Gregg Maryniak recuerda haber tenido quizás diez años y abrir todos los meses revistas como Mecánica Popular. En ellas solía encontrar esos dibujos del futuro, de las tecnologías que cambiarían la vida del ser humano. “Era común ver algo sobre la energía solar, leer sobre una innovación que la haría diez veces más barata y todo eso sucedería en un año”, comenta Maryniak al teléfono desde St. Louis. “Pero eso no ha pasado… Yo soy un escéptico de los fanáticos religiosos de la energía solar”.
Pero hay algo que, en los últimos años, ha cambiado. Algo que lo hace pensar que ya estamos cada vez más cerca de un momento de cambio fundamental en cómo se produce la energía. De eso estará hablando Maryniak en la SingularityU Chile Summit 2016, un evento que se realizará el 26 y el 27 de abril en el CA 660, organizado por BeSTinnovation.
“Yo tengo exactamente la misma edad de la celda solar moderna”, dice Maryniak, quien encabeza el área de Energía y Medioambiente en Singularity University. “Pero lo que ha sucedido ahora es que el costo de las celdas solares ha bajado 200 veces desde 1977. Es un número increíble y en los últimos cinco años el cambio ha sido profundo”.
En Chile, la charla de Maryniak detallará estos cambios y los pondrá en el contexto de lo que, según él, puede ser una nueva revolución casi tan importante como la revolución industrial. “El mundo en que vivimos está definido por la innovación en la energía, algo que sólo comenzó hace alrededor de 200 años, cuando la humanidad desbloqueó el poder de la energía que existe guardada en los combustibles fósiles”, explica Maryniak, quien dice que en esta nueva etapa el hombre logrará, de la misma forma, desbloquear las energías obtenidas del sol, incluida la energía eólica.
“Tenemos un premio muy importante que es para crear productos comerciales de los átomos de carbono que están siendo emitidos a la atmósfera para hacer electricidad. Esto nos ayudará durante este periodo de transición en que seguiremos usando combustibles fósiles”.
Este cambio estará marcado por dos desarrollos tecnológicos, de acuerdo al científico. “Nosotros estamos muy interesados en estos aspectos: la capacidad de conectar a la red la energía y la capacidad de almacenarla. Estas dos cosas te permitirían usar renovables en cualquier momento y es donde creo que las principales innovaciones técnicas sucederán”, comenta el estadounidense. “Ya estamos muy cerca de poder pasar de obtener nuestra energía de quemar cosas a obtenerla directamente del sol. Estamos casi en este momento donde daremos este giro”.
Pero Maryniak no sólo se dedica a hablar de esto. A través de una organización que creó con una serie de innovadores como él, intenta fomentar distintos desarrollos tecnológicos en este sentido. Se trata de la Fundación X Prize, la que, ofreciendo premios de dinero, ha impulsado a cientos de personas a competir para lograr metas como llevar a un hombre al espacio o limpiar los océanos.
UNA COMPETENCIA PARA VOLAR
En 1919 el empresario hotelero Raymond Orteig ofreció US$ 25.000 —el equivalente actual a casi US$ 350.000— al primer aviador que lograra volar, sin detenerse, entre Nueva York y París. Muchos lo intentaron, pero el que primero lo logró fue Charles Lindbergh, en la aeronave Espíritu de St. Louis.
“Un año después de su vuelo, el número de pilotos en Estados Unidos se triplicó”, explica Maryniak. “Las licencias de aeronaves en el país se cuadruplicaron y, luego de 18 meses del primer vuelo, el número de personas comprando boletos para vuelos comerciales aumentó treinta veces. ¡Treinta veces, imagínate eso!”.
La historia de Lindbergh demuestra el impacto que una competencia puede tener en la sociedad y es lo que inspiró al equipo encabezado por el emprendedor Peter Diamandis a utilizar este mismo método para fomentar innovaciones tecnológicas. Gregg Maryniak fue uno de los cofundadores del proyecto en 1995 y es, hasta hoy, secretario de la fundación, la que cuenta con un directorio integrado por célebres innovadores como Larry Page, Elon Musk y Ratan Tata.
La primera iniciativa —el Ansari X Prize para Vuelos Espaciales Suborbitales— ofreció US$ 10 millones a quien lograra crear y volar un vehículo capaz de llevar a tres pasajeros cien kilómetros hacia el espacio.
Luego de esa experiencia, han organizado competencias para construir autos supereficientes, sistemas para limpiar el petróleo de los océanos, cohetes pequeños y eficientes y sistemas para monitorear la salud de las personas, entre otros temas.
“Todos descendemos de humanos que eran competidores. Hay algo en la competencia que genera pasión entre la gente”, explica Maryniak. “Nos relacionamos con ella, es algo que nos parece familiar. Y nos hace ir más allá, intentar dar más y ser más fuertes”.
El secretario de la Fundación X Prize dice que, quizás con la excepción de temas demasiado costosos y de largo plazo, este tipo de competiciones funcionan muy bien, especialmente si se abren a todos los innovadores del planeta.
“Hay un ejemplo de una competencia que se organizó en el Reino Unido, el Premio Kremer, creado en 1959, para quien lograra volar impulsado por fuerza humana”, dice Maryniak. “Al principio, sólo se ofreció al Reino Unido y a otros países de la Commonwealth y nadie lo ganó por varios años. Pero luego se abrió al resto del mundo y una persona en Estados Unidos, Paul MacCready, lo ganó en poco tiempo”.
Después del éxito de la primera versión del X Prize, la NASA se acercó a la fundación para imitar este sistema. “Nos pidieron que los ayudáramos para ver si ellos podían hacer este tipo de competiciones”, recuerda Maryniak. “Lo hicieron porque, de hecho, su presupuesto no es tan grande;y su presupuesto para experimentar en los márgenes es aun menor”.
La competencia creada por la NASA sería bautizada como Centennial Challenges y ha permitido avanzar en temas de robótica y aviación espacial.
“Si logras que todos jueguen tu juego, esto se transforma en algo muy poderoso”, dice Maryniak. “Llevo veinte años trabajando en esto, y creo que es un camino poderosísimo para lograr innovación técnica y funciona muy bien en toda la humanidad”.
UN JUEGO QUE NO SUMA CERO
A mediados de 2010, una veintena de equipos de técnicos y científicos se reunieron en el óvalo de carreras Michigan International Speedway, a una hora y media de Detroit. La recompensa que los motivaba a estar ahí eran US$ 10 millones para quienes crearan los mejores autos eficientes.
“El premio era para un auto de cuatro personas que lograra al menos 100 millas por galón y, para dos personas, que pudiera hacer el doble de eso”, recuerda Gregg Maryniak. “Tenías que ser muy bueno para llegar a la final”.
Uno de esos equipos estaba formado por una sola persona, un mecánico muy talentoso, pero que no fue capaz de crear lo que llamaban una ‘caja dorada’, un dispositivo para medir en tiempo real la velocidad y otros factores relevantes. Esto era un requerimiento obligatorio para participar.
“Era el viernes en la noche y la gran carrera iba a ser el lunes. Varios de los equipos estaban sentados por ahí y alguien dijo algo así como ‘¿no es una pena que tal persona no vaya a poder competir el lunes?’”, recuerda Maryniak. “Después de un par de cervezas, uno de los equipos dijo ‘¿saben qué? Construyámosle una caja dorada... Será una mejor carrera si él está’. Y lo hicieron”.
Esto sorprendió a Maryniak y los organizadores, pero ha sido parte de lo que han aprendido. “Esto es un juego donde la suma y la resta no es igual a cero. Incluso cuando ayudar a tu competidor iba en contra de tus intereses, parece que la naturaleza humana tiene la idea de cooperación integrada en la competencia”, comenta el organizador del XPrize.
Esta lección es algo que también ha visto a mayor escala. “La competencia muchas veces la gente la ve como un juego de suma cero: si yo gano, tú pierdes. Pero eso no es cierto en la innovación. En la innovación si yo gano, todos ganan”, dice Maryniak. “En innovación, cuando tú aprendes cosas y compartes eso con los otros, muchas veces todos se benefician”.
En estos momentos, la fundación tiene abierto el premio más grande jamás creado, el Google Lunar X Prize, que dará US$ 20 millones al primer equipo que lance, aterrice y opere con éxito un vehículo en la Luna (además, se entregarán otros US$10 millones a otros competidores). Pero también hay competencias que Maryniak espera que permitan avanzar en temas energéticos y detener o mitigar el cambio climático.
“En estos momentos tenemos un premio muy importante, uno de los desafíos más difíciles, que es para crear productos comerciales de los átomos de carbono que están siendo emitidos a la atmósfera para hacer electricidad”, explica Maryniak.
En Estados Unidos, un 45% de las emisiones de dióxido de carbono provienen de la utilización de gas y carbón para generar energía eléctrica, algo que está descendiendo en este país, pero que se seguirá utilizando en países en desarrollo como China e India. “Este premio nos ayudará durante este periodo de transición en que seguiremos usando combustibles fósiles, el que podría durar el resto del siglo”, explica el científico.
Este tema, el de la energía y los desafíos que se asoman, es algo que apasiona a Maryniak, y él espera que su charla en Chile motive a otros a apasionarse también, para así buscar respuestas complejas y eficaces.
“Hay algunas personas que te quieren hacer creer que lo que debería hacer el mundo es usar menos energía, pero eso no es preciso y eso condenará a mucha gente, especialmente a gente pobre, a la pobreza perpetua”, dice Maryniak. “No necesitamos hacer eso, sólo necesitamos energía limpia.
Potencialmente podemos llevar a una gran cantidad de población que no tiene acceso a energía o riqueza —hay una correlación directa entre las dos cosas— fuera de la pobreza, sin dañar el medioambiente. Ese es el desafío para nuestra generación, para la gente del siglo XXI”.