Por Antonio Díaz Oliva Abril 16, 2010

Entonces tenía 17 años. Richard Ford golpeaba la puerta de un departamento. Lo hacía fuerte. Muy fuerte. Siguió así hasta que alguien abrió: era Matt Matthews, el novio de Edna Atkin, su madre. Sin entender mucho, Matt lo miró. Adentro, echada en un sillón, su madre también observaba algo asombrada. "¿Dónde has estado?", preguntó el joven Ford sin dejar de jadear. Ante el silencio de Matt y su madre, se calmó. "No sabía dónde estabas. Eso es todo", dijo.

Casi por inercia, Edna tomó su abrigo. Tomó a su hijo de la mano y salieron. Se fueron en dos autos, separados. Ya en casa, Ford le explicó la razón de haber irrumpido así. Le dijo que, pasada la medianoche, había despertado en su cama. Como siempre, esperaba que ella estuviese ahí: de vuelta luego de su turno como cajera nocturna. Pero no fue así. Y por eso salió a buscarla. Luego de ese incidente, Edna nunca más vio a Matt. Y nunca más salió con un hombre en toda su vida.

Tiempo después, mucho tiempo después, Ford (66) intentaría revivir ese capítulo. Era 1981. Y las cosas no andaban nada de bien. Había publicado su segunda novela, La última oportunidad, pero las ventas fueron magras. Había empezado a trabajar como periodista deportivo en una revista, pero ésta se iría a la quiebra. A todo eso, se sumaba el pésimo estado en que estaba Edna: tenía problemas arteriales debido a una operación de cáncer de mama. Según los doctores, no era mucho el tiempo que le quedaba.

Y fue en una de esas ocasiones en que visitó a su madre y le pidió que volvieran a esa noche. A lo que sucedió en el departamento de Matt, cuando Edna, su madre, era un viuda de apenas 41 años. Ford quería disculparse. "Oh, eso", le dijo ella. "Dios mío, aquello fue una tontería. No es asunto tuyo ni tenías que haberte presentado allí. Estabas como loco. Pero en aquel momento comprendí que no podía seguir haciendo aquellas cosas. Tenía un hijo que educar". Poco tiempo después de esa conversación, y con sólo 62 años, la madre del escritor moría.

Aquel capítulo quedaría rondando en la cabeza de Ford. Y pasaron cuatro años hasta que el escritor pudo rescatarlo. En 1986 las cosas habían cambiado. Tras el éxito de El periodista deportivo, recibió un llamado de Vanity Fair. Le pidieron un ensayo de largo aliento sobre su madre. Desempolvó varias memorias. Y se dio cuenta de la importancia de Edna. Como, por ejemplo, que su vida perfectamente podría haber tomado un camino diferente. Bastante diferente. A saber: a los 16 años Ford tuvo un par de problemas con la ley. Y hasta estuvo a punto de irse a la cárcel. "Lo bueno es que entendí el mensaje al instante", dice en esta entrevista con Qué Pasa. El mensaje, claro, fue un reto que le dio su madre. Ella fue clara: cambiaba sí o sí. De otra manera, la próxima vez iba a terminar en la cárcel. "Además, entendí que mi madre, que era viuda, lo último que necesitaba era que su único hijo se comportara así. Era joven, pero algo de astuto tenía a esa edad. Menos mal".

Ford in memoriam

Una aclaración: en Estados Unidos, Mi madre nunca ha salido en formato de libro. Sólo se puede hallar en Vintage Ford, compilación con varios cuentos, trozos de algunas de sus novelas y el ensayo My Mother, in Memory, que finalmente publicó Harper's Magazine en 1987. En España la editorial Lumen lo publicó en 1999, se llamó Mi madre, in memoriam, y algunos escasos ejemplares llegaron a Chile. Anagrama lo rescató y acaba de reeditarlo como Mi madre.

"Intenta imaginarlo: creciendo en un hotel donde eres el nieto del dueño. Bastante del mundo adulto se abrió para mí; cosas que no debería haber visto; cosas que no debería haber hecho; cosas de las que no debería haberme enterado".

Lo cierto es que pese a lo breve (apenas rasguña las 100 páginas), el libro de Ford es lo bastante contundente y personal como para no dar respiro hasta el final. Y al ponerlo junto a su obra, se entiende por qué sus personajes siempre viven en hoteles de pocas estrellas. O toman café de grano en restaurantes drive-in. O deambulan en carreteras perdidas en medio del sur profundo de Estados Unidos.

- ¿Escribió este libro como una forma de decirle adiós a su madre?

- No. No diría que es un "adiós". Afortunadamente mi madre y yo teníamos la idea de que si necesitábamos decirnos algo, lo hacíamos. Y siempre lo hicimos así. Y, por eso, creo que alcanzamos a decirnos adiós cuando ella murió. Y asimismo siempre nos dijimos lo mucho que nos queríamos. Siempre nos dijimos todo lo que teníamos que decirnos. Ninguno de los dos se guardó mucho, si es que nos guardamos algo.

Otra aclaración: si las respuestas a esta entrevista parecen muy literarias, es por dos razones. La primera es que por estos días Ford está lidiando con Canadá, su esperada próxima novela, luego de cerrar su flamante trilogía de Frank Bascombe con Acción de gracias (2006), por lo que le cuesta retraerse del proceso de escritura. Y la segunda es que -hasta el momento- ésta es la única entrevista que ha dado sobre estas memorias. De ahí que Ford muestre entusiasmo. Y de ahí que, cuando responde, pareciese una extensión de lo que uno encuentra en las páginas de Mi madre.

- Antes que usted naciera, su madre y su padre vivieron de ciudad en ciudad. Tuvieron una vida de carretera. ¿Qué le contó ella de ese tiempo?

- Nunca me dijo mucho. Para escribir Mi madre recogí pedazos y piezas sueltas de esos años. Ellos vivieron de manera más bien itinerante -arrendando departamentos acá y allá-. Ocasionalmente retornaban a Little Rock, que era lo más parecido a un hogar. Mantenían sus gastos bajos, lo pasaban bien y tuvieron un tiempo en que fueron bastante bebedores. Todo esto fue en los años treinta, antes de la Primera Guerra Mundial. Fue en la época de la Depresión, pero tenían trabajo (mi padre era vendedor de almidón) y pocas responsabilidades. Era una buena vida. El tipo de vida que actualmente parece no existir.

"Mi madre ha inspirado varios de mis personajes"

Una familia en movimiento

El hotel quedaba en Little Rock, estado de Arkansas. Ahí es donde Ford creció. Donde su abuelo, el padre de Edna, administraba este hotel, que era de su propiedad y donde muchas veces sus padres alojaron. Seguramente en las piezas de ese edificio algo de su narrativa germinó. En esas piezas vio a parejas separarse, amantes ocasionales, vendedores de seguros y prostitutas. Además, estaba su abuelo, a quien recuerda con mucho cariño. "Era un tipo interesante. Un hombre de mujeres. Un hombre con muchos apetitos. Un deportista. Un comediante. Un contador de historias".

- ¿Qué tan cercanos eran?

- Él me adoraba. Era generoso conmigo y me puso en la senda hacia la universidad. A mí, por mi parte, me fascinaba.

- ¿Y qué memorias tiene de los años en que vivió en ese hotel?

- ¡Son muchas historias que puedo contar! Intenta imaginarlo: creciendo en un hotel donde eres el nieto del dueño. Bastante del mundo adulto se abrió de sopetón para mí; cosas que no debería haber visto; cosas que no debería haber hecho; cosas de las que no debería haberme enterado. A mí me encantaba. Pero era un lugar poco ortodoxo para crecer. Totalmente poco ortodoxo.

"Ella era fuerte, compleja, llena de drama, atractiva pero también vulnerable y accesible. Nada de mal para un personaje de una novela. Y muy bien para una madre".

En todo caso, el 20 de febrero de 1960 el ritmo de vida que la familia Ford llevaba finalizó. De esta manera se lee en Mi madre: "Mi padre despertó jadeando un sábado por la mañana y murió antes de poder levantarse de la cama. Yo en la cama con él, intentando encontrar algo que le ayudara. Sacudiéndole. Hablando a gritos a su rostro dormido. Soplándole en la boca ya inerte. Poniéndolo -y no sé por qué- boca abajo. Sintiendo pánico y horror. Todo esto mientras ella, de pie en el marco de la puerta del dormitorio de nuestra nueva casa en las afueras de Jackson, se oprimía las sienes con los nudillos, se ponía histérica. Acabó perdiendo el control de sí misma durante un rato".

- ¿Qué significó eso para ella?

- Esencialmente fue el fin de su vida. Da pena pensarlo de esa manera. Pero amordazada por su vida y su conducta en los 21 años siguientes, ella (más allá de nuestra relación) no tuvo una fuente de alegría. No es que quiera describirla como una mujer triste. Pero era consciente de sus deberes. No era alegre ni despreocupada. Además, cuidaba a su madre y a su padrastro. Nunca se casó nuevamente. Ella estaba cómoda financieramente. Tuvo un gran amor en su vida. Uno solo. Y cuando mi padre murió, mi madre aceptó que esa parte de su vida -la parte de la gran felicidad- había llegado a su final.

- ¿Qué le sucede cuando recuerda la vez en que fue a buscar a su madre al departamento de Matt?

- Eso es algo de lo que me arrepiento profundamente. Estaba poseído por el típico sentimiento adolescente en que uno se siente mal al ver a la madre tan, digamos, independiente.

- ¿Pero intentaba evitar que ella tuviera un novio?

- No. Yo quería que mi madre tuviera un novio. Y este tipo, Matt, me caía bien. Pero cuando fui al departamento esa noche y aporreé esa puerta, creo que significó para mi madre (desde mi punto de vista) algo que no debería haber significado: que ella tenía obligaciones que no estaba cumpliendo. Obligaciones maternales. Lo triste es que su relación con los hombres terminó luego de ese momento. Y que todo haya finalizado de esa manera siempre ha sido una pena para mí.

- ¿Qué tan importante ha sido su madre a la hora de escribir?

- Mi madre ha inspirado -involuntariamente o voluntariamente- varios de mis personajes. Ella era fuerte, compleja, llena de drama, atractiva pero también vulnerable y accesible. Nada de mal para un personaje de una novela. Y muy bien para una madre.

- ¿Y hay algún consejo de ella que le haya quedado?

- Lo que me dijo cuando estaba a punto de morir. "Richard, por favor, sé feliz", me dijo. Y he intentado seguir eso hasta hoy. El otro que recuerdo es el que me dio luego de casarme. Me dijo que si tenía dudas sobre qué caminos seguir en la vida, no le preguntara a ella, sino a mi esposa. Y esa regla, me parece, es la única que he acatado al pie de la letra.

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