Son ocho cajas blancas, cada una de no más de 20 centímetros de largo por 10 de ancho. Y ninguno de los 40 jóvenes científicos que se encuentran desde el día anterior en el Parque Tantauco, de entre 14 y 18 años, logra descubrir qué tienen adentro.
La profesora a cargo, Joyce Maturana, intenta persuadirlos de que ocupen el método científico para elaborar hipótesis respecto de su contenido. Que la tomen, que la hagan sonar, que vean si reacciona a ciertos estímulos. Que la huelan. Sin wi-fi ni celulares que los puedan ayudar, tienen que echar mano a sus conocimientos para descubrir qué hay en su interior, rodeados de un paisaje verde compuesto de coigües, olivillos y cipreses que se multiplican hasta el límite de la capacidad del ojo humano.
Son las 11.45 de la mañana del jueves 3 de marzo y los niños están desesperados. No pueden seguir sin saber qué hay adentro. Intentan adivinar, pero los monitores no les hacen caso. Ensayo y error, ensayo y error, les repiten.
Es el primer desafío que deben enfrentar durante los doce días que estarán en el campamento Kimlu, organizado por la Fundación Ciencia Joven y Bayer. Porque del 2 al 12 de marzo, los 25 chilenos y 15 argentinos se desconectarán del mundo para comenzar su carrera de científicos. Esta vez, fuera del laboratorio.
No queremos ser mateos
En mapudungun, Kimlu significa conocimiento. Y esto fue lo que, en un principio, motivó a Óscar Contreras (26) desde que salió del Colegio Salesiano Valparaíso y luego entró a estudiar Bioquímica a la UC de la misma ciudad, para seguir la carrera científica. Durante tercero y cuarto medio se dedicó a buscar moléculas antibacterianas para una universidad privada, lo que lo entusiasmó con seguir ese camino. Pero, a medida que fue pasando los cursos en su carrera, se dio cuenta de que vocación estaba más ligada a la formación de talentos jóvenes y a la difusión de la ciencia que a estar encerrado en un laboratorio.
Marjorie Parra, hoy directora de Educación de la fundación, fue su profesora de ciencias durante la enseñanza media, y fue la responsable de inculcar en Contreras la idea de que el aprendizaje iba más ligado a atreverse y equivocarse, que a memorizar contenidos en una sala de clases. Ella le mostró la importancia de los errores, de la evidencia empírica.
“Siempre me ha interesado encontrar una forma en que los científicos puedan retribuirle a la sociedad lo que esta les ha dado. Yo fui uno de estos chicos que participaban en congresos y hacían investigación cuando estaba en el colegio. Y me gustaba este modelo de tomar gente y llevarla a un campamento y trabajar, bien gringo, que no existía en mi época en Chile. Quería sacar a la ciencia del laboratorio”, explica Contreras, mientras los niños definen qué buscarán en el primer trekking que harán por el parque al día siguiente.
Un año antes de terminar el pregrado, en 2011, Contreras no se puso a buscar cómo continuar sus estudios, o la posibilidad de hacer un doctorado en el exterior, como hacía el resto de sus compañeros. Llamó a la profesora Parra y la invitó a formar la Fundación Ciencia Joven, con el fin de realizar campamentos científicos en Valparaíso. Así comenzaron con las primeras salidas. Primero en el Parque La Campana de Valparaíso, luego en Tierra del Fuego el año pasado, y a Tantauco en 2016. Al mismo tiempo, en 2014 formaron una alianza con Google para realizar academias científicas en Quilicura.
Contreras se preocupa de recalcar que “era un chico como ellos”. Chicos como él son, por ejemplo, Tomás Mattamala (18), a quien también una profesora, junto a unas piedras de yodo, le cambió la vida. Iba en quinto básico cuando la “tía de Ciencias” de su colegio en La Cisterna —él vivía en la población La Bandera— los llevó por primera vez a un laboratorio. Ahí hundió las piedras en agua, las que cambiaron de color. Tomás, que se reconoce como un niño inquieto, pudo centrar su curiosidad ahí y hoy se prepara para entrar, este año, a estudiar Medicina en la USACh. “Las escuelas de verano de la Universidad de Chile fueron muy importantes en ese sentido. Encontré gente con mis mismos intereses, pude hacer amigos que no tenía en el colegio. Cosas como el silencio en clases eran sorprendentes”, explica uno de los actuales campers, como se refieren a ellos los monitores, que también pasaron por un proceso de selección online.
En el otro extremo de Santiago, pero con los mismos intereses, vive Catalina Saini (17), quien también quiere estudiar Medicina y postuló, con éxito, al campamento. Para ella, lo que cambió su forma de ver las cosas fue un viaje que hizo a Boston en segundo medio, a un curso de Biología Intensiva en Harvard. Fue allá donde sintió que quedarse sólo con las notas era muy conformista, ya que el colegio, según ella, sólo le entregaba una forma de conocimiento. “El colegio es muy limitado. Cuando era chica me importaban mucho las notas, y luego me di cuenta de que había cosas mucho más trascendentes”, dice la alumna del Santiago College.
Según Contreras, la idea es que en Kimlu se junten niños de todos los orígenes y que se enfrenten a otras realidades que les son ajenas. Por lo mismo, este año decidió extender aún más el horizonte, invitando a 15 niños de Argentina.
Entre ellos destaca Santiago Aranguri (14). Un día su padre, bombero, le contó que todos los días en Argentina se perdía una persona. Santiago, que aprendía a programar con tutoriales de internet, vio ahí una posibilidad de ayudar a través de su pasión. Decidió crear una aplicación que contuviera una red de personas extraviadas, donde otras personas podían reportar sus casos y aportar antecedentes. La app Personas perdidas, disponible para Android, tiene más de mil descargas. Con ella, incluso, pudo actualizar las cifras de su papá: hoy en Argentina, gracias a Santiago, se sabe que se pierden entre tres a cuatro personas diariamente. Ahora quiere hacer lo mismo, pero con los veteranos de la Segunda Guerra Mundial. “Me interesa mucho rescatar sus historias, contadas por ellos mismos”, explica.
Sofía Camussi (18), por su parte, se prepara para entrar a estudiar Licenciatura en Matemática y, paralelamente, en Filosofía. La rosarina — “como Messi”, aclara — ha sido asistente regular a los campamentos científicos de Argentina, pero también le ha tocado viajar a Dinamarca y a Estados Unidos. Fue a la vuelta de uno de estos viajes donde se dio cuenta, como Catalina, de que su vida quedaría definida por las notas que obtuviera en el colegio, tal como la de sus compañeros. Era finales de 2014 y TED extendía la invitación a los argentinos para dar una charla. Ella, sin pensarlo, postuló. Hoy su presentación “No soy un 7”, donde cuestiona el modelo de educación actual, tiene más de 100.000 visitas en YouTube. “Lo que yo planteo es tomar decisiones en base a lo que te guste, no a las notas. Por eso el aprendizaje que adquieres en este tipo de campamentos es muchísimo mayor que el de años y años de secundaria”.
Al respecto, Marjorie Parra se declara optimista. Cuenta que, en los mismos talleres de perfeccionamiento docente que la fundación realiza, se ven profesores con ganas de actualizar sus métodos de enseñanza, pero que aún falta. “Todavía hay muchos docentes insertos en una didáctica tradicionalista, donde lo único que importa es el contenido, y el estudiante ya no se conforma con eso. Lo que intentamos mostrar con Kimlu es que son ellos quienes construyen las ideas”, explica. “Los profesores solamente somos guías hacia el descubrimiento del conocimiento”.
El de Tantauco es sólo el campamento insignia. Aparte, hacen salidas anuales para profesores de ciencia y talleres en colegios. De hecho, el año pasado llevaron a más de 100 niños a investigar la biodiversidad a lugares como el Cajón del Maipo.
Científicos empáticos
Pasa la hora dispuesta para que los jóvenes hagan sus experimentos. Los profesores les piden que designen a un líder para que hable por cada grupo, en la primera discusión de la jornada. Esto porque, en su mayoría, han sido presidentes de curso, han representado a sus colegios en olimpiadas de ciencia y matemática o, incluso, dado charlas para miles de personas.
A diferencia de cualquier sala de clases de cualquier colegio, aquí todos quieren hablar.
Van de a uno contando qué lograron obtener y colando preguntas, a ver si logran adivinar. ¿Todos los grupos tenemos lo mismo?
Al final, la desilusión. Joyce Maturana les dice que, como sucede con muchos científicos, la ciencia es una disciplina donde muchas veces tendrán que enfrentarse a lo desconocido, sin mucha posibilidad de chequeo. Ocupando el ejemplo de Albert Einstein, que murió sin comprobar su teoría sobre las ondas gravitacionales, les explica que el conocimiento es una construcción modificable a través del tiempo en base a la evidencia. Como para que se vayan acostumbrando.
Consciente de la necesidad del país de formar científicos líderes que puedan, a futuro, influir en la agenda del país y pararse de igual a igual ante otros profesionales para defender las políticas científicas, el “curso” contempla un currículo paralelo al científico: el de liderazgo. Porque, si bien en un inicio los campamentos se focalizaron en desarrollar competencias científicas, con el tiempo Contreras entendió que los conocimientos específicos no eran tanto el problema. “Nos dimos cuenta de que teníamos que comenzar a desarrollar jóvenes científicos con posiciones de liderazgo en la sociedad. Porque no existen en Chile científicos que se preocupen tanto del rol de la ciencia en el país como para salir a defenderla fuera del laboratorio. Falta generar figuras”, explica Contreras, director ejecutivo de la fundación, que ya ha tenido a más de 2.000 jóvenes en sus campamentos, de los cuales el 98% estudia carreras científicas en universidades chilenas, pero también en Brown y Harvard.
Finalmente, los jóvenes presentaron los resultados de sus investigaciones del tipo “Análisis comparativo de hidratación entre bebidas isotónicas y aguas en condiciones de trekking”, pasando por “determinación de adaptaciones fotosensibles en Blechnum magellanicum” hasta “Estudio de la relación entre el cansancio físico y el desempeño lógico-racional y atención del individuo”.
Contreras dice que Kimlu recién comienza. Todos los participantes ingresaron a la red de Ciencia Joven y serán monitoreados por diez meses por ex campers para que cumplan tres metas que ellos mismos definieron en Chiloé. Desde entrar a una carrera universitaria hasta objetivos más personales.
Incluso, subir las notas.