LA NOCHE NO ES TAN OSCURA
El campo de estudio del físico teórico argentino José Edelstein es de tan especializado, que él mismo, asegura entre agobiado y divertido, si pudiera traducirlo a algo medianamente comprensible, ya no estaría describiendo lo que realmente hace. Tal vez, y con algo de suerte, estaría hablando de la problemática general. Y ésta no es menor: a sus 46 años, el académico de la U. de Santiago de Compostela ha dedicado su carrera, a base de lápiz y computadora, a atar cabos dentro de la mayor interrogante de la física actual: cómo reconciliar la teoría cuántica de campos con la relatividad general. Es decir, una teoría que describa todas las fuerzas conocidas.
Pero en los últimos años ha sumado, además, una tarea muy distinta, casi en las antípodas: ser capaz de fascinar, con charlas sobre el universo, a adolescentes con poca o ninguna cercanía con la ciencia. Girando por más de 25 colegios en España -sólo el año pasado tuvo 30 solicitudes-, esta misión sí le es fácil de explicar, pero no por eso más sencilla de ejecutar. “Si a los niños no se les hiciera nada, serían todos científicos. Lo único que hay que hacer es no arruinarles la curiosidad que ya tienen”, dice. “Pero la escuela se la destroza, compartimentando la ciencia, al punto de que lo que es de química, no es de biología, ni de física, cuando la naturaleza es una sola”.
Ante ese panorama, el físico -que define a los científicos como “niños jugando cada vez a juegos más complejos”- tiene algunas estrategias para recuperar adolescentes. En su charla estrella, titulada “¿Por qué la noche es oscura?” por un verso de Silvio Rodríguez, lo primero que hace es remecerles el cerebro con algo de vértigo: mostrándoles fotos del universo. Explicándoles que somos un pedazo de nada -“tan insignificantes como cucarachas o como el virus del ébola”- entre los 100 mil millones de estrellas de la Vía Láctea, que a su vez flota junto a otros 100 mil millones de galaxias equivalentes, compuestas por tantas estrellas que tardaríamos 20 mil edades del universo sólo en contarlas. Y seduciéndolos con la pasión y locura de los científicos que, desde esa misma nada, pretenden entenderlo todo.
A esa altura, cuenta Edelstein, ya casi ninguno sigue encontrando más interesante el smartphone en su bolsillo que el misterio cósmico. Entonces entra a la pregunta: ¿por qué la noche es oscura, cuando deberíamos ver las huellas viajeras del Big Bang donde sea que miremos? Allí comienza la vuelta por el universo, con paradas en las desechadas teorías del pasado sobre la Tierra como el centro del espacio -y les gusta desafiarlos a que lo convenzan, como si él fuera un griego, de por qué la Tierra no es el centro de todo-, la discusión sobre su infinitud, y, por supuesto, los ecos del gran estallido inicial. Un punto álgido de la charla suele ser el momento en que les cuenta que el 1% del ruido que escuchan en sus televisores cuando no están sintonizados no puede ser acallado: son los ecos del Big Bang. Ésa es una de las claves: mostrarles que todo es ciencia.
El otro gran momento es al final, cuando les explica, en un giro de efecto premeditado, que en realidad la pregunta está mal formulada: que la noche no es oscura, es sólo que el universo en expansión está estirando toda esa luz hasta llevarla a una frecuencia imperceptible a nuestros ojos. Como si la cuerda de una guitarra se alargara eternamente mientras suena una nota.
Para entonces, suele haber demasiadas manos levantadas como para seguir hablando.
María Teresa Ruiz, José Edelstein (arriba)y Fernán Federici (abajo).
HISTORIA Y GEOGRAFÍA DEL UNIVERSO
La astrónoma y Premio Nacional de Ciencias Exactas María Teresa Ruiz -famosa por el descubrimiento de dos nebulosas planetarias, de una supernova a punto de explotar y de la primera enana café, o superplaneta, cercana a nuestra galaxia- pocas veces se sintió tan nerviosa como cuando en 2008 fue a dar una charla, a pedido de una conocida, para niños de primero básico de un colegio. Temía no interesarlos, pero el resultado aún la sorprende: terminó anotando las preguntas que le hacían los alumnos, ingenuas y sorprendentes, y poco después fueron la base para su primer libro de ciencia infantil, El universo: ciencia y ficción (¡Que no te cuenten cuentos!), en coautoría con la filósofa Margarita Schultz, que ya va por la tercera edición, y el próximo año tendrá una segunda parte.
Desde entonces, ha dado más de cien charlas en colegios y liceos de todo el país, y siempre suele quedarse con la misma sensación de urgencia, por la importancia de despertar una chispa de curiosidad en la mente de los jóvenes antes de que las clases y el hastío de la adolescencia la apaguen para siempre. “Quiero sacarlos de la Matrix, que vean que la realidad es mucho más compleja que este mundo. Que somos pulgas, pero las únicas con el privilegio de estar conscientes”, dice la astrónoma. “Si los niños no saben soñar, no van a desarrollar nunca la capacidad de meterse en lo inédito. Y ése es el camino para ser un país no sólo con más científicos, sino con gente más culta, más inteligente, más desarrollada”.
Su charla, titulada “¿Por qué Chile es una ventana al universo?”, parte con un recorrido por todos los observatorios del país, y luego sigue un llamado: a asumir el privilegio y la responsabilidad que implica ser los únicos animales conscientes del planeta, parados por casualidad sobre el país con el cielo más perfecto de todos, ante la inmensidad de las estrellas. “La gran gracia que tiene la astronomía es que todos estos chicos tienen como patrimonio natural nuestro cielo”, dice la científica. “Y eso hace que estemos en primera persona ante esta gran aventura universal”.
Lo que viene después es una clase de historia y geografía del universo -para ella la gran materia omitida en los colegios-, regada de datos fascinantes para generar impacto en los alumnos: el hecho de que por la naturaleza de la luz mirar hacia el espacio sea mirar al pasado, lo que conlleva que miremos la nebulosa de Orión, por ejemplo, como era en la época del Imperio Romano. Otros divertidos, como que los micreros no saben que con su polución están haciendo polvo de estrellas, el mismo que formó nuestros cuerpos. Y otros que dan susto: como que tenemos sólo 500 millones de años para encontrar un nuevo planeta donde vivir. Luego nos pareceremos cada vez más a Venus, con sus lluvias sulfúricas y su sequedad total. “Eso hacemos quienes buscamos planetas”, les dice.
Detrás de esa frase hay un propósito: romperles la imagen de que los científicos son seres ermitaños que estudian cosas que nadie entiende. Sumarlos a la gran aventura. Y no le va mal: después de cada charla recibe correos de niños contándole que quieren ser astrónomos. El año pasado, sin ir más lejos, hizo una charla para 500 alumnos de escuelas rurales en Quillón, y los desafió a todos a ser astrónomos. Poco después, le escribió la directora para contarle que la visita había generado un impacto tan grande en los alumnos, que los profesores habían decidido cambiar sus métodos para enseñarles ciencia.
En septiembre del año pasado, 16 de esos chicos de campo la acompañaron en una visita al Observatorio Interamericano de Cerro Tololo. Para alguno, probablemente, fue el comienzo de un camino.
BIOLOGÍA FRACTAL
Las charlas científicas que el argentino Fernán Federici, experto en biología sintética de la U. Católica, realiza para alumnos de enseñanza media, parten con una pregunta que parece más bien estética o filosófica. “¿Qué tienen en común un árbol, la costa de Inglaterra, unas bacterias, un rayo que cae, mis pulmones, un río, una superficie que se quiebra, mis venas y este repollo?”, dice el científico, y detrás de él los jóvenes ven proyectada la imagen de un romanescu, un extraño repollo-coliflor famoso por su geometría: cada parte de la verdura tiene la misma forma que el vegetal completo, así como también cada parte de esa parte.
El repollo no es casual, y la pregunta es científica. Cada uno de esos elementos son de tipo fractal, es decir, están formados a través de un patrón de organización microscópico de la materia que repite una estructura idéntica a distintas escalas. Otro ejemplo: un árbol cuya rama podría ser también un árbol, cuya hoja repite el mismo patrón. Y no sólo están en el mundo natural, sino que se pueden crear artificialmente -y ahí está el centro de las investigaciones de Federici- para hacer ingeniería de sistemas biológicos, es decir, desarrollar tecnología para mejorar procesos biológicos, con aplicaciones en biotecnología, programación del funcionamiento de plantas, sensores biológicos y un gran horizonte, aún reciente para la ciencia.
Uno de los objetivos de su charla es hacerles entender a los alumnos que los genes y la selección natural están sobreestimados para explicar la formación microscópica de las cosas. Que en eso inciden leyes físicas, no biológicas, que repiten patrones fractales. Una discusión científica de primera línea, para la que cree que los estudiantes están preparados. “Hay que desmitificar la discusión científica. Yo no sé quién decidió que un chico puede entender la física o los fractales en el posgrado, y no en el colegio”, dice el científico. “Todos los grandes genios desarrollaron sus teorías a los quince o dieciséis años. Eso quiere decir que tenemos genios que nos estamos perdiendo porque no les entregamos las herramientas para jugar”.
Para engancharlos, Federici usa el expediente estético: sus imágenes microscópicas de fractales (como la que abre este reportaje) han ganado más de 15 premios en competencias mundiales organizadas por Nikon y Olympus, fueron proyectadas sobre los edificios de Cambridge para su aniversario 800, y el lunes se verán sobre La Moneda. Él sabe que la belleza educa: al ver las bacterias fluorescentes formar sus figuras geométricas, los estudiantes suelen abrir su cabeza hacia las bondades de estos organismos, e interesarse en ellos. Él, explica, los impulsa con datos como que hay más material genético en las bacterias de su cuerpo que en su propio genoma, o explicándoles que si lo asesinaran, la policía podría descubrirlos por los rastros de su perfil microbiano, comparándolo con los de sus celulares.
Al entusiasmo que generan estas charlas, el científico quiere sumar kits gratuitos de experimentos para colegios, que está desarrollando con estudiantes de la U. de Chile. Por ejemplo, una caja de cartón con un par de filtros y un led que serviría para detectar bacterias fluorescentes y enseñar comportamiento dinámico. La idea, dice, es empezar a sacarle el potencial a la imaginación de los jóvenes cuanto antes. “Que el chico después vaya a la casa y les cuente a los amigos: ‘¿sabes qué?, todo lo que estamos viendo son fractales, que es algo matemático y tienen una regla’”, dice Federici. “Que se le quede en la cabeza, y le genere nuevas estructuras de pensamiento”.