La primera vez que Rodrigo Núñez, informático autodidacta de Chiguayante, había tocado un computador, había sido en la enseñanza media. En la casa que compartía con su madre, vendedora de ropa, nunca hubo uno, pero recortaba imágenes de las revistas y jugaba a ser experto en computación. De niño lo castigaban por desarmar los televisores y relojes de la casa, y había aprendido a seguir esos juegos con la imaginación. Luego había estudiado los libros de los sistemas operativos de la época, y se había puesto a hacer clases de computación en un ciber café de su ciudad. No había podido estudiar informática por no tener dinero, pero se había hecho cierta fama creando los sistemas de algunos hoteles, y había llegado a ser jefe de informática en una empresa de certificación laboral, que prestaba servicios a las empresas forestales, y luego había hecho su propia empresa, Modulo Net, y le había hecho sistemas a Arauco y a la Universidad de Concepción.
Su amigo Luis Oliva, de Concepción, informático autodidacta, también había tocado un computador por primera vez en la enseñanza media. Hijo de padre vendedor de retail y madre ama de casa, se había fascinado con dominar las cosas que oía que hacían los hackers, y había empezado a imprimir en el laboratorio de su liceo manuales para programadores. Luego había trabajado en un ciber café, y se había venido a Santiago a trabajar en una empresa de GPS y estudiar en el Duoc UC. Allí había inventado, para un concurso interno, un controlador de sensores, una caja pensada para la minería que medía condiciones atmosféricas y de polución, que sería la base de lo que harían.
Giovanni Palavecino también había sido un niño problemático en su casa por su tendencia a desarmar todo lo que llegaba a sus manos. Juguetes, secadores, televisores. Había decidido a los cinco años que quería ser médico forense, más tarde científico, y había terminado en Química y Farmacia de la Universidad Andrés Bello. En la iglesia metodista donde iba, en la comuna de San Bernardo, había conocido a Sebatián Robledo, otro niño que quería ser científico, que había terminado estudiando Electrónica en el Duoc UC, y se había fascinado con los robots. Al igual que Bastián Gómez y Mauricia Norambuena, los otros dos integrantes del equipo, que tenían también en sus mochilas, como todos, las herramientas y sensores que habían podido encontrar.
Esa mañana estaban por primera vez juntos, en el campus San Joaquín de la Universidad Técnica Federico Santa María, y el equipo ya tenía un nombre, Bad Boy. Esa mañana, la del 23 de abril, comenzaba el Space Apps Challenge 2016, el concurso organizado por la NASA en 71 países al mismo tiempo, y en las siguientes 36 horas tendrían que escoger una categoría, un desafío, y con lo que habían llevado armar un invento digno de ganar el certamen nacional. De lograrlo, quedarían en carrera para ser parte de los 25 elegidos para la competencia final, en que los mejores equipos del mundo se jugarían ser invitados al lanzamiento de un cohete en Cabo Cañaveral. Eligieron la categoría “Tierra”, y uno de los desafíos más raros, tal vez por ser varios del Sur: inventar un sistema computacional que ayudara a los arrieros en las montañas a pastorear su ganado. Que los guiara o les diera mejor información para poder hacerlo.
Tenían 36 horas para tener listo un prototipo, y en sus mochilas tenían placas madres, pedazos de computadoras, sensores de movimiento y temperatura, instrumentos de química, algunos pedazos de máquinas desarmadas, herramientas, sistemas de GPS, antenas, tornillos y tuercas. Era bastante difícil conseguirlo en tan poco tiempo, pero les pareció que lo que tenían que hacer era un robot. Ya que era un concurso de la NASA, uno como el Curiosity, que patrullaba Marte, pero para la Cordillera de los Andes. El primer arriero de metal.
Las 36 horas que siguieron, de las que sólo durmieron un par cada uno debajo de las mesas, fueron frenéticas. La primera idea era construir un robot capaz de vagar durante semanas por las montañas y regresar sobre sus pasos, mediante un sistema de GPS, con la información detallada del nivel de vegetación de los distintos puntos de la montaña. Un explorador, o lo que llaman una sonda. Pero también tenían en sus mochilas las herramientas para ser algo más ambiciosos. Con el paso del día, Bad Boy, como lo bautizaron, empezó a cargarse de herramientas: sensores de medición de humedad, infrarrojos para medir temperatura, un anemómetro para medir la velocidad del viento, cámaras de video y una batería de una semana de duración. Eso, y un algorítmico para medir la fertilidad de la tierra, en base a la humedad y a sus electrolitos.
–El robot tenía que saber química, básicamente –dice Giovanni Palavecino, el químico del grupo–. La idea es que sea capaz de hacerse una imagen a nivel químico del ambiente, humedad, concentración de suelo, estado del aire, luminosidad, tipo de flora, y mediante una mezcla de ciclos biológicos y químicos, traducir esa información para alguien que sepa muy poco.
El prototipo aprendió química, estuvo listo poco antes de que acabara la competencia mundial de la NASA, e impresionó a los jurados locales, una decena de ingenieros y científicos entre los que estaba el subsecretario de Telecomunicaciones, Pedro Huichalaf, que les otorgaron el primer lugar de la versión nacional del Space Challenge. Ahora están nominados en al categoría "Global", en donde un jurado de la NASA seleccionará a los 25 mejores proyectos de todo el mundo. Por mientras, el equipo ya está trabajando para mejorar el prototipo del robot, que ha evolucionado a una especie de estación atmosférica ambulante, con la idea de comercializarlo para la industria agrícola y forestal chilena.
–El robot puede medir la fertilidad de la tierra, decirle a la gente que cultiva dónde dejar descansar y dónde sembrar –dice el informático Rodrigo Núñez–. Es versátil. Puedes enviarlo a detectar los puntos de riesgo de incendio forestal, con sensores infrarrojos. También puede ser útil para monitorear la actividad de los volcanes, enviándolo a explorar los sectores con posible actividad. Depende de los sensores que le pongas, lo que será capaz de hacer. Nuestra idea es desarrollarlo para uso público, o de empresas, y ponerle lo que necesiten para distintas tareas.
Por ahora, el equipo de autodidactas está enfocado en mejorar la resistencia de Bad Boy y su sistema de GPS, para que sea capaz de volver a su punto de origen antes de agotar su batería. Entonces, dicen, trabajarán en una versión profesional, que sea capaz de vagar semanas en los territorios más inhóspitos del país, y volver a casa a contar lo que vio.