Francis cuenta que, desde que existen los fondos de National Geographic, apenas 33 proyectos han sido presentados por chilenos. La brecha con los extranjeros es enorme: una de cada diez investigaciones financiadas para realizarse en Chile es hecha por nacionales.
Una nueva tormenta de nieve azota la costa este de los Estados Unidos. Los habitantes de ciudades como Nueva York, Boston y Washington ya perdieron la cuenta de los días que han pasado encerrados por culpa del frío. Ha sido el invierno más largo en décadas y este nuevo frente tiene a millones de personas paralizadas.
John Francis, al teléfono desde Washington D.C., comenta que el clima ya cambió. Prueba de ello son los episodios de tormentas que, cada año, se han vuelto más frecuentes e intensos. Pero no sólo los centímetros de nieve acumulada en las calles o los días con temperaturas bajo cero que enfrenta la capital estadounidense le han dado la alerta. Durante los últimos años a la oficina de Francis, quien ocupa la vicepresidencia de Investigación, Conservación y Exploración en la National Geographic Society, han llegado cada vez más proyectos de investigación cuya temática más recurrente ha sido el impacto del cambio climático en especies y ecosistemas. Es la nueva moda entre la comunidad científica.
Francis comienza la conversación hablando de esto, del clima. Pregunta cómo está el verano en Santiago, pero su interpelación no responde sólo a un acto de cortesía: desde la década de los 80 que Francis realiza constantes viajes a esta parte del hemisferio. Antes de esperar una respuesta, afirma que está sorprendido que el verano en la capital chilena esté registrando periódicas temperaturas por sobre los 37°C. Para él, Santiago tenía uno de los climas más benévolos conocidos. Varios de sus períodos como investigador los pasó en esta latitud entre los meses de octubre y febrero.
Siendo apenas un joven científico en el Instituto Smithsonian, y con el apoyo de una subvención entregada por la misma National Geographic Society, en 1987 partió a estudiar la vida marina en el archipiélago Juan Fernández. En ese entonces le llamó la atención que los chilenos exploraran poco la biodiversidad de su país. Imaginaba que respondía al bajo grado de desarrollo que tenía la economía local por ese entonces. Casi tres décadas después, y ahora desde el área que revisa proyectos de investigación, afirma que no ha habido grandes cambios, pese al enriquecimiento de Chile: desde que existen los fondos de National Geographic para investigaciones, desde 1888, apenas 33 proyectos han sido presentados por científicos chilenos, totalizando aportes históricos por US$ 426 mil. La brecha lo sorprende aún más: los científicos extranjeros han recibido casi US$ 4 millones para investigaciones, repartidas en 249 proyectos, sobre ecosistemas en Chile. Es decir, apenas una de cada diez investigaciones para realizar en Chile es hecha por nacionales.
Hoy, a la cabeza del área de investigación de la organización, está dispuesto a revertir este comportamiento. Con casi US$ 5 millones en fondos anuales por entregar, Francis pretende que más chilenos salgan a explorar el mundo. “Todos somos exploradores” es el mantra que repite con insistencia.
EL NUEVO CRUSOE
La primera vez que vino a ese rincón de Chile creía que estaba en una tierra virgen. A fines de los 80 se había ganado una subvención para estudiar las focas de Juan Fernández. Nadie en el mundo sabía algo sobre esta especie ni el comportamiento de los mamíferos en una zona tan alejada del continente como el archipiélago.
Cuando recibió el dinero de la National Geographic Society, que años más tarde se convertiría en su empleador, pensó que la investigación sería más fácil de lo que fue. Apenas tocó tierra en Juan Fernández, a fines de 1987, tuvo que embarcarse en un pequeño bote y partir a la isla Alejandro Selkirk. Ahí, con unas pocas provisiones de carne y pescados para un mes, y provisto de una diminuta carpa, pasó los siguientes tres meses, plazo que terminó extendiéndose a cinco veranos en que volvió al mismo lugar.
Francis creció con bosques en su patio trasero, en la lluviosa Seattle, los cuales recorría casi a diario. Sabía identificar especies y hasta aprendió a hablar algunos dialectos indígenas. Fue en ese patio que tomó la decisión de estudiar Biología y se inscribió en la Universidad de Washington. Ahí sería el lugar donde germinaría su futuro viaje -y posterior enamoramiento con el lugar- a Juan Fernández. Recuerda que estaba en los primeros años de carrera cuando un profesor le propuso ir a observar focas a Alaska. La paga fue lo que lo motivó a pasar el verano sentado, 12 horas, mirando el comportamiento de estos mamíferos. En esas remotas playas comenzó a guiar su carrera hacia la biología marina y, también, a hacer documentales. Tras el regreso desde Alaska pasó los siguientes seis años realizando piezas audiovisuales sobre los mamíferos marinos. Así llegó a postular al fondo de la National Geographic que lo trajo a Chile.
Su estadía en Juan Fernández ha sido, dice, la mejor experiencia que ha vivido. El abandono por tres meses en la isla, con racionamiento de agua y comida, no fue impedimento para dar a conocer una especie desconocida. En este periplo no sólo fue el primero en poner una cámara en el lomo de una foca. Además, sería la primera grabación del hábitat de un mamífero marino hecha en la historia.
Tal fue el conocimiento y material acumulado que la misma National Geographic le pidió que editase un documental que transmitiría a todo el mundo, a través de su canal de televisión. Luego vendría otro, y así estuvo seis años recorriendo el mundo, mostrando en televisión cada rincón del planeta. Fue en uno de esos viajes que pensó que había que incentivar que más científicos pudieran financiar sus sueños y quiso radicarse en el área que entregaba los fondos.
JÓVENES EXPLORADORES
Desde Washington, Francis pone una nota de alerta: en Latinoamérica la comunidad científica postula poco a fondos internacionales, pero en Chile se da uno de los casos más dramáticos. El vicepresidente de la organización internacional destaca que en Argentina, por ejemplo, de los 390 proyectos que han financiado, casi 200 fueron postulados por argentinos. Es decir, la mitad de la investigación que se hace al otro lado de la cordillera la hacen ellos mismos.
Chile, en cambio, está lejos de esa cifra y se compara a Perú. De 374 investigaciones financiadas por la National Geographic Society para Perú, apenas 37 fueron hechas por locales.
Francis comenta que quieren atacar estas desiguales cifras. Por ello lanzaron un pequeño fondo, de US$ 5.000 para cada proyecto, para fomentar la exploración entre los jóvenes. Tal como él y su viaje a Alaska cuando comenzaba en la universidad, una investigación a temprana edad puede hacer la diferencia y producir más exploradores en terreno.
Fue bajo esa modalidad que la paleontóloga chilena Ana Valenzuela Toro pudo iniciar su investigación en las cercanías de Bahía Inglesa. Como es tendencia en la comunidad científica, cuenta Francis, el proyecto de Valenzuela fue premiado con recursos por la línea que proponía: investigar el impacto del clima en la vida de esa zona durante los últimos 3 millones de años.
“Lo que ella propuso parecía interesante, porque en Chile se dan las condiciones, en especial en Atacama, para estudiar la evolución del clima y el impacto en la vida. Todos los años hacemos algo en Chile, pero queremos que sea más. Que se dé a conocer que tenemos fondos para entregar y que pueden postular en nuestra web”, afirma el ejecutivo.
Francis cree que ya se ha visitado cada rincón del mundo, pero esto en vez de desalentar las investigaciones, las está promoviendo. “Hemos estado en la totalidad del planeta, pero aún no entendemos el impacto de nuestras acciones en este mundo ni cómo se relacionan las especies con estas transformaciones”, explica. “Eso es lo que tenemos que aprender ahora y por ahí va la apuesta de los científicos”.