Por Febrero 13, 2010

Uno de los más grandes contadores de historias que haya existido vivió hace dos mil quinientos años. Escribió tragedias, género de donde viene casi toda la buena literatura que conocemos. Se llamaba Sófocles y compuso un poco más de ciento veinte obras, de las cuales sólo conservamos siete. ¿Qué pasó? Gutenberg no había nacido y bastaba una inundación, la acción de un gusanito, la manía ordenadora de alguien o el simple paso del tiempo para que se perdieran los dos o tres papiros que contenían una historia maravillosa. Pero quedaron algunas y entre ellas Edipo y Antígona, que hablan de la desgraciada familia de los Labdácidas.

Antígona es hija de la relación incestuosa, aunque inadvertida, de Edipo con su madre. Además de ella, dos hermanos y una hermana (Ismena) completan esa familia desdichada. Los hermanos disputan por el trono de Tebas y mueren en el combate. Como uno de ellos se ha aliado con una potencia enemiga, Creonte, el nuevo rey, decreta bajo pena capital que no se le dé sepultura y que su cuerpo quede abandonado, para que se lo coman los buitres. Se trata de un castigo terrible, que para los griegos revestía una especial gravedad. En efecto, mientras el cuerpo no fuera sepultado el alma no podía entrar al reino de Hades.

El problema de Antígona e Ismena estaba claro: de una parte, una ley inmemorial, de origen divino, mandaba enterrar a los muertos; de otra, el decreto de Creonte lo prohibía. Las dos mujeres tienen una historia muy semejante, han recibido la misma educación y están enfrentadas a idéntica situación. Sin embargo, sus decisiones son diametralmente contrapuestas.

Los argumentos de Ismena se han oído muchas veces en la historia: "Dado que estamos gobernadas por quienes son más poderosos, debemos obedecerlos en esto, e incluso en cosas más dolorosas. (...). Pues el obrar por encima de lo que es posible no tiene sentido alguno".

Antígona, en cambio, decide enterrar a su hermano, aunque le acarree la muerte: "Y será para mí hermoso morir haciendo eso. Yaceré junto a él, amada junto al ser amado, por haber cometido un delito santo".

Desde los nazis hasta ciertos posmodernos, muchos han criticado la postura de Antígona. Les parece una figura arrogante y subversiva. Sin embargo, si se lee con atención, la tragedia nos muestra que el revolucionario es Creonte, el rey. Él es quien rompe con el orden tradicional y empieza a disponer sobre algo que no le compete, porque no es tarea del gobernante disponer sobre los muertos. Los muertos pertenecen a otro mundo, caen bajo la competencia de los dioses.

En nuestra época se repite hasta la saciedad que la vida no se compone de blancos y negros, sino que está llena de grises de las más variadas tonalidades. Es verdad, pero no siempre. Hay casos en los que no hay posiciones intermedias y Antígona nos relata uno de ellos. Con todo, la maestría de Sófocles le permite mostrar un conflicto absoluto en el que intervienen personajes que están llenos de matices. Hay momentos en que uno piensa que todos tienen la razón al mismo tiempo. En suma, en estas breves páginas el lector se sumerge en la enorme complejidad del corazón humano.

No debe sorprender, entonces, que esta tragedia haya sido objeto de múltiples recreaciones, especialmente en Latinoamérica. Hay una Antígona Vélez (Leopoldo Marechal), ambientada en las pampas argentinas, y también una Antígona bonaerense y tanguera: Antigonas: Linaje de hembras (Jorge Huertas), entre otras magníficas versiones. Hay Antígonas peruanas y costarricenses, chilenas y mexicanas. En cuanto a la de Sófocles, existen muchas traducciones al castellano, pero hay una cuyas notas y comentarios la tornan inigualable. Es la edición de Leandro Pinkler y Alejandro Vigo, publicada en Buenos Aires (Biblos, 2007).

* Instituto de Filosofía, Universidad de los Andes.

Ficha:

Antígona, de Sófocles. (Biblos, 2007)

El libro, en esta versión de editorial Biblos, se puede comprar a través de www.buscalibros.cl. Cuesta $ 11.540.

Relacionados