Por Nicolás Alonso Marzo 22, 2016

Lo que vio la astrónoma Erika Labbé hace veinte años, cuando acercó por primera vez sus ojos al lente de un telescopio, un aparato anticuado que habían instalado en la cancha de rugby de la Universidad Técnica Federico Santa María en Valparaíso, no fue nada extraordinario, pero le cambió la vida. Lo que vio esa mañana, en su primer año de Física, en una generación donde todos serían ingenieros y sólo ella astrónoma, era lo que se suponía que iban a ver: el más popular de los planetas de nuestro sistema, Saturno y sus anillos. Pero asomar la vista al lente y verlo allí, danzando en la oscuridad, cuenta hoy, fue como si una abstracción se transformara en un objeto físico. Como si un viejo cuento que le contaron de niña de pronto fuera cierto.

–Fue la primera vez que lo vi y puede sonar estúpido, porque yo ya quería ser astrónoma, pero al verlo allí con mis propios ojos… sentí que mi cerebro por primera empezó a creer en su existencia. Ya era vieja, estudiaba Física, sabía que existía Saturno. Pero verlo es distinto, es una epifanía.Bibloteca ciegos-2

La astrónoma, a sus 40 años coordinadora de difusión del Nucleo de Astronomía de la Universidad Diego Portales, se había interesado por las estrellas como tantos niños que crecieron en los 80, luego de ver una retransmisión que la televisión chilena había dado de la primera Star Wars. Esa noche, se había quedado afuera de su casa sintiendo el vértigo de mirar para arriba y por primera vez comprender la profundidad del espacio. Esa visión, y más tarde la de Saturno, fueron las dos que la convencieron, dice, de estudiar astronomía, la más visual de las ciencias.

–La visión es la herramienta que usamos para aprenderla, para enseñarla, para investigarla. Por eso, cuando decidimos hacer esta charla me dije qué voy a hacer. Teníamos temor de que algo se nos pasara y no lográramos  transmitir nada de lo que queríamos a los niños.

Cuando dice eso, es viernes por la mañana y acaba de terminar de hacer una charla en Bibliociegos, una biblioteca especial en Providencia, en donde una docena de niños ciegos han intentado por primera vez comprender la forma que tiene una nebulosa, dimensionar la distancia entre los planetas del sistema solar o entender el tamaño del sol. La charla, llamada “Formación estelar y planetaria: Cómo nació nuestro hogar”, organizada por Conicyt por la celebración del Día de la Astronomía, ha sido un recorrido clásico por la historia del sistema solar, pero también un ejercicio más complejo: durante una hora y media, la astrónoma Erika Labbé, junto a su colega croata radicada en Chile Kora Muzic, han intentado que un puñado de chicos con ceguera total y parcial sean capaces de pasar de la abstracción a la realidad lo que llamamos cosmos, sin haberlo visto.

Lo primero que han dicho ha sido esto: “Hoy vamos a invitarlos a conocer un mundo que nosotros los videntes tampoco conocemos mucho”, y luego les han explicado que la mayor parte, casi toda la información a la que accedemos sobre los orígenes del universo, llega a nosotros a través de ondas que nadie puede ver, invisibles a los ojos humanos, pero capaces de atravesar el polvo cósmico. Los alumnos, sentados alrededor de una pequeña biblioteca con algunos volúmenes de literatura infantil en braille, han respondido ansiosos a cada intervención, y varios han dicho que les gusta la astronomía, aunque nunca antes han tenido una charla parecida a ésta. Bibloteca ciegos-3

–Hacer una charla así no es fácil, no es que los astrónomos no lo hagan por flojera. Pero en base a esta experiencia podemos decir que tampoco es imposible. En la medida que le vayamos dando a la ciencia la importancia que tiene como país estas instancias van a ir surgiendo, pero sí es relevante que incluyamos a todos, no sólo a los que pueden subirse solos.

Durante la charla, las astrónomas van pasando distintos materiales que en los días previos se juntaron a imaginar y construir. Telescopios a escala hechos de papel, idénticos a los modelos de ALMA. Bolas de algodón de distintas formas, que los niños palpan para entender las etapas de una nebulosa. Discos planetarios hechos con relieve, donde han pasado sus dedos para entender cómo son las órbitas de los cuerpos en el espacio. Un largo sistema solar, hecho con hilo y planetas de plumavit a escala, ha pasado de mano en mano por la sala, y algunos alumnos han dicho que no imaginaban que los planetas estuvieran tan lejos uno de los otros, o que fueran tan distintos. Lo más impresionante, y lo más sencillo, al final: una gran pelota de ejercicio, comparativamente del tamaño del sol respecto a los otros planetas, ha dejado a los niños con la boca abierta.

Más tarde, las astrónomas dirán que quieren llevar la experiencia más allá: que van a postular a fondos para poder ir a colegios para ciegos, y que quieren adaptar la página web del Núcleo de Astronomía para que la puedan revisar personas que no ven. También que están pensando cómo acceder a impresoras 3D para empezar a construir objetos más precisos de las infinitas formas del universo, para que otros astrónomos ciegos las puedan mirar.

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