“En muchos aspectos, Chile tiene los mismos desafíos energéticos que el resto del mundo”, dice Michael Greenstone, director del Instituto Interdisciplinario de Políticas Energéticas y del Laboratorio de Energía y Medioambiente de la Universidad de Chicago, una soleada mañana otoñal y en medio de una rápida visita a Santiago.
La energía es la especialidad de Greenstone, que hizo noticia en febrero de este año, como uno de los autores del estudio que calculó que la mayoría de las personas en India pierden 3 años de vida por la contaminación del aire.
“Lo que yo hago es enfrentar los desafíos energéticos, ya sean chilenos o globales, a través de una herramienta con tres patas”, explica a Qué Pasa.
“La primera es cómo lograr acceder a fuentes baratas y confiables de energía. La segunda es cómo lograr ese acceso sin generar niveles de contaminación que afecten el bienestar de las personas, las enfermen o les acorten la vida. Y la tercera es cómo hacerlo sin empeorar el cambio climático. Es muy difícil encontrar algún país en el mundo que haya tenido éxito en esos tres objetivos, y la mayoría de las políticas energéticas sólo logran cumplir con dos de ellos.
—Parece difícil lograr ese equilibrio al corto o mediano plazo, pensando en que, aunque se ha avanzado en energías renovables, también se está avanzando en mejores formas de extraer energía del carbón, el petróleo y o el gas natural...
—Sí, somos buenísimos para encontrar petróleo.
—¿Significa eso que estamos condenados a las energías contaminantes?
—Los combustibles fósiles no van a desaparecer. Y asumir que estamos transitando desde el petróleo, el carbón y el gas a una forma más sustentable de energía global es tener más esperanza que razón. Pero, ciertamente, existen políticas públicas eficientes y bien enfocadas que apuntan a mejorar la ecuación entre energía, salud y cambio climático.
—Cuando habla de políticas específicas ¿se refiere a generar incentivos o regulaciones?
—Es muy improbable que el uso de fuentes fósiles disminuya sin políticas específicas. Porque los combustibles fósiles son engañosos: el petróleo, el carbón, el gas natural parecen formas de energía convenientes sólo cuando calculamos el costo privado de extraerlas, convertirlas en electricidad o refinarlas. Pero el cuadro es distinto cuando miramos su costo total, incluyendo, primero, cómo contaminan el aire que respiramos y cómo acortan nuestra esperanza de vida, y segundo, su efecto sobre el cambio climático. Cuando uno toma en cuenta todo eso, la ecuación cambia. Si logramos reflejar esos costos en el precio de la energía, nos vamos a empezar a alejar de las fuentes fósiles.
“No hay incentivos para las empresas que trabajan a partir de fósiles. Pero sí los hay para las personas, que hoy están pagando un precio por esa energía: más enfermedades, menos años de vida y los efectos del cambio climático”
—Pero cualquier demanda por incluir esos costos sociales en el valor de la energía terminará aumentando su precio. ¿Qué incentivos existirían para hacer más cara la cuenta de la luz o el precio de la bencina?
—Ciertamente, no hay incentivos para las empresas que trabajan a partir de fósiles. Pero sí los hay para las personas. De hecho, hoy las personas están pagando un precio por esa energía que no ven en sus cuentas ni en las bencineras, pero que están pagando con más enfermedades, menos años de vida, y a través de los efectos del cambio climático.
—Usted desarrolló una fórmula para visibilizar ese costo, y ha calculado los años que se pierden a raíz de la contaminación, y el alza de la mortalidad asociado al aumento de la temperatura por efecto del cambio climático.
—He investigado mucho sobre los efectos de la contaminación ambiental, más notablemente en China, que tiene niveles de contaminación del aire mucho más altos que Chile. Si China bajara sus niveles de contaminación y cumpliera con sus propios estándares, las personas vivirían más años. Calculamos que la contaminación del aire ha disminuido la esperanza de vida en China en unos tres años. Lo mismo pasa en India.
—Es bastante.
—¡Es mucho! Y lo que subyace a esos números es que hoy las personas están pagando los costos de la energía fósil. Y no es un costo invisible, porque la gente se da cuenta de que se está enfermando, pero no lo ve reflejado en sus cuentas.
—Sobre el cambio climático, tendemos a pensar que nos podemos adaptar a esos efectos, pero no pensamos que nos puede acortar la vida.
—Podemos adaptarnos, pero a un gran costo. Pensamos que el cambio climático aumentará la temperatura global en un par de grados Celsius, ¿no? A las personas les cuesta entender la magnitud de ese cambio porque piensan, que, en un día cualquiera, no hay gran diferencia si la temperatura es de 20 grados o de 22. Pero en realidad, lo que ese aumento de temperatura implica es que, además de templar el clima, vamos a tener muchos más días muy calurosos. Y esos días de calor extremo son los más problemáticos, porque causan problemas de salud. Es en esos días cuando aumenta la mortalidad, cuando se afecta la agricultura, cuando el sistema completo se estresa. Incluso, hay estudios que se refieren al aumento de la violencia en esos días de mayor calor.
—Si reflejáramos el costo social de la contaminación y el cambio climático en el precio de la energía, nuestras decisiones serían muy distintas y más o menos obvias, ¿no?
—Depende del lugar del mundo en el que tú estés. Hoy en EE.UU. las señales del mercado van contra la energía nuclear. Sería distinto si incluyéramos el costo social de los fósiles. Pero eso no va a pasar, a menos que se genere un cambio en las políticas energéticas.
—Lo que nos lleva a las fuentes renovables de energía...
—Se han hecho grandes progresos en energías renovables y su costo de generación ha bajado un poco. Pero, al mismo tiempo, se han producido grandes ahorros en la generación de energía fósil, y su costo ha bajado mucho a raíz del fracking.
—¿Qué otro problema enfrentan las energías renovables?
—El otro desafío que tienen es la intermitencia, y la dificultad para acumularlas. Y a menos que logremos grandes avances en baterías, que hoy son muy caras, ese costo seguirá aumentando.
—Considerando la rapidez del avance tecnológico, ¿no es posible que ese problema se resuelva más temprano que tarde?
—Hemos hecho grandes progresos en energía solar y habrá muchos más, eso tenemos que celebrarlo. Pero la tecnología no sólo avanza en un sentido: también puede facilitar procesos que no son buenos para el planeta. El fracking es un gran ejemplo de ello. El fracking es tecnología. Durante mucho tiempo, mucha gente sabía que había gas y petróleo en las rocas bituminosas, pero que era demasiado caro extraerlo, hasta que pusieron a un grupo de gente muy inteligente a resolver el problema, y lo lograron. Lo que hizo la tecnología fue generar, de la noche a la mañana, 100 años más de gas natural y 35 años más de petróleo.
—La tecnología no resolvió el problema.
—Depende. El fracking bajó el precio de la energía y eso no es poco. Es que ése es el problema, esto es como un ajedrez en 3D. Si te enfocas en el cambio climático, te das cuenta de que terminará pagando más por la energía. Si miras hacia un lado, se va a generar un problema en el otro.
“Creo que hay un montón de trabajo por hacer. Pero soy un optimista en el sentido de que creo que estamos girando en la dirección correcta, que estamos aumentando el acceso a la energía, que estamos empezando a enfrentar el cambio climático”.
—Y además tienes que considerar que el mundo necesita energía para crecer, para disminuir la pobreza, para elevar los estándares de vida...
—De hecho, cada vez que se genera un salto en la calidad de vida de las personas, aumenta la demanda energética. La energía es clave para crecer, y cuando la energía es cara, impide el crecimiento. Basta con mirar a India, Pakistán y otras partes del mundo donde las condiciones de vida de las personas son muy difíciles de mejorar, entre otros motivos, porque la energía es muy cara.
—No deberíamos tener fé ciega en la tecnología entonces...
—Porque no tenemos señales de mercado claras para que la tecnología se aplique a mejorar el acceso a las energías renovables. Hoy, las señales apuntan a buscar fuentes baratas de energía y, sin políticas específicas, el mercado dirigirá la innovación y la tecnología hacia las fuentes fósiles.
—¿Cómo se generan esas políticas que usted propone?
—Poner un precio a los daños a la salud y los efectos climáticos es una de esas políticas. El precio es una medida eficiente, pero también es la más complicada. Pero si esos costos se vieran reflejados en la cuenta de la luz y las bencinas, la gente tomaría decisiones distintas.
—En Chile, cada vez que la bencina sube, las personas se irritan mucho...
—Por supuesto, a la gente le enoja mucho que aumente la bencina, pero estás mirando sólo un aspecto del problema. Porque al mismo tiempo que se enojan, esas mismas personas están sufriendo los efectos de la contaminación. Creen que no están pagando extra, pero sí, están pagando.
—¿Y cómo se logra que la ciudadanía conecte las dos cosas?
—Ése es el rol del gobierno, de los líderes políticos.
—¿Y cómo llegas a los políticos?
—Bueno, al final del día, incluso en sociedades tan autoritarias como China, la gente logra que el gobierno la escuche. Este es un proceso que debe empezar en las personas, son ellas las que deben demandar un cambio. China es un experimento interesante. Hace tres años era imposible imaginar que China le daría la atención que le está dando hoy a su problema de contaminación ambiental. Fue el aumento en la preocupación de las personas lo que logró que el premier de China declarara la guerra a la contaminación. Creo que no es tan difícil que los gobiernos respondan a lo que queremos; no pasa tan seguido, no pasa siempre, pero pasa. Y hoy necesitamos que la gente impulse estas políticas. Santiago tiene una norma de contaminación, eso se consiguió por la preocupación de las personas.
—Pero en términos globales es una batalla complicada porque lo que tenemos hoy es un cambio climático avanzado y varias ciudades muy contaminadas.
—Volvamos a París. Creo que el primer paso y el más importante es que logramos un reconocimiento general, global del problema del cambio climático. Hay un acuerdo para hacer algo, cualquier cosa, sobre el problema. Ése es un paso gigantesco. Hay mucho espacio para ajustes, pero lograr que el mundo reconozca que los fósiles son un riesgo para el cambio climático, es algo gigantesco. Creo que cuando se escriba la historia de cómo la humanidad enfrentó el cambio climático, éste será un momento importante. Será el punto de inflexión.
—¿Como experto, se considera una persona optimista en el área, cree que lograremos un buen balance entre la energía que necesitamos y los costos privados y sociales que pagaremos por ella?
—Creo que hay un montón de trabajo por hacer. Y lo que hay que hacer en India es distinto a lo que habrá que hacer en Santiago o Los Ángeles, pero soy un optimista en el sentido de que creo que estamos girando en la dirección correcta, que estamos aumentando el acceso a la energía, que estamos empezando a enfrentar el cambio climático - el tiempo juzgará si lo hicimos a tiempo- y que, aunque es cierto que hoy muchas personas están respirando un aire que las enferma, hemos progresado mucho.