Por Francisco Aravena, desde Atacama Mayo 7, 2015

“ALMA es un paradigma en cuanto a colaboración internacional, en tener gente de tradiciones culturales dramáticamente distintas funcionando efectivamente para todos”, destaca Riccardo Giovanelli, quien espera replicar el modelo de cooperación en el  CCAT.

Tratándose de un hombre dedicado a investigar la formación de las galaxias, preguntarle a Riccardo Giovanelli sobre el origen podría abrir las puertas a una respuesta compleja. Pero estando a los pies del cerro donde tuvo la idea que ha consumido las últimas dos décadas de su vida, él tiene la respuesta muy clara.

Comienza con una imagen. Después de caminar cerro arriba por dos kilómetros, después de coincidir con sus compañeros de expedición con que el lugar donde han llegado -una planicie en la altitud, el llano de Chajnantor, a cinco mil metros sobre el nivel del mar- parece el lugar perfecto, después de visitar tantos lugares a uno y otro lado de la cordillera de los Andes, para instalar un gran radiotelescopio, el profesor Giovanelli eleva su mirada para posarla 600 metros más arriba, en el mismo cerro Chajnantor. “Me quedé mirando y dije: ‘un telescopio universitario, acá arriba, podría funcionar muy bien’”, recuerda hoy, de vuelta en el sitio del suceso, ya bordeando los 69 años de edad.   

Era mayo de 1994. Giovanelli, que hacía pocos años se había integrado al Departamento de Astronomía de la Universidad de Cornell, había llegado junto a un equipo que completaban los astrónomos estadounidenses Paul Vanden Bout y Robert Brown, entonces director y subdirector del National Radio Astronomy Observatory (NRAO);  el astrónomo chileno Hernán Quintana de la Universidad Católica, el ingeniero Ángel Otárola y el técnico Geraldo Valladares. La búsqueda del lugar perfecto para instalar un gigantesco radiotelescopio parecía haber terminado -luego vendrían las sucesivas mediciones para corroborar las condiciones ideales de la locación-, pero para Giovanelli empezaba un proceso distinto. Mientras ese primer proyecto crecía en magnitud, ambición y participantes para transformarse en lo que hoy es Atacama Large  Millimeter/submillimeter Array, más conocido como ALMA, Giovanelli seguía pensando un poco más arriba.

Su idea hoy es un proyecto en marcha, pero aún le falta camino para ocupar efectivamente el sitio que él apuntó en 1994. Se llama Cerro Chajnantor Atacama Telescope, pero le dicen CCAT. 

En un español perfecto que resume una infancia en Mendoza, una estadía larga en El Salvador y once prolíficos años en Puerto Rico ya como experto en radioastronomía -trabajando en el observatorio Arecibo en ese país-, Riccardo Giovanelli recuerda todo esto mientras espera un trámite de rigor que para él ya es rutina conocida: el chequeo médico en el centro de operaciones de ALMA, a 2.900 metros de altitud, para asegurar que no haya problemas en su ascenso, una vez más, a los cinco mil metros donde se encuentran las 66 antenas que componen el radiotelescopio más potente del mundo. Este es un ascenso distinto, en un bus junto a la delegación de empresarios, científicos y líderes de opinión que componen una nueva expedición científica organizada por la Red de Alta Dirección, RAD. Pero su relato sobre el origen es recurrente. Se lo dice, por ejemplo, a la enfermera que procede a tomarle la presión en una de las camillas: “Yo estuve en la expedición que descubrió el sitio”.   

UNA VISIÓN MÁS AMPLIA
“CCAT y ALMA son complementarios en el sentido de que cada uno de ellos hace mejor lo que el otro no puede hacer”, explica el astrónomo chileno Eduardo Hardy, director en Chile de NRAO y representante en nuestro país de Associated UniveRtities Inc.(AUI), corporación estadounidense que administra las instalaciones científicas de gran envergadura y que como tal es parte de ambas operaciones. “ALMA no tiene competencia en el mundo en su capacidad de analizar la estructura de los objetos individuales que observa, en gran detalle. De hecho, ya ahora estamos trabajando con una resolución mucho mejor que el telescopio espacial Hubble.

Eso significa que podemos ver detalles muy pequeños en objetos muy alejados en el universo”, agrega. “Pero también uno podría describir a ALMA como teniendo visión de túnel. Es decir: puede ver una muy pequeña región del cielo cada vez que apunta. Eso significa que uno tiene que saber de antemano dónde ir. Lo que le hace falta a ALMA es un instrumento de gran campo. Es decir, que sacrifique resolución en favor del campo de visión. Eso es CCAT”.

El Cerro Chajnantor Atacama Telescope tendrá una sola gran antena de un diámetro de 25 metros, pero accederá a un campo de visión decenas de miles de veces mayor  que su vecino de 66 antenas seiscientos metros más abajo. Eso va a permitir identificar puntos de interés para que telescopios como ALMA acudan a observar con todo su poder de resolución. “Pero CCAT no es sólo un buscador”, advierte Hardy. “Además nos permitirá algo que es fundamental en astronomía: hacer estadística. Ver muchos objetos, identificarlos, clasificarlos. En ese sentido, CCAT va a abrir el universo frío que observa ALMA. Dará una visión de conjunto”.

El proyecto que dirige Giovanelli en representación de la Universidad de Cornell contempla la participación de la Universidad de Colorado, las universidades alemanas de Bonn y Colonia, un consorcio de una decena de universidades canadienses y la mencionada AUI, y se espera que esté construido y operando en los próximos cuatro a cinco años.

En ese sentido, dice el científico italiano, la experiencia de trabajo de sus colegas en ALMA, ha marcado un camino a seguir en su propio emprendimiento. En ALMA se asociaron instituciones estadounidenses, europeas, japonesas, canadienses, taiwanesas y surcoreanas. “Es el primer gran observatorio genuinamente mundial”, dice Giovanelli, sin ocultar su orgullo de que sean los radioastrónomos, aquellos dedicados a observar lo invisible, lo que los astrónomos ópticos no alcanzan a detectar, quienes hayan puesto en práctica ese modelo de trabajo. “Es un paradigma en cuanto a colaboración internacional, en tener gente de tradiciones culturales dramáticamente distintas funcionando efectivamente para todos, y con acceso para todos”, agrega. “Es un ejemplo brillante, profundamente importante, sobre el modo de hacer investigación de punta, con instrumentos muy caros que cada país individualmente no podría permitirse. En una coalición es posible realizar algo más grande que lo que cualquiera de los componentes habría podido”.

En la gran posta del trabajo científico, el nuevo conocimiento no es la única medida de avance: los modelos de funcionamiento y administración también construyen bases sobre las cuales proyectos como el de CCAT pretenden construir.

Eduardo Hardy destaca además otro beneficio colectivo del nuevo radiotelescopio: el desarrollo de la capacidad técnica necesaria para recibir, procesar y almacenar las microondas que reciba la antena del CCAT. Se trata de tecnologías actualmente en desarrollo, para las cuales el telescopio del Chajnantor se convertirá en un inmejorable campo de ensayo. “Y además va a motivar la evolución de estas tecnologías, porque pretendemos aumentar constantemente el campo de visión del CCAT, a medida que contemos con detectores cada vez más grandes”.

REGRESO AL ORIGEN
Después de ese primer viaje de mayo de 1994, Riccardo Giovanelli vino muchas veces al mismo lugar. Primero, en la Navidad de ese mismo año, junto a su mujer, la también destacada radioastrónoma Martha P. Haynes, su compañera en la obtención, en 1989, del premio más destacado de su carrera, la medalla Henry Draper, que entrega la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos (y su compañera de asiento en el bus que lo lleva ahora de vuelta al Chajnantor).

Luego,  viajó varias veces con grupos de estudiantes de Cornell, con el objetivo de realizar las mediciones pertinentes para asegurarse de las condiciones y la factibilidad del sitio escogido para CCAT, a fines de los 90 y principios de la década siguiente. Se trataba de expediciones que duraban toda la noche y durante las cuales dedicaba mucho tiempo a conversar con sus estudiantes, durante largas esperas en las que abundaban historias, chistes o la pura y simple contemplación silenciosa del cielo generoso de Atacama.

Hoy, mientras pasea por las antenas de ALMA camuflado como si fuera un visitante más del radiotelescopio, Riccardo Giovanelli, especialista en formación y evolución de las galaxias, mira el cerro al que apuntó en 1994 y, pensando en el origen, proyecta el final. “Quizás esta va a ser la última idea de mi carrera”, anuncia. “Estoy trabajando desde hace varios meses, desarrollando un proyecto que podría demostrar que el 90% de las galaxias son invisibles. Que lo que vemos en el cielo es una parte muy pequeña de la población global”, dice sonriendo. 

“Va a ser muy divertido, porque la mayor parte de la gente va a decir: ‘Está loco’”.

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