Una lluvia interminable. Eso es lo único que recuerda Fernando Vallejo de su última visita a Santiago, en 2007. Un aguacero tremendo que no lo dejó conocer la ciudad. En un esfuerzo por no ser descortés, sin embargo, el escritor cierra los ojos para rescatar alguna otra imagen que le permita ver Santiago, pero es imposible.
-No, no veo nada. Una cortina de lluvia no me deja ver la ciudad. Ni que estuviera en el Chocó, en Colombia, donde llueve día y noche, noche y día, a todas horas. Ah, y oigo las llantas del auto en que voy surcando los riachuelos. Hacía así: "Schhhhhh"... Y ¡plas!, se metía el carro en un hueco y levantaba un surtidor de agua que bañaba a los transeúntes. ¡Como si ya no los estuviera bañando desde arriba el cielo!
Él lo ha dicho: un cielo que se cae; un cielo en llamas y la tierra que se abre para tragárselo todo. Aquella imagen es una constante en El don de la vida (Alfaguara), la nueva novela de Fernando Vallejo, uno de los escritores sudamericanos más polémicos de la actualidad y que asume su oficio con un vigor que muchos se lo quisieran. El gran escenario de Vallejo es Colombia, aquella "mala patria", como dice, y de la que no se puede deshacer; y su gran enemigo, la Iglesia Católica.
Esta vez Vallejo escribió una novela sobre la inminencia de la muerte, sobre la espera, en este caso, de dos tipos que en el final de sus días conversan sentados en un banco de un parque en Medellín: uno que podría ser un espejo empañado del propio autor y el otro, a quien presenta como "un empleadillo de la alcaldía que trabaja en una oficinilla del último piso del Palacio Nacional" y quien, por lo demás, se tiene reservada una gran sorpresa para las páginas finales.
Desde la portada, El don de la vida es un título que se anuncia ambiguo: letras de piedra en fondo negro le confieren un carácter bíblico innegable.
-Pero también parece un cartel funerario, de los que todavía ponen en Colombia en las paredes para invitar a los entierros -precisa Vallejo desde su casa en México-. Es paradójico que un título tan optimista tenga una portada tan sombría. Así lo quise porque de lo que trata el libro es de la bendición de la muerte.
Vallejo ha levantado una historia sustentada en diálogos y recuerdos desplegados a medida que va cayendo la tarde. Es un relato sobre la memoria y sobre la decepción, desde la cual el novelista (y aquello es parte de la vida real) repasa su libreta, donde lleva anotados los nombres de más de 700 muertos, sus muertos. Vallejo evoca lugares de su infancia, la finca familiar, los barrios donde cultivó el carácter, y enjuicia con mano firme al Estado en su rol depredador, pero también a personajes tan variados como Bolívar ("¿Y por qué nos habrías de amar, pendejo, qué te hemos dado? Patadas en el culo es lo que te hemos dado para que te vayas"); Stephen Hawking ("Está más perdido en sus cálculos abstrusos; habla como con voz de ultratumba por un micrófono conectado a una computadora"); Sarkozy ("Un niño hiperquinético con ladillas en el culo") o Ronald Reagan ("Y con el mal de Alzheimer, que fue el que le borró de la memoria la infinidad de libros que había leído: ni uno").
El don de la vida/ Autor: Fernando Vallejo/ Páginas: 168/ Editorial: Alfaguara
En otro sentido, sin embargo, esta novela puede leerse como un nuevo modo de articular su anterior entrega, el ensayo La puta de Babilonia (2007), en el cual Vallejo se valió de una minuciosa investigación para descargar su furia contra la Iglesia Católica, el cristianismo y también el Islam. Entonces el autor, nacido en Medellín en 1942, pero naturalizado mexicano (renunció a su nacionalidad colombiana hace tres años), desplegó un implacable rigor histórico dispuesto, por decirlo suave, a denunciar todos sus crímenes desde tiempos inmemoriales. "Por lo demás, ese repudio hipócrita de la esclavitud por parte de la Puta salía sobrando. ¿Cuándo dijo Cristo una sola palabra para condenarla? Y sin embargo sus estúpidas parábolas están llenas de amos y de esclavos", apunta. "Y el que no tuvo nunca una sola palabra de reproche ante la esclavitud, jamás la tuvo tampoco para los animales".
Animales y lectores
Vallejo no sólo se caracteriza por llevar sus batallas a todos los escenarios posibles. Además, ha practicado sus ideas, como el amor por los animales, de un modo que a muchos les resulta escandaloso: los cien mil dólares del premio Rómulo Gallegos, obtenido por su novela El desbarrancadero, los donó a dos organizaciones protectoras de animales de Caracas. Y no sería la primera vez: varios honorarios por conferencias y similares los ha destinado a estos fines. Los animalistas lo aman a rabiar.
-Y yo a ellos también. Nos une nuestro amor por los animales. Nosotros somos los mejores del planeta, para que lo vayas sabiendo. El resto es podredumbre, corrupción.
Fernando Vallejo viene llegando desde Argentina. Estuvo en la Feria del Libro de Buenos Aires presentando su nueva novela. También pasó por Rosario, en compañía del belga Jacques Joset, autor del estudio La muerte y la gramática. Los derroteros de Fernando Vallejo (Taurus). El lanzamiento allí fue multitudinario y muchos de los asistentes eran jóvenes que conocieron su literatura a partir de La virgen de los sicarios, novela llevada al cine y que ya cumplió 15 años.
-Esos 15 años se fueron como 15 días, pero no la he vuelto a leer. Mucha gracia es que todavía la editen y no haya desaparecido.
Vallejo se despide
-¿Mantiene contacto con sus lectores? No es frecuente que un escritor presente un libro en un teatro lleno.
-Mi impresión es que mis lectores me quieren, pero con un amor puro, sin contaminación carnal... Yo también, pero yo tampoco.
-En Facebook hay varios grupos en torno a su trabajo. Son promovidos por jóvenes.
-No sé muy bien qué es Facebook. Creo que es una red de pornografía por internet.
-Usted es músico y sabe que cierto rock ha dado su misma pelea contra la religión. ¿Qué cruces ve entre literatura y música al respecto?
-Detesto el rock. A mí lo que me gusta son los boleros, el tango, las milongas, las rancheras... Música de viejitos. En cuanto a la literatura, es un arte menor comparada con la música.
La furia
Vallejo no tiene esperanzas en la literatura. Para él todo ha terminado. Su entusiasmo lo perdió hace mucho. Hoy, dice, escribe por molestar. Se propone hacer libros sin ofensas y le sale todo lo contrario: un catálogo de diatribas. A Vallejo le interesan más los músicos. Podría hablar horas y horas de Mozart, de Schubert o de Mahler. No podría, dice, hacer lo mismo con los escritores. Con el cine le pasa igual: Vallejo dirigió tres largometrajes entre 1977 y 1981, pero ahora todo lo que puede decir sobre el tema se traduce en un par de frases: "Me desilusioné del cine, pienso que es un lenguaje muy menor al lado de la literatura. No creo que ni siquiera sea un arte. Es un embeleco del siglo XX que está durando más de la cuenta".
Vallejo es un señor de muy buenos modales y lengua venenosa. No por nada durante los últimos años se ha jugado por la causa anticlerical, por una cruzada contra la Iglesia Católica y el cristianismo sin concesiones.
Vallejo enjuicia con mano firme a personajes tan variados como Sarkozy ("Un niño hiperquinético con ladillas en el culo") o Ronald Reagan ("Y con el mal de Alzheimer, que fue el que le borró de la memoria la infinidad de libros que había leído: ni uno").
-¿Se siente acompañado por otros autores en este camino?
-Parece que Saramago escribió recientemente otro que se le suma al mío, Caín.
-En Chile mucha gente está pasmada por las denuncias a sacerdotes abusadores de niños. ¿Le sorprende la sorpresa de esos muchos?
-No, los tartufos son así. ¿Por qué no se sorprenden más bien de la historia criminal del cristianismo? De las siete cruzadas que arrasaron la Tierra Santa... De las cruzadas contra los albigenses, los camisards, los begardos, que eran cristianos... De los quinientos años de la Inquisición torturando y quemando gente viva... De la destrucción a sangre y fuego y cruz de las civilizaciones indígenas tras el descubrimiento de América.
-Con tanta furia, da la impresión de que todo a usted le sale de un tirón. ¿Cuánto corrige sus textos?
-No corrijo ni releo lo que escribo. Las pruebas sí, pero buscando erratas. Y si al leerlas encuentro contradicciones o repeticiones en lo que he escrito, así las dejo. Escribo de un tirón, aunque para decidirme a empezar un nuevo libro me puedo tardar años.
-¿Es verdad que ésta será su última novela? Anunció dejarlo por escrito ante notario y que lo multaran de no ser así.
-Desafortunadamente no lo voy a poder cumplir. Se me acaba de ocurrir otro libro, que se va a llamar Manualito de sexología. Al alcance del buen cristiano. Así, en dos líneas.
* Escritor. Autor de "Quemar un pueblo".