Por Gonzalo Maier Noviembre 14, 2009

Incluso a ella le cuesta explicarlo: Isabel Fonseca (47) tiene un nombre latino, un pasaporte estadounidense y vive, desde hace más de 25 años, en Inglaterra. De paso -pero de esto, y al teléfono desde su casa en Londres, prefiere no hablar- es millonaria. Para colmo, visto por el espejo retrovisor, casi no hay un solo artículo que se refiera a ella sin decir que es particularmente atractiva.

Isabel Fonseca, la mujer que encarriló la zigzagueante vida sentimental de Martin Amis, el ya eterno enfant terrible de las letras británicas, además de todo el enredo anterior es escritora. Una escritora lenta. Hace ya 13 años publicó una famosa investigación periodística sobre la vida de los gitanos en Europa del Este -Enterradme de pie, publicada recientemente en español por Anagrama, pero aplaudida desde hace muchos años en el mundo anglosajón-, aunque sólo el año pasado, con la publicación de Vínculo, puso un pie en la ficción.

El resultado de ese cambio de switch, por cierto, siempre estuvo bajo la atenta mirada de los medios ingleses no sólo porque Attachment -así se llama en inglés- fuera una novela firmada por la mujer de Amis, sino porque la protagonista se parecía peligrosamente a ella. Jean Hubbard, la mujer de la ficción, estaba por encima de los 45, era particularmente culta, económicamente resuelta, aunque era estadounidense vivía hace dos décadas en Londres, tenía un hermano muerto, había estudiado en Oxford, estaba casada con un tipo muy famoso y reconocido, fácilmente podía ser descrita como una snob y, para colmo, sospecha que su marido tuvo una hija de la que él no tiene idea (lo mismo, por cierto, pasó en la vida real cuando en 1997 Amis se enteró de que tenía una hija llamada Delilah Seale).

La novela, llevándola a números redondos, trata de una odiosa y sofisticada pareja que decide pasar un año sabático en una isla exótica perdida en alguna parte del Océano Índico. Ella vive de escribir columnas para los diarios y él es un exitoso y famoso publicista. La mujer -y esto fue lo que causó cierto revuelo en los suplementos literarios ingleses- en las primeras páginas de la novela descubre una carta. Una carta que no debió leer. El asunto es que estaba escrita por la amante de su marido y contaba que había abierto una cuenta de correo electrónico en donde podría encontrar un par de fotos porno que se acababa de tomar. Jean adivina la clave, baja las fotos y sencillamente comienza a responder los correos. De paso, no le dice una palabra a su marido y continúa con su vida.

Vínculo

Vínculo. Ed. Anagrama. $ 30.120

Como si estuviera acostumbrada, como si ya sospechara que la pregunta aparecerá más temprano que tarde, al otro lado de la línea telefónica Isabel Fonseca se adelanta. Muy calmada y sin el clásico acento inglés, dice que ella no tiene nada que ver con Jean. O casi. "Realmente ella tiene muchas cosas parecidas a mí porque así resulta más fácil escribir. Ésa, a grandes rasgos, es mi vida y desde ella puedo trabajar mejor, pero de ahí a que todo lo que suceda en Vínculo sea real hay un trecho muy largo".

-¿Pero cómo llegas a escribir la novela?

-Salió sola. Nació, creo, de esa idea de "qué hubiera pasado si", que es un juego que me gusta mucho. Y sencillamente me pregunté qué pasaría si una mujer, un día cualquiera, se encontrara sin querer con la carta que una amante le envía a su marido.

-¿Y qué te dijo Martin Amis cuando leyó el libro?

-Nada. La verdad es que no me dijo casi nada. Me dijo que le gustó, hizo un par de apuntes muy técnicos sobre el borrador, pero nada más. De hecho, yo no sé lo que él realmente piensa de la novela. Eso tendrías que preguntárselo a él, pero Martin es un lector muy agudo como para darse cuenta de que una novela es sólo una novela.

"Estoy buscando mi pertenencia"

Gossip literario: A comienzos de los años 90 y poco antes de que conociera a Amis, los diarios ingleses, siempre tan preocupados del amor y sus caprichos, tenían bajo la mira a un trío de admiradores -John Malkovich, actor; Bill Buford, editor de la prestigiosa revista Granta; y Salman Rushdie, best seller profesional- que andaban celosamente tras los pasos de Fonseca. En cualquier caso, quien terminaría ganando esa carrera, que fue el cahuín literario predilecto de esos años, sería un contendor inesperado: Martin Amis.

Esa historia, en todo caso, no fue muy feliz.

O sí, pero como toda historia de amor dejó damnificados.

Mrs. Amis

Para ese 1996, Amis llevaba una década casado con Antonia Philips, una bostoniana dedicada a la filosofía y con la que tenía dos hijos, pero que abandonó al poco tiempo de conocer a Fonseca. Esta última, por esos años, trabajaba en la redacción del Times Literary Supplement y un día sencillamente llamó por teléfono al enojón de Amis. Esa vez lo intentó convencer para que la ayudara con un artículo y el resto es historia. La gringa y el británico se terminarían casando un par de años después. Hoy tienen dos hijas -Fernanda y Clio-, una casa en Primrose Hill y se han transformado en la pareja favorita -y más glamorosa- de las letras londinenses.

Pero la fama de Fonseca, para ser quisquilloso, venía de antes.

De los años, sin ir más lejos, que pasó en Oxford estudiando Ciencias Políticas y Filosofía. Hasta allá, cuentan los diarios ingleses, llegó desde Nueva York con unos anteojos Ray-Ban de marco blanco y partió cosechando fama como una de las mejor vestidas y como la mujer inalcanzable de la intelligentsia literaria inglesa. De hecho, cuando comenzó a aparecer en las crónicas sociales y literarias, los diarios la bautizaron como la "funseeker", es decir, la buscadora de entretención.

Hija de Gonzalo Fonseca, un escultor uruguayo, y de una estadounidense que heredó Welch's, la empresa americana dedicada a hacer jugo de uvas, Fonseca ha pasado su vida de un lado para otro y ese trayecto, tal como muchos de los detalles de su vida privada -aunque ella se empecine en negar que lo suyo es un despacho en directo desde su diario de vida-, parece estampado en Vínculo, la novela que acaba de lanzar Anagrama en nuestro país.

-En un comienzo la novela pareciera tratar sobre una infidelidad, pero realmente termina siendo sobre la madurez, ¿no?

-Más que sobre la madurez, supongo que es sobre envejecer, sobre darte cuenta de que cuando sobrepasas los cuarenta años empiezas a pensar en la muerte y eso es muy raro porque antes no lo hacías. También creo que es una novela sobre el envejecimiento del cuerpo, un cuerpo que objetivamente comienza a cambiar aunque te sientas tan joven como antes.

-En la novela, Jean va de Saint-Jacques, una isla inventada, a Londres, de ahí a Nueva York, y de vuelta a Saint-Jacques, ¿te parece que el itinerario de la novela es también el itinerario de tu vida?

-¿Lo dices como si Saint-Jacques fuera Uruguay, cierto?

-Sí, claro. A fin de cuentas viviste casi tres años allá con tu marido y tus hijas...

-Sí, puede ser. Aunque esa isla que inventé en el Océano Índico no se parece necesariamente a José Ignacio, un pueblo de pescadores cerca de Punta del Este, en donde construimos una casa con Martin hace ya varios años. Pero sí, de todos modos ése es el lugar exótico. Nueva York, en cambio, es mi ciudad. Siempre viajo para allá, trato de hacerlo cada un par de meses, y me gusta mucho. Sobre todo mirar a la gente y pensar qué hubiera pasado si nunca hubiera viajado a Inglaterra. Para mí esa sigue siendo mi casa. Y Londres es una buena ciudad...

En su primera novela, Isabel Fonseca juega con la vida real, escribe sobre el matrimonio y teoriza sobre las mujeres que sobrepasan los 40 pero que aún se sienten de 16.

-Jean, por ejemplo, dice que no es de ninguna parte y tu libro anterior, ése sobre los gitanos, es precisamente sobre tipos que van de un lugar a otro, ¿hay ahí un asunto algo complejo con la pertenencia?

-Sí, ya me habían dicho eso. Supongo que estos dos libros pueden ser muy parecidos y que estoy buscando mi pertenencia. Personalmente me siento dislocada, como fuera de lugar. De hecho me llamo Isabel Fonseca, una cosa muy latina, pero como soy la más chica de mis hermanos y nací en Nueva York, apenas hablo castellano, a diferencia de ellos...

-¿Pero hablas un poco de español, no?

-Sí, o eso creía. Antes les decía a mis amigas que hablaba muy bien, pero cuando me instalé en Uruguay me di cuenta de que no sabía nada. Es un poco vergonzoso, pero mis hijas fueron al colegio en Uruguay y hoy hablan bastante más que yo. Y el asunto de la identidad, bueno, en términos nacionalistas y patrióticos no se me da muy bien.

-Y ahora que escribes, ¿cómo es estar casada con un colega?

-Supongo que es muy agradable, el trabajo del escritor es muy solitario, como si una fuera un ermitaño, particularmente cuando se está terminando un libro y toda la vida cotidiana, todo lo que una piensa, gira en torno a él. Entonces estar casado con alguien que comparte tu profesión, que entiende lo que te pasa, es siempre un regalo que hace todo considerablemente más fácil, más llevable.

Al final, cuando la entrevista está a un paso de terminar, Isabel Fonseca pregunta por Chile. Pregunta exactamente si Santiago realmente esconde alguna gracia. "Es que hace un par de años, seguramente en 2006, cuando vivíamos en Uruguay, con Martin decidimos viajar a Torres del Paine, que es un lugar maravilloso, increíble. Igual que todo el resto de la Patagonia, por cierto. Pero pasamos por Santiago sin saber qué hacer. Dimos varias vueltas, pero estoy segura que no vimos lo que teníamos que ver. Fue muy raro. Bueno, a ver si cuando volvamos alguien nos saca a pasear...

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