique y por las mineras. Y esos acuíferos todos tienen edad entre 20 mil y 10 mil años. Es muy factible pensar que se recargaron en las mismas fases pluviales en que entraron los hombres. Son aguas milenarias, fósiles, que no se están recargando actualmente. ¿Qué va a hacer el Norte sin agua?
En la foto: Claudio Latorre, de 27 años, mostrando el hallazgo de una de sus primeras madrigueras en el desierto de Atacama.
NO ES SÓLO CO2
Claudio Latorre contesta el teléfono. Ahora está en San Pedro de Atacama, abriendo una nueva etapa de sus investigaciones: como guía de la tesis doctoral de una estudiante pasará varios días en el húmedo Paso de Jama, la frontera con Argentina, para estudiar sus plantas e intentar replicar los procesos químicos que las extinguieron en el desierto hace diez mil años.
-El principal argumento de los escépticos para negar el calentamiento global es que también hubo cambio climático en el pasado. ¿Estás de acuerdo?
-No, para nada. El CO2 claramente es un factor. La crítica que yo hago como científico es que hay demasiado énfasis en él, y demasiado poco en otros aspectos. El clima no se puede reducir sólo a CO2, es una cosa increíblemente compleja. El problema es que nuestros modelos son demasiado simplistas. Ya en paleoecología se han encontrado cambios climáticos abruptos. Es decir, que de una generación humana a otra podemos pasar de mundos glaciales a interglaciales. Y ningún modelo te puede predecir algo así, sólo la observación.
-¿Qué cosas podemos saber con observación?
-El cambio climático va a ocurrir, y va a ser forjado de alguna manera por factores antropogénicos. El problema está en saber qué va a ocurrir, y ahí entra la complejidad del sistema natural. Y por eso estamos tratando de ver a más largo plazo cómo funciona el sistema natural, analizar esta variabilidad y ver si eventualmente se puede integrar a estos modelos. Puede ser que las predicciones que estamos haciendo no sean del todo certeras.
-¿El C02 podría potenciarse con el cambio natural?
-Eso es lo que más preocupa: cómo ciertos forzamientos humanos pueden sobreponerse a la variabilidad climática natural. Te puedes imaginar que el clima de la Tierra es una especie de péndulo que va y viene, y está sujeto a ciertos forzamientos. Entre ellos la composición de gases invernaderos de la atmósfera, las erupciones volcánicas, la cantidad de radiación que viene del Sol. Todos ellos son factores naturales, y otros son factores que estamos acelerando nosotros. Por ejemplo, la cantidad de gases invernaderos. Tú sabes que eso tiene que impactar el clima. Es una cosa de balance de masas.
-¿Cuán potente sería ese impacto?
-Hay libros que postulan que el impacto humano va a durar 400 mil años, y que la concentración de CO2 que podría acumularse si quemamos todas nuestras reservas fósiles va a ser de tal magnitud que vamos a lograr eliminar futuras glaciaciones en la Tierra. Yo creo que en situaciones bastante extremas sí seríamos capaces de modificar la llegada de una próxima glaciación.
-¿Y eso qué implicaría?
-Implicaría quitarles el control del planeta a las fuerzas naturales.