Berlín a fines de los 80. En Kreuzberg, el antiguo barrio judío, los inmigrantes turcos cultivan verduras a orillas del muro que divide a esta ciudad. Es el lado oeste, el más próspero, pero esta ciudad tiene vocación rebelde. Los artistas callejeros han convertido a esta zona en su hogar. Indiano es uno de ellos. El tipo es un outsider sin domicilio fijo que el 9 de noviembre de 1989, como miles de berlineses, salió a celebrar la caída del muro. Pero Indiano lo hizo a su manera: vestido con su overol naranja y el cigarro en la boca, pintó una serie de rostros con las bocas desencajadas, que gritaban con rabia frases como "Culture attack", "Get human now", "Do or die" y "Think global".
Sólo que Indiano no adivinaba (no podía saberlo) que un día ese pedazo, el que lleva estampado "Think global" ("Pensar globalmente"), sería trasladado desde la esquina de Waldemarstrasse con Leuschnerdamm, en el multicultural Kreuzberg. Que viajaría por tren hasta Hamburgo, luego en barco con destino a Valparaíso, hasta llegar a Santiago para ser exhibido en el Museo de Bellas Artes, en marzo de 1992. Y que gracias a ese pedazo se pudo construir un centro de atención mental, de Primer Mundo, en Pudahuel, una de las comunas más pobres de Santiago. Think global: Indiano no adivinaba, pero algo de razón tenía.
Para que todo esto pasara, Patricio García, estudiante de Sicología de la Universidad de Chile en los 80, un día tuvo que abrir el diario. El diario La Época, para ser más precisos. Ahí leyó un artículo donde se mencionaba que existía una fundación en Alemania encargada de recaudar fondos para la reconstrucción de los hospitales de la RDA a través de la entrega de pedazos del Muro de Berlín. García decidió escribirle una carta a la encargada de esta fundación. Y le contó de su proyecto. De cómo los estudiantes de una carrera que había sido desmantelada por la dictadura, que ni siquiera tenían un lugar donde hacer sus prácticas profesionales, tenían un proyecto soñado. Uno que implicaba construir el CAP (Centro de Atención Psicológica) de la Universidad de Chile en Pudahuel.
Dos décadas después, Patricio García, sicólogo, colaborador del Premio Nacional de Ciencias Humberto Maturana en el Instituto Matríztico, aún recuerda cada línea de la respuesta que recibió. La encargada de la fundación había estado en Chile, y recordaba que en este país también existía un muro, en "la plaza de Italia", que separaba a ricos y pobres. Por eso, no sólo les donó un trozo que estaba avaluado en 100 mil dólares. Sorprendida de que en Chile estuvieran pensando una iniciativa similar a la suya -armar buenos centros de salud-, escogió con cuidado el mensaje del trozo de muro que donaría a los estudiantes chilenos. El que más le gustó era de un tal Indiano, y rezaba "Think global".
Cuando García recibió el folleto con la foto del muro que les donarían, no lo podía creer. "Pensamos honestamente que se trataría de un pedacito, de un ladrillo", dice. El papel hablaba, en cambio, de un pedazo que pesaba 2,5 toneladas y medía más de tres metros de alto. Con un detalle: el traslado tenía que correr por cuenta de los estudiantes. No se dieron por vencidos. Corría 1990 y decidieron pedirle ayuda al recién asumido presidente Patricio Aylwin. Fueron hasta su casa y le pasaron una carta con el proyecto al carabinero que estaba de guardia.
Un mes después recibieron una llamada de la jefa de gabinete de la primera dama, Leonor Oyarzún. Los citaba a una reunión, en que ellos le pidieron una sola cosa: apoyo para traer el muro a Chile. Dicho y hecho. Oyarzún les hizo el contacto con la embajada alemana en Santiago, que a su vez consiguió que el empresario Wolf von Appen, dueño de Ultramar, financiara gratuitamente el transporte del pedazo de muro en barco.
Con el muro en Chile, que llegó en octubre de 1991, no terminó esta odisea. Antes de decidir su destino final, este pedazo quedó guardado en la Aduana de Valparaíso. Mientras, la fiebre con la caída del muro también contagiaba a nuestro país, con viajeros que volvían de Europa con su pedacito enmarcado en un vidrio como souvenir. Era cosa de tiempo para que se corriera la voz. En el puerto también querían su pedacito de historia y un día Patricio García se enteró que a este trozo de muro lo estaban, literalmente, pellizcando. Había que actuar rápido.
El pedazo del muro de Berlín que llegó a Chile
Con el apoyo de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (Fech), de la Embajada de Alemania y del Museo de Bellas Artes, el mismo día en que Hannibal Lecter conseguía el Oscar a la Mejor Película con El silencio de los inocentes, el 31 de marzo de 1992, este trozo era la estrella en la inauguración de la exposición "El muro de Berlín en Chile". García recuerda que era un fiel seguidor del programa "Ojo con el arte", a cargo de Nemesio Antúnez, en ese entonces director del Bellas Artes. Pensó que Antúnez podía enganchar con un proyecto de este tipo. Pero el entusiasmo de Nemesio fue más allá de lo esperado. Se animó a exhibir el muro públicamente en el museo, pese a que por sus más de dos toneladas de peso no se pudo instalar en el hall ni en alguna de las salas, sino en el Patio de la Paulonia. El director también alentó a 40 artistas chilenos para que crearan alguna obra en torno a la caída del muro. Se sumaron nombres como Bororo, Sebastián Garretón, Guillermo Núñez, Ramón Vergara Grez y Enrique Matthey.
La exposición fue un éxito, y la inauguración fue encabezada por Leonor Oyarzún, Ricardo Lagos, en ese entonces ministro de Educación, y el embajador alemán, Wiegand Pabsch.
El cierre de todo esto sería una subasta, en que se remataría el pedazo del muro y las 40 obras de artistas locales. La capacidad de gestión de García y los estudiantes de Sicología de la Chile, a estas alturas, era sorprendente. Para la subasta, que se realizaría en el Museo de Bellas Artes, consiguieron el apoyo de Mario Kreutzberger, Don Francisco. Hasta ahí, todo bien. Pero, lamentablemente, cuando llegó la hora de subastar el muro, no aparecieron los compradores que se suponía tenían que ir, en su mayoría empresarios chileno-alemanes. García está convencido que se debió a razones políticas, ya que los empresarios no habrían visto con buenos ojos que uno de los organizadores de la exposición y la subasta fuera la Fech.
La frustración era enorme entre los estudiantes: tenían el muro, pero aparentemente nadie en Chile parecía dispuesto a comprarlo. Con recursos proporcionados por la Universidad de Chile, ya habían comenzado a construir el soñado CAP en Pudahuel. Si ya habían llegado hasta ahí, no podían dejar el centro de salud mental a medio terminar. Nuevamente golpearon puertas en La Moneda, en el gabinete de Leonor Oyarzún. Y gracias a sus gestiones, la embajada alemana decidió tomar cartas en el asunto y comprar el muro para respaldar este proyecto social.
Durante 17 años el pedazo chileno del Muro de Berlín ha permanecido en el patio de la residencia del embajador alemán, en Presidente Errázuriz. Los 20 años de la caída del muro lo traerán nuevamente a la luz pública.
Patricio García recuerda que un gran apoyo para concretar esta ayuda fue el doctor Roland Kliesow, agregado cultural de la embajada alemana. Un día lo llevó a la calle Santa Corina, en Pudahuel, para que viera cómo los estudiantes estaban desmalezando el terreno mientras comenzaba la obra gruesa del CAP. Kliesow quedó impactado por las modestas viviendas del sector, en que vivían hasta 9 personas, incluyendo varios allegados.
Hasta 2002 Patricio García fue director del CAP, centro pionero en Chile, y el primero de la red Cosam (Centro de Salud Mental) del Ministerio de Salud, que hasta ahora ha atendido a más de 25 mil personas con una infraestructura de primer nivel. Mientras García trabajó allí, en cada aniversario del centro se izó la bandera chilena y la alemana. "Para una nación que estuvo dividida, el muro pasó a ser el símbolo de la unión. Lo mismo pasó en Chile. Por eso entiendo que todos quisieran tener su pedacito de muro. Además, en ese tiempo la salud mental era mirada a huevo en nuestro país. Por donde se lo mirara, este proyecto implicaba botar muros", dice García.
Durante todos estos años, el pedazo chileno del Muro de Berlín ha permanecido en el patio de la residencia del embajador alemán, en Presidente Errázuriz. El aniversario de los 20 años de la caída del muro lo traerá nuevamente a la luz pública. Y ahí quedará en evidencia que necesita con urgencia una restauración. Hasta enero estará en la Plaza Mulato Gil, a la entrada del Museo de Artes Visuales y al lado del mural de Roberto Matta. Luego estará otros dos meses en el Club Manquehue, por petición de Wolf von Appen, quien nuevamente financiará su traslado, para ser reubicado finalmente en la embajada de Alemania, en Vitacura.
La misma serie que pintó Indiano, "Global messages", se encuentra repartida en Yorkshire, Pennsylvania y en Londres, donde un pedazo que reza "Change your life" se exhibe en forma permanente en el Imperial War Museum. En la East Side Gallery de Berlín, donde actualmente se conserva 1.3 km del muro, también se pueden encontrar trabajos de Indiano, como "Save the Earth". A todos los artistas se les ofreció un generoso viático para restaurar sus trabajos. La mayoría aceptó ir. Excepto Indiano, que en verdad se llama Jürgen Grosse, un tipo de pelo largo que adoptó ese nombre porque solía tallar troncos de árbol a las orillas de un muro fatídico que mató a miles de personas. La leyenda dice que ahora vive en un pueblito francés, en la frontera con España. Recluido del mundo, sin internet ni teléfono. Y sin saber que cuando pintó ese "Global Think" estaba pintando los sueños de una calle en Pudahuel.