Estambul. Viernes 18 de diciembre de 1926. Arda sale raudo de su trabajo en dirección al Balik Pazari, su más adorado mercado de pescados. No es rico, pero dada la importancia de la fecha, no escatima en gastar una buena suma de dinero para llegar con un opíparo banquete para su familia. Consigue refinadas bebidas, adornos y artículos pirotécnicos. Nada puede faltar un día tan importante. Pasada la medianoche, llegaría el nuevo año. Arda quería esperarlo con alegría. Pensaba que el ánimo con el que lo recibiera sería el mismo con el que el año, posteriormente, los acompañaría. Claro que era extraño. No le gustaba demasiado la decisión del gobierno, pero era un simple empleado de ferrocarriles y nada de eso estaba en sus manos. Era 18 de diciembre. No habría 19. Ni 20. Al día siguiente sería primero de enero de 1927, pero más que quejarse por los 13 días arrebatados, más que entrar en discusiones científicas o epistemológicas, era hora de celebrar.
Oscilaciones, no marquen las horas
La medición del tiempo en la Tierra está dominada por distintos procesos periódicos que encontramos en la naturaleza: la rotación de la Tierra en torno a su eje (el día), la órbita de la Luna en torno al planeta (el mes) o la órbita terrestre alrededor del Sol (el año). Cada uno de estos ciclos de tiempo regula nuestro comportamiento social y biológico, por lo que el desarrollo de un buen calendario reside en su capacidad de incorporarlos. Particularmente los más críticos, el día y el año. El primero marca nuestros hábitos de actividad, sueño y alimentación, que se repiten en consonancia con la rotación de la Tierra. El segundo organiza los ciclos agrícolas, y nos permite prever los cambios climáticos estacionales. El ciclo lunar tiene menos relevancia, y por eso está presente en mucho menor medida en nuestro calendario.
Para otros lapsos de tiempo utilizamos fenómenos periódicos artificiales: péndulos, vibraciones de cristales de cuarzo o oscilaciones en procesos atómicos. El segundo, por ejemplo, que es el la unidad de medida de tiempo más estándar, se define como 9.192.631.770 oscilaciones de la onda electromagnética que emite un núcleo de cesio 133 en ciertas condiciones que no vale la pena describir aquí.
Desafortunadamente, los periodos naturales que observamos no son unos múltiplos de otros. El año no es igual a un número entero de días, sino que tiene una duración de 365 días, 6 horas, 9 minutos y 10 segundos, mientras el período lunar es de 27 días, 7 horas, 43 minutos y 12 segundos. Un día, por otra parte, tiene una duración promedio de 24 horas y 0,002 segundos. Todos estos números son en realidad promedios. Distintos fenómenos astrofísicos hacen que no todos los años sean exactamente iguales, ni todos los días. Peor aún, incluso los promedios cambian lentamente con el tiempo. El día terrestre, por ejemplo, se alarga en aproximadamente un segundo cada 600 mil años. Pretender, por lo tanto, un calendario perfecto, es como pretender dividir perfectamente un metro en pulgadas, y con la complicación adicional de tratarse de pulgadas que no miden lo mismo todos los días.
¿Cuánto dura un año?
Ni siquiera el paso de este año que, como Arda, celebramos con tanta alegría y expectación, posee una definición carente de sutilezas. El ciclo estacional terrestre no tiene exactamente la misma duración que el tiempo que demora la Tierra en dar una vuelta completa en torno al Sol, y que llamamos año sideral.
El origen de las estaciones está en la inclinación del eje terrestre respecto del plano de su órbita. A fines de diciembre, en el solsticio de verano del hemisferio austral, el Polo Sur está inclinado hacia el Sol, permitiendo que la radiación incida en esa mitad del planeta más directamente, capturando así más energía radiante. Las noches australes son más cortas y el polo permanece siempre iluminado. Luego, en marzo, llega el equinoccio de otoño. Allí la inclinación del eje es transversal al Sol, por lo que todo el planeta tendrá noches y días de igual duración, mientras los rayos solares caerán perfectamente perpendiculares al mediodía sobre la línea ecuatorial. Más tarde llegará el solsticio de invierno, luego el equinoccio de primavera hasta cerrar el ciclo con un nuevo solsticio de verano. ¿Cuánto dura el proceso? Curiosamente, dura 20 minutos menos que el año sideral. Lo llamamos año tropical, y es el año del que lleva registro nuestro calendario. Esto es deseable, ya que son las estaciones las que regulan nuestro comportamiento y de las que queremos llevar registro. A pesar de que 20 minutos no parece mucho, en un lapso de 72 años, dos calendarios basados en años siderales y tropicales tendrán una discrepancia de un día.
El año tiene una duración de 365 días, 6 horas, 9 minutos y 10 segundos, mientras el período lunar es de 27 días, 7 horas, 43 minutos y 12 segundos. Un día, por otra parte, tiene una duración promedio de 24 horas y 0,002 segundos. Todos estos números son
en realidad promedios.
La razón de esta diferencia está en que el eje terrestre no mantiene una dirección constante. Además de girar en torno a su eje, el eje mismo oscila dibujando un círculo en un tipo de movimiento llamado precesión, similar al que experimenta un trompo. El eje de la Tierra dibuja un círculo completo en una lapso de 26 mil años. Si miramos el sistema solar desde el norte, veremos que tanto la rotación de la tierra como su traslación transcurren en contra de las manecillas del reloj. El círculo que dibuja el Polo Norte en su precesión, en cambio, va en la dirección opuesta. Con un sencillo diagrama, podrá comprobar que comenzando en el equinoccio de primavera, la precesión acelera el tiempo en que el eje de la Tierra vuelve a quedar transversal al Sol, haciendo al año tropical un poco más corto.
Un calendario más perfecto
Antes de que Julio César entrara en escena imponiendo lo que hoy conocemos como calendario juliano, los romanos utilizaban un calendario lunar. El ciclo lunar es un poco más largo que el tiempo que demora nuestro satélite en dar una vuelta alrededor de la Tierra. Esto se debe a que el movimiento de traslación de la Tierra retrasa el momento en que ésta, el Sol y la Luna quedarán dispuestos de igual forma. Así, entre dos lunas llenas transcurren en promedio 29 días, 12 horas, 43 minutos y 12 segundos. El calendario romano intercalaba meses de 29 y 30 días, de modo de sincronizarse con las fases lunares. Este calendario sólo tenía 355 días, por lo que no podía sincronizarse con las estaciones del año. Para enmendarlo, se insertaba un mes de 22 o 23 días cada dos años. La imperfección del sistema hacía que la duración de este mes debiese ser modificada discrecionalmente por un grupo de sacerdotes, quienes solían aprovechar políticamente el poder que tenían en las manos, modificando el calendario con motivos más políticos que astronómicos.
Julio César abolió el calendario lunar el año 46a.c.. Se dice que encontró inspiración en sus incursiones en Egipto, en donde se había adoptado un calendario solar. Particularmente en sus largas conversaciones con su legendaria amante, Cleopatra VII. Es así como alargó los meses, terminó la sincronización con el ciclo lunar, y creó el calendario de 365 días que conocemos hoy. Dado que el año tropical es un poco más largo, cada cuatro se debe agregar un día, el año bisiesto para así recuperar la sincronía.
En el siglo XVI, un Occidente profundamente cristiano se dio cuenta de que en los más de mil años que habían pasado desde la determinación del equinoccio de marzo para celebrar la Pascua, el aplazamiento había producido que el evento se estuviese haciendo en fechas erróneas.
Pero este truco no era absolutamente perfecto. Implicaba una duración promedio del año calendario unos 11 minutos más larga que la del año tropical. Esto inducía un corrimiento aproximado de un día cada 130 años. Parece poco, pero en el siglo XVI un Occidente profundamente cristiano se dio cuenta de que en los más de mil años que habían pasado desde la determinación del equinoccio de marzo para celebrar la Pascua, el aplazamiento había producido que el evento se estuviese haciendo en fechas erróneas. Para recuperar la sincronía, el Papa Gregorio XIII ordenó quitar 10 días del calendario, además de adoptar una nueva regla. No todos los años que sean divisibles en 4 serán bisiestos. Aquellos divisibles en 100 pero no en 400, como 1900, no lo serán. Así, el año calendario promedio se acercaba mucho más al astronómico.
El calendario gregoriano fue rápidamente adoptado por el mundo cristiano. Evidentemente, los que demoraron más en adoptarlo, tuvieron que remover más días al hacerlo. Si Gregorio removió 10 en 1582, en 1926 ya había 13 días de discrepancia con el juliano.
Es así como Arda partió un 18 de diciembre de 1926 a su casa en Estambul, a esperar el primer Año Nuevo turco que se celebraría con el calendario gregoriano.