Elegido mejor profesor de su facultad el año pasado, por sus clases en que utiliza estrategias poco comunes de neurolingüística y neurociencia, Chiong dictó talleres del tema a profesores y apoderados del colegio Saint Gaspar, y luego en el Liceo Arturo Alessandri Palma.
De lo que debería hablar el bioquímico Mario Chiong, doctor en Farmacología de la U. de Chile y ex joven estrella de su generación, tras publicar artículos de su tesis de pregrado –un estudio sobre una bacteria que vive a 60 grados en aguas termales– en Journal of Bacteriology y Applied and Environmental Microbiology, dos revistas muy exclusivas, es de eso: de bioquímica. O más específico: de lo que debería hablar Mario Chiong, el investigador de los grupos Nemesis y ACCDis, dos equipos de primer nivel mundial en males crónicos, como el cáncer, la diabetes y las enfermedades cardiovasculares, es de eso: de los vasos sanguíneos, del corazón. De los órganos que lleva más de treinta años tratando de evitar que se enfermen y mueran junto con todo lo demás.
Pero de lo que habla cuando llega a su oficina en la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacéuticas, con una sonrisa permanente que rasga más sus ojos orientales, una chaqueta de polar, el pelo canoso y un banano donde lleva sus cosas, es de su otra obsesión, adquirida con los años: la neurolingüística y la educación. En dos semanas juntará a los profesores de cinco liceos –a los que lleguen, dice, porque sólo han confirmado de uno– en un auditorio del campus, y les hablará de método científico, y también de esas cosas, de lo importante que es que empiecen a aplicar en sus clases lo que él viene haciendo en las suyas desde hace más de una década. Del conocimiento que la explosión de la neurociencia hoy está dando sobre cómo funciona el cerebro de un alumno, cómo y dónde activar el interruptor mental que permite aprender. O cómo dejar de hacer todo lo contrario.
El bioquímico, hijo de inmigrantes chinos que llegaron al país huyendo de la guerra, joven vendedor de alcohol en el negocio familiar en Arica, la Botillería Chiong, también supo de dificultades de aprendizaje: primero por mezclar el hakka, el dialecto campesino de sus padres, que nunca terminaron la educación básica, con el español; y ya en la U. de Chile, becado, por el desnivel que había entre sus conocimientos del Liceo N° 5 de su ciudad, con los de sus compañeros de la capital. Entonces tuvo que arreglárselas para aprender más que nadie.
Hoy, Chiong trata de plasmar en otros lo que fue entendiendo. Elegido mejor profesor de su facultad el año pasado, por sus clases en que utiliza estrategias de neurolingüística y neurociencia que aprendió en cursos o por su cuenta, entre 2007 y 2012 se dedicó a dar charlas y talleres del tema a profesores y apoderados del colegio Saint Gaspar, y a partir de ese año en el Liceo Arturo Alessandri Palma, de Providencia. En ellas, explica a los profesores cosas como distinguir entre alumnos con aprendizaje visual, auditivo y kinético, sobre cómo captar a los que ocupan más uno u otro hemisferio del cerebro, o cómo desarrollar en niños de prebásica las habilidades cognitivas elementales que les permitirán ser buenos estudiantes en la media. Lecciones que tienen mayor o menor acogida por parte de los docentes, pero que el bioquímico está convencido de que son el talón de Aquiles de la educación chilena, y el gran ausente de la actual discusión.
“Hay mucho desconocimiento”, lamenta. “Por muchos años la educación y la neurociencia han ido por carriles separados y en los últimos diez han empezado a converger: a entender cómo funciona el cerebro humano, de qué forma aprende. Pero a nivel nacional estamos lejísimo de eso, son cosas que no se enseñan en las carreras de Pedagogía. Y eso que el último informe PISA, de la OCDE, recomendó a Chile introducir neurociencia”.
Según el bioquímico, en nuestro país se ha abordado los problemas de educación más por el lado operacional que de fondo. "Chile es un país que tiene muy alta tasa de escolaridad, entonces la discusión se trasladó a calidad y gratuidad, que son importantes, pero el aspecto no tocado es qué enseñar y cómo hacerlo. Es frustrante", dice. "Cuando uno piensa cómo mejorar la educación, tiene que pensar en cómo formar mejores profesores, y la pregunta es qué debemos enseñar, cómo debemos hacerlo, y cómo vamos a formar profesores para hacerlo. Y para eso hay que entender cómo aprenden los niños. La ciencia no ha entrado en la discusión, y tiene que entrar".
–¿Qué deberían saber los profesores chilenos sobre neurociencia?
–Que no todos los estudiantes son iguales. Hay tres tipos de personas, que captan de forma distinta la información: las visuales, que reciben la información a través de las imágenes, y eso define su comportamiento; las auditivas, el típico alumno que murmura en la prueba porque está repitiendo lo que escribe; y las kinestésicas, que asocianlo que aprende a emociones, y siempre son las más inquietos, están buscando asociar a emociones buenas o malas las experiencias en el aula.
Por eso, las clases no pueden ser visuales, auditivas o kinestésicas, tienen que ser mezclas. Con los visuales es fácil, porque con una buena diapositiva llegas a ellos. Con los auditivos tienes que hablar muy alto, moverte por la sala, hacerle sentir que le hablas a él en particular, cambiar el tono, contar chistes, anécdotas, cosas que los auditivos pueden anclar; y a los kinestésicos tienes que forzarlos a hacer actividades. Yo todo esto lo aplico en mis clases, y hace la diferencia. Y es fácil distinguirlos: los auditivos al pensar tienden a mirar hacia los costados, los visuales hacia arriba, y los kinestésicos hacia abajo, lo que está asociada a las zonas del cerebro que más utilizan.
–¿En otros países están instauradas estas nociones?
–Hay una investigadora que trabaja en Canadá, Adele Diamond, que hizo un experimento pionero en el mundo, durante el gobierno de Bush. En todo EE.UU. se construyeron colegios preescolares, todos idénticos, y se dividieron entre dos programas de estudios: uno llamado herramientas de la mente, que desarrollaba habilidades cognitivas básicas –autocontrol, memoria y flexibilidad cognitiva–, y otro diseñado por profesores, que detallaba el contenido académico, como el programa chileno. Después de dos años, el primero resultó superior por mucho, y la mitad de la gente que había optado por el académico se cambió. Luego recibió el premio de la Unesco como el mejor programa de educación preescolar existente, y enseñaba sólo esas tres habilidades cognitivas, las tres básicas que tiene que desarrollar el cerebro para encontrar soluciones.
El académico, luego de años tratando de instalar el tema, dice que lo único que ha encontrado es un programa de capacitación en neurociencia que dicta la Facultad de Medicina de la U. de Chile, pero nada de eso se ha traducido en un cambio en los colegios. “¿Qué demostró Diamond? Que a los niños pequeños, más que enseñarles conocimientos, hay que enseñarles habilidades, y tú puedes generar un profesor muy capacitado en ciertas materias –las que evaluaba la prueba Inicia–, pero que desconoce completamente qué habilidades tiene que formar para que ese conocimiento sea útil”, dice. “Hoy, los profesores tratan de desarrollar este conjunto de habilidades porque les dicen que lo hagan, pero no entiendan por qué son importantes, y eso diluye el esfuerzo. Estas cosas hay que enseñarlas en Pedagogía. El problema es que los conocimientos de neurociencia en los países desarrollados están recién introduciéndose, y estamos todavía muy lejos”.
LA IMPORTANCIA DE MEMORIZAR
Fue hace siete años. Al primero que se lo dijo fue al rector del colegio Saint Gaspar, al que van sus hijos. Quería probar qué pasaba si enseñaba a los profesores cómo distinguir la forma en que aprendía cada alumno, o bien cómo dar clases a cada cerebro. El programa piloto, que al principio encontró reticencia de parte de los docentes, pero que a través de charlas y talleres fue ganando adeptos, mostró resultados: en ese periodo, el colegio subió 40 puntos en la PSU. A partir de 2013, cuando le pareció que los docentes sabían lo necesario –y los test eran aplicados con continuidad a todos los alumnos–, empezó a enseñarles neurociencia a los apoderados.
Entonces coincidió: tenían que decidir qué tipo de difusión iban a realizar para cumplir con los requisitos de financiamiento de su grupo Nemesis, y la U. de Chile, por su aniversario 170, había armado un programa en que 170 académicos apadrinarían a 170 liceos municipales. Chiong, junto a la tecnóloga médica Alejandra Espinosa, también del grupo, decidieron intervenir el Liceo Arturo Alessandri Palma. La idea era replicar la experiencia del Saint Gaspar, pero los científicos tuvieron que adaptarse: por el bajo nivel que encontraron en las clases de ciencia del liceo, decidieron dedicar el primer año a hacer charlas sobre método científico, uso de herramientas científicas en internet, y nutrición. La idea era comenzar en 2015 a introducir conocimientos de neurociencia, pero las movilizaciones estudiantiles y el posterior paro de profesores no los han dejado. También, dice Chiong frustrado, la reticencia que nota en muchos docentes y apoderados para asimilar cambios, y el alto nivel de rotación, que no les permite ir construyendo sobre lo ya enseñado.
–¿Cuesta convencer sobre la importancia de las herramientas cognitivas?
–Los apoderados reclaman porque sus hijos tienen que aprender de memoria, cuando internet les da acceso a toda la información. Pero eso es algo previo al conocimiento. No es que tengan que aprender de memoria esa materia, sino que tienen que aprender a memorizar, lo que sea. Es una habilidad básica del aprendizaje: para que una persona sea capaz de resolver problemas complejos, tiene que tener una elevadísima capacidad de manejar memoria. Y el cerebro tiene dos tipos de memoria, la de largo plazo, que se almacena en la corteza, como un disco duro, y la de trabajo, que equivale al RAM del computador. Mientras más grande sea tu memoria RAM, puedes manejar más información y enfrentar un problema desde muchos puntos de vista. Esa memoria se entrena, no existe cuando naces, se adquiere. Al niño que viene de cero tienes que enseñarle los comandos operativos de su cerebro, con las asignaturas, y a los más pequeños, a través de los juegos.
–¿Hasta qué punto van a insistir con esto?
–Vamos a seguir insistiendo en una intervención profunda. Queremos ampliarlo, pero se requiere ayuda, algo sistemático, que sea un factor de cambio. Va a ser difícil que los profesores empiecen a usar de la noche a la mañana neurociencia en el aprendizaje, pero yo me quedo tranquilo con que sepan que hay herramientas muy importantes que pueden aprender. Si logramos formar un núcleo de gente preocupada por eso, habremos hecho una gran contribución. Si no creas la necesidad, no va a haber cambios. Ésa es nuestra labor.