Por Carolina Torrealba, PhD, Fundación Ciencia & Vida. Mayo 1, 2014

El mundo tambalea y el tradicional peso del hemisferio norte no se ve tan claro en el horizonte. Creemos fundamental incentivar las redes de contacto entre científicos latinoamericanos de modo de generar la masa crítica necesaria con ciencia hecha en castellano y portugués.

A mediados del siglo XIX Louis Pasteur y Charles Darwin revolucionaban el mundo con sus descubrimientos, a la vez que consolidaban la figura del científico en el Viejo Continente. Al tiempo, en nuestras tierras algunos iluminados con experiencias de ultramar recién comenzaban a vislumbrar la idea de una ciencia autóctona.

Décadas después, los pioneros de la ciencia local ya manifestaban una precaria realidad: no existía en Chile infraestructura ni recursos y, peor aún, ni una sola persona capaz de criticar sus resultados.

La situación ha cambiado, pero no tanto. Si bien la hiperconectividad ha mejorado nuestra comunicación con el mundo, los avances aún nos llegan cuando están publicados, en cambio, en los centros mundiales del conocimiento éstos se saben meses antes, en conversaciones de pasillo. El desarrollo de las ciencias en América Latina aún tiene algo de esa identidad aventurera, de la desventaja presupuestaria, la soledad y la distancia.

En la Fundación Ciencia & Vida hemos ideado un modo de superar estas desventajas, construyendo relaciones sostenidas con un centro elite del conocimiento internacional, de modo de vincularnos personalmente con ellos, participar de sus descubrimientos y emprendimientos, y hacerlos partícipes de los nuestros. Un atajo que ha dado interesantes frutos y que podría replicarse.

Sin embargo, el mundo tambalea y el tradicional peso del hemisferio norte no se ve tan claro en el horizonte. Creemos fundamental incentivar las redes de contacto entre científicos latinoamericanos de modo de generar la masa crítica necesaria con ciencia hecha en castellano y portugués.

Estrategias como éstas podrían modificar el panorama histórico en América Latina, en el cual hemos sido más testigos que protagonistas de las revoluciones de la ciencia, salvo notables excepciones cuyo impacto ha sido muy positivo. Tal es el caso de Bernardo Houssay y Luis Leloir, cuyas investigaciones fueron distinguidas con el Premio Nobel de Medicina en 1947, y de Química en 1970, gatillando un importante estímulo a la ciencia en la sociedad argentina. Maravilloso pero insuficiente; necesitamos muchos más ejemplos exitosos para provocar el cambio hacia una sociedad que se dé cuenta que la ciencia le cambia la vida. Para ello, tiene que vivirlo, no leerlo en un artículo.

De esto estamos conscientes los científicos en este rincón del mundo y trabajamos por dar un giro a la historia. No hacemos mucho ruido, pero hay aquí excelentes científicos quienes, con escasos recursos, están obsesivamente enfocados en generar descubrimientos cuyo impacto sea transformador, motivo de orgullo y tema de interés público.

La proyección de la ciencia en América Latina depende de nuestra capacidad de demostrar a la sociedad entera lo que bien sabemos: que la ciencia es la llave maestra para mejorar el desarrollo social, económico y cultural de los países. Para ello -y a pesar de las desventajas- debemos continuar investigando, más y mejor.

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