“Sigo pensando que la educación técnico-profesional es muy importante y nosotros como sociedad debemos valorar a los técnicos, dignificar la profesión, subir los salarios, aumentar la productividad y que la gente se sienta orgullosa de su profesión. ¡No todos tienen que ser ingenieros!”.
Esta historia parte, al menos, 50 años antes de que el ingeniero civil electricista José Rodríguez (60) fuera elegido, hace dos semanas -en votación unánime-, Premio Nacional de Ciencias Aplicadas y Tecnológicas 2014. Parte primero en Malalhue, un pequeño pueblo entre Lanco y Panguipulli y en la Escuela 129 de Rahue, que tenía sólo 80 metros cuadrados, donde estudiaban los seis hermanos Rodríguez. Luego sigue en Osorno, cuando José, mucho antes de convertirse en rector de la Universidad Técnica Federico Santa María (UTFSM) -cargo que tiene hace nueve años y que entregará ahora en septiembre- porfiaba ante su mamá con pequeñas pero sintomáticas actitudes de rebeldía que, mucho después, serían claves en su trabajo. Como por ejemplo, tener apenas 10 años y querer ir solo al cine un día de semana en la noche y no a la matiné del domingo, donde iban los niños del barrio.
Pero lo que en realidad quería, piensa hoy José Rodríguez, era mandarse solo.
Por esos días, José ayudaba a su papá a vender verduras en una “camionetita” -así la describe- en las poblaciones de la zona, un trabajo que su padre complementaba con el de chofer de micros. Tiempo antes, y por única vez, los Rodríguez vivieron una etapa de relativa bonanza, cuando abrieron un almacén de abarrotes que permitió que lo cambiaran de su escuela al Colegio Francés de Osorno, donde estudió hasta los 12 años, al principio pagando y luego con beca.
“Éramos bastante pobres, pero igual lo pasábamos bien. Tuvimos un tiempo de vacas gordas que después se pusieron flacas”, dice Rodríguez sentado en su oficina de rector en el cuarto piso de la UTFSM, en el cerro Los Placeres de Valparaíso. Tiene un enorme ventanal con vista al mar. De pronto, lo distrae el sonido de un motor y aparece sobrevolando el cielo un drone, un pequeño robot comandado por un grupo de alumnos y que hace que Rodríguez, un hombre delgado e hiperactivo, prácticamente salte de su silla a observarlo.
LA ENERGÍA INICIAL
El de José Rodríguez es un caso curioso: ha pasado 47 de sus 60 años en esa universidad. Esa cantidad de tiempo sólo se explica porque es parte de una generación en extinción, de ésa que tuvo -dice él- “educación gratuita y de calidad”. Entró a los 13 años a la Escuela Técnica José Miguel Carrera, entre Viña y Quilpué, que depende hasta hoy de la UTFSM, a estudiar para subtécnico electrónico. “Yo quería ser bombero, después abogado. Pero terminé en la electricidad. Es que a esa edad uno no cacha mucho”.
Estudió impulsado por su abuela Betsabé Cuevas, quien percibía tanto su potencial como su carácter. “Un día ella me dijo: ‘ Ya que quieres tomar tus propias decisiones, ándate. Pero mantente’. Y como yo quería mirar el mundo, me fui”.
En su pequeña oficina de profesor investigador -que ha mantenido en paralelo a la de rector- la única foto que acompaña los diplomas, premios, papers científicos y cientos de libros cuyos títulos se repiten en alemán, inglés y español (Máquinas eléctricas, Máquinas de corriente alterna, Electrónica industrial) es la de Betsabé Cuevas: una mujer delgada, de canas, que aparece sentada en una silla.
Todo indicaba, entonces, que José Rodríguez se quedaría con su título de técnico electrónico: arreglaría radios, televisores y electrodomésticos en general. Algo que le gustaba mucho. Porque lo único que quería era titularse y trabajar para ser independiente y ayudar a su familia en el Sur.
Pero su madre, que tras separarse se había convertido en jefa de hogar y vendía ropa usada en la feria, no lo dejó: “Me retó y me dijo: ‘Eres demasiado niño. Tienes que seguir estudiando’. Recuerdo que alegué. Yo quería trabajar. Además, a los 17 años me consideraba grande”.
Entonces, José Rodríguez no tuvo más que obedecer.
TÉCNICO ANTES QUE TODO
A diferencia de lo que ocurre hoy con los liceos técnicos, cuyas carreras tienen escasa articulación y continuidad con la educación superior, a fines de los 60, cuando Rodríguez se graduó, las cosas eran distintas. “Tan articulado estaba el sistema, que muchos dimos la Prueba de Aptitud Académica (PAA), nos fue muy bien y entramos directo a la universidad. Ni siquiera nos preparamos. Fue como pasar de curso”.
Aunque casi se queda fuera. “Era medio pavo. Inteligente para algunas cosas, pero pavo para otras. Di la prueba y no postulé a nada. Después me busqué en el diario y no estaba en ninguna parte. Pero como el sistema estaba tan articulado, automáticamente quedé matriculado”.
Cuando fue parte del Consejo Asesor Presidencial de Educación Superior, en el primer gobierno de Michelle Bachelet, que se creó después de la revolución pingüina, fue uno de los miembros que abogaron por el fortalecimiento de la educación técnico-profesional. “En ese tiempo había mucha ayuda para los alumnos que iban a la universidad, pero no para los que entraban a los centros de formación técnica o a los institutos profesionales. Eso me parecía una contradicción que, afortunadamente, se corrigió”.
-¿En su caso fue relevante haber empezado por ser técnico antes de llegar a la ingeniería?
-Absolutamente. Ahí partió todo. Sigo pensando que la educación técnico-profesional es muy importante y nosotros como sociedad debemos valorar a los técnicos, dignificar la profesión, subir los salarios, aumentar la productividad y que la gente se sienta orgullosa de su profesión. ¡No todos tienen que ser ingenieros!
Rodríguez entró a la UTFSM en 1971. Un compañero suyo, Jorge Pontt, con quien se graduó de técnico, siguió el mismo camino. Y si antes estudiaban juntos electrónica, con mayor razón en Ingeniería. “Tengo la imagen de José estudiando en la noche envuelto en una frazada, siempre con una bolsa de maní. No eran tiempos fáciles. Estábamos lejos de las familias, pero lo pasábamos muy bien”, dice Pontt.
Las carreras de ambos están cruzadas. Con Pontt, doctorado en Alemania al igual que Rodríguez, y profesor del Departamento de Electrónica de la UTFSM, comparten mucho más que la profesión: fue su jefe de campaña cuando postuló a rector en 2005 (ha sido electo dos veces) y también su consultor, desde la universidad, en uno de los proyectos más importantes de la carrera de Rodríguez: un sistema de correas transportadoras de mineral pesado -que puede acarrear en una pendiente un flujo de 85 mil a 197 mil toneladas diarias- y que ha sido destacado internacionalmente por su impacto en el uso eficiente de energía y sustentabilidad.
El sistema lo desarrolló en 1997, en la Minera Los Pelambres en un año sabático en que trabajó en Siemens. Un período que la mayoría de los académicos usa para dar clases en otra universidad, Rodríguez lo usó para irse a la empresa privada: “Me fui a la industria para aprender ingeniería metiendo las manos”.
-¿Y la empresa privada no lo tentó para quedarse?
-Sí. La primera vez fue Alemania, en 1985, apenas me entregaron el diploma del doctorado. Nos estábamos tomando un traguito cuando me estaban esperando los de Siemens. “Le ofrecemos trabajar con nosotros en investigación”. ¿Y de qué?, les pregunté. “De lo que usted quiera”, me dijeron. Era la oferta soñada, pero yo estaba comprometido en volver a Chile. La segunda, fue después de mi año sabático.
-¿Y por qué no la aceptó?
-Fue difícil… Ahí tuve que tirar la moneda al aire. Porque era un trabajo bonito, apasionante. Pero quise volver a la academia. Mi mundo son las ecuaciones, las matemáticas.
A su regreso a la universidad, su carrera despegó en forma veloz. Publicó sistemáticamente en revistas especializadas y empezó a hacerse cada vez más conocido en el área de la electrónica en potencia y accionamientos eléctricos a nivel mundial, una especialidad que tiene aplicaciones en la minería, los trenes, los barcos, autos eléctricos y energías renovables.
“Lo que yo investigo es el control y la transformación de la energía eléctrica, que sirve en todas partes. Por ejemplo, lo primero que digo a mis alumnos es que vayan al metro y se paren al medio de un carro con las manos en los bolsillos. Cuando el tren está detenido, no hay energía. Pero cuando acelera y va embalado a 80 kilómetros por hora, tienes que ir generando una cantidad monstruosa de energía. Pero para eso se necesitan computadores, teorías de control, transistores, matemáticas ultras sofisticadas y mucha ingeniería”, dice Rodríguez.
Hoy sus investigaciones están en varios rankings internacionales. Por ejemplo, es el investigador en su área más citado del mundo según Microsoft Academic y el científico chileno más influyente en el listado que elabora el grupo Thomson Reuters en su base de datos Essential Science Indicators.
LA VENTAJA DE NO SER ALFA
Desde que recibió el Premio Nacional, José Rodríguez ha pensado en cómo lo logró. “Llegué a la conclusión que todo esto se produjo porque soy optimista, positivo y agradecido. Mi dicho es: el que dice que puede, puede. Y el que dice que no puede, no puede”. Y añade: “La gente se pierde a veces con su actitud negativa. Y cuando todo el mundo se queja de que en regiones no se puede hacer nada y que todo está en Santiago, yo digo que todo nuestro trabajo de investigación lo hemos realizado en el cerro Los Placeres”.
A ese trabajo que ha hecho con su equipo, le llama “buenas prácticas”. Dice que una de las claves ha sido echar mano a todos los programas, concursos y becas de Conicyt. Otra, los buenos ayudantes. De hecho, la formación de estudiantes y la creación del doctorado en su especialidad fueron otros de los puntos que el jurado destacó. Por ejemplo, uno de sus ex alumnos en la UTFSM -y su brazo derecho en la universidad- es Samir Kouro, premiado en 2012 por el Institute of Electrical and Electronics Engineers (IEEE) como el investigador joven más destacado del mundo en el campo de electrónica de potencia.
A ello se suma que, mientras ha sido rector, nunca ha dejado de investigar ni de dirigir tesis de magíster y doctorado. Y para hacer rendir el tiempo, suele tener horarios inusuales: muchas veces cita a los estudiantes a las 8 de la mañana de un domingo a su oficina de la universidad para trabajar.
Pero hay otro punto: “Soy bueno para delegar. Cuando armo un equipo no domino todas las variables, porque éste está encargado de esto y este otro de otra cosa. Siempre he dicho que mi gran ventaja es que yo no soy un macho alfa, que es el que la lleva. Ni siquiera soy un beta. Yo debo ser un macho gama o delta”.
-¿Y por qué es una ventaja?
-Porque el problema de un macho alfa es que siempre se queda con su idea. En cambio, yo me paro frente a un grupo y tengo la capacidad de mirar las ideas de otras personas y decir: “Ah, ése es el que la lleva”.