El anuncio de la creación del Ministerio de Ciencia en Chile dejó entre los científicos más dudas que certezas. El proyecto de ley, un documento de 27 páginas que es más que nada una declaración de intenciones, establece lo básico:la creación de un ministerio que será una brújula para la investigación chilena, de una agencia para manejar los recursos y de un consejo nacional para asesorar al ministro. Pero cuánto poder tendrá ese ministro, con qué presupuesto trabajará o qué nivel de injerencia tendrá realmente sobre las decisiones del próximo gobierno son cosas que, por ahora, siguen siendo miradas con suspicacia. En cualquier caso, dependerán en gran medida de la habilidad que demuestre en los pasillos del poder el primer hombre que sea elegido para abandonar su laboratorio: el aún ignoto primer ministro de ciencia chileno.
“Necesitamos un Lino Barañao”, es una frase que se oye por estos días en los círculos científicos. Pero ¿quién es realmente Lino Barañao? Lo que hubiéramos dicho hace un año es esto:es el único ministro de ciencia que ha tenido Argentina —toda la última década—, y sin dudas el más influyente del continente. Químico con posgrados en Alemania y Estados Unidos, miembro del equipo que en 2002 dio vida a la primera vaca clonada de Sudamérica, alterada para dar leche con hormona de crecimiento humana. Dirigente gremial durante 18 años en el Conicet —el Conicyt trasandino— y ministro desde 2007, cuando Cristina Fernández de Kirchner le encargó la misión de potenciar y darle un sentido a la investigación argentina y lo convirtió en uno de sus asesores favoritos. Él mismo decía, años atrás, que era el único ministro que la hacía reír.
Eran otros tiempos, pero lo cierto es que en los ocho años del gobierno peronista, Lino Barañao logró darle al país vecino el mayor salto científico de la región: elevó el porcentaje del PIB destinado a la materia de 0,3% a 0,65%, repatrió a más de 1.700 científicos, contrató a diez mil investigadores a sueldo directo del Estado, inauguró la muestra artístico-científica más grande del continente, y hasta creó un canal de televisión dedicado a la ciencia.
Tiene que defender el interés de la sociedad de usar la ciencia. No convertirse en un mero representante gremial de los investigadores, que es la expectativa de la comunidad científica
Durante esa década de crecimiento, la ciencia trasandina logró varios hitos importantes: creó y exportó reactores nucleares, lanzó el primer satélite de telecomunicaciones de este lado del mundo e inauguró el Polo Científico Tecnológico de Buenos Aires, un impresionante conjunto de edificios de 45 mil m para albergar a organismos de ciencia y tecnología, junto con un museo de ciencia.
Eso es lo que hubiéramos dicho un año atrás, y es la historia de éxito de Lino Barañao a la cabeza de la ciencia del convulsionado país vecino —acaso la única área de la administración kirchnerista que no generaba sospecha—, pero en los últimos meses todo cambió. En medio del virulento traspaso de mando entre Cristina y el empresario Mauricio Macri —que con los meses y la aparición de investigaciones por corrupción contra la ex presidenta y sus asesores cercanos se ha convertido en un enfrentamiento a toda escala—, se hizo extraño para muchos ver cómo uno de sus ministros más cercanos sobrevivía, sorprendentemente, e incluso era confirmado en su puesto. El nuevo presidente también quería tener a Lino Barañao.
El ministro de Ciencia le pidió autorización a Cristina Fernández para continuar en su puesto y ella lo aprobó a cambio de que defendiera su legado, pero las cosas se fueron complicando. Muy pronto otros científicos de renombre lo comenzaron a llamar traidor, y sus propias declaraciones —en una entrevista dijo que la nueva administración estaba trabajando mejor en ciencia— avivaron el fuego.
A fines del año pasado le tocó enfrentar el mayor conflicto en los diez años que lleva en su puesto. Un recorte de 500 nuevas contrataciones de investigadores generaron movilizaciones de científicos en Argentina, fuertes ataques contra la política científica del nuevo gobierno, y en especial contra su figura. Muchos lo llamaron “cómplice del desmantelamiento”, y hasta Cristina compartió en Twitter una columna en que se lo despreciaba.
Luego de cinco días de gran tensión, con el ministerio tomado, el tema se solucionó con fondos extra para mantener a esos investigadores hasta fin de año, y un plan para que otras instituciones los absorbieran. En el proceso, si algo demostró Lino Barañao, además de una buena cintura política, fue tener la piel lo suficientemente dura.
Al teléfono desde Buenos Aires, explica qué se necesita para asumir el complejo rol de ser ministro de Ciencia en Sudamérica, y adelanta qué cosas tendrá que aprender su par chileno si no quiere ser una simple figura decorativa.
–El ministro chileno tendrá que convencer a una clase política que nunca ha visto la ciencia como prioridad. ¿Qué tan difícil es dar esa batalla?
–No es fácil ser ministro de Ciencia. Tienes que ganarte el apoyo del sector académico, que sólo respetan a un par con bagaje científico, pero también al sector productivo. No puedes haber estado toda tu vida encerrado en un laboratorio, tienes que tener contacto con la actividad productiva. La ciencia y las empresas tienen lógicas diferentes. El investigador busca el reconocimiento de sus pares, y la empresa busca rentabilidad, sobrevivir. Hay que saber unir esas dos demandas diferentes, y no es sencillo. Y luego, claro, queda convencer al sector político, fundamentalmente al ministro de Hacienda o Economía.
–¿Convencerlo de que la ciencia sirve para algo?
–Convencerlo de que la ciencia es una inversión, no sólo un gasto, y para eso hay que mostrar un rédito. Es clave tener buena conexión con el sector político, con los gobernadores, con los intendentes: lograr que usen ciencia y tecnología para hacer infraestructura, eso también entra en la ecuación para lograr apoyo. Y también ser capaz de mostrarles casos concretos de éxito.
–No basta con tener buena investigación.
–Hay que encontrar elementos que se puedan mostrar para el público general, porque esto también es una herramienta para hacer política. Claro que es bastante difícil encontrar a una persona que sepa todo lo que hay que saber desde el principio.
–¿Cuánto tuviste que endurecerte al pasar del laboratorio a los pasillos del poder?
–Hay que saber dos disciplinas para hacer esto. La termodinámica, que nos dice qué cosas son posibles o no —porque la política es el arte de lo posible—, y el comportamiento animal. Me he dedicado a estudiar sobre eso, y nuestras pulsiones no han cambiado mucho en 150 mil años. Los científicos, pese a hacer cosas muy sofisticadas, lo que quieren son cosas muy intuitivas: ser queridos, tener poder, satisfacer la curiosidad. Y el político también tiene una demanda de poder y de conocimiento, y uno tiene que saber interpretar esas demandas y demostrar que lo que uno hace puede contribuir para el beneficio del otro.
–Demostrar que la ciencia también es poder.
–Si no, es muy difícil sacar por la fuerza un presupuesto. Uno tiene que demostrar que hay un rédito, que lo que hacemos sirve y que es valioso políticamente.
–¿Es difícil para un científico ese juego?
–Depende, sobre todo, de no creerse más que el otro. Cuando uno viene de la ciencia suele tener el falso concepto de que sabe más que su interlocutor. Pero el otro sabe cosas distintas, y uno tiene que aprender esas habilidades. El error es caer en la no negociación, en el reclamo sin concesiones, porque eso genera rechazo a la ciencia. Hay que tener habilidad política.
–¿Cuál es el enemigo de un ministro de Ciencia?
–Una crisis presupuestaria. Cuando un gobierno decide disminuir el déficit fiscal, se hace difícil. Por eso es importante que los resultados estén a la vista a la hora de reacomodar los presupuestos. Otra dificultad es convencer a los científicos de que busquen resultados orientados a lo que se necesita, y que vayan más allá de las publicaciones…
–A los científicos no les gusta hablar de utilidad.
–Nosotros apoyamos a investigadores que tengan patentes para mejorar cosechas, nuevas terapias para el cáncer o nuevas aleaciones metalúrgicas. Tenemos un premio nacional al investigador básico, pero también otro para el que resuelve problemas de la industria. Tiene que haber equilibrio. Si uno se focaliza solamente en tener publicaciones internacionales, les estás dando conocimiento a países desarrollados pero no tienes nada que justificar ante la sociedad. Hay que demostrar que algunos investigadores producen un efecto concreto, aplicable en el país.
–¿Apoyan más a esos investigadores?
–Los buscamos y los apoyamos de forma selectiva, aunque no abiertamente porque eso genera celos. Si vemos que alguien tiene una patente promisoria, le damos fondos adicionales, le damos publicidad, le damos premios, lo llevamos al Congreso… mostramos que ése es el tipo de investigación que queremos.
Ciencia para la gente
–En Chile, científicos y empresas se miran de lejos.
–La ciencia chilena se destaca por su calidad en astronomía y ciencias biomédicas, y por su impacto en revistas, pero tiene un dilema: su disociación con el sector productivo. Hay una tradición cultural abocada a la academia y hay pocas empresas de base tecnológica. No hay demanda de ciencia. Es importante que ambos países apostemos justamente a tener más empresas donde el conocimiento sea el determinante de la rentabilidad.
–¿El investigador tiene que salir a mirar su país?
–Sí, nosotros creemos que en los países en desarrollo la responsabilidad del investigador es distinta a su par en Estados Unidos o Europa. No basta con ser original en lo que investigamos, sino también tener en cuenta que los conciudadanos tienen necesidades básicas insatisfechas. Pero eso no siempre está en los sistemas de evaluación, es más fácil juzgar la originalidad que la pertinencia y la solución de problemas locales.
–En Chile nadie ve a los científicos como personas que trabajan para solucionar tus problemas.
–Y no hay correlación entre lo que sustenta la economía y la investigación. Hace un tiempo un periodista de Conicyt me decía que no se invierte en investigaciones de cobre. Acá pasó también que no había investigación en soja. Esto requiere de un cambio cultural. Un ministerio es una herramienta valiosa porque permite direccionar los incentivos para que la ciencia, que es un servicio, pueda llegar a los ciudadanos.
–¿Se puede ser ambicioso con sólo el 0,3% del PIB?
–Claramente se necesita una inversión superior, pero también focalizada, si no vas a duplicar investigadores y publicaciones, pero no vas a tener resultados visibles.
–Hacer ciencia no es un fin en sí mismo.
–Un investigador es alguien a quien se le paga para obtener información. Para saber cuántos necesitas, tienes que saber para qué los quieres, qué información necesitas. Y esa discusión no siempre está presente. Hay que poner énfasis en eso, porque no basta con que haya investigadores para que haya un efecto. Un investigador en su laboratorio puede adquirir fama mundial y no ser conocido por nadie. En Argentina tuvimos investigadores que fueron premio Nobel y en el mismo barrio nadie sabía que existían porque no había ninguna vinculación con la sociedad.
–Chile tiene más de cinco mil doctores recién formados y no sabe qué hacer con ellos. ¿Cómo se convence a las empresas de que innoven?
–Ningún empresario invierte sin garantía de rentabilidad. Lo que hacen muchos países es dar incentivos fiscales para quienes hagan investigación. Australia hace reducción fiscal para empresas con graduados en ciencias; Suiza tiene beneficios para las que hacen innovación. En Argentina hicimos una ley de promoción del software, que incentiva a empresas que hacen investigación. Con el incentivo fiscal el empresario ve la ventaja y si a la larga esa incorporación le mejora rentabilidad, se consolida la tendencia.
Recibir los golpes
–Hace dos meses enfrentó recortes y movilizaciones. ¿Un ministro de Ciencia tiene que aceptar cuando el dinero va a otras prioridades?
–Uno forma parte de un gobierno, no puede contradecir una decisión presidencial. Pero luego también está la habilidad que uno tiene de negociar y de coordinar fondos de organismos internacionales, que van por otra vía. Un país que tiene un 30% de pobreza tiene que hacer ciencia distinta a un país desarrollado. No puede pensar en los mismos términos que Alemania. No por tener más científicos va a mejorar la situación social si no hay preocupación de lanzar sus líneas a aquellos campos que pueden hacer un impacto social.
Nosotros apoyamos a investigadores con patentes. Si te concentras sólo en las publicaciones, les estás dando conocimiento a países desarrollados pero no tienes nada que justificar ante la sociedad
–Lo han llamado traidor, cómplice del desmantelamiento. ¿Cómo recibe esas acusaciones?
–No es grato, porque viene de gente de mi administración anterior, que yo convoqué. Yo cuando asumí dije que me comprometía a proteger lo que había costado mucho construir, y lo que menos querría es verlo desmantelado. Yo seguí porque pensé que si venía otra persona del ámbito político iba a aceptar cualquier presupuesto con tal de quedarse en el cargo. Lo que no entiendo es que algunos de los manifestantes opinen que yo tendría que irme para que entonces sí viniera un funcionario que no defienda el sistema. Lo que quieren es que se cumpla la profecía: ellos dijeron que este gobierno no iba a apoyar la ciencia y les molesta mucho que aún no se haya destruido.
–¿Un ministro de Ciencia no tiene lealtades políticas?
–Es deseable que uno tenga una independencia del poder político. Debería ser un cargo más bien técnico, como el encargado de una planta nuclear. Que no pese la tendencia política, sino la idoneidad para hacer funcionar algo complejo. Una forma de lograr continuidad es que los planes de ciencia y tecnología sean hechos por el Congreso, y que periódicamente el ministro de Ciencia le rinda cuentas a él.
–¿Su relación con Cristina está cortada?
–Con la ex presidenta no he vuelto a hablar. Sí mantengo contacto con muchos referentes del Frente para la Victoria, tenemos una relación muy cordial. Aún con los que públicamente me critican. No hay rencores.
–¿Qué consejo le da al hombre que va a estar en sus zapatos de este lado de la cordillera?
–Que se arme de paciencia y no se angustie. Esto no es fácil. Y que trate de hacerse cargo de la responsabilidad que tiene: defender el interés de la sociedad de usar la ciencia. El riesgo es convertirse en un mero representante gremial de los investigadores, que es la expectativa de la comunidad científica. Cuando hay un ministro de Ciencia, creen que por fin llegó alguien que los va a representar y que va a lucar por sus beneficios, pero ése no es el rol de un ministro. Un ministro de Ciencia tiene que garantizar la creación de recursos humanos, de condiciones de trabajo adecuadas, tiene que luchar por un buen presupuesto, pero siempre teniendo en cuenta el bien común.