Por Javier Rodríguez// Ilustración:FabiánRivas Diciembre 30, 2016

El ex ministro Andrés Chadwick estaba en una reunión. Era la tarde del 20 de diciembre, cuando recibió un llamado. Era de parte de Bomberos de Rancagua: un hombre, encaramado en una torre de alta tensión, amenazaba con lanzarse al vacío en el caso de que Chadwick no acudiera a hablar con él. El presidente de Avanza Chile dejó a Sebastián Piñera y a los representantes del PRI que lo acompañaban y se lanzó a la carretera. Con la ayuda de bomberos, lo convenció de bajarse. El tipo en cuestión sólo quería darle un mensaje: que no se olvidara de los pobres ni de los niños del Sename.
En las redes sociales, las bromas no tardaron en aparecer. Pintamonos, chanta. Que era un histérico. Que si se hubiera querido matar, lo hubiera hecho.
—En el momento en que Andrés Chadwick lo fue a ver, podría haberse matado. Mucha gente banalizará el caso diciendo que era un histérico que lo único que quería era notoriedad. Uno nunca lo sabe. Los suicidas son personas que tienen una situación de gran ambivalencia y los sujetos que se matan podrían no haberse matado. Y al revés — dice el psiquiatra y académico de la UC Jorge Barros, quien desde hace años estudia el tema.

Y sabe de lo que habla. Todos los días llegan a su consulta pacientes con ideaciones suicidas o intentos previos. Según Barros, el 50% de sus pacientes ha pasado por una situación de este tipo.

“Los suicidas buscan una solución desesperada a un sentimiento de agobio intolerable.  Hoy tenemos la posibilidad de encontrar ese momento”, dice Susana Morales.

Las cifras se encargan de darle urgencia al tema: seis personas se suicidan al día y somos el segundo país de la OCDE donde más ha crecido esta tasa, sólo detrás de Corea del Sur.

Once años atrás, un equipo liderado por Barros y la psiquiatra Susana Morales comenzó a acopiar información sobre sus pacientes, con el fin de encontrar variables que les permitieran identificar de forma rápida y eficiente a aquellos que estuviesen en riesgo de suicidio, algo muy difícil de pronosticar.

Por ejemplo, el indicador más duro del riesgo de suicidio es un intento previo. Y sólo el 7% de las personas que alguna vez tuvieron un intento lo hace en el futuro. Por esto identificaron la necesidad de tener indicadores que permitieran rescatar a los pacientes en sus períodos de ambivalencia. Es decir: cuando están en riesgo de tomar la decisión.
—Los suicidas buscan una solución desesperada a un sentimiento de agobio intolerable. Más allá de la muerte. Hoy tenemos la posibilidad de encontrar ese momento de desesperación y ahí ayudar —explica Morales.
Con los datos obtenidos de una muestra de 707 pacientes entre los 14 y 83 años con trastornos del estado de ánimo, de los cuales 349 habían tenido intentos previos de suicidio, el equipo de Barros y Morales identificó 343 variables que inciden en el riesgo de suicidio, como depresión, rabia, razones para vivir, número de hijos e incluso el clima. Era información valiosa, pero esos datos tenían que trabajarlos en orden a poder generar un instrumento que les permitiera identificar a los posibles suicidas, y 343 eran demasiadas variables.
Había que descubrir las relaciones entre esas variables, identificar cuáles eran las más importantes. Morales, quien además es ingeniera comercial, sabía que había herramientas estadísticas que los podían ayudar.
Comenzaron tocando puertas en la misma UC, pero no los tomaron en cuenta. Nadie se atrevió a trabajar con ese tema. Averiguando sobre el Centro de Modelamiento Matemático de la Universidad de Chile llegaron —Barros asume que por casualidad— al nombre de Jaime Ortega, investigador del centro, doctor en Ciencias Matemáticas y especialista en minería de datos, una forma de inteligencia artificial en la cual se programan funciones para que busquen correlaciones entre un sinnúmero de variables.
Ortega, quien ya había trabajado con modelos similares en la industria minera –investigando la estabilidad de los taludes—, esperaba, hace años, la oportunidad de aplicar sus conocimientos al tema.
Era una cuenta que hace años buscaba saldar. Entonces, cuando recibió el mail de Barros invitándolo a participar, no se demoró ni un día en responder.

INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Cuando Jaime Ortega estudiaba su licenciatura en Matemáticas en la Universidad de Concepción, pasaba sus ratos libres con un grupo de amigos de infancia, en su mayoría músicos. Pero, cuando tenía 25 años, ese grupo se rompió: en menos de 12 meses, dos de sus amigos se quitaron la vida. Uno, el más bromista del grupo según Ortega, cortándose las venas. Otra, madre de una guagua de seis meses, ahorcándose.

Cuando Jaime Ortega fue contactado para aplicar sus métodos de inteligencia artificial a estudios sobre el suicidio, no lo dudó: era la oportunidad de saldar una vieja deuda.

Ortega no entendía. Buscaba su responsabilidad en los hechos. Patrones de conducta. Porque no era primera vez que le pasaba: una compañera de carrera suya se había colgado meses antes, en la casa de un ex pololo.
—Siempre me dio vueltas. Entonces, cuando me ofrecieron la oportunidad, no lo dudé. El hecho de aportar un granito de arena a algo que te ha seguido toda la vida, te ayuda a quedarte más tranquilo. A pensar, si resulta, algo hice para ayudar —dice Ortega e su oficina en el Centro de Modelamiento Matemático de la Universidad de Chile.

Era 2014. Rápidamente organizó un grupo de trabajo con el estudiante Arnol García y el ingeniero Takeshi Asahi que tuvo como primera tarea procesar los once años de datos entregados por Barros y Morales. Acostumbrados a trabajar con otros lenguajes, tuvieron que estudiar los conceptos de las teorías de comportamiento humano.

A través de softwares diseñados por ellos mismos buscaron patrones y correlaciones de variables que permitieran jerarquizar las 343 entregadas por los expertos en salud mental a través de la minería de datos.
—A un paciente con ganas de suicidarse no puedes pedirle que te conteste un cuestionario de cientos de preguntas. Te gustaría, con un test más corto, obtener información más rica. Y ese fue el gran desafío y objetivo que tenía esto. La idea ahora es crear nuevos instrumentos, comenzar a aplicarlos, pero nunca dejar de lado al especialista. No es para colgar el test en internet. El ojo experto es fundamental —dice Ortega.

Después de agrupar las variables en grupos, fueron viendo el número ideal que debería tener el cuestionario que, luego, los médicos aplicarían a los pacientes. Tras probar varias veces el modelo, descubrieron patrones escondidos en datos que parecían muchas veces no tener sentido. Dos fueron los más importantes: los niveles de satisfacción personal y las razones para vivir.
—Nos encontramos con sorpresas. A nosotros nos salía natural ver la situación de riesgo desde un ángulo de lo que, precisamente, te pone en riesgo. Y los resultados nos mostraron que aquello que protege es lo que puede hacer la diferencia. Y eso es muy esperanzador, porque nos permite intervenir y prevenir. Las variables que tienen que ver con uno mismo, en las propias capacidades para resolver situaciones difíciles o estresantes, el creer en que uno puede salir adelante frente a la adversidad, o los amigos o la gente que uno quiere o cuenta, todo eso hace la diferencia. Protege. Esa es una ventana de intervención —explica Susana Morales.

Finalmente, llegaron a 22: era el número que permitía un porcentaje de exactitud alto sin quitarle mucho tiempo al paciente. Hoy el instrumento, que ya aplican en la UC y el Hospital Sótero del Río a 40 pacientes, tiene más de un 80% de eficacia. Se toma en las primeras sesiones y luego los miembros de la muestra siguen contestando periódicamente a través de internet. Entre las 22 variables finales quedaron algunas como la creencia en Dios, el tener un solo hijo, el amor por la vida, la autoestima y las enfermedades psiquiátricas.

Con el estudio ya publicado, el paso siguiente es seguir el riesgo suicida y, a medida que vayan comprendiendo su trayectoria, comenzar a tratar a los pacientes con medidas preventivas y de intervención. La idea es analizar los datos por tres años, longitudinalmente, con los mismos pacientes.

TRISTE LIDERAZGO

—El suicidio es una muerte terrible. Es peor que un accidente. Porque todos le buscan una explicación. Uno interpreta la muerte del otro, del ser querido, de manera muy destructiva. Y esa es otra de las razones por las que hay que hacer lo posible por evitarlo: porque genera un dolor muy grande, de larga duración —dice Jorge Barros.

Esa idea, y las alarmantes cifras que sitúan a Chile como uno de los países que más han visto crecer sus tasas de suicidio en los últimos años obligan, según Susana Morales, a asumir un liderazgo en investigación, por lo menos en América Latina.

—¿Hoy se puede predecir el suicidio?
Jorge Barros: No se puede predecir. Es una conducta de baja predictibilidad que necesita que quien está en riesgo la comunique. Uno podría predecir a largo plazo, pero con muchas posibilidades de errar. Pero lo que más nos importa es reconocer si hay una situación de riesgo. La medicina lo ha hecho por mucho tiempo. Con el sida se atacó el patrón de riesgo y resultó. Lo mismo con el ébola en África. Estrategias de sentido común. Entonces nuestra estrategia va más por ese lado: desentendernos de si alguien se va a suicidar o no y reconocer si está en una zona de riesgo y, a partir de eso, proceder.

—¿Por qué Chile tiene cifras tan altas?
Susana Morales: Influyen el exitismo, el individualismo, la soledad de la gente. Lo difícil que es vivir en estas ciudades. La OMS tiene estudios sobre la dificultad de vivir en los tiempos actuales. Si comparas, es similar en nuestro país a las tasas de muerte por accidente de tránsito. Alrededor de 2.200 personas mueren por suicidio y por accidente de tránsito en nuestro país. Y ambas pueden prevenirse.

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