Por Javier Rodríguez // Fotos: Marcelo Segura Septiembre 30, 2016

A finales de los ’70, un joven estadounidense llamado James Levitt terminaba su licenciatura en Antropología en la Universidad de Yale y era reclutado por el Servicio Nacional de Parques para trabajar en uno de los proyectos que, en ese entonces, obsesionaban al presidente Jimmy Carter: proteger las tierras de Alaska mientras se construía un complejo sistema de tuberías para la extracción y transporte de petróleo que cruzaría todo el estado.
Levitt fue contratado como asistente del asistente del director del Servicio Nacional de Parques de ese entonces, a quien se le encomendó la dura tarea de convencer al Congreso de crear una red de áreas protegidas en Alaska que abarcara más de 40 hectáreas con refugios naturales. Así, Levitt se convirtió en testigo privilegiado de un hito que cambió la historia de la conservación de tierras: la creación de la, para ese entonces, más grande área de tierras protegidas del mundo.

“La gente responde a argumentos científicos, económicos, al arte, a la música, a la religión. Necesitamos encontrar los lenguajes necesarios para que la conservación le haga sentido a la mayor cantidad de gente posible”.

Esta semana Levitt estuvo en Chile, como invitado principal del congreso “Innovaciones Emergentes en Financiamiento de la Conservación” celebrado en Las Majadas de Pirque, al cual asiste en su calidad de director del Programa de Innovación en Conservación, además del bosque protegido de Harvard. También dirige el programa de conservación de tierras del Lincoln Institute, desde donde ha seguido con atención la situación actual de la protección de tierras en Chile, sobre todo luego de que la presidenta Bachelet firmara, el 13 de junio, el decreto que oficializa el Derecho Real de Conservación, ley que permite que un privado pueda destinar tierras a conservación a perpetuidad, sin que su voluntad pueda ser quebrantada en el futuro. Además, claro, de las acciones del fallecido Douglas Tompkins.

—¿Cómo hicieron para convencer a los parlamentarios del proyecto en Alaska?
—Logramos que la gente en Estados Unidos se diera cuenta de que este era un gesto importante para la historia de la humanidad. El presidente Lyndon Johnson decía que seremos juzgados en el futuro no sólo por lo que construyamos, sino también por lo que protejamos. Y, particularmente en la era del cambio climático, es urgente proteger la máxima cantidad de recursos naturales que podamos, porque de ellos depende la vida en la tierra. Tenemos que hacerlo no sólo por nosotros, sino también por los que vienen.

—¿Cómo negociaron con los nativos?
—Ellos se organizan en las que llaman “corporaciones nativas”, y tenían reivindicaciones de tierras específicas para su gente. Fueron parte de esta larga cadena de negociaciones sobre la construcción de las tuberías para el petróleo y los parques nacionales. Y, en general, la mayor parte de los nativos estaba de acuerdo con nosotros. Ellos sólo querían asegurar la protección de sus tierras.

—¿Cuál fue el impacto de este proyecto en la forma en la que los estadounidenses ven la protección de tierras?
—Mis compatriotas hoy ven Alaska como parte del patrimonio nacional. Nos define en nuestra identidad. Pero la conservación de tierras en mi país tiene una historia de más de 400 años. Estados Unidos, como sociedad democrática, lleva mucho tiempo protegiendo los espacios abiertos, los de uso comunal, hasta los parques nacionales y bosques. Y creo que lo de Alaska respondió a este esfuerzo.

—¿Por qué dice que la conservación de tierras necesita de un trabajo multidisciplinario? Para usted es tan importante la acción de las ONG, privados, del Estado, de la academia, incluso de los escritores y los artistas.
—Porque en los últimos dos siglos nos dimos cuenta de que para proteger esta “fábrica de la vida en la tierra” tenemos que crear grandes áreas de conservación, corredores de miles y miles de kilómetros. Y para eso tienes que enganchar a todos estos sectores, tanto como dueños de las tierras como protectores de ellas. La gente responde a argumentos científicos, económicos, al arte, a la música, a la religión. Y necesitamos encontrar los lenguajes necesarios para que la conservación le haga sentido a la mayor cantidad de gente posible.

El desinformado Donald Trump

Imagen Imagen James Levitt 01Para Levitt, la firma del derecho real de conservación es un paso gigantesco que pone al país en la vanguardia y que puede transformarlo en un líder a nivel mundial en la conservación de tierras.

—¿Cree que hoy Chile es un líder en el área?
—Sí. Chile está llamado a ser uno de los más importantes puntos verdes del planeta. Porque ya es famoso a nivel mundial: sabes que tienes que ir para allá si quieres ver las más bellas montañas, nieve y parques verdes. Sabes que acá encontrarás todo eso.

—¿A qué cree que se debe esto?
—Por varias razones. Chile tiene un fuerte estado de derecho y un buen sistema de título de tierras. Sabes quién es dueño de cada parcela y si está o no protegida. Además tiene una economía sana, lo que permite que la gente comience a considerar la filantropía. Antes eso era más difícil. Y no menos importante, porque los chilenos están orgullosos de su país. Yo he estado seis veces acá y es admirable cómo los guías te muestran cada lugar. Y queda claro que no lo quieren ver destruido. Por lo mismo, creo que Chile tiene todo para desarrollar una imagen país, una marca país similar a la de Nueva Zelanda.

—Nombró el calentamiento global. ¿Cómo podemos hoy responder a este fenómeno?
—Ese es uno de los grandes desafíos de nuestra época. Hay un estudio de la Comisión Global de Economía y Clima que estima que en los próximos 156 años tendremos que invertir, como comunidad global, algo así como 90 trillones de dólares en infraestructura para seguir con nuestras actividades económicas y responder al cambio climático. Para combatir la subida del nivel del mar, para responder al aumento del promedio en las temperaturas, al incremento de las tormentas y para encontrar formas de producir energías que no contaminen y aumenten los efectos del cambio climático. Es urgente que creemos infraestructura destinada a la conservación. Espacios abiertos, zonas costeras. Tenemos el conocimiento científico. Lo que necesitamos es la voluntad política y cultural antes de que sea demasiado tarde.

—¿No es demasiado tarde?
—No, la tecnología avanza a pasos agigantados. Cuando yo estaba en la universidad, el uso de una celda fotovoltaica valía cientos de dólares por hora. Hoy es de menos de un dólar. Y me da esperanza lo que está pasando en países como Chile, por ejemplo.

—¿En qué sentido?
—En que, hace diez años, ustedes discutían sobre la creación de centrales hidroeléctricas en el sur de su país, afectando el ecosistema para traer energía a la capital. Y hoy eso no se discute. La idea de que necesitas darle energía a la economía chilena con hidroeléctricas dañando a la flora y fauna ya no es tema. Porque en Chile existe la voluntad política y el orden para debatir estos temas. Y Chile ya está dándose cuenta de que el viento es una fuente clave. Una de las más baratas formas de energía será producida en el desierto de Atacama, lo que los beneficiará en el futuro.
Entonces, en diez años Chile cambió su forma de ver cómo enfrentar los desafíos de un país que va hacia el desarrollo. Y decidió seguir creciendo pero protegiendo sus recursos naturales. Porque no necesitas importar gas petróleo de un país extranjero a alto costo. Hay que buscar las formas de reemplazar estos combustibles por formas autosustentables que se obtengan del mismo territorio. En ese sentido, otra vez Chile tiene la oportunidad de convertirse en un líder para el resto del mundo.

—Donald Trump, candidato a la presidencia de su país, negó la existencia del cambio climático.
—Estoy en completo desacuerdo con Trump. Es un punto de vista absolutamente desinformado. No quiero hacer una gran declaración política, pero no soy muy entusiasta respecto a la candidatura de Trump.

Una ruta de los parques

La primera vez en Chile de James Levitt fue hace ocho años, en una conferencia en la Universidad Austral, en Valdivia. Aún recuerda los grandes alerces, cuyo nombre intenta pronunciar en castellano sin éxito. Y fue en ese lugar, también, donde conoció a Douglas Tompkins y a su mujer, Cristine.
Levitt celebra el legado de Tompkins , particularmente el Parque Pumalín, y aplaude las más de 400 mil hectáreas que su fundación, Tompkins Conservation, ofreció al gobierno, con el compromiso de que este las ocupe como parques nacionales que formen una red en el sur, la que se convertiría en la donación más grande de tierras de un privado a un Estado en la historia, y cuyo nombre tentativo sería “La ruta de los parques”.

—En junio de este año la presidenta Bachelet firmó la ley que formaliza el derecho de un privado a entregar sus tierras para conservación a perpetuidad. ¿Le parece que esta medida va por el camino correcto?
—Este avance de la ley chilena se convierte en uno de los más interesantes ejemplos a nivel mundial. De hecho, sé que muchos países están empezando a mirar lo que hizo Chile y preguntándose si pueden hacer algo lo más parecido posible.

—¿Por ejemplo?
—Prefiero no decirlo, pero son otros gobiernos sudamericanos y europeos.

“En Estados Unidos tenemos muchos bosques protegidos, pero que siguen produciendo. Tenemos que llegar a un nivel de trabajo en los árboles donde les saquemos provecho, pero cuidando la biodiversidad”.

—¿Cómo se puede motivar a los grandes terratenientes chilenos a entregar parte de sus tierras, como lo hizo Tompkins?
—Bueno, el de Doug es un caso especial. Él no necesitaba motivación; el motivaba al resto. Tanto él como su mujer son un ejemplo excepcional, reconocido a nivel mundial. Ahora, creo que para el propietario promedio, que tiene una pequeña granja o una larga faja de tierra, la clave es sentarse con él en la cocina a conversar y construir confianzas. Hacerle entender que sus tierras seguirán en propiedad de su familia y que ellos podrán seguir disfrutando de ellas, pero que lo que queremos es asegurarlas para el patrimonio de las próximas generaciones. Hacerles entender que esto es parte del mundo que les dejan a sus nietos.

—Tompkins decía que para que la conservación de tierras sea efectiva tiene que ser “grande, salvaje y conectada”. ¿Está de acuerdo?
—Creo que sí tiene que ser grande, salvaje y conectada pero también, en algunos casos, trabajada. En Estados Unidos tenemos muchos bosques protegidos, pero que siguen produciendo. Tenemos que llegar a un nivel de trabajo en los árboles donde les saquemos provecho, pero cuidando la biodiversidad, los tesoros culturales y también ocuparlos con propósitos económicos aparte del turismo. De hecho, la más grande tierra conservada en Estados Unidos es un bosque de producción en Maine. La familia dueña sigue cortando árboles, selectivamente, pero siempre cuidando la vida.

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