“A largo plazo, deberíamos poder explotar estos mecanismos para mejorar nuestra propia salud o para rejuvenecer nuestras células para vivir… no lo sé, ¿para siempre?”.
El pelo y la barba de Heinrich Jasper son de color rojo fuerte. Sus hijos, al igual que él, también son colorines. Esto es, muchas veces, algo muy práctico, comenta riendo: si ve a un grupo de niños, puede identificar a los suyos rápidamente. “Es una característica genética simple”, dice Jasper, “y es lo mismo que hacemos con las moscas”. La comparación es natural: en su laboratorio, este científico y sus investigadores tienen el desafío diario de identificar miles de moscas de la fruta con características genéticas específicas, que les ayudan a estudiar el envejecimiento. Tienen distintos “marcadores”: algunas moscas tienen ojos rojos o blancos, otras tienen sus alas curvadas, otras tienen pelos en su espalda.
“Con esto marcamos otros genes que no podemos seguir a simple vista, pero que están ahí. Ésos son los que nos interesan, porque pueden afectar cosas particulares que estudiamos. Por ejemplo, genes de cáncer”, explica este científico alemán que llegó a trabajar hace dos años al Buck Institute, en las cercanías de San Francisco, en California. La particularidad de este centro es que es la primera institución de Estados Unidos dedicada exclusivamente a investigar el envejecimiento. “Estamos tratando de entender cómo ciertos procesos biológicos, los genes y otros fenómenos influencian el envejecimiento y la expectativa de vida de los organismos multicelulares”, dice Jasper, quien estuvo en Chile la semana pasada invitado por el Instituto Milenio de Neurociencia Biomédica, BNI. La idea es lograr que el hombre viva más, pero, para llegar a eso, el científico trabaja en moscas de la fruta y otros animales, como el ratón.
El problema es que el envejecimiento, la aparentemente simple pregunta de por qué envejecemos, no tiene una respuesta clara aún. Si las células tienen capacidad de regeneración, ¿por qué no simplemente los organismos se regeneran eternamente? “Hay algunas teorías. Una de ellas es que realmente sería una acumulación de daños a las células, a las moléculas que son importantes para controlar las células, para controlar la interacción de células de un tejido con otro tejido. El daño se acumularía en los mecanismos de control del metabolismo; todo eso va poco a poco deteriorándose”, explica Jasper. “El problema ahí es que si ves a diferentes especies, éstas envejecen en modos diferentes. Algunas especies viven 70 años, otras viven dos semanas. Y ésa es una diferencia que no se entiende muy bien”.
El campo de estudio del envejecimiento ha tomado fuerza en el mundo científico desde que comenzó a surgir en los años 80. Hoy, dice Jasper, a los seminarios mundiales llegan miles de investigadores que están intentando responder a esta gran interrogante a través de pequeñas preguntas. En el caso de su laboratorio, una de las formas de encontrar respuestas está en el intestino de las moscas de la fruta. Ir a su oficina es encontrarse con gente trabajando en mantener a estas moscas con características genéticas específicas, mientras otros investigadores toman los insectos y observan el epitelio de sus intestinos -el tejido que cubre las áreas libres del organismo- en microscopios de alta potencia, en salas especialmente oscurecidas, ya que las moscas poseen marcadores fluorescentes.
“Lo interesante del epitelio intestinal de la mosca, pero también de muchos organismos, es que es el borde, la barrera entre el interior y el exterior y es la frontera más vulnerable. Nuestra piel, en cambio, es muy resistente”, dice Jasper, “pero el intestino debe ser permeable para obtener los nutrientes”. Esto genera un ambiente complejo, lleno de bacterias, que son tan necesarias como dañinas a veces. Ahí, en ese ambiente, Jasper aprovecha los avances que otros laboratorios han hecho en el estudio de las células madre de esa zona, las responsables de la correcta regeneración de los tejidos. “Ellos han caracterizado las células madre de manera muy precisa, lo que nos permite saber cómo se ven, dónde están”, dice el científico del Buck Institute. “Tenemos marcadores, moléculas que podemos ver, y podemos manipular las células madre y preguntarnos cómo las células normales que ellas generan se verán después, cómo esto impacta el proceso de regeneración por las manipulaciones que nosotros podemos hacer”.
La manipulación genética de estas moscas les permite ver si los cambios que introducen tienen efectos en su expectativa de vida. “Es un trabajo muy interesante, pero también un poco lento, porque estás trabajando con organismos que viven dos meses, y tienes que esperar para ver si viven más o no”, explica Jasper. “Si trabajas en ratones, ellos viven dos años o tres años, así que se demora mucho”.
ENVEJECER EN UN SIGLO
Queda mucho por caminar, pero poco a poco este campo está logrando avances. Jasper cuenta que ha logrado que moscas de la fruta vivan entre un 10 y un 20% más manipulando sus células madre. “Por ahora, no son aumentos dramáticos. Pero para los humanos esto estaría muy bien. Significaría que en vez de morir a los ochenta, viviríamos hasta los 96”, comenta. “Claro que sería mejor tener una mejora de 100%, y hoy puedes hacer eso con gusanos. Esto es una preocupación que siempre tengo: mientras más simple sea el organismo, más puedes jugar con su expectativa de vida. Pero mientras más complejos, es más difícil”. Todavía, dice, estamos lejos de las teorías que hablan de los humanos viviendo 200 ó 300 años. “Tenemos que entender mucho más de nuestro envejecimiento”, dice.
Pero, mientras tanto, han sido capaces de comprender de mejor manera cómo las bacterias en los intestinos juegan un rol clave en el envejecimiento. “No quieres matar todas las bacterias, necesitas controlar la cantidad de éstas. Esto ya lo hemos hecho en moscas y ha sido suficiente para extender su vida”, comenta.
La idea de todo esto es que eventualmente se pueda traducir en mejoras para la vida de los humanos, y otra de las investigaciones del laboratorio de Jasper está haciendo avances en este sentido: se encuentra trabajando en la regeneración de células en la retina, tanto en moscas como en ratones. Junto con otro laboratorio del Buck Institute, están colaborando para reinyectar fotorreceptores en ratones que son ciegos. Aunque todavía no han logrado que vean, sí han reemplazado un 10% de las células dañadas por células que funcionan. “Esto es muy promisorio para pacientes con degeneración macular asociada con la edad; y si estos experimentos son exitosos, podríamos tener inmediatamente una terapia, porque podríamos producir una molécula inyectable junto con células madre o células progenitoras”, dice.
Esto es algo que a Jasper le gusta especialmente de su trabajo. “Haciendo estos experimentos de manera extensiva estamos entendiendo mucho sobre objetivos potenciales, moléculas que podrían atacar farmacológicamente el cáncer, por ejemplo”, explica. “Mucho de lo que estamos haciendo es conocer no sólo la declinación que experimentamos con los años sino los impactos de una gran variedad de enfermedades, como la diabetes, el mal de Alzheimer o los mismos cánceres”.
Este sentido práctico, en todo caso, no le quita a su área de estudio ese aspecto soñador, casi de ciencia ficción, que tiene. Y cuando a Heinrich Jasper se le pregunta cómo envejeceremos en un siglo más, no se demora en responder. “Realmente creo que podremos, al menos, tomar células de nuestros cuerpos viejos, y regenerar o hacer crecer un hígado en cultivo, tu propio hígado. Y, a largo plazo, deberíamos poder explotar estos mecanismos para mejorar nuestra propia salud o para rejuvenecer nuestras células para vivir… no lo sé, ¿para siempre?”, dice Jasper y duda por unos segundos. “O quizás por algunas décadas más de lo que hoy podemos”.